Sus vecinos no acaban de creerse que sea un cura: no están acostumbrados a un párroco tan desprendido. Estajanovista de la caridad, botín fácil para pícaros y holgazanes, tonto de tan bueno. Recuerda al fraile Junípero de "Francisco, juglar de Dios", de Roberto Rossellini, otro ultra de la piedad que solía regresar desnudo al convento después de haberle entregado sus escasas ropas a cualquier paisano, más pobre que él, con el que se cruzara por el camino.Retrato de la caridad, una de las virtudes cristianas más preciadas, esa que suele ir acompañada del adjetivo "malentendida". Buñuel la va a pulverizar tomando como pretexto la novela de Benito Pérez Galdós. Nazarín yerrará en cada una de sus buenas acciones: todas ellas terminan provocando desgracias. El incendio del mesón provocado por la prostituta que él ha cobijado en su casa o el capataz asesinado por sus trabajadores después de que este haya accedido a darle trabajo a Nazarín a cambio, unicamente, de un poco de comida (el santo esquirol). Sin embargo otros serán sus fracasos más dolorosos: ni consigue el arrepentimiento del ladrón que le salva la vida (el malhechor acepta sin dramas su condición de alma condenada: cada uno a lo suyo), ni mucho menos el de la enferma de peste que, en el lecho de muerte, prefiere evocar el amor que deja en este mundo antes que aceptar la equívoca promesa de la salvación ultraterrena.
Después de tanta decepción acumulada, ¿qué puede significar la resistencia a aceptar la piña que le ofrecen tan caritativamente al final de la película? La duda, por supuesto. Esa duda que quebranta hasta la fe más ciega.


