sábado, junio 28, 2008

"La niebla de Stephen King", de Frank Darabont

Suelo leer un fanzine de cine fantástico y de terror (se autoproclama así, pero su espectro de interés cinematográfico es mucho más amplio), que se publica en Internet, llamado JUDEX. Muy recomendable. Estrenos, críticas, noticias, reportajes. Y concursos. Mandé un correo electrónico y he sido el afortunado ganador de una camiseta de la película "La niebla de Stephen King", pero como se trataba de una película que no había visto, quería saber que nivel tenía la producción que se escondía detrás del afiche que iba a lucir este verano: mi conciencia se ha quedado tranquila: buena película.
Ya había visto, hace una pila de años, una película llamada "La niebla", dirigida esta por John Carpenter, y que trataba de unos marineros zombies que volvían en el centenario de su trágica muerte a ajustar cuentas con los vivos. Envueltos en la niebla, degollaban a cualquier paisano que se cruzara en su camino. Recuerdo, además, que aquella película la vi en una sesión doble, en los cines Bejar, en la que el segundo título era "La trampa de la muerte", de Sydney Lumet: gran tarde de cine por 100 pesetas: los cines de sesión continua, tan extintos como las hombreras en las camisetas. Bueno, dicen que todo vuelve.
"La niebla de Stephen King" trata de un grupo de parroquianos de un pueblo de Estados Unidos que se refugian en un supermercado cuando una extraña niebla hace aparición. La gente que se ha adentrado en la bruma, ha desaparecido misteriosamente, entre gritos de dolor y agonía. Pronto harán su aparición crueles seres demoníacos llenos de tentáculos, dignos de la obra de Lovecraft ("Mitos de Cthulhu", "Necronomicón": cualquier lector de los comics "Creepy", sin ir más lejos, sabrá a qué me refiero), sin duda una referencia segura en la confección de esta película. La trama se desarrolla a buen ritmo, no aburre lo más mínimo. Los aterrorizados "rehenes" de la tienda, -como en "El ángel exterminador" de Luis Buñuel: otra referencia- van cayendo en delirios apocalípticos de juicios finales y plagas bíblicas y empiezan a matarse unos a otros, hasta que un puñado de ellos se atreverá a romper el cerco y buscará el cielo despejado.
Y así, llegarán los cinco últimos minutos de la película, terribles, que serán los que harán de ella una película inolvidable.

Crítica de "La niebla de Stephen King" en Judex

domingo, junio 22, 2008

El fruto prohibido de Eva

Tratar el tema de las desigualdades de género requiere de buenas dosis de sensatez y sentido común. No hay que ir al diccionario a darle patadas porque eso sólo sirve para alimentar bandadas de tertulianos paniaguados: cuando el sabio señala las estrellas, el necio mira el dedo. En este tema ni siquiera hace falta elevar la vista al cielo, basta con echar un vistazo a la sociedad actual. Y eso es lo que se lleva a cabo, con mucha agudeza visual, desde el blog El fruto prohibido de Eva.
Para miembros y "miembras".

"Paradise now", de Hany Abu-Assad

Y los ángeles bajarán a recogeros.
Sesenta años después, el conflicto permanece. Víctimas y asesinos a ambos lados del muro, perpetúan la violencia. "En la primera Intifada los soldados de Israel entraron en mi casa y le preguntaron a mi madre que qué pierna prefería perder", dice Khaled. Cisjordania es una piel de leopardo en la que cada mancha representa un territorio palestino perdido en medio de terrenos ocupados por colonos israelitas: islotes claustrofóbicos asediados por fuerzas enemigas: un atentado en Israel puede suponer perder el derecho al agua, a la luz, al trabajo, a las comunicaciones, a la sanidad. Lamentablemente nadie te quita nunca el derecho a la miseria. Así se construye una sociedad de supervivientes a expensas de la ayuda internacional, sociedad que evoluciona hacia la nada, perdida entre la admiración por los mártires y el odio a los colaboradores (es fácil explotar debilidades cuando la vida se desarrolla en condiciones extremas y hay una familia que mantener). Se venden por igual vídeos con los discursos de los primeros que grabaciones de los ajusticiamientos de los segundos, si bien estos últimos tienen mayor demanda.
Un cinturón de 5 kg de explosivos alrededor de la cintura y un cordón del que tirar en el momento adecuado: un autobús, un mercado, un cine, un restaurante. Tácticas de terror contra la población civil que sólo conducen a la justificación de los actos del adversario. Ni se van a rendir, ni se van a retirar, por muchas víctimas inocentes que se logren masacrar y además la causa defendida va a quedar completamente desacreditada.
La finalidad del acto suicida queda así anclada únicamente en la promesa de alcanzar el paraíso. Y la película se encarga de dejar bien claro que el único paraíso posible hay que construirlo a este lado.
Ahora.

sábado, junio 14, 2008

"Gerry", de Gus Van Sant

Dos jóvenes excursionistas se pierden. Están visitando uno de esos parajes semidesérticos que tanto vemos en las películas fronterizas (parece ser Death Valley: nada casual). Páramos desolados que se extienden hasta el infinito. Perderse en compañía de un amigo es un suceso que inicialmente se toma como una anécdota que contar a la vuelta. Paciencia, ya encontráremos el camino. Caminad, caminad. El paso del tiempo, largo y estéril, conduce a la angustia. La sed, el cansancio. Aparece el terror de la certidumbre de la muerte cuando ya no es una posibilidad remota. Y a partir de ahí, vagar como espectros alucinados, zombies en busca del último manantial.
¿Cuánto duraríamos en medio de un desierto, de un monte? Sociedad de estómagos colmados. Basta la amenaza del desabastecimiento, de la escasez, para que acudamos raudos a llenar nuestros depósitos, nuestras despensas, cegados con la avidez de la paranoia: el terror de las posibilidades se asienta en nuestra vidas con la certeza de un navajazo en los riñones.
Gus Van Sant dirige a dos Gerrys: Matt Damon y, al fin, un Affleck (Casey, recientemente nominado al Oscar por "El asesinato de Jesse James... etc.") con dotes para la actuación. Película arriesgada, de largas secuencias monótonas, despojada de argumento y sobrada de belleza paisajística, pero que puede llegar a conectar con el espectador dispuesto a la empatía. Esta semana tuve que dejar de leer "La carretera", el reciente premio Pulitzer de Cormac McCarthy y postergarlo para épocas más tranquilas: el relato más aterrador que haya leído nunca: la pesadilla más terrible a la distancia de la pulsación de un botón por un loco elegido en las urnas: el mono y la ballesta. Últimamente mi nivel de empatía está próximo a desbordarse.