En la reciente lista de nominaciones de los premios Oscar aparecía, de cuando en cuando, este título dirigido por Guillermo del Toro (entre otras expectativas, la de mejor película) y ayer, además, surgía la novela en la que se basa la trama, cual seta imprevista, cual tarea no realizada, cual carta del tarot por levantar, en alguna que otra mesa de la recuperada feria del Día del Libro de la Plaza Mayor de Salamanca. Así que, esperando a que diera comienzo la final de la Copa del Rey de fútbol, pensé en darle una oportunidad a la última de del Toro, advertido, eso sí, de que lo último rodado por el cineasta de Guadalajara antes de esto último había sido en gran medida una decepción, más aún, por último, si se ponía en comparación con lo primero que conformaba la carrera cinematográfica de este director, ese "tim burton" mexicano que nos deslumbró en sus inicios y que parece venido a menos. No digas que no te lo dije.
El ecosistema feriante de los Estados Unidos en el periodo de entreguerras, durante los duros años de la Gran Depresión, ha sido retratado por el cine en bastantes ocasiones, siempre tomando la magistral "Freaks" de Tod Browning como arquetipo y referencia ineludible e incuestionable para cualquier producción posterior. Dentro del tsunami de series de televisión que nos sigue inundando se han realizado ejemplos como "Carnivàle" para HBO (dos temporadas de una estupenda serie que fue interrumpida de forma abrupta) o "American Horror Story: Freak Show" de FX, tramas episódicas que abundaban en el muestrario de antiguos fenómenos de feria en blanco y negro a los que se les daba color postmoderno y que continuaban apuntalando sus argumentos en presentar aquel mundo circense y vagabundo como un territorio ajeno, separado de los códigos legales, estéticos y morales que mandaban en el resto del país, y que desde su particularidad misteriosa y arcana también se arrogaba el poder de impartir justicia: la tribu, el clan: leyes ancestrales no escritas que castigaban sin piedad a los infractores.
¿Qué aporta Guillermo del Toro con su película? Nada. Cinta plomiza de excesiva duración en la que para más inri cede la carga del protagonismo a las limitadas capacidades actorales de Bradley Cooper (que también es productor de la película), intérprete que nunca ha logrado emocionarme en lo más mínimo (excepto cuando me aseguro de que se ha llegado al último fotograma del metraje), y que ocupa el rol del forastero en tierra extraña, del que va en la feria como un bulto sospechoso (y, como dice el refrán, cada uno habla de la feria según le va en ella, que, aunque no venga a cuento con nada de lo que estoy escribiendo, no deja de ser una muestra de sabiduría popular y eso siempre viene bien). Guillermo del Toro lleva a cabo el mismo camino de crimen y castigo con el pérfido Stan Carlisle que ya nos enseñó Tod Browning hace noventa años con la no menos pérfida trapecista Cleopatra (la belleza se corrige donde la deformidad es la fuente de ingresos más segura) y le condena en un final que se anticipaba mediada la proyección: el engendro, la bestia dentro de la bella, otra vez. Y el Betis campeón de Copa, ahí lo tienes. Enhorabuena.