"Antonio Banderas presenta...". El tirón publicitario del actor malagueño en todo el mundo puede ser acicate para que esta producción española de animación alcance eco internacional, un éxito que sería realmente merecido. La compañía Kandor Graphics, con sede en Granada, ya había conseguido ser premiada en los Goya por la película "El lince perdido" y el cortometraje "La dama y la muerte", este último incluso obtuvo una candidatura al Oscar: no, no son unos aficionados ni unos recién llegados en esto de los dibujos animados por ordenador. "Justin y la espada del valor" posee una factura impecable: el diseño de personajes, los escenarios, la expresividad, la acción, la iluminación, el nivel de detalle, todo cuidado al máximo y con un nivel de calidad sobresaliente, signos inequívocos de una industria preparada y madura, como apuntalan otros triunfos taquilleros recientes de la animación española, "Planet 51" o "Las aventuras de Tadeo Jones".
Justin, un joven de la época medieval, se debate entre estudiar Derecho para complacer a su padre o vestir armadura y desfacer entuertos siguiendo los pasos de su abuelo. 'Qué te metes Don Quijote "pa" flipar con los molinos', cantaban "Fito y los Fitipaldis". La caballería andante ya era un anhelo pasado de moda en el siglo cervantino, un ideal, el mito quijotesco, que siempre ha sido más protagonista de la literatura y de la leyenda que de la vida real: el héroe, ese desconocido. Mejor hazte abogado, nene. Y si puede ser abogado metido en política, mejor que mejor. Sin embargo la profesión no tiene por qué condicionar el espíritu, y el mensaje de la película en ese sentido es ambiguo, falto de maniqueísmo, dotando a algunos de sus personajes de facetas que impiden determinar si se es del grupo de los buenos o de los malos. Pero el guión de "Justin y la espada del valor" no será su punto fuerte. Hay cierta tendencia en el cine de animación a llevar referencias del presente hacía la representación del pasado, aún peor, de incluir factores del mundo adulto, transportados a una película infantil: un mago incomprensible (su necesidad y su verbo) que habla, tal cual, como el televisivo Carlos Jesús (¿sigue en antena o hace años que partió hacía "Ganímedes"? ¿Algún menor de diez años le ha visto alguna vez?), una facción de villanos caracterizados como cartas de la baraja española (¿cuántos niños de ahora juegan a la brisca? ¿Está el tute en el play store de Android?) que a mí ciertamente me ha gustado o una taberna gestionada como un restaurante fast food. Los niños no se ríen con esos detalles, no les cogen la gracia, y son directamente conducidos al despiste en algunos, aunque escasos, momentos. Además se ha tenido poco cuidado en mantener la fluidez de la historia, en el encadenado entre diferentes escenas: guión abrupto y embarullado a ratos. De cualquier modo el balance para el público infantil, un público exigente y que no se deja escamotear con facilidad, será positivo. Lo pasan bien con Justin, algo que no es poco.
lunes, septiembre 30, 2013
lunes, septiembre 23, 2013
"Cruce de caminos", de Derek Cianfrance
Si en un determinado momento de la película no fuéramos terriblemente conscientes de que el protagonismo que hasta entonces ha asumido el actor Ryan Gosling va a ser cedido al ¿actor? Bradley Cooper, si eso no fuera tan palmario, tan irremediable, otra hubiera sido la suerte de la historia de vidas cruzadas que es, precisamente, "Cruce de caminos" (no, no se han desesperado pensando los traductores del título original, "The Place Beyond the Pines": ¿de qué va esta peli? Pues hala, que llego tarde a cenar). La suerte que va a tener el bueno de Cooper es que en la parte que le toca defender, una pálida trama de corrupción policial a lo "Sérpico" de Sydney Lumet (por dar un ejemplo: ese trozo de la cinta no se acerca ni de lejos al cine de Lumet), va a contar con la inestimable ayuda de Ray Liotta, que va a acaparar la atención del espectador en cualquier fotograma en que le toque poner su cara curtida de policía de vuelta de todo, pasando a un discreto segundo plano al panoli medio americano Bradley: la mediocridad al poder (encima, así es: en la vida real y en la película: Avery Cross en la cumbre de su profesión). Poco después, el cruce se transmitirá a la siguiente generación, afortunadamente, punto en el que la cinta volverá a remontar, aunque no demasiado: más que un cruce, tres historias encadenadas y enlazadas de modo irregular.
Sí, lo han adivinado, no me gusta Bradley Cooper, es incluso posible que le tenga cierta manía, para qué negarlo (y eso sin haber visto ninguna de su trilogía del Resacón de Tood Phillps, que deben ser la pera). Pero en cuanto contemple una buena actuación suya, ese estigma lacerante quedará tachado para siempre. Ya sucedió con Tom Hanks cuando interpretó al Capitán Miller en "Salvar al soldado Ryan" de Steven Spielberg, o Jim Carrey en la piel de Andy Kaufman para "Man on the Moon" de Milos Forman, un cómico metido hasta el tuétano en otro, o como Truman en "El show de Truman" de Peter Weir (el problema no está en el género al que dediques tu talento, por supuesto). Y, para redondear con un ejemplar cercano, Antonio Resines, magistralmente contenido en "La buena estrella", el penúltimo destello de Ricardo Franco. Quizá ese momento tarde en llegar (si llega) y Bradley Cooper se quede haciendo compañía a Renée Zellweger en el pelotón de los torpes sine díe... Ay, las fobias. Pocas, pero justificadas, me temo.
El problema puede residir, quién sabe, en que te toque actuar detrás de Ryan Gosling, un notable actor, dotado de empaque y naturalidad: un seductor de la cámara. El fitipaldi amacarrado de "Drive" de Nicolas Winding Refn cambia ahora el coche por la moto y vuelve a proporcionar una dosis acertada de estética lumpen y adrenalina motorizada. Y de romance, claro: el nuevo héroe romántico de la clase trabajadora, puesto que Gosling podría reclamar como propio. En "Blue Valentine", la anterior película de Derek Cianfrance, se propuso una forma original en el cine estadounidense de afrontar el melodrama moderno, creando un ambiente íntimo en el que el espectador era un invitado bien acogido para que pudiera identificarse fácilmente con el conflicto emocional cotidiano desplegado en la pantalla. No era poca cosa. Parecía que "Cruce de caminos" se planteaba así, un peldaño más arriba, surgido de la mezcla enriquecedora de "Drive" y "Blue Valentine", con Ryan Gosling como catalizador indispensable y Eva Mendes en réplica acertada. Mediada la película, se quebró la promesa.
Sí, lo han adivinado, no me gusta Bradley Cooper, es incluso posible que le tenga cierta manía, para qué negarlo (y eso sin haber visto ninguna de su trilogía del Resacón de Tood Phillps, que deben ser la pera). Pero en cuanto contemple una buena actuación suya, ese estigma lacerante quedará tachado para siempre. Ya sucedió con Tom Hanks cuando interpretó al Capitán Miller en "Salvar al soldado Ryan" de Steven Spielberg, o Jim Carrey en la piel de Andy Kaufman para "Man on the Moon" de Milos Forman, un cómico metido hasta el tuétano en otro, o como Truman en "El show de Truman" de Peter Weir (el problema no está en el género al que dediques tu talento, por supuesto). Y, para redondear con un ejemplar cercano, Antonio Resines, magistralmente contenido en "La buena estrella", el penúltimo destello de Ricardo Franco. Quizá ese momento tarde en llegar (si llega) y Bradley Cooper se quede haciendo compañía a Renée Zellweger en el pelotón de los torpes sine díe... Ay, las fobias. Pocas, pero justificadas, me temo.
El problema puede residir, quién sabe, en que te toque actuar detrás de Ryan Gosling, un notable actor, dotado de empaque y naturalidad: un seductor de la cámara. El fitipaldi amacarrado de "Drive" de Nicolas Winding Refn cambia ahora el coche por la moto y vuelve a proporcionar una dosis acertada de estética lumpen y adrenalina motorizada. Y de romance, claro: el nuevo héroe romántico de la clase trabajadora, puesto que Gosling podría reclamar como propio. En "Blue Valentine", la anterior película de Derek Cianfrance, se propuso una forma original en el cine estadounidense de afrontar el melodrama moderno, creando un ambiente íntimo en el que el espectador era un invitado bien acogido para que pudiera identificarse fácilmente con el conflicto emocional cotidiano desplegado en la pantalla. No era poca cosa. Parecía que "Cruce de caminos" se planteaba así, un peldaño más arriba, surgido de la mezcla enriquecedora de "Drive" y "Blue Valentine", con Ryan Gosling como catalizador indispensable y Eva Mendes en réplica acertada. Mediada la película, se quebró la promesa.
martes, septiembre 17, 2013
"La anguila", de Shōhei Imamura
La anguila en la pecera. El arroz con anguila es un plato considerado como afrodisíaco en la cocina japonesa (así lo he leído hace poco en la novela "La mujer de la arena", de Kōbō Abe). La anguila, pez extraño, totémico, fálico: la anguila recluida como símbolo de abstinencia sexual. Un titular reciente: uno de cada cuatro hombres del este asiático reconoce haber violado a una mujer. La incredulidad ante la noticia, ante esa concepción aterradora del sexo, se deshace si pienso en todas las películas orientales en las que se trata a la mujer como un objeto sin valor más allá del que proporciona su completa sumisión al hombre. Violación y brutalidad amatoria (triste oxímoron) plasmadas sin ambages en el celuloide del sol naciente, también en "La anguila": cine reflejo de la sociedad que lo genera y, de este modo, referencia cultural principal.
El marido cornudo asesina a su esposa a cuchilladas. ¿Cómo justificar un crimen tan horrendo? Años de cárcel y después intentar engancharse de nuevo a la vida común, pero ¿cómo convivir con la bestia homicida que eres tú mismo? Alejarse de todo lo conocido para desconocerse a uno, forastero en tierra nueva, un entorno rural donde redimirse y donde nadie te reconozca. Lugareños estereotipados que acogen al extraño como uno más, el clan y el grupo ante la adversidad, y forzando así que la historia pase a conformar una comedia costumbrista: el criminal que equilibra su karma sirviendo a otros y reencontrando su camino. Esta película con su tono ligero y su búsqueda de perdón, se aparta entonces de las tormentosas (y atormentadas) historias que Imamura filmó en los años 60 (quizás sus mejores años como cineasta), dando calidad a la Nueva Ola del cine japonés, concediendo protagonismo absoluto a personajes femeninos, pero a cuál de ellas más desgraciada: "The Insect Woman", "Intentions of Murder", "The Pornographers": magnífico cine que exponía y que por tanto denunciaba.
Palma de Oro de Cannes del año 1997 para "La anguila", una de las más inmerecidas que yo haya visto y he visto muchas (aquel mismo año "La anguila" compartió galardón con "El sabor de las cerezas" de Abbas Kiarostami: la comparación sería inalcanzable: la del persa es obra maestra). Shōhei Imamura ya tenía una, la del año 1983 por "La balada de Narayama", película que es una versión moderna, mucho más brutal y descarnada, del clásico drama rural rodado por Keisuke Kinoshita en 1958. Muy reconocido y premiado director fue Imamura, del que he leído en ocasiones cómo lo encumbraban al lado de Yasujirō Ozu o Akira Kurosawa. No, en mi opinión, no ha de ser.
El marido cornudo asesina a su esposa a cuchilladas. ¿Cómo justificar un crimen tan horrendo? Años de cárcel y después intentar engancharse de nuevo a la vida común, pero ¿cómo convivir con la bestia homicida que eres tú mismo? Alejarse de todo lo conocido para desconocerse a uno, forastero en tierra nueva, un entorno rural donde redimirse y donde nadie te reconozca. Lugareños estereotipados que acogen al extraño como uno más, el clan y el grupo ante la adversidad, y forzando así que la historia pase a conformar una comedia costumbrista: el criminal que equilibra su karma sirviendo a otros y reencontrando su camino. Esta película con su tono ligero y su búsqueda de perdón, se aparta entonces de las tormentosas (y atormentadas) historias que Imamura filmó en los años 60 (quizás sus mejores años como cineasta), dando calidad a la Nueva Ola del cine japonés, concediendo protagonismo absoluto a personajes femeninos, pero a cuál de ellas más desgraciada: "The Insect Woman", "Intentions of Murder", "The Pornographers": magnífico cine que exponía y que por tanto denunciaba.
Palma de Oro de Cannes del año 1997 para "La anguila", una de las más inmerecidas que yo haya visto y he visto muchas (aquel mismo año "La anguila" compartió galardón con "El sabor de las cerezas" de Abbas Kiarostami: la comparación sería inalcanzable: la del persa es obra maestra). Shōhei Imamura ya tenía una, la del año 1983 por "La balada de Narayama", película que es una versión moderna, mucho más brutal y descarnada, del clásico drama rural rodado por Keisuke Kinoshita en 1958. Muy reconocido y premiado director fue Imamura, del que he leído en ocasiones cómo lo encumbraban al lado de Yasujirō Ozu o Akira Kurosawa. No, en mi opinión, no ha de ser.
sábado, septiembre 07, 2013
Trilogía. "Paraíso", de Ulrich Seidl
El ciclo "Filmo Verano 2013", que los cines Van Dyck de Salamanca están programando durante los meses de Agosto y Septiembre, ofrece una impresionante cartelera de 21 películas exhibidas en versión original con subtítulos. Títulos entre lo más importante del panorama cinematográfico anual, cine qualité, a razón de tres por semana y que van rotando en su horario de proyección para dar mayor facilidad de asistencia al espectador, con el interesante añadido de un precio menor en la entrada y la posibilidad de un descuento aún mayor comprando un abono: no hay excusa, salvo tener tiempo para ir al cine, ay.
Pero esta semana ha podido ser: tres días seguidos, nada menos, para disfrutar de la trilogía filmada por el director austriaco Ulrich Seidl. Con la referencia de "Dog days", único título que anidaba en la retina (y que se quedó realmente grabado en ella: película impactante), la mirada que Seidl va a abrir para rodar sus fotogramas en "Paraíso" ya se intuía y así ha resultado: casting de calle pero esforzado a conciencia, con unas actuaciones impresionantes de las actrices protagonistas; crudeza visual en algunas escenas, rodadas sin tapujos; predilección por la cámara fija, en planos llenos de simetría, el ser humano ubicado de forma excéntrica en sus propias creaciones arquitectónicas, de un modo que resulta un ajeno, un cuerpo extraño habitando una modernidad hostigadora; y, sobre todo, humor negro salpicando un guión excelente: Ulrich Seidl te provoca una carcajada incontenible y al momento piensas ¿de qué narices me estoy riendo?, ¿no me da vergüenza? Concluyes que precisamente eso es lo que quiere infundir el autor, esa dualidad de sentimientos incompatibles, la comedia y la tragedia de la mano. ¿Acaso en las madrugadas insomnes de los velatorios no suele haber algún primo que suelta un chiste y se ríe hasta el del ataúd? Ese sería el efecto. Ulrich Seidl podría ser Michael Haneke si en una de Haneke te rieras o Todd Solondz si el director estadounidense no tuviera un matiz irreal y onírico. Pero después de ver "Paraíso" queda claro que Seidl escapa de comparaciones y posee una obra completamente original, merecedora de un puesto de honor en el cine europeo: trilogía magistral.
La trilogía "Paraiso" consta de tres películas: "Amor", "Fe" y "Esperanza". Dos hermanas y la hija de una de ellas pasan sus vacaciones cada una en un lugar distinto, destinos alejados, sin relación aparente entre ellos: trilogía del fracaso: la imposibilidad de alcanzar la felicidad, ni siquiera disfrutando de unos días de descanso, o quizás esa condición de evasión del día a día resulta aún mucho peor, pues no existe la ilusión de refugio de la cotidianidad.
Amor
Mujeres mayores sin pareja en una playa de Kenia, buscando un souvenir de carne y hueso: de carne firme y joven. Amargura del cuerpo que ha perdido su esplendor pero que conserva la emoción de alcanzar un romance auténtico, de deseo genuino no motivado por un monedero bien forrado. Para el otro lado del turismo sexual, esas señoras son la oportunidad de lograr unos ingresos extraordinarios, regalos de amantes agradecidas: piel negra para la blanca desteñida. Integración racial políticamente incorrecta: la policía patrulla la tenue línea de separación entre las tumbonas y los vendedores, débil barrera física pero enorme muro social. Ellos permanecen inertes, estáticos, postes clavados en la arena de la playa, al acecho del golpe de suerte, del turista accidental que patrocine una moto nueva, un arreglo en la casa, la factura de una estancia en el hospital o simplemente un mes sin hambre. El abismo entre Kenia y Austria, no sólo por el clima, por el paisaje alpino frente a la extensión llana del Índico, no sería sino absurda cualquier tipo de comparación en cuanto a condiciones de vida. El colonialismo, eso ha cambiado poco: Jambo Bwana, Hakuna Matata. Igual Teresa (Margarethe Tiesel: qué portento de actuación) había visto "Todos nos llamamos Alí", de Rainer Werner Fassbinder y había pensado que podía ser.
Fe
Abrazar la religión como respuesta a una tragedia personal, pero abrazarla con ceguera pasional, con la fe poderosa del converso. Y con todas las consecuencias del fanatismo desaforado: sermonear, mortificar y sacrificar. Las escenas de misión evangelizadora que lleva a cabo Anna María (María Hofstätter; en "Dog days" interpretaba a una loca que, apostada a la puerta de los hipermercados, pedía a la gente que la llevara a dar una vuelta en coche: durante el trayecto se dedicaba a darle al conductor una tabarra insoportable que solía terminar con ella abandonada en cualquier cuneta: su papel en "Fe" será similar, claro, e igualmente genial: una naturalidad y una capacidad para entrar en el personaje fuera de lo común), puerta a puerta con una talla de la Virgen debajo del brazo, avasallando a vecinos descreídos y a inmigrantes repudiados para que se arrodillen en oración compartida junto a ella, producen algunos de los momentos más chocantes (la risa recorre la platea) y más tensos (el alcohol, la marginación y el desamparo, como vecinos poco deseados del barrio) de la cinta. Anna María combatiendo al diablo, también dentro de casa: el excepcional guión de "Fe" hace que probablemente sea la mejor película de la trilogía.
Esperanza
Adolescentes obesos quemando grasas en un campamento de verano convertido en clínica de adelgazamiento. Pero el campamento siempre fue territorio de transgresión, de camaradería, de búsqueda de experiencias inalcanzables bajo el estricto ojo paterno. Y del amor, del primer amor: el cuerpo saturado de hormonas persigue con desesperación el escarceo sexual que alivie el ansia genético de perpetuar la especie. Sin embargo la premura suele producir que el disparo no se realice hacia la diana adecuada: la flecha de Cupido puede aterrizar en medio de la nada: platonismo y depresión. "Esperanza" puede ser la película más floja de la trilogía, la más fría y desapasionada, aunque esa valoración de debilidad puede deberse a la inevitable comparación con las portentosas entregas anteriores, "Amor" y "Fe". Como dijo mi compañera de platea, si la hubiéramos visto la primera, quizá las sensación final sería otra. En cualquier caso, es un cierre apropiado, un no hay dos sin tres que culmina el retrato de la desolación sentimental de una raza, la blanca europea, que se desespera en laberintos vitales cuando el estómago está lleno y el bienestar material no supone ningún problema.
Estaba el filósofo dilucidando en la soledad de su buhardilla enrevesadas angustias existenciales cuando, de repente, llamó a la puerta el cobrador del gas. Y la angustia pasó a ser de la buena.
Pero esta semana ha podido ser: tres días seguidos, nada menos, para disfrutar de la trilogía filmada por el director austriaco Ulrich Seidl. Con la referencia de "Dog days", único título que anidaba en la retina (y que se quedó realmente grabado en ella: película impactante), la mirada que Seidl va a abrir para rodar sus fotogramas en "Paraíso" ya se intuía y así ha resultado: casting de calle pero esforzado a conciencia, con unas actuaciones impresionantes de las actrices protagonistas; crudeza visual en algunas escenas, rodadas sin tapujos; predilección por la cámara fija, en planos llenos de simetría, el ser humano ubicado de forma excéntrica en sus propias creaciones arquitectónicas, de un modo que resulta un ajeno, un cuerpo extraño habitando una modernidad hostigadora; y, sobre todo, humor negro salpicando un guión excelente: Ulrich Seidl te provoca una carcajada incontenible y al momento piensas ¿de qué narices me estoy riendo?, ¿no me da vergüenza? Concluyes que precisamente eso es lo que quiere infundir el autor, esa dualidad de sentimientos incompatibles, la comedia y la tragedia de la mano. ¿Acaso en las madrugadas insomnes de los velatorios no suele haber algún primo que suelta un chiste y se ríe hasta el del ataúd? Ese sería el efecto. Ulrich Seidl podría ser Michael Haneke si en una de Haneke te rieras o Todd Solondz si el director estadounidense no tuviera un matiz irreal y onírico. Pero después de ver "Paraíso" queda claro que Seidl escapa de comparaciones y posee una obra completamente original, merecedora de un puesto de honor en el cine europeo: trilogía magistral.
La trilogía "Paraiso" consta de tres películas: "Amor", "Fe" y "Esperanza". Dos hermanas y la hija de una de ellas pasan sus vacaciones cada una en un lugar distinto, destinos alejados, sin relación aparente entre ellos: trilogía del fracaso: la imposibilidad de alcanzar la felicidad, ni siquiera disfrutando de unos días de descanso, o quizás esa condición de evasión del día a día resulta aún mucho peor, pues no existe la ilusión de refugio de la cotidianidad.
Amor
Mujeres mayores sin pareja en una playa de Kenia, buscando un souvenir de carne y hueso: de carne firme y joven. Amargura del cuerpo que ha perdido su esplendor pero que conserva la emoción de alcanzar un romance auténtico, de deseo genuino no motivado por un monedero bien forrado. Para el otro lado del turismo sexual, esas señoras son la oportunidad de lograr unos ingresos extraordinarios, regalos de amantes agradecidas: piel negra para la blanca desteñida. Integración racial políticamente incorrecta: la policía patrulla la tenue línea de separación entre las tumbonas y los vendedores, débil barrera física pero enorme muro social. Ellos permanecen inertes, estáticos, postes clavados en la arena de la playa, al acecho del golpe de suerte, del turista accidental que patrocine una moto nueva, un arreglo en la casa, la factura de una estancia en el hospital o simplemente un mes sin hambre. El abismo entre Kenia y Austria, no sólo por el clima, por el paisaje alpino frente a la extensión llana del Índico, no sería sino absurda cualquier tipo de comparación en cuanto a condiciones de vida. El colonialismo, eso ha cambiado poco: Jambo Bwana, Hakuna Matata. Igual Teresa (Margarethe Tiesel: qué portento de actuación) había visto "Todos nos llamamos Alí", de Rainer Werner Fassbinder y había pensado que podía ser.
Fe
Abrazar la religión como respuesta a una tragedia personal, pero abrazarla con ceguera pasional, con la fe poderosa del converso. Y con todas las consecuencias del fanatismo desaforado: sermonear, mortificar y sacrificar. Las escenas de misión evangelizadora que lleva a cabo Anna María (María Hofstätter; en "Dog days" interpretaba a una loca que, apostada a la puerta de los hipermercados, pedía a la gente que la llevara a dar una vuelta en coche: durante el trayecto se dedicaba a darle al conductor una tabarra insoportable que solía terminar con ella abandonada en cualquier cuneta: su papel en "Fe" será similar, claro, e igualmente genial: una naturalidad y una capacidad para entrar en el personaje fuera de lo común), puerta a puerta con una talla de la Virgen debajo del brazo, avasallando a vecinos descreídos y a inmigrantes repudiados para que se arrodillen en oración compartida junto a ella, producen algunos de los momentos más chocantes (la risa recorre la platea) y más tensos (el alcohol, la marginación y el desamparo, como vecinos poco deseados del barrio) de la cinta. Anna María combatiendo al diablo, también dentro de casa: el excepcional guión de "Fe" hace que probablemente sea la mejor película de la trilogía.
Esperanza
Adolescentes obesos quemando grasas en un campamento de verano convertido en clínica de adelgazamiento. Pero el campamento siempre fue territorio de transgresión, de camaradería, de búsqueda de experiencias inalcanzables bajo el estricto ojo paterno. Y del amor, del primer amor: el cuerpo saturado de hormonas persigue con desesperación el escarceo sexual que alivie el ansia genético de perpetuar la especie. Sin embargo la premura suele producir que el disparo no se realice hacia la diana adecuada: la flecha de Cupido puede aterrizar en medio de la nada: platonismo y depresión. "Esperanza" puede ser la película más floja de la trilogía, la más fría y desapasionada, aunque esa valoración de debilidad puede deberse a la inevitable comparación con las portentosas entregas anteriores, "Amor" y "Fe". Como dijo mi compañera de platea, si la hubiéramos visto la primera, quizá las sensación final sería otra. En cualquier caso, es un cierre apropiado, un no hay dos sin tres que culmina el retrato de la desolación sentimental de una raza, la blanca europea, que se desespera en laberintos vitales cuando el estómago está lleno y el bienestar material no supone ningún problema.
Estaba el filósofo dilucidando en la soledad de su buhardilla enrevesadas angustias existenciales cuando, de repente, llamó a la puerta el cobrador del gas. Y la angustia pasó a ser de la buena.
domingo, septiembre 01, 2013
"Epic: el mundo secreto", de Chris Wedge
La otra opción era "Aviones" pero para qué entrar a verla y dedicar una entrada más a despotricar contra Disney (igualmente lo voy a hacer: será que me encanta repetirme), lamentando la dolorosa desaparición de Pixar (comprar para guardar en un baúl y tirar la llave: no se ha adquirido el talento ajeno, se ha borrado la competencia a golpe de talonario) como fuente segura de la que durante varios veranos, año tras año, fue la mejor película de animación: "Ratatouille", "Wall-E", "Up" y "Toy Story 3", una racha triunfal en este blog, cercenada sin piedad por los herederos del ratón Mickey. El mundo Pixar, un mundo perdido.
Vamos a "Epic", ese mundo secreto, que en el cartel y en el trailer parece recordar a la estética de "El origen de los guardianes" de Peter Ramsey, una grata sorpresa para las navidades pasadas. "Epic" propone el recurrente conflicto entre el bien y el mal, representado esta vez por la lucha mortal entre dos razas de seres diminutos que viven en el rincón más profundo del bosque: los Hombres Hoja contra los maléficos Boggans (elfos contra orcos, me ha recordado la pinta de unos y de otros). Desde el primer cuento infantil que se haya relatado alguna vez, virtud y maldad se han visto las caras, una reducción maniquea repetida infinidad de veces y que ha funcionado siempre a la perfección, receta infalible. Esta vez no será menos.
Y vamos a asombrarnos con los impresionantes niveles de detalle alcanzados por la animación por ordenador, con una acción trepidante y con un diseño de personajes espléndido: si el paraje verde que defienden los Hombres Hoja es un deslumbrante vergel de colores poblado por seres fantásticos, personificación de flores y animales (la fábula), no menos atractivo es el mundo lóbrego y oscuro (el infierno) que emerge del podrido territorio Boggan, pequeños monstruos dominados por una ansia de destrucción que conecta con las tramas pergeñadas por la fértil imaginación de Michael Ende (los Hombres Grises de "Momo", La Nada de "La historia interminable") o de Tolkien (Sauron extendiendo la Oscuridad desde el Este en "El Señor de los Anillos"). Las influencias son válidas para aquel que sabe recogerlas sabiamente.
Cruzada de héroes contra demonios, fantasía épica apta para menores, contada con humor pero sin incidir en tonos infantiloides: la muerte hace presencia y se acepta como un engranaje más de la balanza, del equilibrio, del ecosistema bien afinado. Hoy leía en Babelia, en el Sillón de orejas que cada semana escribe con maestría Manuel Rodríguez Rivero y decora Max, que el catedrático de demografía Carl Haub cifra en 107.602.707.791 el número de homo sapiens que hemos nacido hasta el año 2011. De todos ellos seguimos respirando alrededor del 6%. El resto es abono, sentencia certero el columnista, una frase corta para que se recuerde bien.
Carpe diem, apostillo.
Vamos a "Epic", ese mundo secreto, que en el cartel y en el trailer parece recordar a la estética de "El origen de los guardianes" de Peter Ramsey, una grata sorpresa para las navidades pasadas. "Epic" propone el recurrente conflicto entre el bien y el mal, representado esta vez por la lucha mortal entre dos razas de seres diminutos que viven en el rincón más profundo del bosque: los Hombres Hoja contra los maléficos Boggans (elfos contra orcos, me ha recordado la pinta de unos y de otros). Desde el primer cuento infantil que se haya relatado alguna vez, virtud y maldad se han visto las caras, una reducción maniquea repetida infinidad de veces y que ha funcionado siempre a la perfección, receta infalible. Esta vez no será menos.
Y vamos a asombrarnos con los impresionantes niveles de detalle alcanzados por la animación por ordenador, con una acción trepidante y con un diseño de personajes espléndido: si el paraje verde que defienden los Hombres Hoja es un deslumbrante vergel de colores poblado por seres fantásticos, personificación de flores y animales (la fábula), no menos atractivo es el mundo lóbrego y oscuro (el infierno) que emerge del podrido territorio Boggan, pequeños monstruos dominados por una ansia de destrucción que conecta con las tramas pergeñadas por la fértil imaginación de Michael Ende (los Hombres Grises de "Momo", La Nada de "La historia interminable") o de Tolkien (Sauron extendiendo la Oscuridad desde el Este en "El Señor de los Anillos"). Las influencias son válidas para aquel que sabe recogerlas sabiamente.
Cruzada de héroes contra demonios, fantasía épica apta para menores, contada con humor pero sin incidir en tonos infantiloides: la muerte hace presencia y se acepta como un engranaje más de la balanza, del equilibrio, del ecosistema bien afinado. Hoy leía en Babelia, en el Sillón de orejas que cada semana escribe con maestría Manuel Rodríguez Rivero y decora Max, que el catedrático de demografía Carl Haub cifra en 107.602.707.791 el número de homo sapiens que hemos nacido hasta el año 2011. De todos ellos seguimos respirando alrededor del 6%. El resto es abono, sentencia certero el columnista, una frase corta para que se recuerde bien.
Carpe diem, apostillo.