martes, diciembre 30, 2014

"El Hobbit: la batalla de los Cinco Ejercitos", de Peter Jackson

En un reportaje realizado a propósito del estreno de "El Hobbit: la batalla de los Cinco Ejércitos", comentaba Ian McKellen (Gandalf de celuloide: así va a ser para los restos) que el ambiente de rodaje y el compañerismo, con el resto del reparto, que se percibía cuando Peter Jackson abordó la trilogía de "El Señor de los Anillos" (rodada entre los años 1999 y 2000), no tenía nada que ver con el que se había producido en el tiempo (años 2011-2012) dedicado para componer "El Hobbit": aquello inicial había sido una experiencia vital extraordinaria, una aventura fílmica impulsada por un visionario dispuesto a abordar una tarea inmensa, un director de cine que además era un amante profundo de la obra de Tolkien, mientras que esto último había sido un trabajo: la inercia del éxito, de seguir exprimiendo el filón: un trabajo muy lucrativo, a fin de cuentas. Lo que empezó como un proyecto de dos películas a dirigir por Guillermo del Toro, terminó convertido en tres partes que dirigiría el propio Peter Jackson después de que la quiebra de Metro-Goldwyn-Mayer en 2010 amenazara con que esta adaptación del cuento de "El Hobbit" nunca viera la luz. Lo que mal empieza peor termina y esa dilatación de metraje se deja sentir sobremanera en esta última entrega.

Si bien "El Hobbit: un viaje inesperado" o "El Hobbit: la desolación de Smaug" habían sabido justificarse en su duración y argumento, "El Hobbit: la batalla de los Cinco Ejércitos" se convierte en un apéndice cansino y desganado. Sí, probablemente eran dos las películas que hacían falta para contar el cuento del primer portador del Anillo y no tres. "El Hobbit: la desolación de Smaug" dejaba la acción en un punto álgido, como esas series de televisión que colocan el Continuará... a la vez que una maldición sale de tu boca con la impaciencia de que ya fuera lunes de nuevo. Pues llegó el lunes (una año después) y pasado un cuarto de hora, pasó lo mejor, pasó Smaug, y la batalla de los Cinco Ejércitos ni se acercará a la del Abismo de Helm presentada en "El Señor de los Anillos: las dos torres" o a la de los Campos del Pelennor de "El Señor de los Anillos: el retorno del Rey". La épica apenas se vislumbra, la emoción del combate resulta insulsa: funcionarial, de trámite. Combates singulares que se eternizan y actores poco entregados a la causa: fotogramas postizos que producen películas ortopédicas. Triste colofón.


sábado, diciembre 27, 2014

"Tabú", de Miguel Gomes

Ayer saldé dos cuentas pendientes. Una fue ver la película que da título a esta entrada y otra fue leer el cómic "Ardalén" de Miguelanxo Prado: la fecha del 26 de diciembre propicia, entre festejos que despiden el hálito del interminable día de la Marmota de Bill Murray, un oasis de tiempo dilatado, más aún si la niebla del exterior invita a salir lo mismo que una cita con Jack "el destripador". A comerse los canelones de Sant Esteve y a digerirlos plácidamente con películas y libros, placidez no reñida con la emoción: leer o ver películas es vivir más de una vida. Y la sorpresa fue descubrir cómo "Ardalén" y "Tabú" tenían tantos puntos en común: la memoria aún cuando sea ajena, el mediocre presente, la mitificación del pasado. Además en ambas un pasado colonial: americano para el español, africano para el portugués. La conexión sentimental Cuba-Galicia o Cabo Verde-Lisboa, supone (para el europeo, por supuesto: el nativo del territorio "conquistado" seguramente albergue otra percepción del trato), la promesa incumplida de prosperidad, pasión y una vida intensa, tan lejana de los tonos grisáceos peninsulares que despiden el brasero, el orballo y el duro trabajo campesino.

Saudade. La costa atlántica de la península ibérica ha mirado desde siempre hacia otros continentes, una esfinge asomada al balcón de Europa, a la que no ha dudado nunca en dar la espalda. El indiano retorna pero sólo en parte: la melancolía de la infancia patria apenas podrá contener la nostalgia del regreso a la colonia, al lugar del descubrimiento, del salto al vacío que lo cambió todo. Forastero en todas partes. La saudade, un término tan vago como preciso, tan ambiguo como exacto a la hora de definir ese estado del ánimo. "Tabú", en blanco y negro y dividida en dos partes, una que muestra el presente de la acción y otra que viaja hacia el pasado, acoge el vocablo con intensidad y entronca con el cine portugués que he visto hasta el momento, el de Manoel de Oliveira o el de Pedro Costa, cine con vocación de parar el tiempo, sobre todo en el caso de Costa: ya se sabe que cuando se viaja a Portugal conviene dejar el reloj en el fondo de la maleta (no es una queja, ¡bendita sea esa cualidad!).

Y si encuentro a otros directores de cine portugueses en el camino de Miguel Gomes, en literatura no tengo otra referencia que alcance la magnitud de la de Antonio Lobo Antunes, genial escritor portugués que ha vertido en papel sus recuerdos de los últimos estertores del imperio colonial luso, dotándolos de una estética literaria magnífica. El segundo capítulo de "Tabú", el que se desarrolla en África, cuenta con la característica añadida, para acercarla a un cuento, a un relato de otro, de que es un narrador el que cuenta el periplo, un tono monocorde que contrasta profundamente con que esa parte de la película sea la que cuenta unos hechos más convulsos: la intención del director de sumergir la cinta en la atmósfera onírica del ensueño y de reducir pasado y presente a una misma condición.

Recuerdos y ensoñaciones. "Ardalén", en cuanto a estilo, será todo lo contrario: un estallido de color, empleado de forma magistral por el autor coruñés, y una trama lírica, de gran intensidad emocional. En "Ardalén" la saudade alcanza un escalón superior: saudade que no es de uno mismo, sino la impronta que la memoria de otros deja en el espíritu. En palabras de Miguelanxo Prado: Debió de ser un viento marino, errático e improbable, el que llenó su cabeza de aquellas historias míticas y oceánicas, haciéndolo náufrago de recuerdos ajenos, pecio increíble de una marejada remota.


lunes, diciembre 22, 2014

"Mr. Turner", de Mike Leigh

El retrato del retrato, mejor aún, del retratador, aunque en el caso del pintor inglés Joseph Mallord William Turner serán sus cuadros de paisajes y no de personas, la faceta pictórica que ha colocado al artista, con todo merecimiento, en los libros de historia del Arte. La fuerza de la naturaleza en sus óleos, trabajados, además, de una forma poco común para su época, despreciando el detalle en la figura y centrando todos sus esfuerzos en la captura de la luz, hacen de Turner un pintor adelantado, visionario, precursor del impresionismo que estaba por llegar y, por supuesto, un incomprendido para sus coetáneos cuando sus telas desplegaban sus mayores ataques vanguardistas. A caballo entre los siglos XVIII y XIX, pintores como Turner o el español Francisco de Goya vislumbran un salto de gigante en el mundo de la pintura. Es revelador (y tanto) un pasaje de la película en el que Turner acude a un estudio a tomar contacto con un novedoso invento: la cámara fotográfica y los primeros daguerrotipos. ¿Para qué trabajar durante días, armado de pinceles, colores y paciencia, en hacer una copia más o menos fiel de algo, cuando existe un aparato que realiza esa tarea mejor, más rápido y con muchísimo menos esfuerzo? Retratistas de brocha al paro. Puertas que se cierran, caminos que se abren: "Lluvia, vapor y velocidad", el título de uno de sus cuadros más conocidos.

Pero la película de Mike Leigh realmente no hace gran énfasis en el análisis del mundo artístico de Turner. Más bien se centra en mostrar la parte común del genio, abordarlo desde lo cotidiano, desde las miserias diarias (ese mosaico doméstico ya lo bordó magistralmente el director Mike Leigh en su película más conocida, "Secretos y mentiras", ganadora de la Palma de Oro de Cannes del año 1996 y en la que el actor Timothy Spall, Turner de celuloide, no dejaba dudas de su talla interpretativa). Y desde ese punto de vista, pocas simpatías puede despertar el personaje en el espectador: gruñón, misógino, intratable, egoísta, cruel. Pero no todo negro ni mucho menos blanco. Si se da la circunstancia, el cariño, la compasión, la generosidad o la emotividad, pueden hacer su aparición y por tanto las mejores intenciones del director serán las de lograr plasmar las tensiones interiores que dominan una personalidad, conectando ese fuerte carácter, la pasión del espíritu, con la energía que desprenden los cuadros.

"Mr. Turner" es una película ambiciosa: el retrato del retratador pasa a ser el retrato de una época. Incluso se puede pensar que el retrato es en realidad caricatura: resulta chocante la forma en que la película muestra cómo se desenvolvían las reglas sociales de aquel tiempo, pero hay que pensar que ese es el tono probable. Pasajes como los que se desarrollan alrededor del mundillo de la Royal Academy of Art, mercadeo de envidias y celos artísticos, en los que se muestra la rivalidad de Turner con el otro gran paisajista inglés, John Constable, son de los que hacen valer el precio de la entrada: el arte es la manifestación máxima del ego, por supuesto. El artista y su obra: el cuadro nunca acabado, la búsqueda que no tiene fin. Como un mantra atávico inserto en la conciencia humana desde tiempos inmemoriales: ¡El Sol es Dios! Y Turner uno de sus más fervorosos creyentes.

jueves, diciembre 11, 2014

"Relatos salvajes", de Damián Szifrón

Cuéntame un cuento. Mejor, cuéntame seis: "Pasternak", "Las ratas", "El más fuerte", "Bombita", "La propuesta" y "Hasta que la muerte nos separe". Seis, seis cortometrajes por el precio de un largo, un festival de relatos cinematográficos de autor. En Argentina ha arrasado, allí, en la meca de las agencias publicitarias: comerciales de medio minuto capaces de condensar tramas de rápido ingenio que hacen lamentar que el programa televisivo continúe su emisión. En Argentina se desarrollan estas historias, con el dedo puesto sobre Buenos Aires, ciudad que, por lo visto en la proyección, debe estar bastante cabreada, muestra avanzada de muchas otras urbes colmadas de habitantes que están a punto de explotar de ascopena. Y de rabia.

Películas ómnibus, un género promiscuo en el que abundan los ejemplos. Al igual que en "Relatos salvajes", puede ser un director para todo ("Night on Earth" de Jim Jarmusch, "Creepshow" de Georges A. Romero, incluso películas episódicas que confluyen de algún modo como "Vidas cruzadas" de Robert Altman, "Crash" de Paul Haggis, "Babel" de Alejandro González Iñárritu, "Grand Canyon" de Lawrence Kasdan) o un responsable de la firma de cada capítulo ("En los límites de la realidad" de Landis-Spielberg-Dante-Miller o "Historias de Nueva York" de Scorsese-Coppola-Allen), una autoría compartida que produce resultados más irregulares, a mi entender: mezcla de churras (o churros) y merinas. Pero pongamos un caso singular reciente que sirva de recomendación. Bueno, que sean dos (o tres), uno para el celuloide, la película "Gente en sitios" de Juan Cavestany, donde el corto pasa a ser micro, pasajes descolocadores que sitúan la mente del espectador en terrenos que no suele frecuentar, y otro para el papel, los libros de relatos "Como una historia de terror" o "Bajo el influjo del cometa" del escritor Jon Bilbao: lo cotidiano rebelándose contra su mediocre condición.

A su vez recomendar esta película de Damián Szifrón (triunfo de boca-oreja) que logra un excelente resultado apuntando hacia una línea virtuosa de violencia engendrada por la venganza. Virtuosa en lo cinematográfico, se entiende. Aunque tampoco es que sea un dechado de originalidad: más de un déjà vu escondido tras los fotogramas. El director incluso no duda en empuñar, en alguno de sus cuentos, el conocido rifle de Chejov. Se atribuye a a Antón Chéjov, cuentista por antonomasia, la siguiente sentencia: Si en el primer acto tienes un rifle colgado de la pared, entonces en el segundo o en el tercer acto debe ser disparado. Si no, no lo pongas ahí. Szifrón toma buena nota de esta ley del relato corto, un formato que funciona sin necesidad de subtramas y en la que todo lo que aparece tiene su importancia y acarrea consecuencias: consecuencias catastróficas: apunta y después dispara.
¿A quién no le gustan los cortometrajes? El cine en los tiempos del puñetero tweet. Lo bueno si breve... Pues no, si es bueno y extenso, mejor que mejor. ¿O no?


domingo, diciembre 07, 2014

"Winter sleep", de Nuri Bilge Ceylan

La identidad y la máscara
Capadocia, nombre asociado a destino turístico mundialmente conocido y anhelado, una equis en el mapa a la que a todo dominguero bien forrado le gustaría realizar una escapada: un vuelo cómodo y sin retrasos, un trayecto por tierra a ser posible más cómodo aún y después una estancia breve en un hotel de esos con encanto: saturar de imágenes el disco de memoria de una cámara fotográfica y pasearse por allí vestido como si uno fuera a coronar el Everest. El rey del mundo, del mundo convertido en un parque temático al que cualquiera puede entrar sin más que abonar el precio de la entrada. ¿Quiere un caballo? Ahora mismo le capturamos uno. Turismo pervertidor del propósito original de la construcción (Venecia se hunde bajo el peso de cientos de miles de gordos turistas indocumentados), paisaje de rocas horadadas antiguamente para que una población mísera se protegiera de gélidos inviernos y veranos abrasadores, para sobrevivir al clima y a las cabalgadas de ejércitos dispuestos a adueñarse, a sangre y fuego, del territorio del vecino. Todo preparado para acoger al visitante, cuerno de la abundancia, pero ninguno de esos excursionistas querrá rasgar el decorado y pasar a la zona de servicio, allí donde se encuentra la vida real del sitio visitado. No sólo es un hotel, también es el hogar de alguien. Segundo nivel del juego de máscaras.

La construcción del mundo
En su libro "Las sombras errantes" tiene Pascal Quignard una frase redentora: He buscado el descanso en todo el universo y no lo he encontrado más que en un rincón con un libro. Descubrir que la literatura es mejor que la vida y poner por delante un escudo vital, el refugio de la redención por el arte, el instante de la contemplación, de la revelación de lo trascendente. Pero es el hombre animal social, tiene familia (en este caso, una hermana recién divorciada, despechada y dispuesta a canalizar ese desprecio interior hacia los que se encuentran a su alrededor), tiene pareja (el desamor y el desarraigo como efectos secundarios indeseables para la enfermedad química del enamoramiento) y tiene conciencia. Momento de acudir a otro autor genial, Milan Kundera y "La inmortalidad": no es el pienso, luego existo, sino el siento, luego existo: Pienso luego existo, es el comentario de un intelectual que subestima el dolor de muelas. Siento luego existo es una verdad que posee una validez mucho más general y se refiere a todo lo vivo. (...) La base del yo no es el pensamiento, sino el sufrimiento, que es el más básico de todos los sentimientos. En el sufrimiento, ni siquiera un gato puede dudar de su insufrible yo. En un sufrimiento fuerte, el mundo desaparece y cada uno de nosotros está a solas consigo mismo. El sufrimiento es la universalidad del egocentrismo. Los celos, la soberbia, el odio: ser muy leído no inmuniza contra las pequeñas vanidades mundanas. Mucho resentimiento y poco amor. Película de soledades.

Los desposeídos
El tercer nivel del juego de máscaras impacta en la trama como una piedra que destroza un parabrisas. El dueño del hotel es un propietario, un notable, el rico del lugar: la bohemia intelectual se esconde y las gafas de leer se olvidan en cualquier parte cuando nos ponemos a hablar de números. ¿Quién vive en esas casas tan bonitas? El turismo rural se extiende por zonas en las que la vida cotidiana es dura: trabajo a la intemperie mal remunerado, economías de subsistencia y horizontes sin esperanza. Ahí el maná del turismo no llega, en esa frontera se seguirá a lo suyo varios siglos más, esperando una oportunidad de prosperar que le evitará eternamente. Pero mucho peor que ser pobre es dar lástima y que los vecinos sepan que no pagas tus deudas, que no eres honrado: guardar siempre las apariencias. No existen el buen salvaje ni la bucólica vida campestre. Lo que anida con fuerza es un profundo rencor clasista que permita, algún día, devolver el golpe. El orgullo como única riqueza.