"Cuenta conmigo" es una de las películas más recordadas por los que fueron (fuimos) quinceañeros a mediados de los años ochenta, título de profunda nostalgia cinematográfica que se podría incluir en un destacado grupo de culto para desnortados de la E.G.B., junto a otros celuloides de la época también protagonizados por pandillas de jovenzuelos, como son "Los Goonies" de Richar Donner, "El club de los cinco" de John Hughes o, la última pero no menos importante, "El club de los poetas muertos" de Peter Weir. Lo primero que me impactó en su día de "Cuenta conmigo" fue el "desenfado" de su lenguaje: al fin una película en la que los personajes se hacían eco del dialecto que hablábamos a diario en el patio del recreo. Creo que hasta entonces la única obra en la que yo había podido leer algo semejante era en "La guerra de los botones" de Louis Pergaud, volumen señero, por insurgente, de la colección en tapa dura "Tus libros" de la editorial Anaya: el grito de guerra que los muchachos de Longeverne dedicaban a los del pueblo vecino de Velrans, "¡Que les den por culo a los velrranos!", sirve como pequeño ejemplo de la colección de tacos que llenaba un texto que debió pasarlas canutas con la censura, pero que se leía de un tirón cuando tenías doce años. Nunca más volví a tener amigos como los que tuve a los doce años, sentencia Richard Dreyfuss en el epílogo de la película: melancolía de rodillas siempre desconchadas, de camaradería infinita, del aburrimiento imposible.
A propósito de cintas generacionales, al actor River Phoenix se le puede considerar el James Dean de aquella generación: ambos, Phoenix y Dean, tuvieron una muerte prematura, accidental, dejando un cadáver bonito que no guarda el menor interés, por muy fotogénico que uno pueda pensar que es el retrato de un guapo muerto, y por muy chula que sea la frase que se escucha en "Llamad a cualquier puerta" de Nicholas Ray: Live fast, die young and have a good-looking corpse. Así, el fin de la aventura de la pandilla de chavales de Castle Rock, con su mención a que Chris Chambers, interpretado por un River Phoenix adolescente, fallecería años más tarde por mediar en una pelea en una hamburguesería, se reviste de oráculo fatal. Y no fue una bronca en un fast food, sino una sobredosis en una discoteca, pero el arcano XIII del tarot decidió aprovechar una absurda coincidencia de casting.
En todo caso sería un colofón exagerado para una película de apariencia alegre pero triste en su fondo, una historia que, basada en una novela de Stephen King, va más allá de describir una macabra excursión de unos chavales en busca del cuerpo de un chico desaparecido, sobrepasa esa finalidad lúdica acercándose casi sin quererlo a la autopsia de una era, la de unos felices años cincuenta que quizás no eran tan felices. En "Cuenta conmigo" los amigos son el refugio, la vía de escape ante desgraciadas vidas familiares, el paraíso frente a hogares derrumbados por el alcohol, por la locura, por la visita de la muerte: niños que han crecido verificando que nada es como les han contando que debería ser, y que se ven abocados a repetir el mismo destino amargo y mediocre de sus mayores. Será mejor, entonces, que esa caminata campestre del final del verano, siguiendo las vías del ferrocarril, no terminase nunca, o, como escribía Cavafis, pedir al menos que el camino sea largo.
domingo, noviembre 29, 2015
domingo, noviembre 22, 2015
"Poltergeist", de Tobe Hopper
Seguro que aquellas películas tuvieron gran culpa de todo lo que vino después. Contemplábamos, como si ellos fueran extraterrestres que nos mandaran mensajes desde un lejano planeta, sus enormes casas soleadas con piscina, divididas en inmensas habitaciones donde los niños tenían un montón de cosas chulas a su disposición para pasar otro día feliz en la Arcadia del consumo satisfecho. Desayunos repletos de delicias que el hastío del estomago saciado deslizaba debajo de la mesa para que se las comiera el perro, un perro grande y feliz también, por supuesto. Salían al exterior y el verde dominaba el paisaje: el verde del césped bien cuidado, el verde de frondosos árboles que bordeaban calles apacibles donde no había problema para circular en flamantes bicicletas o deslizarse con monopatines que parecían infinitamente mejores que el Sancheski que, algún afortunado, tenía por aquí. Automóviles king size y partidos de instituto con animadoras. Llegaba el día de Todos los Santos, y en vez de tener que ir al cementerio a pasar frío llevándole flores a la sepultura de la abuela y rezarle, entre alguna lágrima, un padrenuestro, se ponían unos disfraces cachondísimos y pasaban la velada jugando y visitando a los vecinos, los cuales les colmaban de golosinas. Truco o trato. Cuántos juguetes, cuánta ropa guay, cuánta niña rubia, cuánta salud y cuánta felicidad .
Qué diferente era todo. Qué distante de nuestro barrio de emigrantes del campo, de las escombreras polvorientas y de los solares llenos de basura, de la leche migada, de la mesa camilla y del brasero, del irritante tergal de nuestros pantalones y de la lana de nuestros jerséis autárquicos, de nuestros dos canales de televisión y nuestros Juegos Reunidos Geyper. La fiebre del adosado y del consume hasta morir que nos ha dominado en las últimas décadas, el dios mercado, se enraíza también en el subconsciente anidado por aquellas imágenes de películas de la primera mitad de los ochenta: colonia Hollywood: ya están aquí. Y sin duda Spielberg fue uno de los grandes profetas de la nueva religión.
"Poltergeist" lleva la firma de Tobe Hopper, uno de los principales renovadores del género de terror al realizar en 1974 la pesadilla titulada "La matanza de Texas", cinta que dejaba poco resquicio a la piedad y que afirmaba la posibilidad de la violencia más implacable e irracional ejercida sobre el primero que pasara por allí. Pero Spielberg figura en los créditos de la película como productor y guionista: caso claro de poli bueno y poli malo. Sucedía igual con "Inteligencia Artificial", proyecto de Stanley Kubrick que, debido a que el genial cineasta fallece en 1999, pasa a manos de Steven Spielberg, y en la que un espectador avisado parece que puede atribuir cada fotograma a uno u otro director: a Kubrick lo que es de Kubrick, y a Spielberg lo demás. Pues en "Poltergeist" sucede lo mismo, sobre todo en ese alucinante final en el que todo se desata y la angustia domina el metraje hasta el último suspiro: Hopper sabía bien cómo meterte el susto en el cuerpo. El comienzo de "Poltergeist" puede parecer una reedición de "Encuentros en la tercera fase", pero es un tono amable que pronto se verá desencajado por el horror más primario, un sentimiento que sigue funcionando en la película vista hoy día, por más que los efectos especiales de entonces hayan sido superados ampliamente por el estado del arte actual.
A la vez que una excelente película de terror, "Poltergeist" resulta una alegoría certera del progreso económico: el capitalismo salvaje asienta sus cimientos sobre despojos que un día cobrarán vida y ajustarán cuentas. La maximización del beneficio, a toda costa y sin el menor reparo moral, es una espiral diabólica que, en lugar de prestar un servicio a la sociedad, produce monstruos insaciables, dioses vengativos sedientos de sangre: mejor dicho, de desgracias ajenas. En 1982 "Poltergeist", película maldita, ya nos puso sobre aviso, pero nadie, deslumbrados por el american way of life, hizo caso de una piscina llena de ataúdes. Total, se pide otro crédito al banco, se instala una depuradora mejor y va que se mata. Literalmente.
Qué diferente era todo. Qué distante de nuestro barrio de emigrantes del campo, de las escombreras polvorientas y de los solares llenos de basura, de la leche migada, de la mesa camilla y del brasero, del irritante tergal de nuestros pantalones y de la lana de nuestros jerséis autárquicos, de nuestros dos canales de televisión y nuestros Juegos Reunidos Geyper. La fiebre del adosado y del consume hasta morir que nos ha dominado en las últimas décadas, el dios mercado, se enraíza también en el subconsciente anidado por aquellas imágenes de películas de la primera mitad de los ochenta: colonia Hollywood: ya están aquí. Y sin duda Spielberg fue uno de los grandes profetas de la nueva religión.
"Poltergeist" lleva la firma de Tobe Hopper, uno de los principales renovadores del género de terror al realizar en 1974 la pesadilla titulada "La matanza de Texas", cinta que dejaba poco resquicio a la piedad y que afirmaba la posibilidad de la violencia más implacable e irracional ejercida sobre el primero que pasara por allí. Pero Spielberg figura en los créditos de la película como productor y guionista: caso claro de poli bueno y poli malo. Sucedía igual con "Inteligencia Artificial", proyecto de Stanley Kubrick que, debido a que el genial cineasta fallece en 1999, pasa a manos de Steven Spielberg, y en la que un espectador avisado parece que puede atribuir cada fotograma a uno u otro director: a Kubrick lo que es de Kubrick, y a Spielberg lo demás. Pues en "Poltergeist" sucede lo mismo, sobre todo en ese alucinante final en el que todo se desata y la angustia domina el metraje hasta el último suspiro: Hopper sabía bien cómo meterte el susto en el cuerpo. El comienzo de "Poltergeist" puede parecer una reedición de "Encuentros en la tercera fase", pero es un tono amable que pronto se verá desencajado por el horror más primario, un sentimiento que sigue funcionando en la película vista hoy día, por más que los efectos especiales de entonces hayan sido superados ampliamente por el estado del arte actual.
A la vez que una excelente película de terror, "Poltergeist" resulta una alegoría certera del progreso económico: el capitalismo salvaje asienta sus cimientos sobre despojos que un día cobrarán vida y ajustarán cuentas. La maximización del beneficio, a toda costa y sin el menor reparo moral, es una espiral diabólica que, en lugar de prestar un servicio a la sociedad, produce monstruos insaciables, dioses vengativos sedientos de sangre: mejor dicho, de desgracias ajenas. En 1982 "Poltergeist", película maldita, ya nos puso sobre aviso, pero nadie, deslumbrados por el american way of life, hizo caso de una piscina llena de ataúdes. Total, se pide otro crédito al banco, se instala una depuradora mejor y va que se mata. Literalmente.
domingo, noviembre 15, 2015
"Marte (The Martian)", de Ridley Scott
Salvad al soldado Ryan... otra vez. La pregunta que falta formular en "The Martian" es si el astronauta Mark, interpretado por Matt Damon, que fue aquel Ryan de Spielberg, está dispuesto a que otros pongan en peligro sus vidas, una muerte mucho más allá de lo probable, en un azaroso intento de rescate. Ya quedó claro en "Europa One" de Sebastián Cordero, que en este tipo de aventuras la supervivencia del individuo es deseable pero no imprescindible. Para la NASA la misión es lo primero, sin duda alguna, y el que se apunta al viaje lo tiene claro. Quizás en "The Martian", para rematar la americanada en la que se convierte la película en su tramo final, hay que dejar muy claro el espíritu inspirado por el lema "Leave no man behind" del ejército estadounidense: Ridley Scott ya lo había escrito con letras de oro en la estupenda "Black Hawk Down".
Pero aquella cinta bélica se convertía en un reportaje periodístico, con los soldados del Tío Sam recibiendo una zurra considerable en las calles de Mogadiscio, mientras que "The Martian", reflejo de la novela homónima de Andy Weir, es pura ficción. Ficción científica, sí, pero ficción (para saber cuánto hay de ajustado en la parte científica del metraje, merece la pena darse un paseo por este artículo de Naukas, web de referencia para interesados por escritos de divulgación amenos pero realizados con rigor). No dejamos nadie atrás: las sagas "Rambo", protagonizada por Sylvester Stallone, o "Desaparecido en combate", con Chuck Norris, ya habían dejado patente en plena era Reagan que aquella frase era una gran mentira.
¿Dije americanada? Más aún, una parodia, un guión alimentado de tópicos que desemboca en improbable catarsis global: esas multitudes contemplando pantallas gigantes de televisión en las capitales más importantes del mundo, conteniendo el aliento, escenas vistas tantas veces en el cine menos trabajado: en "Independence Day" de Roland Emmerich, en "Armageddon" de Michael Bay, o, por supuesto en "Mars Attacks" de Tim Burton, parodia genial que sabía que lo era, mientras que las otras del grupo pretendían no saber que lo eran. Esa catarsis inducida es la demostración de que se intenta infiltrar emociones en una película fría, falta de conflicto. Así, la epopeya del ingenioso Robinsón espacial, no alcanza el grado de emoción de otras películas astronómicas recientes, de gran éxito, a la estela de las cuales se sitúa, como son "Interstellar" de Christopher Nolan o "Gravity" de Alfonso Cuarón. Ante esas tiene poco que hacer. Aunque se pinche un guante.
Pero aquella cinta bélica se convertía en un reportaje periodístico, con los soldados del Tío Sam recibiendo una zurra considerable en las calles de Mogadiscio, mientras que "The Martian", reflejo de la novela homónima de Andy Weir, es pura ficción. Ficción científica, sí, pero ficción (para saber cuánto hay de ajustado en la parte científica del metraje, merece la pena darse un paseo por este artículo de Naukas, web de referencia para interesados por escritos de divulgación amenos pero realizados con rigor). No dejamos nadie atrás: las sagas "Rambo", protagonizada por Sylvester Stallone, o "Desaparecido en combate", con Chuck Norris, ya habían dejado patente en plena era Reagan que aquella frase era una gran mentira.
¿Dije americanada? Más aún, una parodia, un guión alimentado de tópicos que desemboca en improbable catarsis global: esas multitudes contemplando pantallas gigantes de televisión en las capitales más importantes del mundo, conteniendo el aliento, escenas vistas tantas veces en el cine menos trabajado: en "Independence Day" de Roland Emmerich, en "Armageddon" de Michael Bay, o, por supuesto en "Mars Attacks" de Tim Burton, parodia genial que sabía que lo era, mientras que las otras del grupo pretendían no saber que lo eran. Esa catarsis inducida es la demostración de que se intenta infiltrar emociones en una película fría, falta de conflicto. Así, la epopeya del ingenioso Robinsón espacial, no alcanza el grado de emoción de otras películas astronómicas recientes, de gran éxito, a la estela de las cuales se sitúa, como son "Interstellar" de Christopher Nolan o "Gravity" de Alfonso Cuarón. Ante esas tiene poco que hacer. Aunque se pinche un guante.
domingo, noviembre 08, 2015
"Europa One", de Sebastián Cordero
Europa es el nombre de un satélite del planeta Júpiter. Un satélite singular: una esfera cubierta de hielo, de un tamaño similar al de la Luna, que debajo de su caparazón helado contiene agua en gran cantidad, una capa acuosa de muchos kilómetros de espesor. Y si hay agua es probable que también haya...
La película se sitúa en un futuro no muy lejano para plantear la posibilidad de enviar una misión espacial a Europa, misión tripulada, además, que se acerque a echar un vistazo, recoja muestras y, si el tiempo gélido y la radiactividad emitida por Júpiter lo permiten, plante una bandera. Solo que en este caso la bandera sería la de una multinacional, que es la que paga el viaje. Quizás esa sea una de las cuestiones esenciales de la trama. ¿Sería capaz una empresa privada de realizar el tremendo esfuerzo económico que requiere una expedición de estas características? ¿Qué beneficio puede esperar obtener a cambio? Las aventuras estelares realizadas hasta la fecha, han tenido, ante todo, interés científico a la par que un fuerte componente de propaganda política. Quedémonos sólo con el primero, las ansias de derribar las últimas fronteras que a la ciencia se le pongan por delante, y pensemos que la emocionante epopeya de la nave "Europa One" se trata de eso: sacrificios supremos que trascienden una existencia singular: el pequeño paso para el hombre y todo lo que va detrás: la misión es la prioridad única.
Gran sorpresa "Europa One", una película que no tiene los presupuestos "astronómicos" (doble sentido del término) de otras recientes colegas del género, pero que se conduce a lo largo de su metraje con mucha verosimilitud y el indispensable poder de convicción que permite al espectador ser uno más de la tripulación. El agua de Europa: el del Océano del planeta Solaris. Los mimoides descritos al detalle en la escritura densa de Stanisław Lem, tuvieron reflejo dispar en los retratos realizados en celuloide por Andréi Tarkovski o Steven Soderbergh: treinta años de diferencia entre ambas películas, la del ruso y la del estadounidense, estupendas las dos. Solaris haciendo surgir de sus mares las improntas del recuerdo para lograr comunicarse con sus visitantes. El agua primordial: sin agua no hay ser. El cerebro humano se compone mayoritariamente de agua: por qué no pensar que el Contacto, si algún día se produce, tendrá ese elemento como protagonista. Y si el agua no funciona, lo intentaremos con unas cañas.
La película se sitúa en un futuro no muy lejano para plantear la posibilidad de enviar una misión espacial a Europa, misión tripulada, además, que se acerque a echar un vistazo, recoja muestras y, si el tiempo gélido y la radiactividad emitida por Júpiter lo permiten, plante una bandera. Solo que en este caso la bandera sería la de una multinacional, que es la que paga el viaje. Quizás esa sea una de las cuestiones esenciales de la trama. ¿Sería capaz una empresa privada de realizar el tremendo esfuerzo económico que requiere una expedición de estas características? ¿Qué beneficio puede esperar obtener a cambio? Las aventuras estelares realizadas hasta la fecha, han tenido, ante todo, interés científico a la par que un fuerte componente de propaganda política. Quedémonos sólo con el primero, las ansias de derribar las últimas fronteras que a la ciencia se le pongan por delante, y pensemos que la emocionante epopeya de la nave "Europa One" se trata de eso: sacrificios supremos que trascienden una existencia singular: el pequeño paso para el hombre y todo lo que va detrás: la misión es la prioridad única.
Gran sorpresa "Europa One", una película que no tiene los presupuestos "astronómicos" (doble sentido del término) de otras recientes colegas del género, pero que se conduce a lo largo de su metraje con mucha verosimilitud y el indispensable poder de convicción que permite al espectador ser uno más de la tripulación. El agua de Europa: el del Océano del planeta Solaris. Los mimoides descritos al detalle en la escritura densa de Stanisław Lem, tuvieron reflejo dispar en los retratos realizados en celuloide por Andréi Tarkovski o Steven Soderbergh: treinta años de diferencia entre ambas películas, la del ruso y la del estadounidense, estupendas las dos. Solaris haciendo surgir de sus mares las improntas del recuerdo para lograr comunicarse con sus visitantes. El agua primordial: sin agua no hay ser. El cerebro humano se compone mayoritariamente de agua: por qué no pensar que el Contacto, si algún día se produce, tendrá ese elemento como protagonista. Y si el agua no funciona, lo intentaremos con unas cañas.