Sueño o realidad. La confusión del instante del despertar, cuando los ojos pugnan por abrirse mientras Morfeo aún no tiene ganas de aflojar su lazo. Un pie a cada lado de la frontera, produciendo un estado alterado, el viajero extraviado entre dos mundos: a veces no se quiere volver. Michel Gondry encuentra en ese terreno la excusa probable para simular una comedia romántica, de enredos, de las de siempre, un género dotado de unos resortes realmente simples que, liados en exceso, conducen a ninguna parte. Hacia lo fallido (Christopher Nolan, otro navegante de ensoñaciones, con "Origen", logró no perderse -por poco- en un territorio tan escasamente cartografiado, pero sus propósitos en aquella película eran totalmente distintos de los de Gondry, peonza incluida).
Dos grandes actores, Gael García Bernal y Charlotte Gainsbourg, excelencias individuales que no implican que si las juntas vayas a obtener un resultado excelente a su vez: la química se llega a vislumbrar pero se desmorona miserablemente y sin solución: pareja demasiado exótica. Por otro lado, la conocida vocación innovadora del director francés, el ansia de forzar la puesta en escena con recursos visuales imaginativos, afán que le conduce en esta ocasión a mezclar en la cinta técnicas de animación de escuela eslava con los actores de carne y hueso, una mezcla que aquí queda fatal (recuerdo a Bob Hoskins bordando su excursión a Dibulliwood en "¿Quién engañó a Roger Rabbit?" de Robert Zemeckis, por poner un ejemplo de éxito en el collage fílmico y de paso nombrar al estupendo actor, que falleció no hace mucho), rozando la cutrez más vergonzosa, estética que podría parecer hecha a propósito, pero a mi humilde ojo cinéfilo no le da esa impresión: mal preparado y peor rematado: la ciencia del mal sueño, de sueños que nadie tiene (sin duda ya habrán oído este verano la publicidad del departamento nacional de loterías y ludopatía: 'No tenemos sueños baratos'). Un guión que tenía muchos puntos para afrontar un resultado más que digno (la vecinita parisiense, la fauna del lugar de trabajo, el sonambulismo, las inquietudes artísticas, el ambiente onírico, los líos idiomáticos, el indudable talento en el reparto) queda atrapado en un sueño. O en una pesadilla.
No, aún me quedan dos semanas de vacaciones.
jueves, julio 31, 2014
sábado, julio 19, 2014
"Laurence anyways", de Xavier Dolan
Hace unos meses que mi colega bloguero Darío, encantador del "Nido de serpientes" y responsable de las indispensables meditaciones allí depositadas, mencionó este título: lo tendré en cuenta, dije: lo he tenido. Además el nombre de su director, Xavier Dolan, lleva tiempo abordando el mundo cinéfilo más festivalero, Cannes y sus compadres, irrumpiendo sin temor desde su insultante juventud, paso a paso hasta que cualquier año de estos se lleve la palma. La de oro, claro. No había visto ninguna de sus películas (firma cinco largometrajes con sólo 25 años este canadiense) así que a propósito de Laurence, y de Darío, llega la oportunidad. Película larga que mostrará virtudes, momentos brillantes, mas no se esconderán los consejos de enmienda, ay.
La primera impresión es almodovariana: obvio teniendo en cuenta el tema tratado, un desencadenante de la acción que pone en mente "Todo sobre mi madre", algo menos "Tacones lejanos", y puestos a rebuscar en referencias por qué no mencionar aquella impactante "Juego de lágrimas" de Neil Jordan, aunque la cinta del director irlandés trascendía lo íntimo para adentrarse en lo social y lo político: ¿qué película irlandesa de aquella época no lo hacía? Me quedo con el factor Almodóvar, pues la historia contada en "Laurence anyways" se inicia a finales de los años 80 y recorre la década posterior, nutriendo el celuloide con vestuario, peinados o temas musicales ad hoc, factores ambientales que generan rubores casi olvidados de hombreras, cardados y camisas estampadas inclasificables: tal como éramos y tal como las cintas de Pedro Almodóvar pintan los decorados, si bien Dolan aplica mucha menos intensidad, en el fondo y en la trama: "Laurence anyways" es una película para todos los públicos, bastante edulcorada y amable, con cierto abuso de la estética videoclip y de la cámara lenta: enfatizar sentimientos dopando el fotograma.
Transexualidad. La transformación que no lo es si es entendida como transformarse en otra cosa, pues de lo que se trata es de transformarse en lo que se es en realidad. No, los que deben transformarse son los otros, son la familia, la pareja, los amigos, todos aquellos a los que la revelación les coge con el paso cambiado: él ha tenido un montón de años para pensárselo, para reafirmar sus sospechas, para dar el salto al vacío en el momento propicio, pero al resto le quitan de improviso el suelo bajo los pies. ¿Quién es Laurence? Laurence, anyways. El aspecto exterior cambia pero la persona sigue siendo la que era. Aceptación o repudio, esa es la decisión, pero el torbellino emocional está lanzado y ya no hay quien lo pare. Los protagonistas son Melvil Poupaud y Suzanne Clément. Al principio de la cinta aparecen demasiado sobreactuados sobre todo ella (¿no debería ser al revés?), sobreactuación que en mi opinión aparece por exceso de improvisación. El proceso de madurez al que la película asiste también incluye al propio rodaje, de modo que según llega el final se equilibra el ardor interpretativo. Esto conlleva, por otro lado, que el nivel de pasión se hunda y que el director opte por un flashback al pasado para cuajar un breve clímax final. Algo tramposo el joven Dolan y quizás demasiado joven para aceptar que hay asuntos que no deben tener ni segundas partes ni vuelta atrás. Caminos sin retorno: lo que hay delante es otra cosa.
La primera impresión es almodovariana: obvio teniendo en cuenta el tema tratado, un desencadenante de la acción que pone en mente "Todo sobre mi madre", algo menos "Tacones lejanos", y puestos a rebuscar en referencias por qué no mencionar aquella impactante "Juego de lágrimas" de Neil Jordan, aunque la cinta del director irlandés trascendía lo íntimo para adentrarse en lo social y lo político: ¿qué película irlandesa de aquella época no lo hacía? Me quedo con el factor Almodóvar, pues la historia contada en "Laurence anyways" se inicia a finales de los años 80 y recorre la década posterior, nutriendo el celuloide con vestuario, peinados o temas musicales ad hoc, factores ambientales que generan rubores casi olvidados de hombreras, cardados y camisas estampadas inclasificables: tal como éramos y tal como las cintas de Pedro Almodóvar pintan los decorados, si bien Dolan aplica mucha menos intensidad, en el fondo y en la trama: "Laurence anyways" es una película para todos los públicos, bastante edulcorada y amable, con cierto abuso de la estética videoclip y de la cámara lenta: enfatizar sentimientos dopando el fotograma.
Transexualidad. La transformación que no lo es si es entendida como transformarse en otra cosa, pues de lo que se trata es de transformarse en lo que se es en realidad. No, los que deben transformarse son los otros, son la familia, la pareja, los amigos, todos aquellos a los que la revelación les coge con el paso cambiado: él ha tenido un montón de años para pensárselo, para reafirmar sus sospechas, para dar el salto al vacío en el momento propicio, pero al resto le quitan de improviso el suelo bajo los pies. ¿Quién es Laurence? Laurence, anyways. El aspecto exterior cambia pero la persona sigue siendo la que era. Aceptación o repudio, esa es la decisión, pero el torbellino emocional está lanzado y ya no hay quien lo pare. Los protagonistas son Melvil Poupaud y Suzanne Clément. Al principio de la cinta aparecen demasiado sobreactuados sobre todo ella (¿no debería ser al revés?), sobreactuación que en mi opinión aparece por exceso de improvisación. El proceso de madurez al que la película asiste también incluye al propio rodaje, de modo que según llega el final se equilibra el ardor interpretativo. Esto conlleva, por otro lado, que el nivel de pasión se hunda y que el director opte por un flashback al pasado para cuajar un breve clímax final. Algo tramposo el joven Dolan y quizás demasiado joven para aceptar que hay asuntos que no deben tener ni segundas partes ni vuelta atrás. Caminos sin retorno: lo que hay delante es otra cosa.
jueves, julio 17, 2014
"Warrior", de Gavin O'Connor
El género de "combates" es muy amplio. Se puede incluir en él, como apartado más prestigioso, el dedicado al boxeo. El deporte de las doce cuerdas ha dado lugar a películas que brillan con fuerza en la historia del cine ("Toro salvaje" de Martin Scorsese, "Fat city" de John Huston,...), un éxito que tiene como uno de los ejemplos más recientes (bueno, ya pasó casi una década, ¡date cuenta!) la multipremiada "Million Dollar Baby" de Clint Eastwood. Y también se puede incluir, las cosas como son, un surtido casi infinito de macarradas infames que poblaban la estantería especializada del videoclub del barrio (de eso han pasado más décadas aún, me temo). Un catálogo ingente en el que lo menos que se puede pedir es que la película esté bien hecha, bien realizada, y que las actuaciones sean convincentes. El resto de ingredientes, ya se sabe: la venganza, el maniqueísmo: héroes y villanos de identificación rápida para el espectador: sentimientos básicos. Y toneladas de hostias pardas. Cuanto más alejada se encuentre la cinta de ese efectismo barato, mucho mejor será el resultado.
"Warrior" comienza muy bien, sólo sea porque suena un tema de "The National", una de mis bandas favoritas, acordes musicales que tendrán la buena idea de volver a aparecer a lo largo del metraje. Nick Nolte interpreta al padre de dos tipos que se van a meter en una jaula a partirse la crisma en un torneo llamado "Sparta", un certamen de postín, televisado, a lo "Pressing Catch" pero sin tongo, con un estilo de pelea mezcla de kick boxing y lucha grecorromana. Uno de los hermanos es un excombatiente de la guerra de Irak, más zumbado que las maracas de Machín, y el otro es un profesor de física de instituto que necesita el dinero del premio al ganador (5 millones de dolares) para pagar la hipoteca. Esto último no debería sorprender a nadie, sobre todo a los seguidores de la serie "Breaking Bad": el ínclito Walter White pasaba de enseñar química en la aulas a practicar diestramente con la materia, hasta llegar a convertirse en un tremendo narcotraficante: todo sea por llegar a fin de mes. El guión de "Warrior" se salpicará con clichés a punta pala del género: el alcoholismo, el origen irlandés, la patria y la familia, el combate ganado en el último suspiro, algún ruso invencible y, claro, una buena catarsis final. Una de tantas pero no es de las malas, no. ¿Cómo lo sé? Pues porque los videoclub de los 80 hicieron mucho por asentarme el criterio en el tema, a qué negarlo.
"Warrior" comienza muy bien, sólo sea porque suena un tema de "The National", una de mis bandas favoritas, acordes musicales que tendrán la buena idea de volver a aparecer a lo largo del metraje. Nick Nolte interpreta al padre de dos tipos que se van a meter en una jaula a partirse la crisma en un torneo llamado "Sparta", un certamen de postín, televisado, a lo "Pressing Catch" pero sin tongo, con un estilo de pelea mezcla de kick boxing y lucha grecorromana. Uno de los hermanos es un excombatiente de la guerra de Irak, más zumbado que las maracas de Machín, y el otro es un profesor de física de instituto que necesita el dinero del premio al ganador (5 millones de dolares) para pagar la hipoteca. Esto último no debería sorprender a nadie, sobre todo a los seguidores de la serie "Breaking Bad": el ínclito Walter White pasaba de enseñar química en la aulas a practicar diestramente con la materia, hasta llegar a convertirse en un tremendo narcotraficante: todo sea por llegar a fin de mes. El guión de "Warrior" se salpicará con clichés a punta pala del género: el alcoholismo, el origen irlandés, la patria y la familia, el combate ganado en el último suspiro, algún ruso invencible y, claro, una buena catarsis final. Una de tantas pero no es de las malas, no. ¿Cómo lo sé? Pues porque los videoclub de los 80 hicieron mucho por asentarme el criterio en el tema, a qué negarlo.
viernes, julio 11, 2014
"Los Tenenbaums", de Wes Anderson
Las películas de Wes Anderson parecen sonsacar la excentricidad de lo más cotidiano, ya sea por su sello estético de ambiente sobrecargado y colorido (tanto en el equipamiento como en los personajes) que roza lo kitsch sin alcanzarlo, o por su narrativa de cuento moderno, voz en off incluida, que exagera el relato hasta convertirlo en una antología de batallitas del abuelo. Me recuerda su cine al de Jean-Pierre Jeunet, si bien el director francés tiene una vertiente imaginativa que se adentra en el realismo mágico, pero contemplo el discurso de "Los Tenenbaums" y a ratos me viene a la mente "Amélie" (son del mismo año ambas películas, del 2001), lo cual para mí es una virtud.
"Los Tenenbaums" cuenta la historia de una familia extravagante de la alta sociedad neoyorquina. El padre, encarnando magníficamente por Gene Hackman, es un ex-abogado caradura y vividor que ha pasado bastante de la educación de sus hijos, faceta de la que se ha encargado la madre, Anjelica Huston, que, como esas madres tigre orientales, ha potenciado las capacidades de los niños hasta convertirlos en unos pequeños genios: uno de las finanzas, otra del arte y el pequeño para el deporte. Niños superdotados: todos los padres piensan que tienen uno: el apoyo incondicional y deslumbrado durante la infancia desaparece con el aumento de la edad: de genio precoz a decepción adulta. La película es una alegoría del descalabro del tiempo. Los tres niños se convierten en Ben Stiller, Gwyneth Paltrow y Luke Wilson, y el reparto se completa con otros actores conocidos como Owen Wilson (firma el guión junto a Wes Anderson), Danny Glover o Bill Murray, actor fetiche de la filmografía del director. Sí, un buen montón de nombres de postín suele figurar en los rodajes de las historias de Anderson, lo que hace pensar que sus guiones se rifan: comedia de prestigio.
Decía que "Los Tenenbaums" es el descalabro, los traumas vitales, la traición del tiempo, pero también, o quizás sobre todo, la esperanza de las segundas oportunidades: la oveja descarriada y el anómalo desahuciado tienen posibilidades de enmienda siempre y cuando se dirijan hacia el buen camino. Algo de moralina destila la trama, no acaba de romper el molde un guión que por otro lado no está mal, pues obtiene algunas escenas extraordinarias en un montaje ágil que se contrapone a un tono frío, desapasionado y nihilista para las actuaciones de los retoños Tenenbaum, consiguiendo la cinta en ese contrapunto un cierto swing. Bueno, el swing también lo aporta su magnífica banda sonora. Espíritu independiente.
"Los Tenenbaums" cuenta la historia de una familia extravagante de la alta sociedad neoyorquina. El padre, encarnando magníficamente por Gene Hackman, es un ex-abogado caradura y vividor que ha pasado bastante de la educación de sus hijos, faceta de la que se ha encargado la madre, Anjelica Huston, que, como esas madres tigre orientales, ha potenciado las capacidades de los niños hasta convertirlos en unos pequeños genios: uno de las finanzas, otra del arte y el pequeño para el deporte. Niños superdotados: todos los padres piensan que tienen uno: el apoyo incondicional y deslumbrado durante la infancia desaparece con el aumento de la edad: de genio precoz a decepción adulta. La película es una alegoría del descalabro del tiempo. Los tres niños se convierten en Ben Stiller, Gwyneth Paltrow y Luke Wilson, y el reparto se completa con otros actores conocidos como Owen Wilson (firma el guión junto a Wes Anderson), Danny Glover o Bill Murray, actor fetiche de la filmografía del director. Sí, un buen montón de nombres de postín suele figurar en los rodajes de las historias de Anderson, lo que hace pensar que sus guiones se rifan: comedia de prestigio.
Decía que "Los Tenenbaums" es el descalabro, los traumas vitales, la traición del tiempo, pero también, o quizás sobre todo, la esperanza de las segundas oportunidades: la oveja descarriada y el anómalo desahuciado tienen posibilidades de enmienda siempre y cuando se dirijan hacia el buen camino. Algo de moralina destila la trama, no acaba de romper el molde un guión que por otro lado no está mal, pues obtiene algunas escenas extraordinarias en un montaje ágil que se contrapone a un tono frío, desapasionado y nihilista para las actuaciones de los retoños Tenenbaum, consiguiendo la cinta en ese contrapunto un cierto swing. Bueno, el swing también lo aporta su magnífica banda sonora. Espíritu independiente.