Reset.
El cerebro se apaga, se enciende de nuevo, y en el transcurso de ese sencillo proceso se pierde toda la información almacenada. Una nueva vida; mejor aún: una reencarnación en vida y ahora toca descender un par de escalones, señal inequívoca de que el karma no estaba muy limpio. ¿O puede que esa bajada sea una bendición?. La segunda oportunidad de Paco Costas en versión existencialista y nórdica. Porque lo terrible sería que las vivencias fueran las mismas, que el recuerdo vaciado se llenará como la vez anterior y que el camino desembocara en el mismo punto, un maelstrom de tiempo del que fuera imposible escapar (y no me refiero al día de la marmota, esa es otra película). Para eso mejor quedarse tal y como se estaba. Si te dan una paliza de muerte que te deja hecho un malherido amnésico marginal, al menos que se haga bueno el dicho de no hay mal que por bien no venga.
Qué graciosos estos fineses, peculiares hasta el gentilicio. Quién lo iba a decir: Helsinki es un vivero de caracteres llenos de aguda ironía, de personajes dispuestos a saltar la barrera de mediocridad circundante para mostrarse atrevidos y extravagantes, de diálogos certeros pronunciados con la mayor tranquilidad. "¿Qué te debo?" "Si algún día me ves echado en un arroyo, ponme boca arriba". Y no es poca la petición para una sociedad acostumbrada a volver la mirada y pasar de largo cuando se encuentra a un hombre tirado en plena calle. Película llena de generosidad. ¿Qué es lo que realmente merece la pena? A los indios de las praderas les jodieron a base de agua de fuego y cuentas de colores. Tantos siglos pasados y nos vendemos por lo mismo, incluso por menos aunque los espejitos del conquistador brillen más: más luz para hacer más intensas las sombras de la caverna. Ay, Platón. Pero en esta cinta Diógenes. Sobre todo.
martes, mayo 31, 2011
martes, mayo 24, 2011
"Tras el cristal", de Agustí Villaronga
La opera prima del director de "Pa negre", la triunfadora de los últimos premios Goya, es (fue: año 1987) un escándalo, entendido este término en sus dos posibles acepciones: alboroto para el qué, para el tema tratado, y admiración para el cómo, para un ojo de director que se apuntaba magnífico. Se puede pensar que es demasiado explicita para ser un primer largometraje: demasiado turbio el asunto, demasiado contundente la puesta en escena y, así, asegurarse titulares en todos los festivales y un aura de malditismo y de culto para el autor y su obra: "Joven director español provoca pesadillas al público de la Berlinale". Pero esa es una apuesta arriesgada, una moneda lanzada al aire que puede, como en tantas otras películas, volverse en contra del director: el emperador está desnudo: si rascas el fotograma puede que debajo no haya premio. Pues no es el caso. Menuda película.
Terror psicológico, género que en España ha dejado grandes frutos y en el cual "Tras el cristal" se puede situar entre las pioneras. Esta película, además, podía haber cubierto sin problemas el apartado cinematográfico hispano para el primer número de "La caja de Pandora". Un antiguo criminal nazi (Günter Meisner), vive con su mujer (Marisa Paredes demostrando una vez más que es una de las mejores actrices del cine español) y su hija (Gisela Echevarría) en las islas Baleares, oculto, camuflado. A ese exilio en el olvido del mundo se añade que está confinado dentro de un pulmón de acero, por el que sólo asoma su cabeza al exterior, después de haber sufrido un grave accidente: reclusión forzosa, como aquella en la que participó en el pasado. De verdugo a víctima y precisamente una de ellas aparece ahora, joven enfermero (David Sust, gran interpretación y sin embargo no tengo más referencias de su carrera como actor: flor de un día), cruel guardián, que se propone reconstruir las salvajadas cometidas por el viejo nazi: pedofilia, infanticidio y experimentos médicos como los que anunciaba Ingmar Begman en su magnífico retrato del Berlín de entreguerras que era "El huevo de la serpiente": hipnosis voyeurista que nos impide apartar la mirada de la pantalla, inundándonos de falsa incredulidad: sabemos que lo que vemos es cierto. Entre ellos dos se estable una especie de relación paterno filial enfermiza y sórdida, unidos en la fascinación por la maldad, un impulso erótico necrófilo, sádico hasta la hez. Cadena del mal que se transmite como un virus, como una herencia maldita: creación de un monstruo, de un frankenstein (con cicatriz y todo) que adora a su creador a la vez que lo odia a muerte.
La labor de ambientación es impresionante: la casona mallorquina se transforma lentamente en un campo de prisioneros, en un centro de exterminio, entre el alambre de espino y el humo, mallas metálicas para que nadie escape. Todo invadido por una luz azul rotunda, de noche y de misterio. De horror.
El hombre del saco merodea por el pueblo.
Terror psicológico, género que en España ha dejado grandes frutos y en el cual "Tras el cristal" se puede situar entre las pioneras. Esta película, además, podía haber cubierto sin problemas el apartado cinematográfico hispano para el primer número de "La caja de Pandora". Un antiguo criminal nazi (Günter Meisner), vive con su mujer (Marisa Paredes demostrando una vez más que es una de las mejores actrices del cine español) y su hija (Gisela Echevarría) en las islas Baleares, oculto, camuflado. A ese exilio en el olvido del mundo se añade que está confinado dentro de un pulmón de acero, por el que sólo asoma su cabeza al exterior, después de haber sufrido un grave accidente: reclusión forzosa, como aquella en la que participó en el pasado. De verdugo a víctima y precisamente una de ellas aparece ahora, joven enfermero (David Sust, gran interpretación y sin embargo no tengo más referencias de su carrera como actor: flor de un día), cruel guardián, que se propone reconstruir las salvajadas cometidas por el viejo nazi: pedofilia, infanticidio y experimentos médicos como los que anunciaba Ingmar Begman en su magnífico retrato del Berlín de entreguerras que era "El huevo de la serpiente": hipnosis voyeurista que nos impide apartar la mirada de la pantalla, inundándonos de falsa incredulidad: sabemos que lo que vemos es cierto. Entre ellos dos se estable una especie de relación paterno filial enfermiza y sórdida, unidos en la fascinación por la maldad, un impulso erótico necrófilo, sádico hasta la hez. Cadena del mal que se transmite como un virus, como una herencia maldita: creación de un monstruo, de un frankenstein (con cicatriz y todo) que adora a su creador a la vez que lo odia a muerte.
La labor de ambientación es impresionante: la casona mallorquina se transforma lentamente en un campo de prisioneros, en un centro de exterminio, entre el alambre de espino y el humo, mallas metálicas para que nadie escape. Todo invadido por una luz azul rotunda, de noche y de misterio. De horror.
El hombre del saco merodea por el pueblo.
jueves, mayo 19, 2011
"Legión", de Scott Stewart
Vilipendiado y repudiado día tras día. "¿Qué última entrada has escrito en el blog? ¿Cuál? ¡Madre mía! ¡El griego Coñazokis, nada menos! ¿y el otro? ¿Apicha... qué? Te las viste en versión original ¿no? Ja, ja, ja. Esas no hay dios que las vea. Claro, así te han quedado luego los artículos de la revista: sesudos, pretenciosos, llenos de referencias a películas que no ha visto nadie: te pones a leerlo y te pierdes al segundo párrafo. ¡Cultureta!". Ay. Lo peor de todo es que la cursiva anterior se parece mucho a lo que me toca escuchar.
Detrás de estas gafas de pasta hay un pobre tipo que en sus años bárbaros ya se tragó todo el cine palomitero (ese adjetivo no es exacto para la época, es más bien un neologismo: no nos dejaban comer absolutamente nada en las salas y ruidosas palomitas ni pensarlo: cuéntaselo ahora a la chavalada a ver si te creen) que le tocó a mi generación: las obras completas de Schwarzenegger, Bruce Willis o Meg Ryan desfilaron ante mis ojos un fin de semana tras otro. Y sin pestañear. En muchos casos, disfrutando y pasándolo genial. ¡Yipi ka yei,...hijo de puta!. Mi admiración al cine trascurre por muchos caminos y algunos son menos transitados. Todo es cogerle el punto y no tener complejos. Atreverse y asombrarse y sobre todo disfrutar del cine, ya sea con Arnold o con Apichatpong. O con ambos.
Así que vamos con "Legión", un estreno del año pasado que se lanzó con mucha publicidad (recuerdo haberla visto anunciada en televisión y en carteles por la ciudad) y que supongo que no debió irle mal en taquilla. El Creador se harta de su creación y pone en marcha el Apocalipsis. Uno de sus fieles arcángeles, Miguel (Paul Bettany), se opone al castigo y viene a la Tierra para evitar la extinción de la humanidad: armado hasta las plumas. Ángeles exterminadores de alas de metal y maza de acero para zumbarle la badana a los descreídos. Y si no, mejor que cachiporras con pinchos y espadas flamígeras, un arsenal de metralletas y pistolas y preparar una buena balacera, que para eso estamos en el país de la Segunda Enmienda.
Dos puntos a destacar. El primero es la religiosidad que se hace patente en algunas muestras del cine de acción moderno, tramas con el rifle y la Biblia como protagonistas absolutos: "El libro de Eli" de los hermanos Hughes, con Denzel Washington, o la recién estrenada "El sicario de Dios" donde repiten el director de "Legión", Scott Stewart, y su protagonista, Paul Bettany, que debe haberle cogido el gusto al papel de héroe de acción, con pinta angelical y todo. Leí hace poco acerca de que las tramas hollywoodenses tienen tendencia a incluir referencias a la religión en mayor o menor medida. Y si se fija uno un poco, resulta que es verdad. Desde la simple introducción del texto de un salmo como sucede en el comienzo de "Valor de ley" de los hermanos Coen, hasta cambiar el sentido de una adaptación de una novela para hacerla más "divina" de lo que es el original en papel, algo que se puede comprobar en la adaptación de "La carretera" de Cormac McCarthy que realizó el director John Hillcoat. Habrá crisis de valores religiosos en el mundo pero no debe ser en el mundo del cine norteamericano. En ese mundo o detrás de él. Entre bambalinas.
El segundo punto a comentar es que "Legión" es un calco de "Terminator", aquella obra maestra de James Cameron. O sea, calco en el esquema del guión (en el resto: no hay color): Cameron no debía ir mucho a misa en aquella época, afortunadamente, al menos más allá de la idea mesiánica del personaje de John Connor. Desde la secuencia inicial de la "caída" del ángel hasta el final con madre coraje a lo Sarah Connor (que también, casualmente, es camarera) subida a un todoterreno, pasando por la misión de conseguir a toda costa el nacimiento de un salvador de la raza humana. Los puntos fundamentales de la primera parte de la extraordinaria saga de los cyborg homicidas venidos del futuro, son plagiados sin piedad. Como dije al principio, todo este cine de acción ya está visto. Hace años.
"If God will send his angels", un temazo de U2 que viene a cuento.
Sí, esta canción sale en una de Meg Ryan: "City of Angels", de Brad Silberling.
Todas, no me perdí una.
It´s just you and me and the rain...
Detrás de estas gafas de pasta hay un pobre tipo que en sus años bárbaros ya se tragó todo el cine palomitero (ese adjetivo no es exacto para la época, es más bien un neologismo: no nos dejaban comer absolutamente nada en las salas y ruidosas palomitas ni pensarlo: cuéntaselo ahora a la chavalada a ver si te creen) que le tocó a mi generación: las obras completas de Schwarzenegger, Bruce Willis o Meg Ryan desfilaron ante mis ojos un fin de semana tras otro. Y sin pestañear. En muchos casos, disfrutando y pasándolo genial. ¡Yipi ka yei,...hijo de puta!. Mi admiración al cine trascurre por muchos caminos y algunos son menos transitados. Todo es cogerle el punto y no tener complejos. Atreverse y asombrarse y sobre todo disfrutar del cine, ya sea con Arnold o con Apichatpong. O con ambos.
Así que vamos con "Legión", un estreno del año pasado que se lanzó con mucha publicidad (recuerdo haberla visto anunciada en televisión y en carteles por la ciudad) y que supongo que no debió irle mal en taquilla. El Creador se harta de su creación y pone en marcha el Apocalipsis. Uno de sus fieles arcángeles, Miguel (Paul Bettany), se opone al castigo y viene a la Tierra para evitar la extinción de la humanidad: armado hasta las plumas. Ángeles exterminadores de alas de metal y maza de acero para zumbarle la badana a los descreídos. Y si no, mejor que cachiporras con pinchos y espadas flamígeras, un arsenal de metralletas y pistolas y preparar una buena balacera, que para eso estamos en el país de la Segunda Enmienda.
Dos puntos a destacar. El primero es la religiosidad que se hace patente en algunas muestras del cine de acción moderno, tramas con el rifle y la Biblia como protagonistas absolutos: "El libro de Eli" de los hermanos Hughes, con Denzel Washington, o la recién estrenada "El sicario de Dios" donde repiten el director de "Legión", Scott Stewart, y su protagonista, Paul Bettany, que debe haberle cogido el gusto al papel de héroe de acción, con pinta angelical y todo. Leí hace poco acerca de que las tramas hollywoodenses tienen tendencia a incluir referencias a la religión en mayor o menor medida. Y si se fija uno un poco, resulta que es verdad. Desde la simple introducción del texto de un salmo como sucede en el comienzo de "Valor de ley" de los hermanos Coen, hasta cambiar el sentido de una adaptación de una novela para hacerla más "divina" de lo que es el original en papel, algo que se puede comprobar en la adaptación de "La carretera" de Cormac McCarthy que realizó el director John Hillcoat. Habrá crisis de valores religiosos en el mundo pero no debe ser en el mundo del cine norteamericano. En ese mundo o detrás de él. Entre bambalinas.
El segundo punto a comentar es que "Legión" es un calco de "Terminator", aquella obra maestra de James Cameron. O sea, calco en el esquema del guión (en el resto: no hay color): Cameron no debía ir mucho a misa en aquella época, afortunadamente, al menos más allá de la idea mesiánica del personaje de John Connor. Desde la secuencia inicial de la "caída" del ángel hasta el final con madre coraje a lo Sarah Connor (que también, casualmente, es camarera) subida a un todoterreno, pasando por la misión de conseguir a toda costa el nacimiento de un salvador de la raza humana. Los puntos fundamentales de la primera parte de la extraordinaria saga de los cyborg homicidas venidos del futuro, son plagiados sin piedad. Como dije al principio, todo este cine de acción ya está visto. Hace años.
"If God will send his angels", un temazo de U2 que viene a cuento.
Sí, esta canción sale en una de Meg Ryan: "City of Angels", de Brad Silberling.
Todas, no me perdí una.
It´s just you and me and the rain...
lunes, mayo 16, 2011
"La eternidad y un día", de Theo Angelopoulos
El pasado fin de semana he visto dos películas que, sorprendentemente, se parecen mucho. Y apunto la sorpresa porque cuando me pongo a ver una película intento saber de antemano lo menos posible de su argumento, de modo que encontrarme una serie de similitudes entre los títulos elegidos, vistos uno a continuación del otro, no puede achacarse a ninguna premeditación y sí a la más fortuita de las casualidades.
Antes de ver la que da nombre a esta entrada, en concreto un día antes, vi "Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas" de Apichatpong Weerasethakul, ganadora de la Palma de Oro de Cannes en el año 2010: primera coincidencia: la de Angelopoulos ganó el mismo premio en 1998. Y entre que decido o no ponerme a escribir sobre el tío Boonmee, veo "La eternidad y un día". No se hable más: programa doble en el blog.
En el rincón tailandés, Boonmee (Thanapat Saisaymar) y en la esquina griega, Alexandre (el genial actor suizo Bruno Ganz: ese asalto está ganado, me temo). Los dos son viudos gravemente enfermos que viven el presente sumidos en el dolor del cuerpo y la desesperación del alma: mirar al pasado con nostalgia, aquellos años de plenitud física y momentos felices: es la melancolía la que enferma al que echa de menos un mundo perdido. En la de Weerasethakul los fantasmas se presentan después de cenar, en la sobremesa, realismo mágico en la jungla tropical, y conversan con los vivos. Habitantes de universos paralelos que encuentran una puerta para verse, hablarse, abrazarse, cuidarse unos de otros y hacerse compañía. Para Angelopoulos, por otro lado, los fantasmas sólo pueblan los recuerdos y el pasado es un idílico día de verano al borde del mar. Veraneantes de ropas blancas bajo un sol luminoso, despreocupación de clase alta que baila en lujosas casas junto a la playa y pasea su ocio en yates de postal, contrastando con el presente lluvioso y triste de Alexandre: mafias que explotan a pequeños niños inmigrantes como símbolo de una sociedad en la que se ha extinguido el refugio perfecto de la familia, del clan: el hombre occidental moderno pierde sus referencias, sus asideros, y se desmorona irremediablemente. Alexandre es el fantasma, en realidad, un espectro con gabardina que se aparece en la fotos del pasado y no al revés.
¿Para qué seguir penando? Ambos, Alexandre y Boonmee, confían sin ningún asomo de duda en que la muerte es el reencuentro, una idea de vida ultraterrena que está más allá de toda lógica y que, sin embargo, es universal: Grecia y Tailandia, tan lejos, tan cerca.
Ver una película de Theo Angelopoulos (encabeza el post la suya porque me gustó más que la otra; Apichatpong Weerasethakul me deslumbró con su cine original y asombroso en "Mysterious object at noon" o en "Syndromes and a Century" pero en esta ocasión no ha llegado a encandilarme como en aquellas) es como viajar a uno de esos países en los que en vez de andar atrasando o adelantando la hora en el reloj es mejor abandonarlo en el fondo de la maleta. No existe el tiempo, la prisa, la premura: abandonad toda impaciencia. Sólo así se puede disfrutar de este cine, de esta perfecta poesía de celuloide.
Ahora que lo pienso, en eso también se parecen.
Antes de ver la que da nombre a esta entrada, en concreto un día antes, vi "Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas" de Apichatpong Weerasethakul, ganadora de la Palma de Oro de Cannes en el año 2010: primera coincidencia: la de Angelopoulos ganó el mismo premio en 1998. Y entre que decido o no ponerme a escribir sobre el tío Boonmee, veo "La eternidad y un día". No se hable más: programa doble en el blog.
En el rincón tailandés, Boonmee (Thanapat Saisaymar) y en la esquina griega, Alexandre (el genial actor suizo Bruno Ganz: ese asalto está ganado, me temo). Los dos son viudos gravemente enfermos que viven el presente sumidos en el dolor del cuerpo y la desesperación del alma: mirar al pasado con nostalgia, aquellos años de plenitud física y momentos felices: es la melancolía la que enferma al que echa de menos un mundo perdido. En la de Weerasethakul los fantasmas se presentan después de cenar, en la sobremesa, realismo mágico en la jungla tropical, y conversan con los vivos. Habitantes de universos paralelos que encuentran una puerta para verse, hablarse, abrazarse, cuidarse unos de otros y hacerse compañía. Para Angelopoulos, por otro lado, los fantasmas sólo pueblan los recuerdos y el pasado es un idílico día de verano al borde del mar. Veraneantes de ropas blancas bajo un sol luminoso, despreocupación de clase alta que baila en lujosas casas junto a la playa y pasea su ocio en yates de postal, contrastando con el presente lluvioso y triste de Alexandre: mafias que explotan a pequeños niños inmigrantes como símbolo de una sociedad en la que se ha extinguido el refugio perfecto de la familia, del clan: el hombre occidental moderno pierde sus referencias, sus asideros, y se desmorona irremediablemente. Alexandre es el fantasma, en realidad, un espectro con gabardina que se aparece en la fotos del pasado y no al revés.
¿Para qué seguir penando? Ambos, Alexandre y Boonmee, confían sin ningún asomo de duda en que la muerte es el reencuentro, una idea de vida ultraterrena que está más allá de toda lógica y que, sin embargo, es universal: Grecia y Tailandia, tan lejos, tan cerca.
Ver una película de Theo Angelopoulos (encabeza el post la suya porque me gustó más que la otra; Apichatpong Weerasethakul me deslumbró con su cine original y asombroso en "Mysterious object at noon" o en "Syndromes and a Century" pero en esta ocasión no ha llegado a encandilarme como en aquellas) es como viajar a uno de esos países en los que en vez de andar atrasando o adelantando la hora en el reloj es mejor abandonarlo en el fondo de la maleta. No existe el tiempo, la prisa, la premura: abandonad toda impaciencia. Sólo así se puede disfrutar de este cine, de esta perfecta poesía de celuloide.
Ahora que lo pienso, en eso también se parecen.
domingo, mayo 01, 2011
Revista. La Caja de Pandora
Hace unos meses recibí una misteriosa invitación: participar en algo nuevo, en algo inédito: de ahí su condición de misterio. Un proyecto que se anticipaba muy interesante y que era a la vez una oferta y un compromiso. Acepté sin dudarlo pero la duda vendría después: ¿sabría estar a la altura? ¿no me habría metido en camisa de once varas? ¿quién te crees que eres, so memo? ¿André Bazin?
Aquella invitación de Crowley, excelente bloguero al mando de la bitácora "Tengo boca y no puedo gritar", que de manera regular nos deslumbra con sus escritos y que cada domingo nos martiriza con la tarea imposible de ponerle nombre a un fotograma perdido, aquella aventura, aquel proyecto ya tomó forma. Ha sido un honor y un privilegio. Enhorabuena, Crowley.
El primer número se dedica al Holocausto y creo que merece la pena echarle un vistazo.
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