Alain Leroy recorre las calles de París con la misma desesperación con la que Julien Tavernier buscaba una salida del ascensor. Maurice Ronet, magistral en ambos casos: personajes sin asideros ni esperanzas que enfrentan a solas su destino.
Alain es un ex-alcohólico que no encuentra motivos para seguir viviendo. La búsqueda del impulso vital imprescindible, como aquel tránsito incansable que, años más tarde, mostraba Abbas Kiarostami en "El sabor de las cerezas". La fiesta terminó. Los antiguos amigos ordenan sus vidas, forman familias, se sumen en la placidez de la costumbre pero Alain se resiste a caer en la rutina. Beber para que pase algo, como decía Bukowski, una neblina de alcohol que altere la percepción de la realidad y camufle la existencia mediocre para convertirla en una falsa aventura permanente. Y por no caer en la rutina se tropieza con la depresión: mala solución, trampa mortal, opción indeseable en vez de salir al encuentro de la vida tal cual llega y apurar lo que ofrece.
No es mal consejo el que dio Cicerón: pensar es vivir dos veces. Y leer también. Y ver una película, por supuesto.
Para la ocasión, fotogramas desgarrados por Erik Satie.
sábado, abril 30, 2011
sábado, abril 23, 2011
"Zombieland", de Ruben Fleischer
Llevo una quincena algo zombi. No me refiero unicamente a mi estado mental en el intervalo de tiempo que hay entre el sonido del despertador y el segundo café de la mañana, que también, una situación de atontamiento matutino que se ha visto aliviada de modo impagable por el parón laboral de la Semana Santa. Me refiero en realidad a dos fenómenos de ultratumba que han venido a visitarme con asiduidad durante los pasados días: la serie para televisión "The walking dead" y la novela "Descansa en paz". La primera está basada en los cómic del mismo título (hoy mismo he tenido un volumen recopilatorio en mis manos, en la feria del Día del Libro, pero al final no lo he comprado: opté por el "Kafka" de Robert Crumb y los zombis para otro ocasión, que bastante empacho llevo ya) y es una buena serie: seis capítulos llenos de acción y emoción, con la firma del gran Frank Darabont ("Cadena perpetua", "La milla verde", "La niebla": no está nada mal), que se ven del tirón. Apocalipsis zombi y los últimos seres humanos luchando a muerte contra sus antiguos vecinos, un tema viejo del género fantástico y de terror: "La invasión de los ladrones de cuerpos" de Don Siegel, "The Omega man" de Boris Sagal o, por supuesto, "La noche de los muertos vivientes" de George Romero, son precursores en historias de infección y holocausto. A esperar la segunda temporada de "The walking dead" ya que la primera dejó buen sabor de boca. Y el estomago un poco revuelto: daños colaterales consustanciales al canibalismo.
En cuanto a la novela "Descansa en paz", su autor es John Ajvide Lindquist, otro nórdico superventas, que ya tenía en su haber "Déjame entrar", el libro que dio origen a una de las mejores (o la mejor) películas de vampiros de los últimos años. Atraído por un título me atrevo con el otro. "Descansa en paz" resulta ser una buena novela donde el zombi ya no es un anónimo despojo putrefacto que quiere recuperar su carne a costa de la tuya sino que el cadáver andante es un familiar que ha fallecido recientemente y que vuelve a casa: el abuelo, la madre o, el caso más doloroso, un hijo. El disparo en el cerebelo no parece lógico y sí la esperanza en que debajo de la piel cuarteada y los ojos velados quede un hálito del habitante anterior de esa materia en demolición, de aquella persona por la que tanto se ha llorado tras su muerte y tanto se ha sufrido por su ausencia. ¿Acaso no era más difícil resucitar que quedarte, cuando mi alma se abrazaba a la tuya forcejeando hasta desangrarse, con la muerte?, preguntaba Dulce Loynaz en su poema "La novia de Lázaro". Lázaro, zombi primordial.
Así que después de tanta trascendencia en el papel y tanta tensión en la pequeña pantalla, "Zombieland" parece el producto adecuado para desengrasar y clausurar este pequeño rotten festival. No me equivoco y la película es lo que parece, una comedia tontuna de pegar tiros y de amor adolescente, donde los zombis parecen los vivos, que no los muertos. Sale Jesse Eisenberg haciendo de Mark Zuckerberg un año antes de rodar "La red social" de David Fincher, como si "Zombieland" fuera un casting para el papel que le lanzaría a la fama. O sea hace de perfecto nerd bobalicón: este chico corre el riesgo de acabar más encasillado que Antonio Resines si sigue hablando tan rápido. También aparece Woody Harrelson y su papel también se puede autoreferenciar a cuando hizo de Mickey Knox en "Asesinos natos" de Oliver Stone: lado salvaje y adicción al gatillo. Completan el cuarteto Emma Stone, de la que no tengo referencias ni esta película me las aporta, y Abigail Breslin, aquella deslumbrante pequeña Miss Sunshine que se va haciendo mayor y ya no deslumbra tanto. Este es el grupo de los, aparentemente, únicos supervivientes de nuestra especie, depositarios de un código genético refinado durante millones de años, los últimos de Filipinas (también aparece Bill Murray en un pésimo cameo que, menos mal, no dura mucho), y su mayor preocupación es encontrar cierto pastelito (no sé si Bony o Tigretón) y llegar a un parque de atracciones californiano: reflejo certero de una sociedad occidental infantil y decadente que sólo se mueve por la satisfacción inmediata del deseo pueril y caprichoso: ese mundo más podrido que un zombi. Comedia como alegoría, aunque no sé si el director la tenía en mente.
Zombieland now.
En cuanto a la novela "Descansa en paz", su autor es John Ajvide Lindquist, otro nórdico superventas, que ya tenía en su haber "Déjame entrar", el libro que dio origen a una de las mejores (o la mejor) películas de vampiros de los últimos años. Atraído por un título me atrevo con el otro. "Descansa en paz" resulta ser una buena novela donde el zombi ya no es un anónimo despojo putrefacto que quiere recuperar su carne a costa de la tuya sino que el cadáver andante es un familiar que ha fallecido recientemente y que vuelve a casa: el abuelo, la madre o, el caso más doloroso, un hijo. El disparo en el cerebelo no parece lógico y sí la esperanza en que debajo de la piel cuarteada y los ojos velados quede un hálito del habitante anterior de esa materia en demolición, de aquella persona por la que tanto se ha llorado tras su muerte y tanto se ha sufrido por su ausencia. ¿Acaso no era más difícil resucitar que quedarte, cuando mi alma se abrazaba a la tuya forcejeando hasta desangrarse, con la muerte?, preguntaba Dulce Loynaz en su poema "La novia de Lázaro". Lázaro, zombi primordial.
Así que después de tanta trascendencia en el papel y tanta tensión en la pequeña pantalla, "Zombieland" parece el producto adecuado para desengrasar y clausurar este pequeño rotten festival. No me equivoco y la película es lo que parece, una comedia tontuna de pegar tiros y de amor adolescente, donde los zombis parecen los vivos, que no los muertos. Sale Jesse Eisenberg haciendo de Mark Zuckerberg un año antes de rodar "La red social" de David Fincher, como si "Zombieland" fuera un casting para el papel que le lanzaría a la fama. O sea hace de perfecto nerd bobalicón: este chico corre el riesgo de acabar más encasillado que Antonio Resines si sigue hablando tan rápido. También aparece Woody Harrelson y su papel también se puede autoreferenciar a cuando hizo de Mickey Knox en "Asesinos natos" de Oliver Stone: lado salvaje y adicción al gatillo. Completan el cuarteto Emma Stone, de la que no tengo referencias ni esta película me las aporta, y Abigail Breslin, aquella deslumbrante pequeña Miss Sunshine que se va haciendo mayor y ya no deslumbra tanto. Este es el grupo de los, aparentemente, únicos supervivientes de nuestra especie, depositarios de un código genético refinado durante millones de años, los últimos de Filipinas (también aparece Bill Murray en un pésimo cameo que, menos mal, no dura mucho), y su mayor preocupación es encontrar cierto pastelito (no sé si Bony o Tigretón) y llegar a un parque de atracciones californiano: reflejo certero de una sociedad occidental infantil y decadente que sólo se mueve por la satisfacción inmediata del deseo pueril y caprichoso: ese mundo más podrido que un zombi. Comedia como alegoría, aunque no sé si el director la tenía en mente.
Zombieland now.
domingo, abril 17, 2011
"Henry, retrato de un asesino", de John McNaughton
En la película "Caro diario" de Nanni Moretti, esa estupenda introspección sentimental e irónica del director italiano en su propia vida, hay un pasaje en el que Moretti, escapando del sofocante verano romano, se mete en un cine a ver "Henry: retrato de un asesino", la sensación cinematográfica de la temporada, de la que además ha leído alguna buena crítica. Ay, la crítica. Al salir del cine, asqueado ante tanta violencia nauseabunda, sórdida e inexplicable, se pregunta si aquel crítico que alababa y recomendaba esta película conseguirá conciliar el sueño o si los remordimientos por su tremendo error le harán dar vueltas en la cama hasta el amanecer. La siguiente secuencia, una de las mejores de la cinta, nos muestra al propio Nanni Moretti sentado junto a una cama y leyendo recortes de periódico en voz alta. En el lecho, un crítico de cine se retuerce de dolor, se cubre la cara con el embozo de las sábanas, se aferra a su almohada como si esta fuera el último asidero de un precipicio, llora y balbucea amargamente, pues parece que escuchar la letanía compuesta por sus propios artículos es tan insoportable como la salmodia del exorcista para los oídos de Regan: ¡El poder de Cristo te obliga! Genial escena, que seguramente fue una venganza del cineasta ante algún crítico "amigo" de la época.
Visto así, recomendar o no que se vea una película puede ser una decisión arriesgada, un juicio más o menos apasionado que se vislumbra certero, pero que puede ser un patinazo brutal: crítico obnubilado se parte la crisma al caerse del guindo. En el caso de "Henry: retrato de un asesino" la opinión a seguir se puede balancear entre la del italiano, ya presentada y absolutamente contraria al film, y, por ejemplo, la del que ha incluido "Henry..." entre las "1001 películas que hay que ver antes de morir", que supongo que será positiva (no lo leeré hasta haber terminado de escribir esta entrada). ¿Cómo saber si una película es buena? Muy sencillo, basta con ver un millón de películas: después será imposible equivocarse.
La historia de Henry (Michael Rooker: hace poco le he visto convertido en otro total killer en la serie "The walking dead": los zombis son una excusa perfecta para llenar las pantallas de asesinatos feroces sin que la masacre producida consiga que los defensores de la televisión "políticamente correcta" se rasguen las vestiduras) es una colección de actos homicidas, un montón de ellos, a los que no se les acaba de encontrar la raíz, el leitmotiv generador de tanta violencia gratuita. Puede ser un problema sexual provocado por un trauma infantil, puede ser un atraco (para conseguir dinero o algo más banal aún: un televisor nuevo) que termina mal, o, simple y llanamente, el aburrimiento de una personalidad inestable y dotada para la brutalidad salvaje (esta última será la causa que dejen entrever otras películas hiperviolentas como "La naranja mecánica" de Stanley Kubrick o "Funny Games" de Michael Haneke). Los motivos no quedan claros y parece que tampoco importan demasiado, así que la cinta termina por convertirse en un ejercicio de estética sucia, descarnada, bastante gore, desposeída de cualquier rasgo de bondad y de cualquier posibilidad redentora: Henry es un caso sin solución y su colega Otis (Tom Towles) el siguiente de la lista. O el primero. El único momento en que parece que se quiere aportar cierto lirismo se reduce a unos planos al principio de la película en los que la cámara se aproxima o se aleja de los cadáveres inertes y ensangrentados de las víctimas (femeninas y casi desnudas) de Henry mientras suena una musiquilla: réquiem para necrofilias.
A mí me ha recordado a aquella serie española, "La huella del crimen", y de hecho dura poco más que un capítulo de aquellos.
Igual Nanni Moretti tenía razón.
Visto así, recomendar o no que se vea una película puede ser una decisión arriesgada, un juicio más o menos apasionado que se vislumbra certero, pero que puede ser un patinazo brutal: crítico obnubilado se parte la crisma al caerse del guindo. En el caso de "Henry: retrato de un asesino" la opinión a seguir se puede balancear entre la del italiano, ya presentada y absolutamente contraria al film, y, por ejemplo, la del que ha incluido "Henry..." entre las "1001 películas que hay que ver antes de morir", que supongo que será positiva (no lo leeré hasta haber terminado de escribir esta entrada). ¿Cómo saber si una película es buena? Muy sencillo, basta con ver un millón de películas: después será imposible equivocarse.
La historia de Henry (Michael Rooker: hace poco le he visto convertido en otro total killer en la serie "The walking dead": los zombis son una excusa perfecta para llenar las pantallas de asesinatos feroces sin que la masacre producida consiga que los defensores de la televisión "políticamente correcta" se rasguen las vestiduras) es una colección de actos homicidas, un montón de ellos, a los que no se les acaba de encontrar la raíz, el leitmotiv generador de tanta violencia gratuita. Puede ser un problema sexual provocado por un trauma infantil, puede ser un atraco (para conseguir dinero o algo más banal aún: un televisor nuevo) que termina mal, o, simple y llanamente, el aburrimiento de una personalidad inestable y dotada para la brutalidad salvaje (esta última será la causa que dejen entrever otras películas hiperviolentas como "La naranja mecánica" de Stanley Kubrick o "Funny Games" de Michael Haneke). Los motivos no quedan claros y parece que tampoco importan demasiado, así que la cinta termina por convertirse en un ejercicio de estética sucia, descarnada, bastante gore, desposeída de cualquier rasgo de bondad y de cualquier posibilidad redentora: Henry es un caso sin solución y su colega Otis (Tom Towles) el siguiente de la lista. O el primero. El único momento en que parece que se quiere aportar cierto lirismo se reduce a unos planos al principio de la película en los que la cámara se aproxima o se aleja de los cadáveres inertes y ensangrentados de las víctimas (femeninas y casi desnudas) de Henry mientras suena una musiquilla: réquiem para necrofilias.
A mí me ha recordado a aquella serie española, "La huella del crimen", y de hecho dura poco más que un capítulo de aquellos.
Igual Nanni Moretti tenía razón.
miércoles, abril 13, 2011
Libros. Tres de cine para el sexto cumpleaños de Licantropunk.
Me decía ayer Tomás que si hoy el blog cumpliera siete años en vez de seis, podría utilizar para esta entrada el título original de la película "La tentación vive arriba" de Billy Wilder: "The seven year itch". Pero no puede ser así, ni por la cifra ni por la idea de inclinación a la infidelidad: con cadencia más o menos semanal he ido componiendo este puzzle, he ido llenando esta botella de capacidad infinita con una persistencia que me asombra y, de momento, no me apetece abandonar el juego. "The seven year itch" se convierte en un interrogante a desvelar el año que viene. Espero.
La persona que se sabe todas las fechas y que me regala todos los libros, este año ha superado todas las expectativas. Crisis, what crisis?, como el nombre de aquel álbum de Supertramp. Como si fuera el 6 de enero, me pongo a abrir los regalos:
Feliz cumpleaños, Max, compañero lobo. Tu aniversario es lo que dice Alicia que en realidad se celebra hoy.
No os olvidéis de darle una chuleta.
La persona que se sabe todas las fechas y que me regala todos los libros, este año ha superado todas las expectativas. Crisis, what crisis?, como el nombre de aquel álbum de Supertramp. Como si fuera el 6 de enero, me pongo a abrir los regalos:
- "Conversaciones con Billy Wilder", de Cameron Crowe, un libro que hace mucho que quería tener.
- "Emoción, Cine y Memoria. Análisis de las producciones de Walt Disney y Pixar Animation Studios", de Francisco José Mariano Romero, que tiene una pinta extraordinaria y que parece que tira por el aspecto psicológico/sociológico del tema. Eso sí, más de 200 páginas y ni una ilustración, pero tampoco harán mucha falta pues supongo que todos las películas que se mencionen habitarán algún apartado de mi hipocampo.
- "100 Clásicos del Cine de Taschen", dos volúmenes con todas las fotografías imaginables, como es costumbre de esta editorial, por si había echado de menos "santos" en el libro anterior. Cien títulos que, si no se han visto ya, se está tardando en hacerlo.
Feliz cumpleaños, Max, compañero lobo. Tu aniversario es lo que dice Alicia que en realidad se celebra hoy.
No os olvidéis de darle una chuleta.
sábado, abril 09, 2011
Tomás Serrano premiado en el World Press Cartoon
Entre los enlaces que figuran a la derecha, en el apartado denominado "Obligatorios", se encuentra uno que apunta a un blog llamado "Waldo Walkiria World". En ese rincón de la blogosfera el dibujante Tomás Serrano deja de cuando en cuando alguna muestra de su arte y sus asiduos visitantes nos dedicamos a valorar, con total objetividad, lo que vemos. Y no debíamos estar muy desencaminados en nuestros juicios, que suelen ser elogiosos, ya que esta noche, en la ciudad portuguesa de Sintra, Tomás ha recibido un premio del World Press Cartoon, los galardones más prestigiosos a nivel internacional para dibujos, ilustraciones o viñetas que se hayan publicado en la prensa de todo el mundo y que cada año señalan a los mejores profesionales del sector.
Cuando me enteré de que Tomás iba a recibir ese premio yo no tenía muy claro su alcance o su importancia, pero desde que visité la página web del certamen y le eché un vistazo a las obras de los premiados en años anteriores o de los nominados para la edición actual... ¡vaya nivel!
Enhorabuena, Tomás.
Y en breve nos meteremos en "La caja de Pandora"...
Cuando me enteré de que Tomás iba a recibir ese premio yo no tenía muy claro su alcance o su importancia, pero desde que visité la página web del certamen y le eché un vistazo a las obras de los premiados en años anteriores o de los nominados para la edición actual... ¡vaya nivel!
Enhorabuena, Tomás.
Y en breve nos meteremos en "La caja de Pandora"...
domingo, abril 03, 2011
"El crepúsculo de los dioses", de Billy Wilder
Max, el personaje que encarna Erich Von Stroheim, me parece el más desolador dentro de la fabulosa coreografía de caracteres que se arrojan a la pantalla en esta película. La escena en que le confiesa a Joe Gillis (William Holden, otro criado al servicio de madame, pero para otros menesteres) que él, ese mayordomo fiel y entregado como un fanático al cuidado de su señora, la actriz Norma Desmond (Gloria Swanson, desesperada araña), es en realidad el director de las primeras películas de la actriz y, aún más, su primer marido, entonces esa escena se convierte en una secuencia demoledora: ¿hasta dónde llega el apetito de la diosa?
Las motivaciones psicológicas que pueden llevar a ese punto, a la aceptación de ese puesto de sumisión silenciosa y disciplinada (dueña-lacayo) donde antes hubo una relación de poder inversa (director-actriz) y más tarde de igualdad de pareja (esposa-marido) son demasiado complejas e inescrutables para exponerse en el ámbito del guión de "El crepúsculo de los dioses" y se quedarán en un fantástico fuera de campo. Si a esto añadimos que, en la vida real, Erich Von Stroheim había sido un director de prestigio en la época del cine de mudo, que dirigió a Gloria Swanson en "La reina Kelly" en 1928, película que supuso un fracaso para el director austriaco, y que, después de trabajar en esa cinta, con aquella actriz, esa diva inalcanzable, vio truncada su carrera como realizador cuando aún no había cumplido 50 años, entonces las emociones saltarán incontrolables entre la pantalla, el guión, el set de rodaje y la mente del espectador.
Max pone en marcha el proyector de cine, en el salón de la casa de Norma Desmond. Una película muda, como siempre. Norma y Joe están sentados en el sofá y ella habla de su desprecio al cine sonoro. De repente se pone en pie, altiva, iluminada por la luz del proyector, y grita ajena a cualquier realidad: ¡Volveré a la pantalla, lo juro! La película que están viendo es, precisamente, "La reina Kelly".
Billy Wilder tenía un gran humor negro. Genial y muy negro.
Las motivaciones psicológicas que pueden llevar a ese punto, a la aceptación de ese puesto de sumisión silenciosa y disciplinada (dueña-lacayo) donde antes hubo una relación de poder inversa (director-actriz) y más tarde de igualdad de pareja (esposa-marido) son demasiado complejas e inescrutables para exponerse en el ámbito del guión de "El crepúsculo de los dioses" y se quedarán en un fantástico fuera de campo. Si a esto añadimos que, en la vida real, Erich Von Stroheim había sido un director de prestigio en la época del cine de mudo, que dirigió a Gloria Swanson en "La reina Kelly" en 1928, película que supuso un fracaso para el director austriaco, y que, después de trabajar en esa cinta, con aquella actriz, esa diva inalcanzable, vio truncada su carrera como realizador cuando aún no había cumplido 50 años, entonces las emociones saltarán incontrolables entre la pantalla, el guión, el set de rodaje y la mente del espectador.
Max pone en marcha el proyector de cine, en el salón de la casa de Norma Desmond. Una película muda, como siempre. Norma y Joe están sentados en el sofá y ella habla de su desprecio al cine sonoro. De repente se pone en pie, altiva, iluminada por la luz del proyector, y grita ajena a cualquier realidad: ¡Volveré a la pantalla, lo juro! La película que están viendo es, precisamente, "La reina Kelly".
Billy Wilder tenía un gran humor negro. Genial y muy negro.