jueves, junio 26, 2014

"Violette", de Martin Provost

La salvación por el arte, arte salvador, la literatura en este caso, iluminando la vida aciaga de Violette Leduc, mujer bastarda, fea y maltratada, siempre enamorada de la persona que no le va a devolver el amor propuesto, siempre sola. Me vino otra película a la memoria, la excelente "Henry Fool" de Hal Hartley, donde Henry Fool, escritor bohemio, le daba al joven Simon Grim un consejo redentor: coge un cuaderno y un lápiz. En "Violette" ese puesto de pigmalión lo ocupará nada menos que Simone de Beauvoir, paradigma de intelectual francesa del siglo XX, feminista y rompedora: Violette Leduc volcará sus vivencias en papel, sin tapujos ni remordimientos, y conseguirá el éxito literario.

Si algo tuviera que destacar de "Violette", biopic femenino, un género que últimamente está muy presente en la cartelera, sería el ambiente, el retrato de la efervescencia cultural que se vivió en Francia después de la Segunda Guerra Mundial. Partiendo de vivencias de los días de la guerra muy bien realizadas (el estraperlo y la lucha cotidiana por la supervivencia: buscarse la vida como impulso vital ineludible), el trauma bélico desemboca en una época de suspicacia contra los colaboracionistas, de aceptación del ideario comunista como contraposición a cualquier rastro de fascismo (al menos en los primeros años) y por tanto de la puesta en cuestión de las tradiciones conservadoras burguesas. La figura de Albert Camus sobrevuela la película como auténtico gurú dominante, mientras que Jean Paul Sartre está por tomar el mando. Ni Camus ni Sartre aparecen en la cinta, sólo su nombre, como dioses incorpóreos, pero las presencias poderosas de Simone de Beauvoir, presencia omnipresente, o la de Jean Genet, literato total, enfant terrible, ladrón, chapero y vividor, avalan suficientemente el parnaso literario galo (por cierto, también aparece Jacques Guérin, millonario perfumista y mecenas artístico, bibliófilo coleccionista que entre otras joyas manuscritas de las muchas que consiguió se encuentran las de Marcel Proust, salvadas de una destrucción segura: se cuenta perfectamente en el libro "El abrigo de Proust" de Lorenza Foschini). Escritor@s, pensador@s, filosof@s, demostrando que la letra escrita es un arma potente: tiempos de "ismos", de querer cambiarlo todo y de no conseguir nada, claro, pero las ideas quedan, esperando que alguien las recoja y se salve.


domingo, junio 22, 2014

"Érase una vez en Anatolia", de Nuri Bilge Ceylan

Se ha cometido un asesinato, un acto brutal y sanguinario: un desecho del lumpen exterminado por su propia clase. Se tiene al presunto homicida pero no el cadáver, enterrado en medio del campo, junto a una fuente o debajo de un árbol o arrimado al hueco propicio de la cuneta. ¿Dónde estará? La partida de búsqueda se lanza a ciegas en medio de la noche, cuando el muerto está aún caliente. Aquí no, aquí tampoco. Un poco más adelante, quizás. Excursión al tuntún alentada por las pistas del detenido (frío, frío, caliente, caliente), que progresa hacia la decepción vertida en una manta de hostias sobre el confeso criminal. La expedición la forma un grupo repentinamente berlanguiano (los policías, el comisario, los sepultureros, el fiscal, el médico, los sospechosos), donde la sofisticación del proceso investigador es una pantomima que se queda para la brillantez de las series americanas (el escritor Friedrich Dürrenmatt, en "La promesa" -novela de la película "El cebo" de Ladislao Vajda: ya tenías que haberla visto- reprochaba que en la literatura negra o el cine más negro aún se retratara falsamente el trabajo de detective: ni deducciones felices, ni estéticas expresionistas, sino un trabajo burocrático y desapasionado anquilosado en pesquisas que se eternizaban durante años) a los que la cruda realidad de la falta de medios les obliga a bajarse todos, otra vez, para arrancar el vetusto coche oficial a empujones. ¡Mete segunda y suelta el freno! ¿Así cómo vamos a entrar en Europa?

El viaje de una noche recorriendo las zonas rurales de Anatolia, de Turquía, me sumerge inmediatamente en lo vivido hace décadas, en trayectos nocturnos por las carreteras secundarias de Salamanca, carreteras solitarias y estrechas que atravesaban el monte, pedregales salpicados de arboles robustos que lanzaban sus ramas sobre el cielo del asfalto. Sólo el hombre sólo, aunque viaje acompañado. "Érase una vez en Anatolia", el comienzo adecuado para el relato de un episodio que cualquiera que estuviera allí se animaría a contar muchas veces, como los ciegos que en las plazas de los pueblos daban cuenta de la crónica negra nacional en sus pliegos de cordel. Esa Turquía "moderna" develada por la mirada de Nuri Bilge Ceilan afirma el tópico de país atrapado entre férreas tradiciones y ansias de modernidad, anhelos de entrar en una Unión Europea que contempla el símbolo de la media Luna con suspicacia apenas disimulada. Grupo de hombres duros, oscuros, de profundas ojeras negras que se asoman afiladas sobre su bigote rotundo: si se proclamaran de nuevo las Cruzadas, en el cuerpo a cuerpo nunca escucharíamos la campana del segundo asalto, pobre hombre occidental arrasado por una cultura consumista infantiloide. Hombres duros que de repente se conmueven hasta la lágrima por la aparición de una niña, un ángel surgido en medio de la madrugada, la belleza que emerge deslumbrante hasta donde menos se la espera. Tras la fachada rocosa asoma lo mismo que en cualquier parte: el sentimiento, la decepción y la preocupación por la sangre de su sangre: el cariño y la piedad. La noche en vela, una vez superado el momento fatídico del sueño, arroja siempre conclusiones de una lucidez estremecedora: el hombre sólo se encuentra a sí mismo con las primeras luces del alba. La facultad de un cineasta para extraer lo universal diseccionando lo local, una autopsia del lugar más recóndito de Anatolia. Tan lejos, tan cerca. El tiempo es la única distancia.


martes, junio 10, 2014

"Los climas", de Nuri Bilge Ceylan

La entrada anterior planeaba sobre la coincidencia de dos eventos trascendentales: la final de la Copa de Europa de fútbol y la entrega de la Palma de Oro de Cannes. Todo el mundo sabe quién ganó lo primero, pero, ¿quién venció en Cannes? Nuri Bilge Ceylan con la película "Winter sleep". De entrada no sé si se trata de hombre o mujer (¿Nuri de Nuria?) si bien la ausencia del sexo femenino en la historia del palmarés (creo que la única directora ganadora de la Palma de Oro ha sido Jane Campion en 1993 por "El piano") puede ser una condición de doble filo: o se sigue la estadística o se rompe la racha. Pues director, sí, y además turco. ¡Vaya! Creo que esa nacionalidad no figura en mi filmografía. Si acaso Fatih Akin por ascendencia o, por lo mismo y algo más rebuscado, el árbol genealógico armenio de Atom Egoyan. ¿Quién es Nuri Bilge Ceylan?

A la espera del estreno de "Winter sleep", espera que puede ser larga (supongo que se estrenará: película turca de más de tres horas de duración: la Palma de Oro lo hará posible, porque si no es por eso...), habrá que echar un vistazo a su obra. "Los climas", me proporciona la biblioteca pública de Salamanca, y resulta que está muy bien. Buena película. Historia de una ruptura de pareja que, precisando el titulo, se produce en verano e intenta ser enmendada en invierno. Ay, si el invierno viene frío... La fotografía aprovecha a la perfección esas condiciones meteorológicas: de las playas soleadas de Kaş, en el sur de Turquía, Licia helénica de paisajes mediterráneos salpicados por antiguas columnas de templos desguarnecidos, hasta las cumbres nevadas del oriente turco, la provincia de Ağrı cercana al monte Ararat, con temperaturas invernales que poco tienen que envidiar a las de la estepa siberiana. Paisajes desasosegantes por extremos pero que conducen muy bien la dinámica del relato, realizando una película ágil, dotada de giros rotundos a pesar de que predominen los planos largos, largos pero necesarios para vislumbrar los sentimientos profundos de los personajes sin dar demasiadas explicaciones: la loable intención de no pensar que el espectador es tonto. A ese desasosiego visual se une que en algunas tomas el director lleva la grabación del audio al punto límite, hasta captar la respiración, la inhalación del silencio, transmitiendo aún más la angustia de los personajes, personajes despistados, víctimas de la constante insatisfacción humana: la infidelidad es un pobre parche para los desencantados, conversos ansiosos por retornar a la devoción primaria.

¡Cuántos Ceylan aparecen en los créditos iniciales! Resulta que el director es también el protagonista. Y la actriz con la que disputa desvelos sentimentales es su esposa en la vida real, Ebru Ceylan. Hasta salen sus padres, los Ceylan, haciendo de los padres, claro, cada entrada en el reparto desarrollando con sutileza sus parámetros de comportamiento, rompiendo la tensión para conectar lo íntimo con lo público pero sin dar nada por sentado, sopesando la sinceridad de unos y de otros hasta alcanzar lo único verdadero: la reacción imprevisible. ¿Qué hay más humano que eso?