domingo, julio 31, 2016

"La bruja", de Robert Eggers

Que Leire Urritasun no hace distinción de las Fiestas del Señor, y que estos mismos días de precepto desaparece desde por la mañana hasta el anochecer, con un mastín que ella tiene domesticado. Ítem, que el día de Jueves Santo se vistió con ropas limpias de lino y se marchó con el dicho mastín y que no regresó hasta muy entrada la noche, y que lo hizo volando por los aires a lomos del perro. (...) Ítem, que ayudó a parir a una vecina con yerbas de sabor amargo y que el parido vino manco de un brazo. (...) Ítem, que desapareció de su lecho muchos viernes y que llevó a Isabel, su sobrina, al prado de San Miguel. Que allí estaba el demonio, sentado en un trono refulgente, y que tres viejas desnudas bebían en unos cuencos orines del Maléfico.
"Proceso, anatematización y quema de una bruja en un ensayo general" - Ramiro Pinilla

¿Y si todo fuera cierto? ¿Y si las miles de sentencias condenatorias que durante siglos se pronunciaron sin piedad y se ejecutaron con violencia, estuvieron sostenidas por hechos probados y verificados? ¿Y si los testigos decían la verdad y a los jueces les movía un ánimo sensato en vez de un prejuicio religioso abyecto? Desde ese punto de vista, "La bruja" constituiría el relato de sucesos históricos, la descripción veraz de actos tenebrosos, artes diabólicas y recetas ponzoñosas, que se llevaban a cabo en lo más profundo del bosque. ¿Y si las Pinturas Negras o los Caprichos de Goya fueran apuntes del natural? Desde Zugarramurdi a los ensayos de Julio Caro Baroja, desde las meigas gallegas al Santo Oficio, en España hay un consistente sustrato brujeril, una cultura ancestral, que, como todo lo antiguo en la época del teléfono móvil, sólo interesará si hay pokemones cerca.
En el siglo XVII gran número de puritanos ingleses, grupo radical de los calvinistas, fundaron colonias en el nordeste de los actuales Estados Unidos. Tenían tanto temor de Dios y rigor, implacable, en la rectitud moral de su conducta, como fortaleza de espíritu para ser capaces de acarrear la cama de la abuela atravesando el océano Atlántico y ponerse a plantar maíz en los límites del mundo conocido. Predestinación y oración y un pavo para el cuarto jueves de noviembre: Thanksgiving Day: gracias a Dios, por supuesto. La atmósfera asfixiante de la religiosidad extrema (ese ambiente se describe a la perfección en "La cinta blanca" de Michael Haneke) fomenta la delación, acusando al vecino para desviar cualquier posible sospecha de inmoralidad propia. Y en una espiral de paranoia y virtud, pasar del vecino al padre, o al hermano, incluso a los propios hijos.
La película refleja muy bien todos esos impulsos fanáticos: Satanás detrás de cada mirada subrepticia, de cada pecadillo cotidiano. Pero mientras otras películas situadas en la época se han centrado en la denuncia de las injusticias cometidas contra las presuntas brujas (por ejemplo, las basadas en los famosos juicios de Salem como "El crisol" de Nicholas Hytner, que a su vez era una adaptación de la obra teatral "Las brujas de Salem" de Arthur Miller), "La bruja" afirma, no desmiente, con escenas de pesadilla que atraviesan el territorio de los cuentos infantiles que nos desvelaban después de una reunión familiar junto a la lumbre y que los tiempos modernos de lo políticamente correcto se empeñan en edulcorar hasta arrancarles cualquier amargura. 
Vendrá la bruja y te llevará. Ya lo verás. Que sí, que sí.

sábado, julio 30, 2016

"La leyenda de Tarzán", de David Yates

El rescoldo sentimental de aquellas películas protagonizadas por Johnny Weissmüller, es imposible removerlo con este último Tarzán y conseguir que se produzca el mínimo calor. En el año 1984, con "Greystoke", Hugh Hudson, el también director de "Carros de fuego", sí logró acercarse al personaje lanzado a la fama mundial por las películas de la Metro de los años 30, pero rompiendo con la estética clásica y alimentando la trama, por encima de todo, con la pasión romántica entre Tarzán y Jane. La celebérrima pareja, frase hecha de la cultura popular, fue encarnada entonces por Christopher Lambert y Andie MacDowell, estrellas del momento, y no funcionaba nada mal ese Tarzán sucio que entraba en conflicto con el Lord Greystoke de su herencia: el pequeño salvaje y todo eso.
Este Tarzán de ahora no pasa de su pretensión de videojuego: en otras ocasiones también se ha intentado adaptar iconos de antaño a la actualidad relatando sus aventuras como si se estuvieran pasando niveles a los mandos de una consola. Y la verdad es que el reparto no echaba para atrás en el cartel, con tarantinianos solventes como Christoph Waltz o Samuel L. Jackson figurando entre los nombres, o como protagonista Alexander Skarsgård, al que recuerdo como actor notable en la serie televisiva "Generation Kill" o defendiéndo su papel a la perfección, junto a su padre Stellan Skarsgård, para "Melancolía" de Lars Von Trier: talentos vendidos como ratas al 3D veraniego, me temo.
Todo falso: dudo que sea verdadero ninguno de los animales que aparecen en este celuloide inexistente: ni los pájaros del cielo: la informática ha producido la extinción de las especies en el cine de una forma más eficiente que el diluvio universal: que se lo digan a DiCaprio y su oso. Pero falsos eran todos los tarzanes de los monos de nuestra infancia, no nos engañemos: fotogramas aderezados con animales prestados por algún circo, que correteaban por junglas plantadas en Hollywood (¿puede ser que alguna secuencia de la saga original fuera rodada realmente en África?), con lianas aptas para trapecistas y aullantes nativos de casting estadounidense. ¡Angagua Chita, angagua! Las veíamos en blanco y negro, ni siquiera podíamos disfrutar de la exuberancia de cálidos verdes tropicales, pero nos daba igual, el fenómeno de inmersión era completo: concluía el programa de cine de los sábados por la tarde en el VHF y salíamos corriendo a la calle a buscar algo a lo que subirnos mientras gritábamos la pobre imitación de un alarido imposible: el rey de la selva, ¿dónde estará?
La aventura terminó.

domingo, julio 17, 2016

"Independence Day: Contraataque", de Roland Emmerich

Roland Emmerich, heraldo del apocalipsis cinematográfico. Seguro que es el director de cine que más ciudades, megaurbes superpobladas, ha reventado en una sucesión impactante de fotogramas desmesurados: la catástrofe como leitmotiv artístico. El desencadenante puede ser una invasión extraterrestre, un monstruo surgido del océano o, el peor de todos en cuanto a que es el que tiene más posibilidades de producirse, el efecto devastador del cambio climático. Y a Emmerich se le podrá acusar tanto de alentar panoramas poco halagüeños para el futuro de la humanidad, como de exhibir una vena patriotera que lo mismo rompe que enmienda: el héroe, por supuesto estadounidense (Emmerich, por cierto, es alemán, allí inició su carrera, cine fantástico y de ciencia ficción, hasta que tuvo la oportunidad de saltar el charco para dirigir nada menos que a Jean-Claude Van Damme en "Soldado universal", uno de los mayores éxitos del karateka belga). Hollywood paga los platos rotos, y, puestos a elucubrar, el héroe puede ser el mismísimo Señor Presidente. ¿Se imaginan a Mariano Rajoy pilotando un F-18? Pues Bill Pullman, aquel músico de "Carretera perdida" de David Lynch, pasará a la posteridad del cine como el actor que encarnó al sacrificado presidente Thomas J. Whitmore. Estas cosas sólo pasan en el cine, me temo. La película tiene un guión pésimo en su mayoría, colmado de diálogos insulsos y previsibles, en eso no hay ninguna sorpresa, como tampoco es sorprendente el abrumador despliegue de efectos especiales: de hecho es uno de los motivos de pagar la entrada.
20 años han pasado de la "Independence Day" original: la ocasión la pintan calva para hacer pasar de nuevo al público por caja. En 1996 "Independence Day" desbordó las taquillas mundiales, colocando a la vez en primera línea al actor Will Smith, ese primo rapero y gracioso de la comedia televisiva que no se perdía nadie en los noventa, "El principe de Bel-Air". A Will Smith, a su desvergüenza fresca y cachonda (supongo que dos décadas después ya no es esa su característica principal como actor) se le echa de menos en esta segunda parte, secuela que, por otro lado, tiene su mejor punto en el rencuentro con muchos de los secundarios (las dos partes lucen reparto coral) que dieron lustre a la primera: Jeff Goldblum, encasillado como mente brillante, deus ex machina, desde que hizo "Parque jurásico" para Steven Spielberg o el mencionado Bill Pullman sacado del asilo pero dispuesto, de nuevo, para el combate. Dos serán los actores de reparto que, sin embargo, marcarán la diferencia: el magnifico Judd Hirsch interpretando al padre de Goldblum y dando, otra vez, la réplica de Sancho Panza a tanto iluminado megalómano, y el inquietante Brent Spiner como el doctor Okun (se hizo famoso interpretando al androide Data de "Star Trek: La nueva generación": no intenten buscar el parecido). Si Goldblum encarna a la ciencia responsable, sostenible y concienciada, un poco meliflua, Spiner da rienda suelta al científico que va a pulsar el botón rojo sí o sí, aquel para el que la obtención del conocimiento es una meta a la que no se le pueden interponer barreras morales. Y sí, en la película también aparecen otro montón de actores, jóvenes y guapos, cuyo nombre desconozco y que no pienso buscar, actores que no tienen ninguna otra virtud más allá de su juventud y su belleza. Veinte años perdidos, en fin.