Sonderkommando. Los nazis esclavizaban judíos. Les encargaban todo tipo de trabajos (como en la estupenda "Los falsificadores" de Stefan Rozowitzky), tareas que muchas veces eran asignadas en función de su cualificación: mano de obra especializada y barata. Muy barata. Trabajos forzados, trabajar hasta morir. Pero entre todas las tareas duras que podían realizar, las de los sonderkommando eran las más tristes y penosas, las más despiadadas, las más terribles: colaborar en la matanza de sus correligionarios. En "Shoah" de Claude Lanzmann, monumental testimonio del holocausto, no hay nada tan estremecedor como el relato de los antiguos sonderkommando, supervivientes de los campos de exterminio que describen con gran detalle (recuerdos imposibles de borrar) sus penalidades y la imposibilidad de limpiar la conciencia. Guiar a los recién llegados, indicarles que se desnuden, conducirlos al interior de las cámaras de gas, cerrar las puertas, recoger sus ropas y clasificar sus objetos de valor, sacar los cadáveres, cortarles el pelo, apilarlos en un montacargas, arrancarles las piezas dentales de oro, introducirlos en los hornos crematorios: la zona gris son las cenizas depositadas sobre los cuerpos de estos fogoneros del infierno. Cientos de víctimas diarias, miles durante las 16 semanas de vida media de un sonderkommando: después les esperaba el mismo destino que el de aquellos a los que habían llevado al matadero. Y lo sabían, pero era un periodo en el que, si el sonderkommando era eficaz, se aseguraban buena alimentación y buen alojamiento: prorroga vital pactada con el diablo, desesperado agarradero. Ellos no echaban el Zyklon B en las cámaras pero hacían todo lo demás: no eran los verdugos, pero eran el lubricante indispensable: chicos pálidos para la máquina de matar. El 7 de octubre de 1944, un sonderkommando se rebela en Auschwitz: la película será el homenaje a ese gesto suicida y heroico.
La ambientación de esta cinta es impresionante. Para el rodaje se construyó una réplica de uno de los campos de Auschwitz, empleando planos originales, y el efecto logrado es el de conseguir que el espectador contemple de manera fidedigna el Horror, pero contado tal y como debía ser en una fábrica de masacre que hacía de la muerte su negocio cotidiano: frialdad y precisión en el proceso, cadena de montaje bien afinada. Una película de terror.
lunes, enero 31, 2011
jueves, enero 27, 2011
Z-Type
Lo descubrí en la casa del tiosain
La primera vez que veo claramente la utilidad del título de mecanografía obtenido en la ilustre y extinta academia ERDE (¿los chavales siguen estudiando máquina o eso es más raro que estudiar griego, aún?).
Teclados como metralletas.
La primera vez que veo claramente la utilidad del título de mecanografía obtenido en la ilustre y extinta academia ERDE (¿los chavales siguen estudiando máquina o eso es más raro que estudiar griego, aún?).
Teclados como metralletas.
lunes, enero 24, 2011
"En un lugar solitario", de Nicholas Ray
Una de las primeras películas del director y ya es una obra maestra. Humphrey Bogart interpreta a un guionista de Hollywood, Dix Steel, famoso por su trabajo y por su carácter violento, que se ve envuelto en el asesinato de una chica de guardarropa: cine negro y a la vez una mirada al ombligo que acaba en las tripas del show business: se apaga el proyector y aparecen el éxito y el fracaso: de la cumbre al arroyo, entre el alcohol y el olvido.
"En un lugar solitario" se asoma a los rincones oscuros del tipo duro, del arquetipo del supermacho viril e indómito que han perfilado las novelas de Dashiell Hammett o Raymond Chandler y que ha arrasado en las pantallas de cine de todo el mundo. Todos quieren ser Bogart, un tío que no destaca por ser guapo pero que se lleva a la chica en un abrir y cerrar de ojos (quién mejor para dar consejos amorosos a Woody Allen en la icónica "Sueños de un seductor" de Herbert Ross), mientras pronuncia un par de frases certeras y cortantes y enciende su pitillo sin filtro. Bogart rompió el molde en su reflejo de celuloide pero murió de cáncer por culpa de tanto tabaco, un final nada épico. En esta película obtiene una de sus mejores interpretaciones, bordeando la frontera tenue entre el hombre impulsivo y maltratador, al que se le va la mano más de la cuenta, y el asesino cegado por la rabia: no soy un homicida pero te demuestro qué fácilmente podría cruzar la línea. Una actuación escalofriante, llena de intensidad.
La réplica se la da Gloria Grahame, gran actriz que brillaría después en otras películas como "Los sobornados" de Fritz Lang o "Cautivos del mal" de Vincent Minelli. En la época de "En un lugar solitario" era la esposa de Nicholas Ray. Su escabrosa relación incluye que ella se acostara con un hijo de Ray, Tony, fruto de un anterior matrimonio del director, cuando el chaval no tenía edad ni para afeitarse; años después de divorciarse de Nicholas se casaría con Tony: tuvo hijos con ambos: las cenas familiares debían ser tremendas.
El lugar solitario donde habita un director de cine apartado de sus orígenes y sumido en las drogas. Muchas veces los mejores guiones se encuentran entre bastidores y la vida de Nicholas Ray daría para uno fabuloso, dulce y amargo, pasional y melancólico, pero su historia también muestra la genialidad que se encuentra en el desorden: algunos de los fotogramas más brillantes de la historia del cine. Esencial.
"En un lugar solitario" se asoma a los rincones oscuros del tipo duro, del arquetipo del supermacho viril e indómito que han perfilado las novelas de Dashiell Hammett o Raymond Chandler y que ha arrasado en las pantallas de cine de todo el mundo. Todos quieren ser Bogart, un tío que no destaca por ser guapo pero que se lleva a la chica en un abrir y cerrar de ojos (quién mejor para dar consejos amorosos a Woody Allen en la icónica "Sueños de un seductor" de Herbert Ross), mientras pronuncia un par de frases certeras y cortantes y enciende su pitillo sin filtro. Bogart rompió el molde en su reflejo de celuloide pero murió de cáncer por culpa de tanto tabaco, un final nada épico. En esta película obtiene una de sus mejores interpretaciones, bordeando la frontera tenue entre el hombre impulsivo y maltratador, al que se le va la mano más de la cuenta, y el asesino cegado por la rabia: no soy un homicida pero te demuestro qué fácilmente podría cruzar la línea. Una actuación escalofriante, llena de intensidad.
La réplica se la da Gloria Grahame, gran actriz que brillaría después en otras películas como "Los sobornados" de Fritz Lang o "Cautivos del mal" de Vincent Minelli. En la época de "En un lugar solitario" era la esposa de Nicholas Ray. Su escabrosa relación incluye que ella se acostara con un hijo de Ray, Tony, fruto de un anterior matrimonio del director, cuando el chaval no tenía edad ni para afeitarse; años después de divorciarse de Nicholas se casaría con Tony: tuvo hijos con ambos: las cenas familiares debían ser tremendas.
El lugar solitario donde habita un director de cine apartado de sus orígenes y sumido en las drogas. Muchas veces los mejores guiones se encuentran entre bastidores y la vida de Nicholas Ray daría para uno fabuloso, dulce y amargo, pasional y melancólico, pero su historia también muestra la genialidad que se encuentra en el desorden: algunos de los fotogramas más brillantes de la historia del cine. Esencial.
jueves, enero 20, 2011
"Simón del desierto", de Luis Buñuel
Años y años de penitencia y meditación, absorto en una salmodia infinita para alejar cualquier pensamiento pecaminoso. Ora que ora. Encaramado a una columna de soberbia, de superioridad moral: estar más cerca de Dios para alejarse del hombre. Pero ni siquiera a tantos metros de la vida, en medio del desierto, deja de molestarle la gente. Pastores enanos, madres preocupadas, monjes mancebos y monjes envidiosos, peregrinos mezquinos en busca de su milagro: aquello parece la calle mayor. Y el peor de todos, Satán, envoltura de carne seductora capaz de arrebatarle el alma al más piadoso: el ángel pesado. Pero con Simón no puede. Ay el tonto Simón, con los brazos en cruz y a la pata coja.
Simón en soledad, en silencio roto por el redoble de los tambores de Calanda: soledad de la contemplación divina. Y el diablo impotente: cómo puedo joder a Simón, cómo darle donde más le duela. Se lo llevó de marcha: ¡qué cabrón el diablo! Precisamente.
Simón en soledad, en silencio roto por el redoble de los tambores de Calanda: soledad de la contemplación divina. Y el diablo impotente: cómo puedo joder a Simón, cómo darle donde más le duela. Se lo llevó de marcha: ¡qué cabrón el diablo! Precisamente.
viernes, enero 14, 2011
"Trainspotting", de Danny Boyle
Renton y Spud corriendo por una calle, perseguidos por haber mangado en una tienda, mientras suena la potente batería del "Lust for life" de Iggy Pop y la voz en off de Ewan McGregor enumera los numerosos motivos que conducen a la adicción: Choose life, choose a job, choose a career, choose a family, choose a fucking big television, choose washing machines, cars, compact disc players and electrical tin openers. Múltiples elecciones que conducen a un destino de mediocridad y estupidez, de angustia vital y egoísmo: exactamente lo mismo que produce estar enganchado a la heroína, sólo que el yonki no se entera mientras siga colgado. Cuando estás enganchado hay una única preocupación que es pillar más: la vida corriente desaparece. Full time business.
Coge el mejor orgasmo que hayas tenido, multiplícalo por mil y ni siquiera andarás cerca. La película, basada en la magnífica novela de Irvine Welsh sobre un grupo de jóvenes drogadictos y delincuentes que sobreviven en Edimburgo en los años 80, está lejos de cualquier intención moral: transgresora e impactante, con unos puntos cómicos míticos: Renton sumergiéndose en el peor retrete de Escocia y apareciendo en lo que podría ser la portada del "Nevermind" de Nirvana o Spud mostrando los efectos del speed en las entrevistas de trabajo. Desdramatización. En aquellos años los problemas de adicción a las drogas tenían proporciones de epidemia nacional y sus consecuencias eran muy visibles: la figura del yonki era tan habitual en el paisaje urbano como la de una cabina telefónica (te los encontrabas en cualquier punto de la ciudad, te acompañaban por toda la calle Toro, por la Plaza Mayor hasta la estación de autobuses: enróllate, dame algo, hoy por ti mañana por mí, ¿no llevas nada suelto?, todo lo que tengas para mí; entre el ruego y la amenaza, conseguir lo que sea: un chute por dos mil pelas; o aparecía alguno de madrugada sentado en un bordillo, llorando porque se le había salido el pico mientras un brazo sangrante colgaba inmóvil). Aunque el asunto no te hubiera llegado más cerca que en forma de un amigo o conocido (casi seguro que alguno había; si se trataba de un familiar: punto y aparte) sabías de sobra la dimensión del embolado. A todo ello se unieron cuatro letras como los cuatro jinetes del apocalipsis: S.I.D.A.: cadáveres de 30 kilos. Por tanto ir al cine y ver "Trainspotting" era obtener una visión diferente, una ruptura con lo establecido, pero a la vez una constatación: bebés muertos como símbolo del adiós a cualquier esperanza: la adicción deja paso a la depresión y el bajón: la fiesta de los 80 terminó (otra gran película sobre la droga, sobre todas las drogas es "Réquiem por un sueño" de Darren Arofnosky). Las películas de Eloy de la Iglesia que habíamos visto eran otro cine, más amargo, más cruento, pero lo que ofrecía la cinta de Danny Boyle era sorprendente. Si aquello buscaba ser realista esto otro era más... surrealista.
Una banda sonora fabulosa y unos actores que saltaron a la fama mundial. Entre ellos destaca Ewan McGregor que ha alcanzado la cumbre (¿qué puede haber más allá de interpretar a Obi-Wan Kenobi?: poca cosa) y se ha mantenido ("El escritor" de Roman Polanski, por ejemplo). Otros han tenido una suerte dispar, como Robert Carlyle (el violento Begbie, el personaje más inquietante de la trama: tener un amigo broncas es como llevar al lado un mono con una ballesta, confirmo) cuya trayectoria de éxito parece que se apagó después del triunfo impresionante de "Full Monty" de Peter Cattaneo o su papel protagonista en "Las cenizas de Ángela" de Alan Parker. También aparece el actor y director Peter Mullan, reciente Concha de Oro del Festival de San Sebastián por "Neds", haciendo de camello: la madre superiora: la que lleva más tiempo con el hábito: inolvidable mote.
La carrera posterior del director Danny Boyle halló un filón inesperado en la oscarizada "Slumdog millionaire", pero esa es otra historia.
"Trainspotting" es de culto. Absolutamente.
Coge el mejor orgasmo que hayas tenido, multiplícalo por mil y ni siquiera andarás cerca. La película, basada en la magnífica novela de Irvine Welsh sobre un grupo de jóvenes drogadictos y delincuentes que sobreviven en Edimburgo en los años 80, está lejos de cualquier intención moral: transgresora e impactante, con unos puntos cómicos míticos: Renton sumergiéndose en el peor retrete de Escocia y apareciendo en lo que podría ser la portada del "Nevermind" de Nirvana o Spud mostrando los efectos del speed en las entrevistas de trabajo. Desdramatización. En aquellos años los problemas de adicción a las drogas tenían proporciones de epidemia nacional y sus consecuencias eran muy visibles: la figura del yonki era tan habitual en el paisaje urbano como la de una cabina telefónica (te los encontrabas en cualquier punto de la ciudad, te acompañaban por toda la calle Toro, por la Plaza Mayor hasta la estación de autobuses: enróllate, dame algo, hoy por ti mañana por mí, ¿no llevas nada suelto?, todo lo que tengas para mí; entre el ruego y la amenaza, conseguir lo que sea: un chute por dos mil pelas; o aparecía alguno de madrugada sentado en un bordillo, llorando porque se le había salido el pico mientras un brazo sangrante colgaba inmóvil). Aunque el asunto no te hubiera llegado más cerca que en forma de un amigo o conocido (casi seguro que alguno había; si se trataba de un familiar: punto y aparte) sabías de sobra la dimensión del embolado. A todo ello se unieron cuatro letras como los cuatro jinetes del apocalipsis: S.I.D.A.: cadáveres de 30 kilos. Por tanto ir al cine y ver "Trainspotting" era obtener una visión diferente, una ruptura con lo establecido, pero a la vez una constatación: bebés muertos como símbolo del adiós a cualquier esperanza: la adicción deja paso a la depresión y el bajón: la fiesta de los 80 terminó (otra gran película sobre la droga, sobre todas las drogas es "Réquiem por un sueño" de Darren Arofnosky). Las películas de Eloy de la Iglesia que habíamos visto eran otro cine, más amargo, más cruento, pero lo que ofrecía la cinta de Danny Boyle era sorprendente. Si aquello buscaba ser realista esto otro era más... surrealista.
Una banda sonora fabulosa y unos actores que saltaron a la fama mundial. Entre ellos destaca Ewan McGregor que ha alcanzado la cumbre (¿qué puede haber más allá de interpretar a Obi-Wan Kenobi?: poca cosa) y se ha mantenido ("El escritor" de Roman Polanski, por ejemplo). Otros han tenido una suerte dispar, como Robert Carlyle (el violento Begbie, el personaje más inquietante de la trama: tener un amigo broncas es como llevar al lado un mono con una ballesta, confirmo) cuya trayectoria de éxito parece que se apagó después del triunfo impresionante de "Full Monty" de Peter Cattaneo o su papel protagonista en "Las cenizas de Ángela" de Alan Parker. También aparece el actor y director Peter Mullan, reciente Concha de Oro del Festival de San Sebastián por "Neds", haciendo de camello: la madre superiora: la que lleva más tiempo con el hábito: inolvidable mote.
La carrera posterior del director Danny Boyle halló un filón inesperado en la oscarizada "Slumdog millionaire", pero esa es otra historia.
"Trainspotting" es de culto. Absolutamente.
viernes, enero 07, 2011
"Balada triste de trompeta", de Álex de la Iglesia
Y si no queda satisfecho, le devolvemos su dinero.
Una promesa tan seductora, una oferta tan apetecible: la ausencia de riesgo: lléveselo y si no le gusta o no le queda bien, me lo trae sin ningún compromiso, que se lo cambio por otro o le devuelvo el dinero. O le hago un vale. Seguro que hoy las tiendas están llenas de gente pidiendo que se cumpla el trato.
La industria cultural no tiene en cuenta ese lema tan popular, eslogan típico de la sociedad de consumo, una frase mil veces oída que acudió a mi mente al abandonar la sala de cine. La cultura no tiene garantía de devolución. Si una camisa, enfrentándose a la prueba suprema del espejo de tu casa, no te produce el placer estético esperado (algo que por regla general suele suceder), el mayor problema será encontrar un momento para volver a la tienda (algo que tampoco sobra) a realizar el trueque. Pero si compras un libro, un disco o una película, o una entrada para asistir a un concierto, o para ver un museo o para ir al cine, y el producto no cubre la expectativas, la decepción será un triste colofón a tu dispendio económico. Comprar cultura es un riesgo, la adquisición de un bien intangible, de una esperanza.
Los pataleos del establishment intelectual, en forma de columna periodística, que han seguido al rechazo parlamentario de la ley Sinde (una ley con la que, por otro lado, estoy de acuerdo en algunos puntos -páginas web que se forran ofreciendo un producto con el que no están autorizados a comerciar- y casi nada en las formas -justicia rápida para delitos que ni siquiera está claro que lo sean), intentan en su mayoría igualar el objeto que venden al de cualquier otro bien de consumo genérico, sin evaluar la calidad de lo ofrecido ni su valor intrínseco. ¿Por qué cuesta lo mismo (o más) una película (o libro, o canción) mala que una buena si no cuesta lo mismo un utilitario que un deportivo, por ejemplo? ¿Por qué hay tan poca diferencia de precio entre pagar por ver una película por Internet o comprar el DVD ("Origen" de Christopher Nolan cuesta unos 15$ en Itunes, más o menos lo que cuesta el DVD en cualquier web de compras)? Y, para el caso de "Balada triste de trompeta", ¿cuál es su presupuesto y cuánto ha salido del bolsillo del contribuyente (muchos organismos oficiales en los créditos iniciales, como en todas las películas españolas)? ¿ por qué ver cine español no cuesta menos que ver una película norteamericana, ya que muchas películas (o todas) están subvencionadas por el estado y de ese modo promover que vayan más espectadores a las salas? Culpar al "pirateo" de todos los males del cine español es ver sólo una parte del problema, la parte que más interesa destacar. Sólo queréis ver las obras maestras que hacemos por la patilla, malvados.
Si yo fuera una persona consecuente con las sensaciones que me ha dejado la última película de Alex de la Iglesia, no volvería a ver ninguna película suya. Quizá ni tan siquiera volvería a ver ni una película española más, pues el director es además presidente de la Academia de las Arte y las Ciencias Cinematográficas de España y exponente del estado del arte de un género cultural. Pero no será así. Me parece un buen director de cine y ha realizado varias grandes películas. Sabe resolver secuencias complejas y rueda escenas de acción como pocos en este país. Su última cinta recuerda al cine de Tarantino, sobre todo al genial what if... histórico que era "Malditos bastardos". Pero si una seña de identidad tiene el director estadounidense es la de realizar escenas de acción que complementan un guión y no al revés. "Balada triste de trompeta" está colmada de diálogos pueriles, excesivamente teatrales, que salpican un hilo argumental descabellado y deslavazado, carente de tensión y de emoción y repleto de sangre y de heridas. Por destacar alguna bondad, sobresalen las actuaciones de los dos actores protagonistas: Carlos Areces (ese tremendo Rosario de "Museo Coconut": tv for freaks) y Antonio de la Torre. El primero realiza una escena dura y sorprendente (recordando a Paco 'el Bajo' en "Los santos inocentes" de Mario Camus o el comienzo de "El pequeño salvaje" de François Truffaut) que es de lo mejor de la película, y el segundo encarna a un bipolar payaso-amable/terrible-maltratador con un gran nivel de credibilidad. Pero llega un punto en que al director se le va la mano del todo y el enfrentamiento entre el payaso triste y el payaso listo (como en aquella "Muertos de risa", del mismo director, el odio feroz entre dos humoristas: me gustó bastante o al menos bastante más que esta triste trompeta) termina convertido en una especie de combate salvaje a muerte entre el Joker y Dos Caras, con el Valle de los Caídos transformado en la azotea del edificio más alto de Gotham. Qué desperdicio. Qué desastre. Tendría que haberla hecho en 3D, que en esas el guión importa poco y los planos picados de la cruz gigantesca hubieran quedado fetén. Y se hubieran fastidiado los piratas, esos facinerosos.
Al parecer Álex de la Iglesia se inspiró en esta canción de Raphael (aparece en "Sin un adiós", de Vicente Escrivá) para hacer su película: lamentos trompeteros.
Una promesa tan seductora, una oferta tan apetecible: la ausencia de riesgo: lléveselo y si no le gusta o no le queda bien, me lo trae sin ningún compromiso, que se lo cambio por otro o le devuelvo el dinero. O le hago un vale. Seguro que hoy las tiendas están llenas de gente pidiendo que se cumpla el trato.
La industria cultural no tiene en cuenta ese lema tan popular, eslogan típico de la sociedad de consumo, una frase mil veces oída que acudió a mi mente al abandonar la sala de cine. La cultura no tiene garantía de devolución. Si una camisa, enfrentándose a la prueba suprema del espejo de tu casa, no te produce el placer estético esperado (algo que por regla general suele suceder), el mayor problema será encontrar un momento para volver a la tienda (algo que tampoco sobra) a realizar el trueque. Pero si compras un libro, un disco o una película, o una entrada para asistir a un concierto, o para ver un museo o para ir al cine, y el producto no cubre la expectativas, la decepción será un triste colofón a tu dispendio económico. Comprar cultura es un riesgo, la adquisición de un bien intangible, de una esperanza.
Los pataleos del establishment intelectual, en forma de columna periodística, que han seguido al rechazo parlamentario de la ley Sinde (una ley con la que, por otro lado, estoy de acuerdo en algunos puntos -páginas web que se forran ofreciendo un producto con el que no están autorizados a comerciar- y casi nada en las formas -justicia rápida para delitos que ni siquiera está claro que lo sean), intentan en su mayoría igualar el objeto que venden al de cualquier otro bien de consumo genérico, sin evaluar la calidad de lo ofrecido ni su valor intrínseco. ¿Por qué cuesta lo mismo (o más) una película (o libro, o canción) mala que una buena si no cuesta lo mismo un utilitario que un deportivo, por ejemplo? ¿Por qué hay tan poca diferencia de precio entre pagar por ver una película por Internet o comprar el DVD ("Origen" de Christopher Nolan cuesta unos 15$ en Itunes, más o menos lo que cuesta el DVD en cualquier web de compras)? Y, para el caso de "Balada triste de trompeta", ¿cuál es su presupuesto y cuánto ha salido del bolsillo del contribuyente (muchos organismos oficiales en los créditos iniciales, como en todas las películas españolas)? ¿ por qué ver cine español no cuesta menos que ver una película norteamericana, ya que muchas películas (o todas) están subvencionadas por el estado y de ese modo promover que vayan más espectadores a las salas? Culpar al "pirateo" de todos los males del cine español es ver sólo una parte del problema, la parte que más interesa destacar. Sólo queréis ver las obras maestras que hacemos por la patilla, malvados.
Si yo fuera una persona consecuente con las sensaciones que me ha dejado la última película de Alex de la Iglesia, no volvería a ver ninguna película suya. Quizá ni tan siquiera volvería a ver ni una película española más, pues el director es además presidente de la Academia de las Arte y las Ciencias Cinematográficas de España y exponente del estado del arte de un género cultural. Pero no será así. Me parece un buen director de cine y ha realizado varias grandes películas. Sabe resolver secuencias complejas y rueda escenas de acción como pocos en este país. Su última cinta recuerda al cine de Tarantino, sobre todo al genial what if... histórico que era "Malditos bastardos". Pero si una seña de identidad tiene el director estadounidense es la de realizar escenas de acción que complementan un guión y no al revés. "Balada triste de trompeta" está colmada de diálogos pueriles, excesivamente teatrales, que salpican un hilo argumental descabellado y deslavazado, carente de tensión y de emoción y repleto de sangre y de heridas. Por destacar alguna bondad, sobresalen las actuaciones de los dos actores protagonistas: Carlos Areces (ese tremendo Rosario de "Museo Coconut": tv for freaks) y Antonio de la Torre. El primero realiza una escena dura y sorprendente (recordando a Paco 'el Bajo' en "Los santos inocentes" de Mario Camus o el comienzo de "El pequeño salvaje" de François Truffaut) que es de lo mejor de la película, y el segundo encarna a un bipolar payaso-amable/terrible-maltratador con un gran nivel de credibilidad. Pero llega un punto en que al director se le va la mano del todo y el enfrentamiento entre el payaso triste y el payaso listo (como en aquella "Muertos de risa", del mismo director, el odio feroz entre dos humoristas: me gustó bastante o al menos bastante más que esta triste trompeta) termina convertido en una especie de combate salvaje a muerte entre el Joker y Dos Caras, con el Valle de los Caídos transformado en la azotea del edificio más alto de Gotham. Qué desperdicio. Qué desastre. Tendría que haberla hecho en 3D, que en esas el guión importa poco y los planos picados de la cruz gigantesca hubieran quedado fetén. Y se hubieran fastidiado los piratas, esos facinerosos.
Al parecer Álex de la Iglesia se inspiró en esta canción de Raphael (aparece en "Sin un adiós", de Vicente Escrivá) para hacer su película: lamentos trompeteros.
martes, enero 04, 2011
"El discurso del rey", de Tom Hopper
La primera visita al cine en el año 2011 ha sido afortunada: buena película, amable y entretenida, repleta de excelentes actores y brillantes actuaciones, de diálogos inteligentes cargados de ironía clasista, y dotada de una ambientación muy lograda para representar con veracidad los convulsos años que pasó la monarquía británica entre la subida al trono de Eduardo VIII (el mayor escándalo rosa del siglo fue su relación con la divorciada americana Wallis Simpson) y su posterior abdicación en su hermano menor, Jorge VI. Este último o, mejor dicho, su tartamudez, son el leitmotiv de esta película.
Rey por la G. de Dios, por designio divino: por ser hijo de un rey. La lista de méritos para ocupar un trono son escasos y de difícil aceptación para cualquier persona razonable, más aún si se tiene en cuenta la importancia del cargo que se va a asumir: representar a una nación. El rey que te toque y a ver si hay suerte que para colmo el puesto es vitalicio. Las monarquías europeas modernas se alejaron del absolutismo delegando en parlamentos elegidos democráticamente (si hay suerte, también) las tareas de gobierno. Se convirtieron en reyes actores a los que sólo se les pide acudir a actos públicos, realizar viajes oficiales (a cuerpo de rey, claro) y decir unas palabritas. Ni siquiera tiene que escribirlas ya que los discursos los redactan otros, basta con que cojan el papel y lo lean en voz alta. Pues parece ser que algunos reyes ni siquiera eran capaces de eso.
Colin Firth, inglés, interpreta al soberano mientras que Geoffrey Rush, australiano, encarna el papel de su logopeda: buen duelo artístico. El primero suena para el Oscar, un premio que suele tener en cuenta actuaciones en las que se muestre la superación de barreras físicas o discapacidades (me hubiera gustado haber visto la película en versión original pero de todos modos el doblaje era impecable). Más allá de esa condición es un actor excelente, como ya demostró en "Genova" de Michael Winterbottom. En cuanto a Geoffrey Rush, hace años que se llevó un Oscar (lo que comentaba más arriba de superar barreras) por interpretar la dura lucha del pianista David Helfgott contra sus problemas mentales y contra el Concierto para piano nº 3 de Rajmáninov en "Shine" de Scott Hicks. También me gustó cuando hizo de Peter Sellers fuera del escenario en "Llámame Peter" de Stephen Hopkins.
Las historias de reyes y reinas de la pérfida Albión a través de los siglos, parecen haber producido buenos resultados, en la mayoría de las ocasiones, al llevarse al celuloide. Desde "Excalibur" de John Boorman a "The Queen" de Stephen Frears, pasando por las distintas adaptaciones de las obras de Shakespeare protagonizadas por reyes antiguos o las múltiples veces en que las vidas de Enrique VIII o su hija Isabel I han aparecido en fotogramas.
God save the film.
Rey por la G. de Dios, por designio divino: por ser hijo de un rey. La lista de méritos para ocupar un trono son escasos y de difícil aceptación para cualquier persona razonable, más aún si se tiene en cuenta la importancia del cargo que se va a asumir: representar a una nación. El rey que te toque y a ver si hay suerte que para colmo el puesto es vitalicio. Las monarquías europeas modernas se alejaron del absolutismo delegando en parlamentos elegidos democráticamente (si hay suerte, también) las tareas de gobierno. Se convirtieron en reyes actores a los que sólo se les pide acudir a actos públicos, realizar viajes oficiales (a cuerpo de rey, claro) y decir unas palabritas. Ni siquiera tiene que escribirlas ya que los discursos los redactan otros, basta con que cojan el papel y lo lean en voz alta. Pues parece ser que algunos reyes ni siquiera eran capaces de eso.
Colin Firth, inglés, interpreta al soberano mientras que Geoffrey Rush, australiano, encarna el papel de su logopeda: buen duelo artístico. El primero suena para el Oscar, un premio que suele tener en cuenta actuaciones en las que se muestre la superación de barreras físicas o discapacidades (me hubiera gustado haber visto la película en versión original pero de todos modos el doblaje era impecable). Más allá de esa condición es un actor excelente, como ya demostró en "Genova" de Michael Winterbottom. En cuanto a Geoffrey Rush, hace años que se llevó un Oscar (lo que comentaba más arriba de superar barreras) por interpretar la dura lucha del pianista David Helfgott contra sus problemas mentales y contra el Concierto para piano nº 3 de Rajmáninov en "Shine" de Scott Hicks. También me gustó cuando hizo de Peter Sellers fuera del escenario en "Llámame Peter" de Stephen Hopkins.
Las historias de reyes y reinas de la pérfida Albión a través de los siglos, parecen haber producido buenos resultados, en la mayoría de las ocasiones, al llevarse al celuloide. Desde "Excalibur" de John Boorman a "The Queen" de Stephen Frears, pasando por las distintas adaptaciones de las obras de Shakespeare protagonizadas por reyes antiguos o las múltiples veces en que las vidas de Enrique VIII o su hija Isabel I han aparecido en fotogramas.
God save the film.