Un paseo por Nueva York en los años 60, en concreto por el lado de Greenwich Village, conocido epicentro cultural de la Gran Manzana. Esa parte de Manhattan es símbolo de vida bohemia, urbanita, y en sus bares de música en directo se dieron a conocer artistas que después tendrían fama mundial como The Mamas & the Papas, Simon & Garfunkel, Joan
Baez, Peter, Paul and Mary, Bob Dylan, Pete Seeger, Kris Kristofferson, etc. El folk se mezcla con el rock y resulta ser un medio estupendo para enviar mensajes revolucionarios, contraculturales, capaz de aunar en un solo himno la voz dispersa del inconformismo. The Times They are a-Changin.
Llewyn Davis (el actor Oscar Isaac: le recuerdo en "Ágora" de Alejandro Amenábar) será arquetipo de esa época. Pero los Coen no le van a colocar en la senda del éxito, sino en la legión de aspirantes que se quedó en el camino y que, sin lugar a dudas, representa la mayoría de las historias que se pueden contar de aquellos viejos tiempos. La estética del perdedor. En los escasos días a lo largo de los que trascurre la trama, a Llewyn Davis le van a caer golpes de todas las categorías y calibres, una odisea (no en vano lleva bajo el brazo a un gato llamado Ulises, un pequeño polizonte que sirve de McGuffin de buena parte del guión) vital que parece empeñada en hacerle colgar la guitarra y obligarle a sentar cabeza: búscate un trabajo serio, chico. Hasta el clima, invernal y grisáceo, parece en su contra, como si el mismo Poseidón se sumase al complot. "A propósito de Llewyn Davis" es el despertador, inmisericorde, del sueño americano (si se quiere disfrutar de un biopic para la otra cara de la moneda, se puede ver "I'm not there" de Todd Haynes: en busca de Robert Allen Zimmerman: no, no está allí).
Y poco más hay que ver en esta película de los hermanos Coen. Lo negro habitual en su cine (el negro en el humor y en el crimen) queda diluido en un discreto gris que, sin embargo, encierra un poderoso mensaje de melancolía. En un coche que avanza, a través de una sucia marea de aguanieve, por la ruta hacia Chicago, se reúnen un viejo jazzman drogadicto, un poeta beat ensimismado y el extraviado Llewyn Davis con su gato Ulises: un auténtico viaje hacia ninguna parte.
martes, enero 27, 2015
martes, enero 20, 2015
"Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia)", de Alejandro González Iñárritu
Bitelchús, Bitelchús, Bitelchús. Diga ese nombre tres veces y se aparecerá... Michael Keaton. El mejor papel de su carrera. ¿El de Birdman? No, no, aquel que hizo para la película "Beetlejuice" de Tim Burton, el personaje de un fantasma cachondo y salvaje capaz de expulsar, por las malas o las peores, a cualquier visita indeseada. Y de la mano de Burton también llegó Batman. Batman/Birdman. ¿Cómo no iba a ser Keaton el más indicado para la película de Iñárritu? "Birdman" es una metáfora de su propia carrera. En "Batman", con el actor enfundado en un musculado traje de vinilo negro y a las órdenes de la mente siniestra de Tim Burton, se renovó el género cinematográfico de superhéroes, llevándolo a un escalón superior, marcando pautas nuevas: bombazo mundial en taquilla. Ponerse una máscara y zumbarle a los malos parece que es muy rentable (Robert Downey Jr. es el actor mejor pagado de la actualidad por interpretar a cabeza de lata en las múltiples "Iron Man" y "Vengadores" que Hollywood considere necesario seguir rentabilizando) y, además, proporciona una fama universal al que encabeza los créditos
De una colección de recortes de prensa, de las vivencias que un actor tiene a lo largo de su carrera, surge el surtido de temas abordados en "Birdman": pasar de la fama al olvido y, si hay suerte, a la fama de nuevo (Billy Wilder dejó todo dicho en "El crepúsculo de los dioses"); la competencia con los compañeros de reparto, que puede llevar al odio absoluto, sobre todo sin son más jóvenes, más guapos y, ante todo, con más talento; la relación, enemigos mortales, con los críticos; los líos conyugales derivados de ser una estrella de cine a la que mucha gente le gustaría conocer más "íntimamente"; el embrollo monumental que es producir una película o una obra de teatro que tenga el ánimo de triunfar comercialmente; la esquizofrenia de la identificación con el personaje mundialmente conocido. Esta última faceta tiene gran importancia en la película: bipolaridad a través del espejo. Aparece cuando el espectador traspone al intérprete y a su interpretación, confunde el icono y su significado, y ese equívoco público termina por trasladarse a la vida privada del actor (el caso canónico de Béla Lugosi y Drácula). Muchos matices repasados pero ninguno rematado, pienso. Quizás el que me dejó sin parpadear fue el del enfrentamiento con la crítica teatral del New York Times, francotiradora solitaria que ejerce sin la menor piedad, acodada en la barra de un garito, su venganza intelectual contra el cine palomitero y sus retoños, esos que osan subirse a las sagradas tablas de un teatro, a rebufo de la fama popular y la pasta acaparada, para perpetrar navajazos dramatúrgicos contra autores de la talla literaria de, por ejemplo, Raymond Carver.
Con estos supuestos se puede entender que si Michael Keaton se lleva el Óscar será por desnudarse, y no sólo el alma, no: un sesentón paseándose en calzoncillos por la avenida Broadway bien vale una estatuilla: pornografía de la decrepitud, rentabilidad de la decadencia (¿Cuál es mayor éxito crítico de Jean-Claude Van Damme? Una en la que sale llorando, "JVCD" de Mabrouk El Mechri). La actuación es bastante convincente, de acuerdo, pero puede, sólo puede, que Edward Norton le robe la mayoría de planos cuando los comparten (no sólo porque lo diga el guión, claro; también sale en calzoncillos, por cierto: cortos, largos y... holgados). Y es posible también que Naomi Watts pase por esta película sin pena ni gloria, algo encasillada. Y cuidado con Emma Stone, joven airada, que está sensacional. Keaton, Norton y Stone, nominados en distintas categorías: felicidades.
Plano secuencia o secuencia de planos secuencia o para qué tanto alarde innecesario. Desde que Alejandro G. Iñárritu cortó con Guillermo Arriaga, guionista de sus grandes éxitos, "Amores perros", "21 gramos" y "Babel", y que reclamaba mayor consideración en la autoría del producto final, se puede pensar que el director mexicano está un poco obsesionado con demostrar su virtuosismo cinematográfico, lo gran director que, sin duda, es. "Biutiful", sin embargo, su película tras el divorcio mencionado, era un bodrio empapelado de empacho técnico, y aunque en "Birdman" no se llegue, ni de lejos, a esas cotas de ofuscamiento, la verdad es que tanta insistencia, inútil, en tener la cámara flotando y dando vueltas, termina por marear. Celuloide y biodramina. Para salir volando.
De una colección de recortes de prensa, de las vivencias que un actor tiene a lo largo de su carrera, surge el surtido de temas abordados en "Birdman": pasar de la fama al olvido y, si hay suerte, a la fama de nuevo (Billy Wilder dejó todo dicho en "El crepúsculo de los dioses"); la competencia con los compañeros de reparto, que puede llevar al odio absoluto, sobre todo sin son más jóvenes, más guapos y, ante todo, con más talento; la relación, enemigos mortales, con los críticos; los líos conyugales derivados de ser una estrella de cine a la que mucha gente le gustaría conocer más "íntimamente"; el embrollo monumental que es producir una película o una obra de teatro que tenga el ánimo de triunfar comercialmente; la esquizofrenia de la identificación con el personaje mundialmente conocido. Esta última faceta tiene gran importancia en la película: bipolaridad a través del espejo. Aparece cuando el espectador traspone al intérprete y a su interpretación, confunde el icono y su significado, y ese equívoco público termina por trasladarse a la vida privada del actor (el caso canónico de Béla Lugosi y Drácula). Muchos matices repasados pero ninguno rematado, pienso. Quizás el que me dejó sin parpadear fue el del enfrentamiento con la crítica teatral del New York Times, francotiradora solitaria que ejerce sin la menor piedad, acodada en la barra de un garito, su venganza intelectual contra el cine palomitero y sus retoños, esos que osan subirse a las sagradas tablas de un teatro, a rebufo de la fama popular y la pasta acaparada, para perpetrar navajazos dramatúrgicos contra autores de la talla literaria de, por ejemplo, Raymond Carver.
Con estos supuestos se puede entender que si Michael Keaton se lleva el Óscar será por desnudarse, y no sólo el alma, no: un sesentón paseándose en calzoncillos por la avenida Broadway bien vale una estatuilla: pornografía de la decrepitud, rentabilidad de la decadencia (¿Cuál es mayor éxito crítico de Jean-Claude Van Damme? Una en la que sale llorando, "JVCD" de Mabrouk El Mechri). La actuación es bastante convincente, de acuerdo, pero puede, sólo puede, que Edward Norton le robe la mayoría de planos cuando los comparten (no sólo porque lo diga el guión, claro; también sale en calzoncillos, por cierto: cortos, largos y... holgados). Y es posible también que Naomi Watts pase por esta película sin pena ni gloria, algo encasillada. Y cuidado con Emma Stone, joven airada, que está sensacional. Keaton, Norton y Stone, nominados en distintas categorías: felicidades.
Plano secuencia o secuencia de planos secuencia o para qué tanto alarde innecesario. Desde que Alejandro G. Iñárritu cortó con Guillermo Arriaga, guionista de sus grandes éxitos, "Amores perros", "21 gramos" y "Babel", y que reclamaba mayor consideración en la autoría del producto final, se puede pensar que el director mexicano está un poco obsesionado con demostrar su virtuosismo cinematográfico, lo gran director que, sin duda, es. "Biutiful", sin embargo, su película tras el divorcio mencionado, era un bodrio empapelado de empacho técnico, y aunque en "Birdman" no se llegue, ni de lejos, a esas cotas de ofuscamiento, la verdad es que tanta insistencia, inútil, en tener la cámara flotando y dando vueltas, termina por marear. Celuloide y biodramina. Para salir volando.
jueves, enero 15, 2015
"La gran belleza", de Paolo Sorrentino
Roma en perpetua decadencia. Al menos es así desde la época del emperador Marco Aurelio, desde la irrupción del cristianismo, desde las invasiones bárbaras. Ahora el invasor es otro, turismo invasor: un turista oriental cae al suelo desmayado por la extenuación de una jornada intensa, de recorrer un catálogo ingente de monumentos bajo el tórrido sol del verano romano o, causa más afortunada, fulminado por el síndrome de Stendhal. Cuánta belleza, gran belleza. El arte moderno, su expresión, que aparece en la película, resulta estéril, fatuo, de consumo fácil y fecha de caducidad temprana, contrastando con corredores en penumbra de antiguos palacios, colmados de esculturas y tapices que han aguantado el paso de los siglos: ruinas arqueológicas que aún levantan firmes sus osamentas ante el desprecio de la intemperie, lucha secular contra el abandono y el tiempo.
Jep Gambardella (Toni Servillo) cumple 65 años y se siente también como una ruina inútil, como el exponente de una generación vaciada, que ha perdido sus ideales y olvidado sus ambiciones, sobornada por los cantos de sirena del dinero, del lujo y de la fiesta continua. El sumo sacerdote de la religión de Jep es el cirujano plástico, el himno de su ejército lo perpetra un DJ ibicenco y el pozo de su talento literario queda consignado en los ecos de sociedad. Fiestas de vampiros: todos creen aparentar menos edad de la que realmente tienen: cuando tú te levantes por la mañana yo colocaré la tapa de mi ataúd. La sátira, la caricatura, lo grotesco. La ironía y el feísmo dominando el metraje, como en aquella otra película de Sorrentino, "Il divo", los últimos días en el poder de Giulio Andreotti, también con la piel de Toni Servillo en el papel protagonista. Pero cualquier referencia cinematográfica de "La gran belleza" deberá llevar el nombre de Fellini, claro: "La Dolce Vita", "Roma", "Giulietta de los espíritus", "Las noches de Cabiria". Una estética poderosa no exenta de ternura y que conduce de cabeza a la nostalgia. Y aunque la banda sonora no la firme Nino Rota, será igualmente perdurable en la memoria. Sostiene Jep que a Italia se la conoce mundialmente por la moda y la pizza. Y el cine, añado yo.
En su último tramo, la película toma una deriva realmente extravagante (aún más). Entra en escena una monja milagrosa (Roma llena de órdenes religiosas, una característica patente a lo largo de toda la cinta), trasunto de Teresa de Calcuta, virtud y mortificación absolutas, que parece representar lo opuesto a la pecaminosa existencia cotidiana de Jep. Ni la bailarina de striptease ni la santa en vida serán capaces de señalarle el camino: la percepción de la belleza, esa revelación trascendente que se tuvo con el primer amor, edad de la inocencia, y que se ha vuelto un sentimiento irrecuperable: no es posible bañarse dos veces en el mismo río, ni aunque ese río sea el Tíber, cauce primordial de la civilización de Occidente. Cada vida compone sus coplas manriqueñas, cada persona atesora sus ocasiones perdidas y, de cuando en cuando, mira hacia atrás y las contempla: la anestesia del recuerdo, lo que pudo ser y no fue. Esa posibilidad de haber sido es capaz de provocar un destello de esperanza en el ánimo nihilista de Jep. La melancolía autocomplaciente de la memoria.
Jep Gambardella (Toni Servillo) cumple 65 años y se siente también como una ruina inútil, como el exponente de una generación vaciada, que ha perdido sus ideales y olvidado sus ambiciones, sobornada por los cantos de sirena del dinero, del lujo y de la fiesta continua. El sumo sacerdote de la religión de Jep es el cirujano plástico, el himno de su ejército lo perpetra un DJ ibicenco y el pozo de su talento literario queda consignado en los ecos de sociedad. Fiestas de vampiros: todos creen aparentar menos edad de la que realmente tienen: cuando tú te levantes por la mañana yo colocaré la tapa de mi ataúd. La sátira, la caricatura, lo grotesco. La ironía y el feísmo dominando el metraje, como en aquella otra película de Sorrentino, "Il divo", los últimos días en el poder de Giulio Andreotti, también con la piel de Toni Servillo en el papel protagonista. Pero cualquier referencia cinematográfica de "La gran belleza" deberá llevar el nombre de Fellini, claro: "La Dolce Vita", "Roma", "Giulietta de los espíritus", "Las noches de Cabiria". Una estética poderosa no exenta de ternura y que conduce de cabeza a la nostalgia. Y aunque la banda sonora no la firme Nino Rota, será igualmente perdurable en la memoria. Sostiene Jep que a Italia se la conoce mundialmente por la moda y la pizza. Y el cine, añado yo.
En su último tramo, la película toma una deriva realmente extravagante (aún más). Entra en escena una monja milagrosa (Roma llena de órdenes religiosas, una característica patente a lo largo de toda la cinta), trasunto de Teresa de Calcuta, virtud y mortificación absolutas, que parece representar lo opuesto a la pecaminosa existencia cotidiana de Jep. Ni la bailarina de striptease ni la santa en vida serán capaces de señalarle el camino: la percepción de la belleza, esa revelación trascendente que se tuvo con el primer amor, edad de la inocencia, y que se ha vuelto un sentimiento irrecuperable: no es posible bañarse dos veces en el mismo río, ni aunque ese río sea el Tíber, cauce primordial de la civilización de Occidente. Cada vida compone sus coplas manriqueñas, cada persona atesora sus ocasiones perdidas y, de cuando en cuando, mira hacia atrás y las contempla: la anestesia del recuerdo, lo que pudo ser y no fue. Esa posibilidad de haber sido es capaz de provocar un destello de esperanza en el ánimo nihilista de Jep. La melancolía autocomplaciente de la memoria.
domingo, enero 11, 2015
"Big Hero 6", de Don Hall y Chris Williams
Disney explotando la veta Marvel, una "concesión minera" que adquirió en 2009 y que ha de proporcionarle suculentos beneficios. En el caso de "Big Hero 6", el filón se encontraba cavando en una miniserie de cómics nacida en el año 1998, una pequeña saga sobre un supergrupo que tuvo escasa expansión en el universo Marvel. Sin embargo, la marca del ratón Mickey ha demostrado que debajo de aquella alfombra de papel grapado había un tesoro y ha convertido las aventuras de Hiro y su robot Baymax en el taquillazo de animación de las pasadas navidades. Un triunfo merecido: la mejor opción para llevar a los chavales al cine e introducir fantasías de celuloide entre tantos días seguidos de vacaciones. Los creativos de Disney se han alejado bastante de la concepción original que los personajes tenían en el cómic, han realizado una transformación profunda a su diseño y a su estética. Si algún padre piensa que "Big Hero 6" en formato papel (en el caso de que los tebeos sean fáciles de encontrar en la actualidad, aunque es de esperar que el éxito de la película provoque la reedición de la obra) es un regalo apropiado para la salida del cine, bueno, en fin, mejor que los niños no sean demasiado pequeños: el Baymax de Marvel no resulta muy achuchable en realidad...
En el filme se ha alcanzado una afortunada mezcla entre las señas de identidad del género Manga y del sello Disney, de modo que el diseño de personajes, entre ellos el de Baymax como robot recauchutado, es sencillamente genial. Igual de natural funciona la conexión USA-Japón, representada en la hipotética ciudad de San Fransokyo, donde trascurre la acción: el sushi y el burguer, el Super Sentai de los Power Rangers y Sillicon Valley, el microchip y la astrofísica. Mención aparte merece la idea de los microbots que desbordan los fotogramas, infinitas piezas de ingeniería que cobran vida uniéndose en una marea alucinante de formas diversas, montura propicia para ser cabalgada por un temible villano, jinete negro de la robótica, oculto tras una máscara kabuki.
La pareja Hiro y Baymax funciona igual de bien que el ancestral dúo formado por el joven piloto Koji Kabuto y el imponente Mazinger Z: el robot como proyección del ansia de fuerza y de poder del niño, la varita mágica que permite sacudir al malo, al abusón: reparar la injusticia, poner orden en el mundo y equilibrar el entorno, ser otro y, de este modo, asfixiar los traumas de la adolescencia. "Big Hero 6" es un equipo integrado por empollones enfrascados en sus inventos tecnológicos, un conjunto de nerds que intentan superar múltiples desafíos físicos: superarlos y así superarse a sí mismos: el valor del ingenio, el esfuerzo, el estudio, la perseverancia, un rescoldo muy valioso que también es capaz de aportar la película, más allá del puro disfrute de verla: el estímulo creativo que puede alcanzar a un pequeño espectador y hacer que al cabo de unos días siga dándole vueltas a la cuestión de crear su propio robot: papel y lápiz: imaginación y trazo. El cine no tiene precio.
¿Y ese cacharro tan grande no está produciendo en realidad un agujero de gusano? "Interstellar", "The Imitation Game" o "Big Hero 6". Invitación a la ciencia. Para todos.
En el filme se ha alcanzado una afortunada mezcla entre las señas de identidad del género Manga y del sello Disney, de modo que el diseño de personajes, entre ellos el de Baymax como robot recauchutado, es sencillamente genial. Igual de natural funciona la conexión USA-Japón, representada en la hipotética ciudad de San Fransokyo, donde trascurre la acción: el sushi y el burguer, el Super Sentai de los Power Rangers y Sillicon Valley, el microchip y la astrofísica. Mención aparte merece la idea de los microbots que desbordan los fotogramas, infinitas piezas de ingeniería que cobran vida uniéndose en una marea alucinante de formas diversas, montura propicia para ser cabalgada por un temible villano, jinete negro de la robótica, oculto tras una máscara kabuki.
La pareja Hiro y Baymax funciona igual de bien que el ancestral dúo formado por el joven piloto Koji Kabuto y el imponente Mazinger Z: el robot como proyección del ansia de fuerza y de poder del niño, la varita mágica que permite sacudir al malo, al abusón: reparar la injusticia, poner orden en el mundo y equilibrar el entorno, ser otro y, de este modo, asfixiar los traumas de la adolescencia. "Big Hero 6" es un equipo integrado por empollones enfrascados en sus inventos tecnológicos, un conjunto de nerds que intentan superar múltiples desafíos físicos: superarlos y así superarse a sí mismos: el valor del ingenio, el esfuerzo, el estudio, la perseverancia, un rescoldo muy valioso que también es capaz de aportar la película, más allá del puro disfrute de verla: el estímulo creativo que puede alcanzar a un pequeño espectador y hacer que al cabo de unos días siga dándole vueltas a la cuestión de crear su propio robot: papel y lápiz: imaginación y trazo. El cine no tiene precio.
¿Y ese cacharro tan grande no está produciendo en realidad un agujero de gusano? "Interstellar", "The Imitation Game" o "Big Hero 6". Invitación a la ciencia. Para todos.
domingo, enero 04, 2015
"The Imitation Game (Descifrando Enigma)", de Morten Tyldum
¿Puede una persona, una sola, ganar una guerra? Seguramente no, seguro que hacen falta muchas más, sobre todo teniendo en cuenta la dimensión de un conflicto como la Segunda Guerra Mundial. La película, sin embargo, insistirá bastante en esa versión mesiánica, en colocar al matemático Alan Turing como al gran héroe desconocido (al menos fue así de desconocido hasta los años setenta, en los que empezaron a desempolvarse documentos clasificados de tres décadas antes) que consiguió un logro vital para el lado Aliado al encabezar el proyecto Ultra, un enorme esfuerzo técnico que culminó con el éxito de reventar el sistema de cifrado de la máquina Enigma, aparato utilizado por el ejercito alemán para sus comunicaciones secretas y que tenía fama de indescifrable.
Alan Turing era un nombre que aparecía habitualmente en las clases a las que yo asistía en la facultad. Curso tras curso eran varias las asignaturas en las que las ideas del británico servían para introducir un tema relacionado con problemas de inteligencia artificial, computación, automatismos, lógica, algorítmica, criptografía... Un genio indiscutible. Alan Turing es uno de esos tipos que, durante la primera mitad del siglo XX, revolucionaron el panorama científico mundial y anticiparon la llegada de una sociedad tecnificada hasta límites que sin duda hubieran desbordado sus más osadas previsiones teóricas. Pero, al parecer, Turing era homosexual. Ese "pero" que acabo de redactar parece una colosal estupidez, mas resultó ser importante para la sociedad en la que a Alan Turing le tocó vivir. Importante y trágico.
Película sensiblera, efectista, con un guión repleto de frases facilonas y autocomplacientes hasta forzar un cierto rubor de vergüenza ajena en el espectador atento. La biografía da paso al panegírico indisimulado (aquello del mesías heroico que mencioné al principio: supongo que la trama fuerza la nota para poner de relieve y de forma irrefutable la iniquidad de la "recompensa" que obtuvo Turing por sus servicios a la patria), y la cinta apunta certera y sin el mínimo temblor hacia los próximos premios Oscar (de momento a las nominaciones que se anunciarán en breve). Al director noruego Morten Tyldum le conocía de su anterior película, "Headhunters", un thriller nórdico bastante interesante, alejado del tono de "The Imitation Game". Pero el que no parece haber variado mucho el tono para realizar esta película es el protagonista, Benedict Cumberbatch, al que su "Sherlock" televisivo no cabe duda de que le sirve de pauta para ponerse en la piel de Turing. Sí, el taquillazo fácil, a qué negarlo, pero su vocación de denuncia de la injusticia histórica que se perpetró contra el personaje retratado hacen de "The Imitation Game" no sólo una película recomendable, sino obligatoria.
Alan Turing era un nombre que aparecía habitualmente en las clases a las que yo asistía en la facultad. Curso tras curso eran varias las asignaturas en las que las ideas del británico servían para introducir un tema relacionado con problemas de inteligencia artificial, computación, automatismos, lógica, algorítmica, criptografía... Un genio indiscutible. Alan Turing es uno de esos tipos que, durante la primera mitad del siglo XX, revolucionaron el panorama científico mundial y anticiparon la llegada de una sociedad tecnificada hasta límites que sin duda hubieran desbordado sus más osadas previsiones teóricas. Pero, al parecer, Turing era homosexual. Ese "pero" que acabo de redactar parece una colosal estupidez, mas resultó ser importante para la sociedad en la que a Alan Turing le tocó vivir. Importante y trágico.
Película sensiblera, efectista, con un guión repleto de frases facilonas y autocomplacientes hasta forzar un cierto rubor de vergüenza ajena en el espectador atento. La biografía da paso al panegírico indisimulado (aquello del mesías heroico que mencioné al principio: supongo que la trama fuerza la nota para poner de relieve y de forma irrefutable la iniquidad de la "recompensa" que obtuvo Turing por sus servicios a la patria), y la cinta apunta certera y sin el mínimo temblor hacia los próximos premios Oscar (de momento a las nominaciones que se anunciarán en breve). Al director noruego Morten Tyldum le conocía de su anterior película, "Headhunters", un thriller nórdico bastante interesante, alejado del tono de "The Imitation Game". Pero el que no parece haber variado mucho el tono para realizar esta película es el protagonista, Benedict Cumberbatch, al que su "Sherlock" televisivo no cabe duda de que le sirve de pauta para ponerse en la piel de Turing. Sí, el taquillazo fácil, a qué negarlo, pero su vocación de denuncia de la injusticia histórica que se perpetró contra el personaje retratado hacen de "The Imitation Game" no sólo una película recomendable, sino obligatoria.