Del director Jacques Audiard tenía una referencia cinematográfica extraordinaria, la película "Un profeta", drama carcelario del año 2009 sobre un joven atrapado en el ambiente violento de cualquier prisión moderna: la cárcel elude su papel de redentora social para reafirmarse en agujero negro criminal, una sima de delincuentes que no ven otro destino que el de continuar su carrera cuando recobren la libertad. En aquella situación Audiard retrataba con destreza sutil a su profeta, el joven Malik interpretado por Tahar Rahim, cuajando un escenario multicultural y realista que convirtió a "Un profeta" en una de las películas a recordar de aquel año.
Había que comprobar si "De óxido y hueso", su siguiente película, mantendría aquel impresionante nivel. En "De óxido y hueso" se desarrolla una extraña relación entre una domadora de orcas que ha sufrido un grave accidente y un vigilante de seguridad que redondea sus ingresos peleando en combates clandestinos de full contact: todo en esta película es extremo, fuera de lo común. Se sostiene la película en las buenas actuaciones de su pareja protagonista. Por un lado, Marion Cotillard, secundaria hollywoodiense de lujo, que se vuelve a meter en un papel exigente como cuando alcanzó fama mundial (Oscar incluido) interpretando a Édith Piaf en "La vie en rose" de Oliver Dahan: su actuación en "De óxido y hueso" es tan convincente como los efectos especiales que la auxilian de modo intachable en su caracterización como Stéphanie. En el rincón opuesto, Matthias Schoenaerts, perfecto mendrugo, acémila musculosa que sólo piensa en dar satisfacción inmediata a sus instintos más primarios y que vive la vida como si no hubiera mañana, produciendo esa actitud tanto bien en la desdichada Stéphanie (al menos inicialmente) como desgracia a los que conviven con su falta de luces. La imagen rotunda, la tragedia instantánea, "De óxido y hueso" indaga en la estética del dolor buscando impactar al espectador con planos líricos en su dureza (me recordó en parte a "La escafandra y la mariposa" de Julian Schnabel, aunque aquella historia de superación, claustrofóbica y optimista, me gustó bastante más) hasta llegar al abuso del recurso. Llega un momento en que se puede pensar que tanto vale determinada escena para figurar en la película como para un anuncio de coches caros o de colonias estupendas: aparece la frialdad en el ánimo del que observa. Porque el veneno, por supuesto, está en la dosis. Recomendable en cualquier caso: muchas películas se salvan por tener instantes y en esa cualidad "De óxido y hueso" no será menos.
lunes, diciembre 30, 2013
domingo, diciembre 29, 2013
"Attack the block", de Joe Cornish
En la conocida película "Señales", del director M. Night Shyamalan, el reverendo interpretado por Mel Gibson tiene que enfrentarse a una amenaza alienígena. El ambiente de la confrontación es una casa en medio del campo, un entorno rural rodeado de extensos sembrados solitarios en los que los extraterrestres han anunciado su llegada dejando inmensas huellas cauterizadas por el aterrizaje de sus naves. En "Señales" Shyamalan se adentraba en la psique de sus personajes, huella de autor, de modo que la lucha desplegada en los fotogramas se constituía en un combate con los propios miedos, con las angustias vitales que cada cual ha ido acumulando a lo largo de los años: matar al invasor era un dilema de fe, una fe mermada por las patadas cotidianas, pero un problema que sin duda se iba a pulverizar ante el peso más poderoso del instinto de supervivencia y de protección de la familia.
Supongamos que el conflicto se traslada a la gran ciudad, a un barrio sondeado por enormes torres de apartamentos, colmenas modernas, donde pasearse por la noche es una prueba peliaguda hasta para el mismísimo Bear Grylls. Llueven aliens feroces del cielo, mandíbulas fosforescentes que recuerdan a las de aquellas bolas peludas de "Critters" de Stephen Herek (mucho más grandes estas que atacan el bloque), y la primera línea de defensa de la humanidad la componen un grupo de mangantes adolescentes, unos jóvenes supervivientes de las calles endurecidos a base de drogas, peleas y consignas raperas, y que tienen muchas menos contemplaciones que el reverendo Gibson a la hora de batirse el cobre con el indeseado visitante estelar: leña al E.T. salvaje. Para el espectador desprejuiciado, emoción y acción a un ritmo frenético en esta cinta premiada en el festival de Sitges de 2011. Merece la pena escuchar el slang del guetto del sur de Londres en versión original, disfrutar de su tono de comedia urbana y, sobre todo, calibrar hasta qué punto lo que no te mata te hace fuerte: como dice el joven Moses (John Boyega), exponente de marginación y abandono social, nos dieron drogas, nos dieron armas (el rap lo inventó la CIA para que los negros se mataran unos a otros, como todo el mundo sabe) y ahora nos mandan unas bestias asesinas para que acaben con nosotros. Carne de barrio.
Supongamos que el conflicto se traslada a la gran ciudad, a un barrio sondeado por enormes torres de apartamentos, colmenas modernas, donde pasearse por la noche es una prueba peliaguda hasta para el mismísimo Bear Grylls. Llueven aliens feroces del cielo, mandíbulas fosforescentes que recuerdan a las de aquellas bolas peludas de "Critters" de Stephen Herek (mucho más grandes estas que atacan el bloque), y la primera línea de defensa de la humanidad la componen un grupo de mangantes adolescentes, unos jóvenes supervivientes de las calles endurecidos a base de drogas, peleas y consignas raperas, y que tienen muchas menos contemplaciones que el reverendo Gibson a la hora de batirse el cobre con el indeseado visitante estelar: leña al E.T. salvaje. Para el espectador desprejuiciado, emoción y acción a un ritmo frenético en esta cinta premiada en el festival de Sitges de 2011. Merece la pena escuchar el slang del guetto del sur de Londres en versión original, disfrutar de su tono de comedia urbana y, sobre todo, calibrar hasta qué punto lo que no te mata te hace fuerte: como dice el joven Moses (John Boyega), exponente de marginación y abandono social, nos dieron drogas, nos dieron armas (el rap lo inventó la CIA para que los negros se mataran unos a otros, como todo el mundo sabe) y ahora nos mandan unas bestias asesinas para que acaben con nosotros. Carne de barrio.
sábado, diciembre 28, 2013
"El Hobbit: la desolación de Smaug", de Peter Jackson
Pienso qué escribir, y repasando la entrada de hace un año dedicada a "El Hobbit: un viaje inesperado", me doy cuenta de que la mayoría ya quedó dicho. No es un menosprecio, ni mucho menos, sólo la constatación de que esta trilogía, al igual que sucedió con su antecesora saga cinematográfica de "El Señor de los Anillos", conformará una película divida en tres partes: tres episodios en los que los dos primeros terminarán de forma más o menos abrupta y dejarán al espectador en suspenso durante meses para comprobar cómo continúa la aventura. Claro que siempre pueden leerse el libro: ya deberían haberlo leído: los escritos de J. R. R. Tolkien ocupan un lugar destacado en la Historia de la literatura.
"El Hobbit: la desolación de Smaug" es por tanto un pasaje de transición. No, tampoco es un menosprecio. Más allá de que la adaptación al cine de "El Hobbit" se planificara inicialmente en la extensión de una única película y a que a la postre se tomara la decisión de que el metraje final ocupe tres, teniendo que prolongar tramos del libro mucho más en el celuloide que lo que abarcaban en la letra impresa, los momentos álgidos de esta segunda parte son imprescindibles y están retratados de un modo extraordinario, marca de la casa: el encuentro con Beorn, el enfrentamiento a las arañas del Bosque Negro, los elfos de Thranduil, la Ciudad del Lago, la entrada en Erebor. Y Smaug. Hic sunt dracones. Todo en 3D HFR, un formato que realmente hace que la imagen sea tridimensional y que en algunas escenas, como en los salones llenos de tesoros de Erebor y en el combate contra su terrible guardián, produce unos resultados espectaculares.
Respecto a la historia original, esta segunda parte me parece más alejada aún de la lírica de cuento infantil que sí resultaba presente en la primera. Se eleva el tono de la acción llevándola hacía el extremo de lo que la tecnología digital de efectos especiales puede dar de sí. La comprobación es sencilla: léase el capítulo 9 del libro, Barriles de contrabando, y compárese con la trepidante lucha mortal entre orcos, elfos y enanos, navegando sin control por los rápidos del rio del Bosque, que termina produciéndose en la película. Además se incluyen en esta entrega los inverosímiles disparos de flecha del elfo Legolas (Orlando Bloom con un aspecto más maduro que el de cuando le tocó interpretar a Legolas hace una década, lo cual resulta una paradoja, ya que los hechos de El Hobbit anteceden a los de El Señor de los Anillos en sesenta años) en una época de la Tierra Media en la que aún no le toca ser protagonista. También hace aparición un personaje inexistente en el universo tolkieniano: la elfa Tauriel encarnada en la no menos élfica presencia de Evangeline Lilly: todo sea por ampliar horizontes y producir subtramas que, ojalá, no lleven a la película a "vivir del cuento" más de lo que sería aconsejable y prudente.
A esperar la conclusión, horas de cine que están siendo muy disfrutadas. Entre otros asuntos, la tercera parte traerá con ella la Batalla de los Cinco Ejércitos, supongo, como supongo también que la interpretación de la épica de Tolkien que ha llevado a cabo Peter Jackson seguirá produciendo asombro y escasa decepción.
"El Hobbit: la desolación de Smaug" es por tanto un pasaje de transición. No, tampoco es un menosprecio. Más allá de que la adaptación al cine de "El Hobbit" se planificara inicialmente en la extensión de una única película y a que a la postre se tomara la decisión de que el metraje final ocupe tres, teniendo que prolongar tramos del libro mucho más en el celuloide que lo que abarcaban en la letra impresa, los momentos álgidos de esta segunda parte son imprescindibles y están retratados de un modo extraordinario, marca de la casa: el encuentro con Beorn, el enfrentamiento a las arañas del Bosque Negro, los elfos de Thranduil, la Ciudad del Lago, la entrada en Erebor. Y Smaug. Hic sunt dracones. Todo en 3D HFR, un formato que realmente hace que la imagen sea tridimensional y que en algunas escenas, como en los salones llenos de tesoros de Erebor y en el combate contra su terrible guardián, produce unos resultados espectaculares.
Respecto a la historia original, esta segunda parte me parece más alejada aún de la lírica de cuento infantil que sí resultaba presente en la primera. Se eleva el tono de la acción llevándola hacía el extremo de lo que la tecnología digital de efectos especiales puede dar de sí. La comprobación es sencilla: léase el capítulo 9 del libro, Barriles de contrabando, y compárese con la trepidante lucha mortal entre orcos, elfos y enanos, navegando sin control por los rápidos del rio del Bosque, que termina produciéndose en la película. Además se incluyen en esta entrega los inverosímiles disparos de flecha del elfo Legolas (Orlando Bloom con un aspecto más maduro que el de cuando le tocó interpretar a Legolas hace una década, lo cual resulta una paradoja, ya que los hechos de El Hobbit anteceden a los de El Señor de los Anillos en sesenta años) en una época de la Tierra Media en la que aún no le toca ser protagonista. También hace aparición un personaje inexistente en el universo tolkieniano: la elfa Tauriel encarnada en la no menos élfica presencia de Evangeline Lilly: todo sea por ampliar horizontes y producir subtramas que, ojalá, no lleven a la película a "vivir del cuento" más de lo que sería aconsejable y prudente.
A esperar la conclusión, horas de cine que están siendo muy disfrutadas. Entre otros asuntos, la tercera parte traerá con ella la Batalla de los Cinco Ejércitos, supongo, como supongo también que la interpretación de la épica de Tolkien que ha llevado a cabo Peter Jackson seguirá produciendo asombro y escasa decepción.
miércoles, diciembre 25, 2013
miércoles, diciembre 18, 2013
"Misterioso asesinato en Manhattan", de Woody Allen
I can't listen to that much Wagner, ya know?
I start to get the urge to conquer Poland.
I start to get the urge to conquer Poland.
Larry Lipton
Tú has visto demasiadas películas. Seguro que esa frase hecha se la hubiera soltado Larry (Woody Allen) a su mujer, Carol (Diane Keaton), para recriminarle sus descabelladas sospechas, si el guión no lo hubiera escrito Woody Allen, papeles que suelen estar llenos de citas para la posteridad como la que encabeza esta entrada. Tú sí que ha visto demasiadas películas, Woody, sólo hay que contabilizar las referencias a cintas de otros que incluyes en tus obras. En ésta, "Perdición" de Billy Wilder y su tórrido crimen pasional con fraude a compañía de seguros incluido, al que Edward G. Robinson plantará cara (y olfato). O el pimpampum a tiros en un laberinto de espejos del final de "La dama de Shanghai" de Orson Welles. O, afilada ironía, el recuerdo a los seis meses necesarios para comprender los flashbacks oníricos de "El año pasado en Marienbad" de Alain Resnais. Apuntalas tus películas en hombros de gigantes, Woody, mientras despliegas tu propio armamento y nos dejas boquiabiertos con la química poderosa que tu pareja en el celuloide, Diane Keaton, combinaba como ninguna otra. Veinte años después, se echa de menos un reencuentro: la última oportunidad se desvanece como la foto familiar de Marty McFly.
En "Misterioso asesinato en Manhattan" se percibe atrevimiento visual, Woody, la cámara en mano y la improvisación latente para trazar el ritmo alocado de una comedia viva que, como siempre y hasta la actualidad, construyes sobre el establecimiento de un hilo argumental sencillo al que se proporcionan múltiples matices, segundas lecturas, encrucijadas vitales. El asesinato verdadero que trasciende de la película es el de la vida de pareja. Larry capitula y aparta el rechazo que le producen las conjeturas de Carol (¡Guarda algo de locura para la menopausia!) porque en otro caso se produciría el fracaso de su relación, amenazada por un recién divorciado con piel de amigo (Alan Alda) al que le sobran motivos pasionales y empiezan a faltarle barreras morales. La trama de la investigación amateur, enredo ingenuo, se llena de clichés del género negro proclamando la banalidad de una parte de la historia: el conflicto está en la puerta de al lado, no detrás de aquella otra donde se ha producido un misterioso asesinato, en Manhattan, Woody, por supuesto, tu territorio mítico, isla tumultuosa donde se produce la paradoja moderna (aquí como allí) de desconocer al vecino, de ignorar la cara que ronca durante décadas a escasos metros de nuestro propio dormitorio.
La película es una vieja idea tuya para "Annie Hall" que entonces no tuvo cabida. ¿Dónde apuntas tus ideas Woody? ¿Cuántas te quedan aún? Ay, Woody, lo que te toca aguantar en los últimos tiempos, cada año enfrentando tus ganas de hacer cine con las opiniones impías de los apasionados por lo inmóvil. Algún día te encontrarás con un airado cinéfilo que sólo espera que corras menos que él. Y correr no se te da nada mal: hiciste alarde de ello: Take the money and run. ¡Turista! Te increpan por hacerte las europas. ¡Pesetero! Te califican confundiendo tu permanente estado cinematográfico, tu destino aparente de vivir rodando, con la codicia de la taquilla segura tras tu firma prestigiosa en los créditos. No se dan cuenta de que resta aún más cine en tu semicerrado ojo izquierdo que el que muchos tendrán no en una vida, sino en un ciento de ellas. Donde unos aprecian fórmulas agotadas, percibo intentos de renovación, de escapar del anquilosamiento. Donde otros bostezan su menosprecio, a mí me siguen encandilando tus fotogramas. Será que después de aspirar tanto vinagre crítico ajeno entro a la sala sumido en precauciones para terminar la proyección encantado, disuelta la preocupación, que ha resultado más estéril que el primer soplido del lobo feroz. Una vez más. Y que dure.
Feliz Navidad, Woody.
sábado, diciembre 14, 2013
"La noche más oscura (Zero Dark Thirty)", de Kathryn Bigelow
A las 00:30 horas del 1 de Mayo del año 2011, con nocturnidad y sobrada alevosía, comandos de élite del ejercito estadounidense irrumpieron en la casa donde se había descubierto (tras largos años de búsquedas y elucubraciones) que habitaba Osama bin Laden, en la ciudad pakistaní de Abbottabad: un disparo en la cabeza y el ciervo con más puntas, la pieza más valiosa de lo que llevamos de siglo XXI, fue abatido en medio de la noche. Y en medio de un pasillo. ¿Fue posible capturarlo vivo? ¿Estaba armado? ¿Ejecución sumaria sin juicio ni mínima intención de celebrarlo? Geronimo E-KIA (Enemy Killed In Action), emite la radio de los SEAL hacia la oreja lejana pero atenta del presidente Obama, premio Nobel de la paz preventivo, prematuro y precoz (pasmoso gatillazo sueco), y la sola mención del legendario jefe apache como alias propicio de Bin Laden es un motivo de controversia más.
Guerra sucia y terrorismo de estado. La venganza se sirve fría y cualquier vía es buena con tal de consumarla. El camino emprendido por Estados Unidos para devolver el golpe encajado tras el terrible atentado terrorista del 11 de Septiembre de 2001 contra el World Trade Center de Nueva York, se tradujo en una violenta respuesta militar, Guerra contra el Terrorismo, que se desarrolló primero en Afganistán y que después se trasladó a Iraq, llevando la tragedia a las poblaciones civiles de esos países. Eje del Mal, Al Qaeda, Libertad Duradera, armas de destrucción masiva. Los telediarios de la pasada década avanzaban que este siglo no iba a ser más pacífico que el anterior, lamentablemente. Entre el asco y la pena escuchábamos una impresentable sarta de mentiras y presenciábamos las torturas más vergonzosas mientras nos cuestionábamos la catadura moral de los protagonistas del conflicto: ya no sabíamos ni quiénes eran los malos ni quiénes eran los peores. Oriente Medio seguía padeciendo la gran desgracia de un subsuelo impregnado de petróleo y la codicia parecía volver a erigirse como leitmotiv único de todo conflicto bélico.
"Zero Dark Thirty" presenta la caza del hombre, la CIA más siniestra y temible empleándose a fondo para encontrar al odiado Bin Laden y matarlo (en eso la película parece honesta, no se plantea otras alternativas éticas). Del año 2003 al 2011, desde la administración Bush a la de Obama. Pero la cinta pretende destacar un cambio político, una evolución desde las torturas más brutales de los republicanos a los reparos en asaltar la residencia del temible terrorista por parte de los demócratas. Ese tono puede haber sido sesgado por el supuesto soporte que la Casa Blanca dio al rodaje del film: sácanos guapos, ¿eh? En cualquier caso Kathryn Bigelow logra una película emocionante, intensa (sabe hacerlo, sólo hay que ver su anterior y premiada cinta "En tierra hostil"), un thriller político que sorprende por su frialdad y determinación. Se puede echar en falta la ausencia de mirada hacia el otro lado, hacia las motivaciones del enemigo mediante una visión más amplia del conflicto, de modo que la ejecución de Osama bin Laden termina apareciendo tan inevitable como necesaria. Justice has been done, declaró Barack Obama. Y punto.
Guerra sucia y terrorismo de estado. La venganza se sirve fría y cualquier vía es buena con tal de consumarla. El camino emprendido por Estados Unidos para devolver el golpe encajado tras el terrible atentado terrorista del 11 de Septiembre de 2001 contra el World Trade Center de Nueva York, se tradujo en una violenta respuesta militar, Guerra contra el Terrorismo, que se desarrolló primero en Afganistán y que después se trasladó a Iraq, llevando la tragedia a las poblaciones civiles de esos países. Eje del Mal, Al Qaeda, Libertad Duradera, armas de destrucción masiva. Los telediarios de la pasada década avanzaban que este siglo no iba a ser más pacífico que el anterior, lamentablemente. Entre el asco y la pena escuchábamos una impresentable sarta de mentiras y presenciábamos las torturas más vergonzosas mientras nos cuestionábamos la catadura moral de los protagonistas del conflicto: ya no sabíamos ni quiénes eran los malos ni quiénes eran los peores. Oriente Medio seguía padeciendo la gran desgracia de un subsuelo impregnado de petróleo y la codicia parecía volver a erigirse como leitmotiv único de todo conflicto bélico.
"Zero Dark Thirty" presenta la caza del hombre, la CIA más siniestra y temible empleándose a fondo para encontrar al odiado Bin Laden y matarlo (en eso la película parece honesta, no se plantea otras alternativas éticas). Del año 2003 al 2011, desde la administración Bush a la de Obama. Pero la cinta pretende destacar un cambio político, una evolución desde las torturas más brutales de los republicanos a los reparos en asaltar la residencia del temible terrorista por parte de los demócratas. Ese tono puede haber sido sesgado por el supuesto soporte que la Casa Blanca dio al rodaje del film: sácanos guapos, ¿eh? En cualquier caso Kathryn Bigelow logra una película emocionante, intensa (sabe hacerlo, sólo hay que ver su anterior y premiada cinta "En tierra hostil"), un thriller político que sorprende por su frialdad y determinación. Se puede echar en falta la ausencia de mirada hacia el otro lado, hacia las motivaciones del enemigo mediante una visión más amplia del conflicto, de modo que la ejecución de Osama bin Laden termina apareciendo tan inevitable como necesaria. Justice has been done, declaró Barack Obama. Y punto.
miércoles, diciembre 04, 2013
"La piel suave", de François Truffaut
Uno puede querer ver "La piel suave" curioso por su famoso final, suceso de noticiario que motivó que François Truffaut quisiera trazar el camino inverso. Un final abrupto, dramático, que hace pensar que la pulsión amatoria que condujo hasta él debió ser un romance apasionado digno de novelarse, y después rodarse, sí, pero sobre todo de fabular alrededor de sus circunstancias. Sin embargo, ¿y si la verdad fuera más cotidiana y tranquila? Encuentros fortuitos en lugares de tránsito: la casualidad hace su trabajo y el diablo está en los detalles. Y los detalles parece ser lo que realmente importa a Truffaut en esta película. Mostrar la angustia por no ser pillados, una situación que provoca escenas de tensión agobiante, el suspense que acerca al director francés a la figura de su admirado Hitchcock: el hotel apartado como casilla de salvación en el peligroso juego del adulterio. Las miradas furtivas, las palabras a deshora, el verse y el tener que negarse y el propiciar coartadas para las costumbres alteradas por la urgencia del escape hacia el encuentro prohibido. Todo por el roce de la piel ajena y amada, el estupor del instante, un susurro leve que desgarra cualquier precaución y establece, indomable, su prioridad tiránica.
Otro motivo, éste un tanto desasosegante, es contemplar en la pantalla a la actriz Françoise Dorléac, hermana mayor de Catherine Deneuve (Catherine tomó el apellido de la madre para su nombre artístico), magnetizando fotogramas pocos años antes de que en un accidente de tráfico perdiera la vida: con 25 años, otro cadáver bonito para la leyenda lúgubre del cinematógrafo. Todavía tuvo ocasión de llevar a Donald Pleasence al borde de la locura conyugal en "Cul-de-sac" de Roman Polanski o de inundar el celuloide de belleza femenina junto a su hermana Catherine en "Las señoritas de Rochefort" de Jacques Demy. Françoise Dorléac, inmortal, la eternidad que proporciona el cine.
Cualquier motivo es suficiente, bastaría, sin más, con leer la firma de "La piel suave", una cinta que resulta desoladora y triste: el castigo violento del pusilánime, del que no es capaz de llevar hasta el final sus decisiones: quedarse en tierra de nadie y y destrozar ambas partes. Poco después de realizar la película el matrimonio de François Truffaut con Madeleine Morgenstern se fue al traste. Entre otras circunstancias el divorcio fue provocado por una aventura de Truffaut con Françoise Dorléac. El cine imitando la vida o, extraño círculo, provocándola.
Otro motivo, éste un tanto desasosegante, es contemplar en la pantalla a la actriz Françoise Dorléac, hermana mayor de Catherine Deneuve (Catherine tomó el apellido de la madre para su nombre artístico), magnetizando fotogramas pocos años antes de que en un accidente de tráfico perdiera la vida: con 25 años, otro cadáver bonito para la leyenda lúgubre del cinematógrafo. Todavía tuvo ocasión de llevar a Donald Pleasence al borde de la locura conyugal en "Cul-de-sac" de Roman Polanski o de inundar el celuloide de belleza femenina junto a su hermana Catherine en "Las señoritas de Rochefort" de Jacques Demy. Françoise Dorléac, inmortal, la eternidad que proporciona el cine.
Cualquier motivo es suficiente, bastaría, sin más, con leer la firma de "La piel suave", una cinta que resulta desoladora y triste: el castigo violento del pusilánime, del que no es capaz de llevar hasta el final sus decisiones: quedarse en tierra de nadie y y destrozar ambas partes. Poco después de realizar la película el matrimonio de François Truffaut con Madeleine Morgenstern se fue al traste. Entre otras circunstancias el divorcio fue provocado por una aventura de Truffaut con Françoise Dorléac. El cine imitando la vida o, extraño círculo, provocándola.
jueves, noviembre 28, 2013
"Blue Jasmine", de Woody Allen
Pretty Woman se cayó del pedestal, alguien le quitó la nube bajo los pies y ella aterrizó en el duro asfalto del fin de mes y el empleo precario: en el suelo se aprecia un cráter de un tamaño considerable. Los cuentos de hadas clásicos relatan la parte más interesante de la historia, la del encuentro mágico y el enamoramiento inmediato, un afán romántico entorpecido por los manejos viles de brujas y nigromantes. Terminan esos cuentos asegurando al lector que la pareja vivió feliz hasta el resto de sus días, extirpando cualquier inquietud pesimista de tedio y hartazgo, de odio cotidiano y deslealtades amatorias, un peaje que hasta el más consumado amor verdadero se puede encontrar con el paso de los años. Y ningún cuento de aquellos se atrevería a concluir con el príncipe azul colgando de una soga en la soledad aterradora de la celda de una cárcel (¿fue así el final de Bernard Madoff? Si no así, fue parecido) y con la princesa no menos azul deambulando sonada por las calles de la ciudad, balbuceando recuerdos dorados a los oídos muertos de las farolas.
Comedia amarga esta última de Woody Allen, dirigiendo de nuevo con maestría a una actriz y obteniendo de Cate Blanchett una actuación impresionante. Si en las películas de Woody Allen en las que no sale Woody Allen un actor recoge el testigo de interpretar el papel arquetípico del neurótico intratable, del psicoanalizado sin solución atrapado en multitud de angustias vitales, ahora ha sido la rubia actriz australiana la portadora del encargo. Y lo ha realizado a la perfección. La pija caída en desgracia que se ve obligada a trabajar para ganarse el pan y que se va a vivir con una hermana que habita varios peldaños por debajo en el escalafón estúpido que la sociedad establece en función del dinero que maneja cada cual, como si el único valor humano lo atestiguara la cuenta corriente. Y esa bajada de la escalera se retrata como un auténtico descenso a los infiernos para la pobre Jasmine: es imposible apretarse el cinturón cuando en la hebilla pone Chanel: para el resto nos es tan sencillo como coger un punzón y hacer otro agujero en el cuero. O en el plástico.
¿Cómo ser millonario/a? Cásese con uno/a. En "Las tres noches de Eva", aquella maravillosa screwball comedy dirigida por Preston Sturges, Barbara Stanwyck intentaba echarle el lazo a Henry Fonda aparentando ser una rica heredera: lo importante es que no piensen que los quieres por su dinero. Así, la fachada construida es una mentira que no tarda en desmoronarse y que deja en evidencia a la pretendiente, toda vez que el amor ya ha llegado y el vil metal había pasado a ser un interés inexistente. Una patraña es mal terreno para la confianza mutua. "Las tres noches de Eva" encontraba el camino (más bien el enredo característico del género) para que, también, los amantes vivieran felices hasta el resto de sus días. Porque lo importante es la esencia de la persona, el mono desnudo cubierto únicamente de sus bondades, si las tuviera. Eso nos decía Sturges entonces y lo muestra ahora Allen en otro de sus guiones magistrales. Otra de sus lecciones anuales de cine.
Comedia amarga esta última de Woody Allen, dirigiendo de nuevo con maestría a una actriz y obteniendo de Cate Blanchett una actuación impresionante. Si en las películas de Woody Allen en las que no sale Woody Allen un actor recoge el testigo de interpretar el papel arquetípico del neurótico intratable, del psicoanalizado sin solución atrapado en multitud de angustias vitales, ahora ha sido la rubia actriz australiana la portadora del encargo. Y lo ha realizado a la perfección. La pija caída en desgracia que se ve obligada a trabajar para ganarse el pan y que se va a vivir con una hermana que habita varios peldaños por debajo en el escalafón estúpido que la sociedad establece en función del dinero que maneja cada cual, como si el único valor humano lo atestiguara la cuenta corriente. Y esa bajada de la escalera se retrata como un auténtico descenso a los infiernos para la pobre Jasmine: es imposible apretarse el cinturón cuando en la hebilla pone Chanel: para el resto nos es tan sencillo como coger un punzón y hacer otro agujero en el cuero. O en el plástico.
¿Cómo ser millonario/a? Cásese con uno/a. En "Las tres noches de Eva", aquella maravillosa screwball comedy dirigida por Preston Sturges, Barbara Stanwyck intentaba echarle el lazo a Henry Fonda aparentando ser una rica heredera: lo importante es que no piensen que los quieres por su dinero. Así, la fachada construida es una mentira que no tarda en desmoronarse y que deja en evidencia a la pretendiente, toda vez que el amor ya ha llegado y el vil metal había pasado a ser un interés inexistente. Una patraña es mal terreno para la confianza mutua. "Las tres noches de Eva" encontraba el camino (más bien el enredo característico del género) para que, también, los amantes vivieran felices hasta el resto de sus días. Porque lo importante es la esencia de la persona, el mono desnudo cubierto únicamente de sus bondades, si las tuviera. Eso nos decía Sturges entonces y lo muestra ahora Allen en otro de sus guiones magistrales. Otra de sus lecciones anuales de cine.
domingo, noviembre 24, 2013
Revista. La Caja de Pandora nº 7 "Japón"
Al entrar al sistema, planeta Blogger, a redactar esta nueva entrada, un contador me sorprende anunciando que ésta será la quingentésima publicación del blog Licantropunk: 500 veces pulsando el botón "Publicar", 500 naves sonda lanzadas hacía ninguna parte, 500 mensajes en la botella: pensar que alguien en cualquier punto del planeta pueda encender su ordenador y abrir este recipiente es un asunto fascinante.
Me alegro de que la celebración numérica coincida con la publicación de otro número de "La Caja de Pandora", fanzine internauta en el que colaboro desde su nacimiento. Cada ejemplar de "La Caja de Pandora" ha estado dedicado a un tema concreto, si bien la concreción es más una idea vaga hacia la que aventurarse que no una fijación argumental: "Holocausto", "Drogas", "Asesinos", "Made in Spain", "Mad Doctors", "Políticamente Incorrecto", y ahora "Japón". La preparación de cada artículo ha supuesto la excusa perfecta para profundizar en la trayectoria de cineastas como Roberto Rossellini, Larry Clark, Ladislao Vajda, Alain Resnais, Georges Franju, Terry Gilliam, Julio Medem, Nicholas Ray, etc. Ver y leer, literatura de la mano del cine, pues en muchas ocasiones hay grandes novelas detrás de grandes películas.
Este pequeño Licantropunk contribuye a este número dedicado a Japón con un artículo que, partiendo de la imprescindible película "La mujer de la arena (Suna no onna)" de Hiroshi Teshigahara, se asoma al cine japonés de los años 60 y mira hacia la Noberu Vagu (nueva ola), movimiento cinematográfico post-nuclear, desesperanzado y muy crítico con la sociedad de su tiempo y que, al igual que su coetáneo francés, ansía renovar sus formas y sus discursos. Directores de prestigio internacional como Nagisa Oshima, Seijun Suzuki o Shōhei Imamura surgirán de aquella época convulsa. Y junto a ellos el mencionado Hiroshi Teshigahara que, aunque no alcanzará el renombre internacional de sus colegas de generación, obtendrá con "La mujer de la arena" una obra maestra reconocible para los años de la Noberu Vagu. "La mujer de la arena" traspasa al celuloide la excelente novela del escritor japonés Kōbō Abe: sus libros fueron soporte de muchas de las películas de Teshigahara y es un ejemplo claro de la riqueza de la literatura japonesa del siglo XX. A la faceta literaria de Japón también se le dedica un buen número de páginas en este número de "La Caja de Pandora".
Enhorabuena al resto de colaboradores y a Crowley, patrón de la nave.
A "La Caja de Pandora" se puede acceder a través del blog de la revista:
http://cajadepandoramagazine.blogspot.com.es/2013/11/especial-japon.html
Enlace de descarga:
https://www.dropbox.com/s/h2jg0t9cu3x4pg7/LA%20CAJA%20DE%20PANDORA%20MAGAZINE%20ESPECIAL%20JAP%C3%93N.pdf
Que lo disfruten.
Me alegro de que la celebración numérica coincida con la publicación de otro número de "La Caja de Pandora", fanzine internauta en el que colaboro desde su nacimiento. Cada ejemplar de "La Caja de Pandora" ha estado dedicado a un tema concreto, si bien la concreción es más una idea vaga hacia la que aventurarse que no una fijación argumental: "Holocausto", "Drogas", "Asesinos", "Made in Spain", "Mad Doctors", "Políticamente Incorrecto", y ahora "Japón". La preparación de cada artículo ha supuesto la excusa perfecta para profundizar en la trayectoria de cineastas como Roberto Rossellini, Larry Clark, Ladislao Vajda, Alain Resnais, Georges Franju, Terry Gilliam, Julio Medem, Nicholas Ray, etc. Ver y leer, literatura de la mano del cine, pues en muchas ocasiones hay grandes novelas detrás de grandes películas.
Este pequeño Licantropunk contribuye a este número dedicado a Japón con un artículo que, partiendo de la imprescindible película "La mujer de la arena (Suna no onna)" de Hiroshi Teshigahara, se asoma al cine japonés de los años 60 y mira hacia la Noberu Vagu (nueva ola), movimiento cinematográfico post-nuclear, desesperanzado y muy crítico con la sociedad de su tiempo y que, al igual que su coetáneo francés, ansía renovar sus formas y sus discursos. Directores de prestigio internacional como Nagisa Oshima, Seijun Suzuki o Shōhei Imamura surgirán de aquella época convulsa. Y junto a ellos el mencionado Hiroshi Teshigahara que, aunque no alcanzará el renombre internacional de sus colegas de generación, obtendrá con "La mujer de la arena" una obra maestra reconocible para los años de la Noberu Vagu. "La mujer de la arena" traspasa al celuloide la excelente novela del escritor japonés Kōbō Abe: sus libros fueron soporte de muchas de las películas de Teshigahara y es un ejemplo claro de la riqueza de la literatura japonesa del siglo XX. A la faceta literaria de Japón también se le dedica un buen número de páginas en este número de "La Caja de Pandora".
Enhorabuena al resto de colaboradores y a Crowley, patrón de la nave.
A "La Caja de Pandora" se puede acceder a través del blog de la revista:
http://cajadepandoramagazine.blogspot.com.es/2013/11/especial-japon.html
Enlace de descarga:
https://www.dropbox.com/s/h2jg0t9cu3x4pg7/LA%20CAJA%20DE%20PANDORA%20MAGAZINE%20ESPECIAL%20JAP%C3%93N.pdf
Que lo disfruten.
miércoles, noviembre 20, 2013
"Gente corriente", de Robert Redford
Uno de los detalles por los que "Gente corriente" es conocida en el anecdotario de la historia del cine, es por haberse alzado con el Oscar a la mejor película en el año 1981, superando en las votaciones de los académicos de Hollywood a "Toro salvaje" de Martin Scorsese (ya había padecido Scorsese ese disgusto cuando, en 1977, "Rocky" de John G. Avildsen tumbó a "Taxi Driver" en el Dorothy Chandler Pavilion de Los Ángeles: en la báscula, por supuesto, Stallone y De Niro no estaban en la misma categoría). Sin embargo "Toro salvaje" adquirió la condición de obra maestra intemporal, mientras que con el paso de los años "Gente corriente" ha ido cayendo en el olvido. Y la verdad es que la ópera prima de Robert Redford como director (tuvo su Oscar por la película: buen cineasta delante de la cámara, detrás de ella y en los despachos el fundador del festival de Sundance) es una película brillante, sustentada en las actuaciones fenomenales de su trío protagonista, una familia al borde del hundimiento: Donald Sutherland y Mary Tyler Moore como los padres high society de Timothy Hutton, adolescente desesperanzado de tendencias suicidas.
Ocultar el drama, las cosas que le pasan a cualquier familia y que iguala a todos, ricos y pobres, en la desgracia. Actuar como si no pasara nada, no perder la sonrisa aunque sea convertida en rictus enmascarado y sostener la etiqueta, el aura glamurosa y la fachada feliz de los económicamente privilegiados. Robert Redford filma con inteligencia el retrato contenido de la hipocresía desmesurada de la alta sociedad estadounidense, de su falta de empatía incluso con los que portan sus genes y habitan en su mismo hogar: Edipo desnaturalizado. Timothy Hutton borda un papel, el del joven Conrad, en el que logra una identificación prodigiosa, cuajando un impresionante debut en la pantalla grande que le llevó directo al estrellato (y al Oscar también), papel al que le da extraordinaria réplica, gélida y sobrecogedora, Mary Tyler Moore como la madre de Conrad, dejando triste constancia de que madre sólo hay una. Conrad es un rebelde vapuleado por la tragedia, inhabilitado socialmente para liberar sus emociones: carne de electroshock. El psiquiatra reemplaza las figuras paternas y proporciona anclajes vitales a 60 pavos la hora. La familia, herida de gravedad tras un desastre tan frecuente como despiadado, se desmorona en vez de unirse, signo inequívoco de tiempos endebles, más ocupados en afanes fatuos y egoístas que en cuestiones decisivas. Afanes intrascendentes que conforman el afán desquiciado de la gente corriente.
Ocultar el drama, las cosas que le pasan a cualquier familia y que iguala a todos, ricos y pobres, en la desgracia. Actuar como si no pasara nada, no perder la sonrisa aunque sea convertida en rictus enmascarado y sostener la etiqueta, el aura glamurosa y la fachada feliz de los económicamente privilegiados. Robert Redford filma con inteligencia el retrato contenido de la hipocresía desmesurada de la alta sociedad estadounidense, de su falta de empatía incluso con los que portan sus genes y habitan en su mismo hogar: Edipo desnaturalizado. Timothy Hutton borda un papel, el del joven Conrad, en el que logra una identificación prodigiosa, cuajando un impresionante debut en la pantalla grande que le llevó directo al estrellato (y al Oscar también), papel al que le da extraordinaria réplica, gélida y sobrecogedora, Mary Tyler Moore como la madre de Conrad, dejando triste constancia de que madre sólo hay una. Conrad es un rebelde vapuleado por la tragedia, inhabilitado socialmente para liberar sus emociones: carne de electroshock. El psiquiatra reemplaza las figuras paternas y proporciona anclajes vitales a 60 pavos la hora. La familia, herida de gravedad tras un desastre tan frecuente como despiadado, se desmorona en vez de unirse, signo inequívoco de tiempos endebles, más ocupados en afanes fatuos y egoístas que en cuestiones decisivas. Afanes intrascendentes que conforman el afán desquiciado de la gente corriente.
martes, noviembre 12, 2013
"Holy Motors", de Leos Carax
Imagínense que todas las ficciones que contemplan cada día, las series, las películas, fueran protagonizadas por el mismo actor, convenientemente caracterizado para dar cuerpo al personaje que toque interpretar: Rick Blaine en "Casablanca", Isaac Davis en "Manhattan", Malamadre en "Celda 211" o Don Draper en "Mad Men". Y si echan por la tele una de Jackie Chan, más vale que el tipo esté en buena forma. La capacidad camaleónica de ese actor para afrontar esa carga de trabajo diaria, multitud de papeles distintos, que además cambian sin previo aviso de un día para otro, no estaría al alcance de cualquiera. De ninguno, seguramente. Ni Actors Studio, ni Stanislavski, ni nada. Este estajanovista de la actuación sólo puede surgir de una idea descabellada, como era aquella simplificación inocente de que había enanitos dentro de la caja tonta del salón realizando la programación de cualquier canal, zapping incluido.
Resulta que el enanito de Léos Carax viaja en Limusina.
Apuntaba Robert Bresson en sus "Notas sobre el cinematógrafo" que 'El actor se proyecta más allá de sí mismo bajo la forma del personaje que quiere aparentar; le presta su cuerpo, su figura, su voz; lo hace sentarse, levantarse, caminar; lo penetra de sentimientos y de pasiones que no tiene. Ese "yo" que no es su "yo" es incompatible con el cinematógrafo'. La obsesión bressoniana con negar el arte dramático, con suprimir al actor hasta convertirlo en una marioneta sin vida, un recortable inerte que proyecta su sombra mortecina en el celuloide, arrancaba al espectador de la trama, extrañado ante las reacciones robotizadas de los personajes: algunas películas de Bresson eran duras de pelar. "Holy Motors" también, pero por otros motivos: el actor obligado ahora a imponer todas sus habilidades de suplantación, aunque repartidas en tantos fragmentos que el hilo de la trama no se hará visible hasta que haya transcurrido gran parte de ella.
Léos Carax (anagrama de Alex Oscar: Alex es su verdadero nombre y lo segundo debe ser un anhelo, sin embargo parece un director más apropiado para figurar en una lista de Cannes que para recibir una estatuilla en Los Angeles) rueda un viaje de veinticuatro horas a través del espejo, un trayecto irreal que traza un nítido homenaje a las distintas formas del relato cinematográfico, a sus géneros y, sobre todo, a la profesión de actor, si bien esta última se manifiesta como una condena, piedra de Sísifo cotidiana, en vez de como una actividad enriquecedora y plausible surgida de la vocación y el talento. La incursión de "Holy Motors" será por tanto arriesgada: no es un sendero fácil y despejado y el caminante poco dispuesto es posible que se canse al rato de haber empezado a andar. El exceso y la osadía visual también brotarán en la ruta, pero la propuesta del atrevimiento artístico, que invita a la búsqueda de lo sorprendente, ya es suficiente coartada para querer ver esta película. La búsqueda, que en ocasiones tiene premio y la mayoría de las veces no: salirse del carril aunque sea para pegársela.
Pásame otra pastilla roja, Morfeo.
Resulta que el enanito de Léos Carax viaja en Limusina.
Apuntaba Robert Bresson en sus "Notas sobre el cinematógrafo" que 'El actor se proyecta más allá de sí mismo bajo la forma del personaje que quiere aparentar; le presta su cuerpo, su figura, su voz; lo hace sentarse, levantarse, caminar; lo penetra de sentimientos y de pasiones que no tiene. Ese "yo" que no es su "yo" es incompatible con el cinematógrafo'. La obsesión bressoniana con negar el arte dramático, con suprimir al actor hasta convertirlo en una marioneta sin vida, un recortable inerte que proyecta su sombra mortecina en el celuloide, arrancaba al espectador de la trama, extrañado ante las reacciones robotizadas de los personajes: algunas películas de Bresson eran duras de pelar. "Holy Motors" también, pero por otros motivos: el actor obligado ahora a imponer todas sus habilidades de suplantación, aunque repartidas en tantos fragmentos que el hilo de la trama no se hará visible hasta que haya transcurrido gran parte de ella.
Léos Carax (anagrama de Alex Oscar: Alex es su verdadero nombre y lo segundo debe ser un anhelo, sin embargo parece un director más apropiado para figurar en una lista de Cannes que para recibir una estatuilla en Los Angeles) rueda un viaje de veinticuatro horas a través del espejo, un trayecto irreal que traza un nítido homenaje a las distintas formas del relato cinematográfico, a sus géneros y, sobre todo, a la profesión de actor, si bien esta última se manifiesta como una condena, piedra de Sísifo cotidiana, en vez de como una actividad enriquecedora y plausible surgida de la vocación y el talento. La incursión de "Holy Motors" será por tanto arriesgada: no es un sendero fácil y despejado y el caminante poco dispuesto es posible que se canse al rato de haber empezado a andar. El exceso y la osadía visual también brotarán en la ruta, pero la propuesta del atrevimiento artístico, que invita a la búsqueda de lo sorprendente, ya es suficiente coartada para querer ver esta película. La búsqueda, que en ocasiones tiene premio y la mayoría de las veces no: salirse del carril aunque sea para pegársela.
Pásame otra pastilla roja, Morfeo.
miércoles, noviembre 06, 2013
"El rey de la comedia", de Martin Scorsese
Travis aparca el taxi, se quita la chupa de veterano del Vietnam, se vuelve a dejar crecer el pelo, el bigote, y se enfunda el traje impecable del repulido Rupert Pupkin (o Pumkin, o Punkin, o Tukin, o como demonios se diga), un cómico con ganas de triunfar. Más simpático, más inocentón, pero sigue siendo Travis: una granada con la espoleta arrancada. El objetivo de su obsesión no será una rubia rotunda, un político mentiroso o una prostituta adolescente. Será la fama la presa en el punto de mira y de nuevo no habrá reparos con tal de conseguirla: del sótano de la casa familiar al prime time de la televisión por la línea más corta posible.
La fama encarnada en un cómico de éxito, ídolo de masas, el maravilloso Jerry Langford al que nada menos que el actor Jerry Lewis le presta cuerpo y alma, aunque un alma que se intuye desdichada. Una de las grandes virtudes de "El rey de la comedia" será la de mostrar el reverso triste, la sonrisa borrada, lo que queda cuando la celebridad se baja del escenario. Jerry Langford/Lewis es en realidad un solitario amargado (cena para uno en el salón del penthouse con vistas a Central Park), un infeliz que vive raptado por la ubicuidad televisiva de su imagen, acosado constantemente por los fans y por el reconocimiento inmediato que se produce en cuanto se aventura a pisar la calle, trastocando al gracioso en un antipático que apenas puede disimular la repulsión incontenible que le produce el mismo público al que debe hacer reír cada noche: el bufón misántropo y asqueado. Hoy tu sonrisa se escondió, te la tuviste que pintar. Acosar al artista: conseguir la firma apresurada o, como suele ser habitual hoy en día, la pixelación del instante, atestiguando la proximidad de un momento como si fuera la indudable muestra de que, al acercarse al genio, al colocarse brevemente a su lado, el talento ha sufrido un proceso osmótico y se ha transferido mágicamente al cuerpo del pelmazo. El precio de la fama. Quizá a Rupert Pupkin, si algún día lo logra, no le guste tampoco encontrarse dentro de la limusina zarandeada por una turba enloquecida.
Pero de momento Pupkin quiere ser Langford, y lo quiere cuanto antes, sin estar dispuesto a currarse durante años la risa ajena en clubes nocturnos desvencijados, en bolos ocasionales y mal pagados, a la espera de una oportunidad de oro que puede que no llegue nunca. La senda de este comediante con pretensiones será, por supuesto, una comedia, una comedia negra y ácida, claro, y en ella Robert De Niro demostrando de nuevo, en su fértil carrera junto al director Martin Scorsese, que es un actor todoterreno, de los que hacen época, un maestro del gesto sutil capaz de conferir al personaje el carácter necesario en cada circunstancia del guión. La influencia y la dimensión artística de De Niro en el cine durante un par de décadas fue inmensa e incontestable y "El rey de la comedia" una gran película en la que dar buena fe de ello. Sin embargo en su día (se estrenó en 1983) "El rey de la comedia" fue un fracaso en taquilla y ha sido uno de los títulos menos conocidos del tándem Scorsese-De Niro. Probablemente al público de entonces le chocara en exceso ver a un Jerry Lewis serio y a un Robert De Niro chistoso. No, no se pagaba para ver esas cosas.
Por cierto, a la media hora de proyección, entre la gente que hace bulto en una calle de Nueva York (la ciudad que nunca duerme, otro actor más en aquellas primeras películas de Scorsese), se puede ver a los componentes de "The Clash" en un cameo efímero: escudriño de fotogramas sólo para incondicionales. Straight to Hell!
La fama encarnada en un cómico de éxito, ídolo de masas, el maravilloso Jerry Langford al que nada menos que el actor Jerry Lewis le presta cuerpo y alma, aunque un alma que se intuye desdichada. Una de las grandes virtudes de "El rey de la comedia" será la de mostrar el reverso triste, la sonrisa borrada, lo que queda cuando la celebridad se baja del escenario. Jerry Langford/Lewis es en realidad un solitario amargado (cena para uno en el salón del penthouse con vistas a Central Park), un infeliz que vive raptado por la ubicuidad televisiva de su imagen, acosado constantemente por los fans y por el reconocimiento inmediato que se produce en cuanto se aventura a pisar la calle, trastocando al gracioso en un antipático que apenas puede disimular la repulsión incontenible que le produce el mismo público al que debe hacer reír cada noche: el bufón misántropo y asqueado. Hoy tu sonrisa se escondió, te la tuviste que pintar. Acosar al artista: conseguir la firma apresurada o, como suele ser habitual hoy en día, la pixelación del instante, atestiguando la proximidad de un momento como si fuera la indudable muestra de que, al acercarse al genio, al colocarse brevemente a su lado, el talento ha sufrido un proceso osmótico y se ha transferido mágicamente al cuerpo del pelmazo. El precio de la fama. Quizá a Rupert Pupkin, si algún día lo logra, no le guste tampoco encontrarse dentro de la limusina zarandeada por una turba enloquecida.
Pero de momento Pupkin quiere ser Langford, y lo quiere cuanto antes, sin estar dispuesto a currarse durante años la risa ajena en clubes nocturnos desvencijados, en bolos ocasionales y mal pagados, a la espera de una oportunidad de oro que puede que no llegue nunca. La senda de este comediante con pretensiones será, por supuesto, una comedia, una comedia negra y ácida, claro, y en ella Robert De Niro demostrando de nuevo, en su fértil carrera junto al director Martin Scorsese, que es un actor todoterreno, de los que hacen época, un maestro del gesto sutil capaz de conferir al personaje el carácter necesario en cada circunstancia del guión. La influencia y la dimensión artística de De Niro en el cine durante un par de décadas fue inmensa e incontestable y "El rey de la comedia" una gran película en la que dar buena fe de ello. Sin embargo en su día (se estrenó en 1983) "El rey de la comedia" fue un fracaso en taquilla y ha sido uno de los títulos menos conocidos del tándem Scorsese-De Niro. Probablemente al público de entonces le chocara en exceso ver a un Jerry Lewis serio y a un Robert De Niro chistoso. No, no se pagaba para ver esas cosas.
Por cierto, a la media hora de proyección, entre la gente que hace bulto en una calle de Nueva York (la ciudad que nunca duerme, otro actor más en aquellas primeras películas de Scorsese), se puede ver a los componentes de "The Clash" en un cameo efímero: escudriño de fotogramas sólo para incondicionales. Straight to Hell!
jueves, octubre 31, 2013
"El rostro", de Ingmar Bergman
¿Qué siento?
Miedo y bienestar.
Ahora la muerte
ha alcanzado mis manos,
mis brazos,
mis pies, mi vientre.
Ahora ya no veo nada.
Estoy muerto.
Quiere saberlo, lo sé.
La muerte es...
Además del cine, el teatro fue otra actividad escénica en la que el sueco Ingmar Bergman desarrolló su carrera de autor, incluso se le puede considerar director teatral en mayor medida que cinematográfico. En muchas de sus películas es patente esa condición, detectándose sin ninguna duda la influencia que tiene en el celuloide su vocación por las tablas. "El rostro" es una de las cintas en las que ese influjo del teatro se percibe de forma más poderosa, tanto por la puesta en escena como por la historia desarrollada, una trama que, si trascurriera en España y por la época de la acción, se podría clasificar de valleinclanesca.
El buhonero, el curandero, el cómico, el ilusionista. Personajes itinerantes que trasportaban lo novedoso (Melquiades y el hielo) y el carácter cosmopolita a zonas apartadas donde no llegaban noticias con regularidad y arraigaba la aculturación ciega de las superstición y el miedo. Ese carácter vagabundo e indigente convertía al viajero en un bulto sospechoso: el extraño, el ajeno indigno de confianza, forastero listillo dispuesto a aprovecharse del ignorante local, mucho menos viajado y falto de un buen espabile. La troupe del mago Vogler (Max von Sydow, cara habitual del cine de Bergman rodeado de otro montón de caras habituales: Ingrid Thulin, Gunnar Björnstrand, Bengt Ekerot, Naima Wifstrand, etc.) recorre el norte de Europa maravillando multitudes. Linternas mágicas, encantamientos, ungüentos, filtros amorosos, levitación, escapismo: óptica, medicina natural, magnetismo, electricidad, hipnosis. El Siglo de las Luces impulsó el desarrollo científico occidental alumbrando con la razón todos los aspectos de la existencia humana, aquellos que habían sido sepultados en penumbra por la cerradura firme del dogma religioso. Que el común de la población considerara como mago al hombre de ciencia capaz de manipular las leyes de la física, sería una consecuencia lógica: la caverna y sus sombras. Que pensaran que era un brujo en negocios con el diablo, suponía una propuesta infinitamente peor.
Bergman plantea en la figura de Vogler una faceta poliédrica: o charlatán, o sabio, o nigromante. El ambiente tétrico y oscuro de "El rostro" acentúa el enigma, al apoyarse la escenografía en una atmósfera de película de misterio, de novela gótica, de leyenda de Becquer: el ala negra del cuervo de Poe parece sobrevolar los fotogramas, y los cadáveres, más aún si son resucitados, ajustarán cuentas con los escépticos y los descreídos. Cae el telón y se desmoronan los trampantojos. La muerte seguirá siendo el único arcano indescifrable.
domingo, octubre 27, 2013
La bocina de Harpo
- ¿Y ahora qué escribo?
- Lo que tú quieras, ni más, ni menos.
El planeta blog, desde su creación, ha visto como surgían sobre su territorio y de forma incesante, enclaves recónditos, campamentos de pioneros: una estaca clavada en el suelo y un nombre en el cartel. Unos siguen habitados y otros fueron abandonados por sus fundadores, sin duda en busca de pastos más verdes y agradecidos. En cualquier caso un nuevo blog es una promesa, una esperanza, un punto de partida para algo que quizá sea nada o que termine siendo mucho. Eso ahora importa poco.
La bocina de Harpo. Excelente nombre, lleno de sentido. De los hermanos Marx, Harpo es el que poseía una comicidad más rotunda y sencilla, sincera y universal, el clown total que sin decir ni una palabra lograba llevarte de la carcajada incontenible de sus pantomimas al ensueño mágico de la música de su arpa, Orfeo enloquecido con chistera, peluca y bocina al cinto. Harpo es su preferido, claro.
Predicar con el ejemplo es una máxima que conviene poner en práctica. Si quieres que ellos se asomen a ciertas cosas y a su alrededor lo ven como algo cotidiano, todo será mucho más sencillo. Sugerir, nunca imponer: aprovechar el atajo genético, regla de supervivencia, proporcionado por la imitación de la conducta del adulto. Leer, pintar, escribir y, por supuesto, el cine. Y no preocuparse en absoluto por si está mejor o peor, ya que lo más importante es romper otra barrera, atreverse y experimentar. Que alguien aún más joven que este blog te comunique su intención de tener el suyo propio y verle percutir el teclado con la sorprendente decisión de su pequeño dedo índice, buscando la palabra adecuada, recordando lo visto, componiendo su relato... La vida sigue y, como tatuó a punta de cuchillo Sarah Connor sobre una mesa de madera en medio del desierto, NO FATE. El futuro no está escrito.
Eso sí, spoilers a cascoporro. Avisados quedan.
martes, octubre 22, 2013
"Gravity", de Alfonso Cuarón
La mejor noticia que surge del estreno de "Gravity" es la recuperación del acontecimiento cinematográfico: de nuevo una película es protagonista de charlas de café y son muchos los que han colocado este título en su lista de deseos: ganas de volver al cine. Su situación en la cartelera es aún más oportuna dado que durante esta semana se celebra la Fiesta del Cine, tres días de octubre en los que el precio de taquilla se traslada a aquellos años, hace décadas ya, en los que ibas al cine por menos de 500 pesetas y tenías que espabilarte para llegar pronto a hacer cola y pillar sitio más arriba de la tercera fila. ¡Qué tiempos! ¡Cola para entrar al cine! Esas aglomeraciones de gente que daban la vuelta a la manzana han retornado y es una noticia fantástica, aunque sin duda breve. Sí, el precio es el problema y un precio ajustado puede ser la solución para volver a llenar las salas. Otro problema, éste de orden genético, es padecer las estupideces de una casta gobernante iletrada y contumaz. Sin embargo, las palabras mal medidas son un arma de doble filo que evidencian la capacidad intelectual del bocazas, amén de sus dotes como dirigente. Siguen ladrando, amigo Sancho.
Tras rodear por Úbeda en el párrafo anterior, algo habrá que contar sobre "Gravity". De por sí es una extraña en la trayectoria del director. Alfonso Cuarón alcanzó un gran éxito con "Y tu mamá también" (no se me ocurren comparaciones con "Gravity", tendré que volver a verla: tendré que volver a ver "Y tu mamá también", claro), estupenda película que poco tiene que ver con su carrera posterior. Después dirigió un "Harry Potter" y luego realizó "Hijos de los hombres", interesante distopía futurista de política-ficción. Ahora pega un salto espacial y filma una de... ¿ciencia-ficción? ¿Cuánto de ciencia? ¿Cuánto de ficción? Se nota un esfuerzo por resultar creíble, por teletransportar al espectador hasta encajarle un traje de astronauta y ponerlo en órbita, pero eso no ha impedido la generación de debates acerca de determinadas experiencias de física general y espacial recreadas en la pantalla. En cualquier caso, si no creíble al menos probable: las licencias artísticas se tomarán para que no merme el propósito único de esta producción y que es provocar el mayor grado de tensión sensorial admisible de acuerdo a las técnicas de proyección modernas. Y debajo del 3D, poca cosa queda.
El tren de los hermanos Lumière llegando a la estación en 1895, el bandido disparando hacia los espectadores en "Asalto y robo de un tren" (otro tren: no estaría mal un artículo sobre trenes y cine: grandes películas han salido de la mezcla) de Edwin S. Porter en 1903. El cine se extendió como atracción de feria preparada para impactar en la mirada inocente de la audiencia y en muchos casos ahí sigue. Aunque "Gravity" sea una cinta óptima para el formato (cacharrillos flotando en gravedad cero que invaden la platea, tomas virtuales a 600 km de altura, personajes que atraviesan volando pasillos de astronaves), las posibilidades argumentales del efecto 3D, si es que existen, están por descubrir. "Gravity" no intentará ni asomarse a la trascendencia estelar de, por ejemplo, Stanley Kubrick en "2001: una odisea del espacio" o de Andréi Tarkovski en "Solaris" (si bien se podría establecer algún paralelismo ya que George Clooney protagoniza "Solaris" de Steven Soderbergh, otra versión de la novela de Stanisław Lem y que no está nada mal, y si en aquella cinta era a George Clooney al que se le materializaban espectros del pasado, en "Gravity"... esa escena es de lo mejor de la película). Tampoco es su propósito ni tiene el porqué. Pero un guión que no va más allá de una sonrojante declaración de superación personal basada en una tragedia íntima, un monólogo cutre que ni Ron Howard se hubiera atrevido a colocar en "Apolo XIII", al que se le une rifarla a ver si este botón es el bueno... para eso mejor que tu protagonista se esté callada (tomar nota de lo poco que hablaba Ripley en parecidas circunstancias en "Alien" de Ridley Scott: ya se sabe que In space no one can hear you scream) y limitarse a rodar el suceso, esa montaña rusa cósmica: no olviden tomar su Biodramina.
El guión, propongo, artilugio tridimensional que tantas y tantas veces no sale en las películas.
Tras rodear por Úbeda en el párrafo anterior, algo habrá que contar sobre "Gravity". De por sí es una extraña en la trayectoria del director. Alfonso Cuarón alcanzó un gran éxito con "Y tu mamá también" (no se me ocurren comparaciones con "Gravity", tendré que volver a verla: tendré que volver a ver "Y tu mamá también", claro), estupenda película que poco tiene que ver con su carrera posterior. Después dirigió un "Harry Potter" y luego realizó "Hijos de los hombres", interesante distopía futurista de política-ficción. Ahora pega un salto espacial y filma una de... ¿ciencia-ficción? ¿Cuánto de ciencia? ¿Cuánto de ficción? Se nota un esfuerzo por resultar creíble, por teletransportar al espectador hasta encajarle un traje de astronauta y ponerlo en órbita, pero eso no ha impedido la generación de debates acerca de determinadas experiencias de física general y espacial recreadas en la pantalla. En cualquier caso, si no creíble al menos probable: las licencias artísticas se tomarán para que no merme el propósito único de esta producción y que es provocar el mayor grado de tensión sensorial admisible de acuerdo a las técnicas de proyección modernas. Y debajo del 3D, poca cosa queda.
El tren de los hermanos Lumière llegando a la estación en 1895, el bandido disparando hacia los espectadores en "Asalto y robo de un tren" (otro tren: no estaría mal un artículo sobre trenes y cine: grandes películas han salido de la mezcla) de Edwin S. Porter en 1903. El cine se extendió como atracción de feria preparada para impactar en la mirada inocente de la audiencia y en muchos casos ahí sigue. Aunque "Gravity" sea una cinta óptima para el formato (cacharrillos flotando en gravedad cero que invaden la platea, tomas virtuales a 600 km de altura, personajes que atraviesan volando pasillos de astronaves), las posibilidades argumentales del efecto 3D, si es que existen, están por descubrir. "Gravity" no intentará ni asomarse a la trascendencia estelar de, por ejemplo, Stanley Kubrick en "2001: una odisea del espacio" o de Andréi Tarkovski en "Solaris" (si bien se podría establecer algún paralelismo ya que George Clooney protagoniza "Solaris" de Steven Soderbergh, otra versión de la novela de Stanisław Lem y que no está nada mal, y si en aquella cinta era a George Clooney al que se le materializaban espectros del pasado, en "Gravity"... esa escena es de lo mejor de la película). Tampoco es su propósito ni tiene el porqué. Pero un guión que no va más allá de una sonrojante declaración de superación personal basada en una tragedia íntima, un monólogo cutre que ni Ron Howard se hubiera atrevido a colocar en "Apolo XIII", al que se le une rifarla a ver si este botón es el bueno... para eso mejor que tu protagonista se esté callada (tomar nota de lo poco que hablaba Ripley en parecidas circunstancias en "Alien" de Ridley Scott: ya se sabe que In space no one can hear you scream) y limitarse a rodar el suceso, esa montaña rusa cósmica: no olviden tomar su Biodramina.
El guión, propongo, artilugio tridimensional que tantas y tantas veces no sale en las películas.
miércoles, octubre 09, 2013
"Brick", de Rian Johnson
"Brick" es una película sorprendente: los códigos del cine negro, de la literatura más negra aún (Raymond Chandler, James Ellroy, Dashiell Hammett), puro hard boiled transportado al ecosistema cruel de la High school estadounidense. Sin la menor concesión a la alegría juvenil, al gozo despreocupado de transitar la primavera de la vida, se muestran personajes adolescentes de vuelta de todo: cinismo nihilista frente a la codicia depravada que debería presentarse, sin ser invitada y en cualquier caso, al menos un par de décadas después.
Marlowe grunge, el empaque demoledor de Robert Mitchum encarnado en un chaval con pinta de no matar una mosca. Pero, cuidado, porque los gafitas miopes albergan bastante mala leche tras el cristal: no frotar la lámpara si no se quiere que salga el genio (lo que le pasaba a Clark Kent cuando se introducía en una cabina telefónica o al doctor Bruce Banner cuando alguien lo ponía verde: la transformación la disparan causas ajenas, la conversión es un efecto, la violencia un mal necesario).
Un cadáver en un túnel cercano, chicos malos en la cafetería de la esquina: la Dalia Negra vuelve a estar muerta y Poisonville nunca se ha limpiado. Cuando, rondando los dieciséis, deambulábamos por el barrio, poseíamos un conocimiento exacto de cuáles eran las calles y los portales, de quiénes eran los tipos, de en qué momento debía uno evitar un encuentro y cambiarse de acera. Nunca estuvimos más enterados del mapa del lumpen delictivo que en aquella época en la que conocer el terreno más que necesario era inevitable, así que "Brick" me trae a la memoria una sensación arcana que, ahora, en transito permanente de casa al trabajo y viceversa, se me antoja no vivida: la edad adulta aporta una angustia de supervivencia irreal, difícil de satisfacer, mientras que en aquellos años ajustar cuentas o hacer las paces era mucho más sencillo y eficaz.
Opera prima del director de "Looper", thriller de ciencia ficción sorprendente también, película de hace poco que se quedó sin entrada en el blog. Tendré que volver a verla para rellenar algún hueco... temporal. Joseph Gordon-Levitt protagonizando ambas con siete años de diferencia en los que su porte de tirillas de "Brick" evoluciona hacía un poco probable embrión de Bruce Willis en "Looper". Lo que desde luego se aprecia en las dos es a un interesante director y guionista llamado Rian Johnson, del que habrá que seguir pendiente. ¡Vaya! Me cuenta Internet que también ha dirigido varios episodios de "Breaking Bad", entre ellos el número 14 de la quinta temporada, titulado "Ozymandias", uno que elevan (dicen por ahí, yo aún no lo he visto) al puesto de mejor episodio de la serie. Buena línea para el currículum vítae, sin duda.
Marlowe grunge, el empaque demoledor de Robert Mitchum encarnado en un chaval con pinta de no matar una mosca. Pero, cuidado, porque los gafitas miopes albergan bastante mala leche tras el cristal: no frotar la lámpara si no se quiere que salga el genio (lo que le pasaba a Clark Kent cuando se introducía en una cabina telefónica o al doctor Bruce Banner cuando alguien lo ponía verde: la transformación la disparan causas ajenas, la conversión es un efecto, la violencia un mal necesario).
Un cadáver en un túnel cercano, chicos malos en la cafetería de la esquina: la Dalia Negra vuelve a estar muerta y Poisonville nunca se ha limpiado. Cuando, rondando los dieciséis, deambulábamos por el barrio, poseíamos un conocimiento exacto de cuáles eran las calles y los portales, de quiénes eran los tipos, de en qué momento debía uno evitar un encuentro y cambiarse de acera. Nunca estuvimos más enterados del mapa del lumpen delictivo que en aquella época en la que conocer el terreno más que necesario era inevitable, así que "Brick" me trae a la memoria una sensación arcana que, ahora, en transito permanente de casa al trabajo y viceversa, se me antoja no vivida: la edad adulta aporta una angustia de supervivencia irreal, difícil de satisfacer, mientras que en aquellos años ajustar cuentas o hacer las paces era mucho más sencillo y eficaz.
Opera prima del director de "Looper", thriller de ciencia ficción sorprendente también, película de hace poco que se quedó sin entrada en el blog. Tendré que volver a verla para rellenar algún hueco... temporal. Joseph Gordon-Levitt protagonizando ambas con siete años de diferencia en los que su porte de tirillas de "Brick" evoluciona hacía un poco probable embrión de Bruce Willis en "Looper". Lo que desde luego se aprecia en las dos es a un interesante director y guionista llamado Rian Johnson, del que habrá que seguir pendiente. ¡Vaya! Me cuenta Internet que también ha dirigido varios episodios de "Breaking Bad", entre ellos el número 14 de la quinta temporada, titulado "Ozymandias", uno que elevan (dicen por ahí, yo aún no lo he visto) al puesto de mejor episodio de la serie. Buena línea para el currículum vítae, sin duda.