"Handia", la multipremiada película de los últimos Goya, triunfadora en número de "cabezones" con diez ejemplares cobrados, ofrece una referencia facilona y propicia en "El hombre elefante" de David Lynch, tanto por la época retratada, mediados del XIX, como por el tema abordado, o sea, la deformidad y su desgracia. Pero la comparación termina rápido: la percepción crítica basculará con rotundidad hacia la obra de Lynch, más acertada en cualquier factor que se me ocurra enumerar. Y punto. Y ha sido inesperado, porque esta pareja de directores (Aitor Arregi, entonces, como guionista) lograron convencerme sin matices con la fantástica "Loreak". Pero, claro, esa era otra historia.
"Handia" pretende forzar la empatía del espectador hacía la presunta tragedia del Gigante de Altzo, Joaquín Eleizegui Arteaga, nacido en 1818 y que alcanzó fama internacional desde su altura de 242 cm. Paseado por ferias y teatros, mostrado a reyes y científicos, siempre a cambio de dinero, se podría considerar que más que una tara su descomunal tamaño era una mina de oro, como bien se refleja en la película: no eran aquellos años un paradigma del estado del bienestar, precisamente, menos aún en España, de modo que escapar del hambre sin tener que deslomarse trabajando y conocer mundo con deshago económico, no estaba al alcance de cualquiera. Así que por muy cursis y dolientes que se puedan poner en algún momento los fotogramas, no convence el drama.
Fallido el acercamiento sentimental, queda por chequear el valor del trasfondo histórico, donde se percibe cierta añoranza carlista. Fernando VII, a su muerte, en vez de dejar el trono dejó al país una cruenta guerra civil entre los partidarios de su hija Isabel, que hereda el puesto como Isabel II, y los de Carlos, hermano del rey difunto. Isabelinos contra carlistas y a cuál peor, si bien el carlismo tenía una vena ultracatólica y ultraconservadora más acentuada que la de sus adversarios, que aventuraban ciertas inquietudes de monarquía liberal y afrancesada (esta última era una característica especialmente odiada desde la Guerra de la Independencia, pero hubiera sido una corriente que podía haber impulsado a la nación fuera del oscurantismo decimonónico que colocó a España a la cola de Europa): vencieron pero tampoco convencieron, protagonizando un reinado nefasto. Dios, Patria, Rey y Fueros, lema del carlismo, proclamas que son fuente de conflictos y rencores ancestrales que, inopinadamente, aún perviven, reviven y malviven, lastrando las opciones de los que simplemente conviven, o que al menos intentan convivir.