martes, enero 31, 2017

"Tarde para la ira", de Raúl Arévalo

La Ley del Talión es la más profundamente inscrita en la naturaleza humana. No hay nadie (tras ser violentamente agredido) que no quiera machacar a su agresor. La convivencia en sociedad (sin embargo) es imposible si no renunciamos a este impulso.
¿Y renunciamos a él?
No.
"Madrid: frontera" - David Llorente

La indefensión del ciudadano medio, si es que existe un ciudadano medio a estas alturas del expolio. Un atraco con víctimas. Se logra detener al que esperaba con el coche en marcha, cómplice absoluto pero que aparenta una culpabilidad menor que los que daban el palo: como si fuera uno que pasaba por allí. El resto del grupo, ladrones y asesinos, se escapa, se libra: el pillado se come el marrón y cierra el pico, años de presidio, el héroe silencioso, pídeme lo que quieras colega: el crimen impune: la justicia amontona casos sin cerrar, vagando perdida en la penumbra kafkiana de los laberintos legales (igual "The Purge" de James DeMonaco arrancaba de los mismos pozos de rencor). Y sigo con otro extracto (la coincidencia temporal entre película y libro me ha regalado estas conexiones) de la estupenda distopía madrileña (el mar de Madrid) relatada en la última novela de David Llorente: "Ya sabemos que una persona puede esperar largos años (el tiempo no cuenta) hasta que consigue consumar la venganza. Ya sabemos que una persona de apariencia normal puede no pensar en otra cosa que en devolver el mal que se le infligió previamente. Ya sabemos (porque lo hemos visto) que el deseo de venganza es el alimento que te da fuerzas cuando desfalleces y el bálsamo que te calma el escozor de las heridas".
La venganza en el cine siempre ha funcionado bien, placer prohibido por ley al que el celuloide ha sabido dar rienda suelta, clave primordial de géneros tan populares como el western. El espectador, transformado en abogado del diablo, aprieta mentalmente el gatillo o apunta hacia otro lado, inmerso en la historia, pero la venganza, fría y estudiada, sólo compete al agraviado, que habrá colocado en la balanza de muchas noches de insomnio las consecuencias que acarrearán sus actos. El guión está escrito a medias entre el director, Raúl Arévalo, y el psicólogo David Pulido, al que tuve ocasión de escuchar en una entrevista en "Hoy empieza todo" de Radio 3. Me quedé con esto: la gestión de la ira: respira hondo y date la vuelta.
Hostales de carretera, baretos de barrio, sórdidas escuelas de boxeo y verbenas de pueblo. La España cañí aguanta impertérrita en pleno siglo XXI: la escopeta de caza y los cartuchos de postas siguen siendo las herramientas por antonomasia para solventar conflictos gordianos: a las bravas y sin miramientos. El actor Raúl Arévalo da el salto a la dirección con una trama rotunda, un directo al mentón sin concesiones, cine negro nacional apuntalado en señas raciales, pero con ecos de Scorsese, de Peckinpah. Este director novel aparecía en aquella fantástica comedia titulada "Azuloscurocasinegro", de Daniel Sánchez Arévalo, hito fundacional que situó el foco sobre una generación de actores sobresalientes: además del mencionado, Quim Gutiérrez, Marta Etura, o, el más laureado de todos, Antonio de la Torre. Y laureles puede que recoja "Tarde para la ira" en la próxima entrega de los premios Goya, esa gala que cada año vilipendiamos pero que, sin duda alguna, volveremos a ver.

lunes, enero 23, 2017

"Angel-A", de Luc Besson

Un tipo a punto de arrojarse al río desde lo alto de un puente, un ser desesperado, harto de la vida, de sus bofetadas y de sus sueños rotos. Un tipo que debe mucho dinero. En el momento culminante, el salto al vacío que no tendrá vuelta atrás, otra persona, qué digo persona, un ángel caído del cielo, se precipita a las aguas turbulentas, de cabeza hacia una muerte segura. ¿Qué hago ahora? ¿Me suicido, le salvo? Le salvaré y, a la vez, me salvaré a mí mismo. ¿"¡Qué bello es vivir!" de Frank Capra? Pues no, "Angel-A" de Luc Besson. Una coincidencia más allá de lo casual invita a pensar que Besson juguetea con la trama del megaclásico de Capra, sustituyendo aquel puente en blanco y negro de Befford Falls (que podría volverse la pecaminosa Pottersville si George Bailey consuma su inmolación navideña) por, también en monocromo, el Alejandro III de la ciudad de París, y en el reparto descambiar a James Stewart por Jamel Debbouze (casi nada: ¡vaya cambio!) y travestir al candoroso Henry Travers en la felina Rie Rasmussen. Pero es la misma escena: 'If God will send his Angels', en el tema de U2 para el disco "Pop", una canción propicia para todas ellas, que aparece en otra banda sonora angelical, la de la película "City of Angels" de Brad Silberling, que a su vez se alimentaba de "El cielo sobre Berlín" de Wim Wenders. Llamando ángeles, ángeles de película, todos hablando entre sí.

Me invita mi amigo Pablo, con un extracto de los que circulan por la red, a contemplar una  escena de "Angel-A", pero quién puede conformarse con un pedacito. En la secuencia veo a una rubia platino con pinta de modelo apoyada en la espalda de un hombre con aspecto de vagabundo, la femme fatale y el clochard los dos enfrente de un espejo, ella hablándole de la belleza interior, convenciéndole de aquello de que amar a los demás empieza por amarse a uno mismo. A él le reconozco rápido, Jamel Debbouze, actor que aparece en "Amélie" de Jean-Pierre Jeunet o en "Días de gloria" de Rachid Bouchareb, y de ella, Rie Rasmussen, sólo puedo pensar que fue la que le quitó el puesto a Milla Jovovich, musa primordial del director francés, cuando ésta se divorció de Luc Besson tras el rodaje de "Juana de Arco". Igualita, igualita ¿También suelta patadas voladoras? También, si fuera menester.
Si el contraste entre James Stewart y su ángel de la guarda era grande (más físico que moral), en la de Luc Besson es inmenso, pero bien utilizado supone un mordiente para la historia, una disparidad en los personajes que anima a seguir mirando mientras atraviesan situaciones que despiertan la perplejidad y la sonrisa del espectador. A ello se suma una excelente fotografía en blanco y negro: París del Sena, de los cafés y los bulevares, para un melodrama moderno de lumpen y soledad, de redención y segundas oportunidades, un guion que, sin embargo, se ve trastocado en la parte final de la película: demasiado apresurado por llegar a la meta, retirado del horno antes de tiempo: la trama se suicida y la cinta se presta a recortar de ella los momentos mejores, sí, y colgarlos en Internet, restos del pecio, como el que llegó a mi orilla, varado en el rompeolas. Bueno, en el muro, en realidad...