jueves, marzo 31, 2016

"Batman v Superman: El amanecer de la justicia", de Zack Snyder

El problema esencial al que se enfrentará un guionista que quiera elaborar una historia sobre Superman, será el de cómo hacerle daño al personaje. Cuando Jerry Siegel y Joe Shuster crearon al superhéroe en la década de los 30, dibujaron un ser todopoderoso que exponía escasos puntos débiles al enemigo (a la figura de Superman le dediqué hace un par de años un largo artículo que fue publicado en la ya legendaria revista "La caja de Pandora", para su no menos mítico número 8 especial "Superhéroes"). Queda la kryptonita, escaso mineral de color verde del que habrá que usar la mayor cantidad disponible para poder frenar al hombre de acero. Y así se llamaba la anterior película sobre Superman, "El hombre de acero", dirigida también por Zack Snyder. Esa producción del año 2013 ya contaba con Henry Cavill como imagen moderna de Clark Kent y era una cinta bastante plomiza, tanto como el color ceniciento que la dominaba y que también sepultó el rojo fuerte de la capa del héroe, así como su carácter, vencido hacia la circunspección y la melancolía. Con aquel antecedente, remake del "Superman II" de Richard Lester, el resultado de "Batman v Superman" se esperanzaba incierto, cuando menos, más aún si el ínclito Ben Affleck iba a ser el encargado de ponerse el traje del otro archiconocido superhéroe huérfano de la DC Comics, Batman. Ay.
Un espectador prejuicioso lo tiene crudo si quiere disfrutar del cine en su plenitud. Y si encima se ha empapado de críticas poco favorables, ni te cuento, mejor pasar la tarde en otros menesteres. Al rato de estar viendo "Batman v Superman", pienso que quizás nos hemos equivocado de sala. ¿Esta es la cinta motivo de tanto troleo, de tanto escarnio y desprecio? Ni Henry Cavill ni Ben Affleck despertarán pasiones por la actuación que desarrollan, pero tampoco molestan (¿Christian Bale es el mejor Batman de la historia del cine? A Bale le sacudió tal tunda actoral el malogrado Heather Ledger en "El caballero oscuro" de Christopher Nolan, que supongo que recalculó las oportunidades de lucimiento que le puede reportar seguir interpretando al hombre murciélago). Por si acaso, se ha sabido rodear a los dos protagonistas de un reparto excelente, con talento probado en los nombres de Amy Adams, Jeremy Irons, Holly Hunter, Laurence Fihsburne, Diane Lane, a los que se une la avasalladora aparición de Gal Gadot como Wonder Woman: las escenas de combate de esta chica maravilla son alucinantes. Sí, no he mencionado un actor, Jesse Eisenberg: su Lex Luthor es lo que merece pasar al olvido en esta película, un Luthor que no se sabe si quiere ser Luthor o si quiere ser Joker y que al final no es uno ni otro: me temo, encima, que el parloteo frenético de Eisenberg seguirá buscando kryptonita en futuras entregas de la saga. Porque se avecina saga, no les quepa duda. El universo DC, a rebufo del éxito taquillero que la factoría Marvel (¿o es Disney?) ha extraído y seguirá extrayendo de su catálogo de Vengadores, está ansioso por hacer caja en años venideros.
Zack Snyder, hábil falsificador de cómics, como demostró en "300" o en "Watchmen", se enfrenta ahora al desafío de pasar a celuloide los tebeos de dos de los superhéroes más famosos que existen, probablemente el primero y el segundo de la lista, personajes que, con sendas firmas de Richard Donner y Tim Burton, ya habían sido retratados con éxito en el séptimo arte. Snyder arriesga con la estética (con buen resultado) pero la película no se la juega con el guión, ¿para qué? Ambos defensores del bien tienen distintas concepciones de la justicia, perfectamente delimitadas desde hace décadas: uno es más boyscout y otro es más canalla, caracteres forjados en la infancia: aunque los dos perdieron a sus padres biológicos a edad temprana, a uno lo criaron amorosos padres adoptivos en una granja de Kansas, mientras que el otro fue carne de internado al que rodeaban avarientos tiburones de las finanzas deseosos de hincarle el diente a la fortuna familiar: pobre niño rico. Personalidades distintas que son la base de cualquier buddy movie que se precie: odio a primera vista. Una de las ensoñaciones que se muestran en la película, aquella en la que en un futuro distópico Batman aparece como un líder de la resistencia enfrentado al régimen impuesto por un Superman totalitario (sacado del fantástico cómic "Superman: Red Son" de Mark Millar: ¿qué hubiera pasado si en vez de en U.S.A., Superman hubiera aterrizado en la U.R.S.S?), lleva al extremo la desconfianza mutua que se profesa el dúo: el enfrentamiento latente, el combate que será a muerte. Pero la muerte no es el final, no. En los cines habrá Liga de la Justicia para rato.

lunes, marzo 28, 2016

"Lo que hacemos en las sombras", de Taika Waititi y Jemaine Clement


Propongo que ésta es la película más divertida que he visto últimamente, al menos en la sección de novedades (hace poco he vuelto a ver "El apartamento" de Billy Wilder, pero no cuenta: revisar comedias y comprobar que el mecanismo de la felicidad que producían sigue funcionando). "Lo que hacemos en las sombras" me recordó a una película de 1984 dirigida por Rob Reiner y que se titulaba "This is Spinal Tap"y que también era muy divertida. En ella se retrataba el "vivir cada día" de una banda de heavy metal que, desterrados los días de gloria, se vapuleaba mutuamente por el camino de la decadencia y el olvido. Las pequeñas miserias cotidianas de este grupo de músicos, conformaban la trama de un falso documental, lustros antes de que el termino reality show dominara gran parte de la parrilla televisiva. Se jugaba con el mito preestablecido por la masa popular en cuanto al glamour que uno puede pensar que domina la vida de las rutilantes estrellas del rock, para comprobar que la realidad era mucho menos atractiva: desmitificación y conmiseración.
"Lo que hacemos en las sombras" funciona exactamente igual que aquella fantástica película de Rob Reiner, poniendo el foco mockumentary en unos vampiros que viven en la capital de Nueva Zelanda, Wellington, compartiendo piso. Y a cualquiera que se haya visto (o se vea) en alguna fase de su vida en la situación de vivir bajo el mismo techo que unos desconocidos, unidos un buen día por el animo de compartir el pago de un alquiler a fin de mes, no tardará ni cinco minutos en empezar a sonreír: el don limpio, el fiestas, el que no sale de su habitación: esa fauna entrañable que se sentaba a charlar rodeada de cacharros sucios y a pergeñar inoperantes turnos de limpieza. ¡Bah! Pasa de todo y vamos a tomar una birra al bar de abajo. Aquello sí que era vivir el instante, ay. Y no, no hay nada como reírse de uno mismo (la sitcom moderna se maneja con precaución cuando frecuenta estereotipos políticamente incorrectos en humor de trazo grueso: ni negros, ni judíos, ni homosexuales, ni musulmanes: a la menor llega un lobby de algo y te sacude un pleito millonario, o algo peor: mejor hacer chistes de blancos occidentales y a ser posible pobres: lectura recomendada para este tema es "Chavs, la demonización de la clase obrera", escrito por Owen Jones).
La parte risible de la vida vampírica será sin duda la que se muestra cercana a la cotidianidad costumbrista del ser humano, condición anterior del vampiro y que ahora resulta ser la especie que le sirve de alimento. Y a pesar de haber alcanzado un escalón evolutivo superior, parece que el pasado mortal de un vampiro pesa demasiado: ataduras mundanas de vanidad y melancolía de las que resulta imposible deshacerse en la ultratumba. Vampiros glam y hombres lobo con barriga cervecera, siguen sintiendo la necesidad compulsiva de ir al bar cuando cae la noche, haya luna llena o no. Y da igual que te hayan mordido aquí o en Wellington: bares, qué lugares.