Paranoid Park es el destino mítico de la juventud, aquel que atrae y aterra a partes iguales. Puede ser la perdida de la virginidad, la primera cerveza, llegar a casa al amanecer o entrar a aquel garito oscuro lleno de macarras: el fin de la adolescencia, la puerta que hay que atravesar para demostrar la hombría. Lo que esta claro es que algo se perderá en el trance. La inocencia, seguramente, porque toda iluminación, el riesgo del conocimiento, reside en que una vez alcanzado se perderán cómodos rincones donde se dormía el dulce sueño de la ignorancia: el tonto es feliz.
Gus Van Sant escoge a un joven skater (la elección es acertada: el patinete se desliza en un espejismo de facilidad, la caída siempre esta a punto de suceder: además con la música y la iluminación adecuadas, la belleza de las imágenes es rotunda, por supuesto) para mostrar la angustia y la desesperación de las faltas irreparables. La confesión, la aceptación, como única vía de escape.
"Paranoid Park" es la tercera de tres películas dedicadas a la muerte. "Elephant", la mejor de las tres, muestra desde distintos puntos de vista -testigos, asesinos y víctimas- el día de la celebre matanza del instituto Colombine: esta primera habla del asesinato brutal y premeditado. La segunda, "Last Days", la más extraña de ellas hasta reducirse a un ejercicio de estilo, son los imaginados last days de Kurt Cobain, el rockero estandarte del grunge que se suicidó a la edad de 27 (como Jim, Janis y Jimi: después de la J la K) encarnado en un tal Blake que vaga sin rumbo y sin encontrar un asidero que aleje su dedo del gatillo de la escopeta (como buscaba el protagonista de "El sabor de las cerezas" de Abbas Kiaorostami: el suicidio al final del callejón). Y así, "Paranoid Park", la tercera, será la muerte por accidente aunque no por ello menos dolorosa. Trilogía maestra.
La semana pasada oí hablar del estreno de "Paranoid Park" (dos años tarde) a la crítica de cine de "El ojo crítico" de Radio1. Minusvaloraba esta película, desaconsejando con fervor a los oyentes que pasaran por taquilla para ir a verla: esta muy lejos de aquella obra maestra del director que fue "El indomable Will Hunting", decía con la implacable temeridad de un francotirador serbio. ¡Vivir para oír!
lunes, julio 13, 2009
viernes, julio 03, 2009
"Las vacaciones de M. Hulot", de Jacques Tati
Veo la película y al día siguiente me encuentro en "El País" un artículo de Diego Galán hablando del personaje: casualidades que te hacen levantar las cejas, levemente.
El artículo tiene el denunciante título de Manipular el pasado. Al parecer la Cinémathèque Française conmemora el 102 (la extraña cifra se puede vender como una ocurrencia delirante: quizás oculta un olvido imperdonable) aniversario del nacimiento de Tati y el cartel que anuncia el acontecimiento no emplea la imagen más conocida del personaje: se renuncia a su sempiterna pipa, no sea que los niños se lancen disparados al estanco más cercano. Lo mismo sucedió con el cartel de la reciente película "Coco" de Anne Fontaine del que, en las calles parisinas, se hizo desaparecer el cigarrillo de la mano de la famosa modista: lo políticamente correcto hace aparecer la estupidez mediocre del falto de imaginación, del alarmista ingenuo: del político incorrecto que se encuentra en el pedestal que no debe.
La pipa, el sombrero, el flequillo, unas perneras anchas pero insuficientes por las que asoman calcetines a rayas y un caminar sesgado pero decidido, de larga zancada. Señas de identidad chaplinescas: ¿qué sería Charlot sin bastón, sin bombín? Monsieur Hulot hereda a Chaplin, a Keaton. Retorna el humor del cine mudo a mediados del siglo XX. El slapstick de la patada en el trasero, del torpón inocente, del pelmazo educado y lleno de bondad al que todos rehuyen: ese carácter inquietante del que no tiene doblez. A Hulot lo heredarán Peter Sellers en "Bienvenido Mr. Chance" o "El guateque" o, más recientemente, el conocido Mr. Bean, pasándose el testigo de un patrón cómico intemporal.
"Las vacaciones de M. Hulot" es una tormenta (tranquila) de gags cómicos que en ocasiones parecen improvisados, no finalizados. La excusa para la puesta en escena serán los veraneos familiares de la clase media francesa en una época en que las playas son remansos placenteros y los hoteles un pequeño hogar de convivencia. Esa es la paradoja de esta comedia: contemplar la playa de Saint-Marc produce una tristeza melancólica infinita: cualquier parecido con un pueblo costero vacacional actual sería pura coincidencia.
El artículo tiene el denunciante título de Manipular el pasado. Al parecer la Cinémathèque Française conmemora el 102 (la extraña cifra se puede vender como una ocurrencia delirante: quizás oculta un olvido imperdonable) aniversario del nacimiento de Tati y el cartel que anuncia el acontecimiento no emplea la imagen más conocida del personaje: se renuncia a su sempiterna pipa, no sea que los niños se lancen disparados al estanco más cercano. Lo mismo sucedió con el cartel de la reciente película "Coco" de Anne Fontaine del que, en las calles parisinas, se hizo desaparecer el cigarrillo de la mano de la famosa modista: lo políticamente correcto hace aparecer la estupidez mediocre del falto de imaginación, del alarmista ingenuo: del político incorrecto que se encuentra en el pedestal que no debe.
La pipa, el sombrero, el flequillo, unas perneras anchas pero insuficientes por las que asoman calcetines a rayas y un caminar sesgado pero decidido, de larga zancada. Señas de identidad chaplinescas: ¿qué sería Charlot sin bastón, sin bombín? Monsieur Hulot hereda a Chaplin, a Keaton. Retorna el humor del cine mudo a mediados del siglo XX. El slapstick de la patada en el trasero, del torpón inocente, del pelmazo educado y lleno de bondad al que todos rehuyen: ese carácter inquietante del que no tiene doblez. A Hulot lo heredarán Peter Sellers en "Bienvenido Mr. Chance" o "El guateque" o, más recientemente, el conocido Mr. Bean, pasándose el testigo de un patrón cómico intemporal.
"Las vacaciones de M. Hulot" es una tormenta (tranquila) de gags cómicos que en ocasiones parecen improvisados, no finalizados. La excusa para la puesta en escena serán los veraneos familiares de la clase media francesa en una época en que las playas son remansos placenteros y los hoteles un pequeño hogar de convivencia. Esa es la paradoja de esta comedia: contemplar la playa de Saint-Marc produce una tristeza melancólica infinita: cualquier parecido con un pueblo costero vacacional actual sería pura coincidencia.