miércoles, marzo 27, 2013

"Tenemos que hablar de Kevin", de Lynne Ramsay

Las miradas cinematográficas alrededor de las masacres escolares estadounidenses (una extensa lista de sucesos), esas tragedias estrepitosas que nos dejan sin habla y que de vez en cuando nos asaltan en el telediario. Concretando el enfoque en la famosa matanza del instituto Columbine, se cuentan dos películas excelentes, de formato muy distinto. En una esquina "Bowling for Columbine", de Michael Moore, realizada en un rompedor estilo documental y egocéntrico, y en el rincón opuesto "Elephant", de Gus Van Sant, no menos sorprendente en su profundo lirismo desapasionado y nihilista. Esta última infiltraba una cámara en el instituto, fantasma que recorría pasillos y se asomaba a las estancias escolares, observando a sus jóvenes habitantes, llenos de problemas existenciales y dudas vitales, adolescentes que aún no saben que para que te acepten primero hay que conseguir aceptarse a uno mismo. La de Michael Moore, por otro lado, ampliaba mucho más el ángulo de visión y rastreaba las causas de tanta violencia, un lastre traumático fundacional que había moldeado una sociedad paranoica y asustadiza, dispuesta más al dispara primero y pregunta después que a la obviedad de lo contrario. En "Ultimátum a la tierra", cinta de ciencia ficción dirigida por Robert Wise en 1951, un extraterrestre desciende de su platillo volante, aterrizado en pleno Washington, proclamando tópicamente que viene en son de paz: el primer saludo que recibe, acto seguido, es un balazo en el pecho. Pero volvamos a los chavales, al pánico al futuro, desbocado en tendencias suicidas o violentas, o en la idea de la fuga: irse de casa, buscar el cambio, ser otro. Ese miedo lo retrataba in extremis y lo proyectaba como un arma mutante homicida Brian de Palma en la clásica "Carrie": la tensión sexual no resuelta, acumulada en décadas de bailes de fin de curso, se libera indomable. Un ejemplo mucho más cotidiano de la búsqueda desesperada de aceptación, de pertenencia a un grupo a cualquier precio, lo muestra la excelente "This is England", de Shane Meadows: botas Doc Martens y cráneos rapados: rudas señas de identidad.

En "Tenemos que hablar de Kevin", al fin, los motivos del asesino jovenzuelo (la "jumentud" que decía un añorado maestro) se desmarcan de cualquier razonamiento y se determinan inherentes al ser, adquiridas por nacimiento (o por, qué curioso, la fiesta de la Tomatina de Buñol que aparece al comienzo de la cinta: charcos de zumo de tomate como remedo alegórico de los ríos de sangre por desbordar: ¿Tomating for Columbine?). Alumbrar un pequeño Damian al que sólo le falta un 666 tatuado en el cuero cabelludo, de modo que esta school shooting massacre parece más una de terror que de análisis social. Y el terror siempre es exagerado. Pero "Tenemos que hablar de Kevin" ofrece un punto de vista novedoso: la madre del asesino: vidas arrasadas por actos ajenos de los que sin embargo se es causa motriz y primera. En ese papel Tilda Swinton carga de modo abrupto y sin contemplaciones (Sísifo maternal) con penas desgarradoras y rencores eternos, arrojando al celuloide una actuación para recordar.


domingo, marzo 24, 2013

"Los Croods", de Kirk de Micco y Chris Sanders

En 1981 el realizador francés Jean-Jacques Annaud ("El nombre de la rosa", "El oso", "Enemigo a las puertas": director avezado en ambientes cinematográficos rematados con perfección extraordinaria) dirigió "En busca del fuego", una aventura prehistórica en la que se mostraban cómo podrían ser los encuentros entre distintas especies homo que, a pesar de estar situadas en escalones evolutivos distintos, compartieran el mismo ecosistema: neanderthales y sapiens caminan por territorios comunes y llegan a conocerse bien: conocerse hasta en el sentido bíblico del término, incluso con éxito reproductor como recientemente ha sido demostrado: el abuelo era un troglodita de mandíbula poderosa y frente huidiza capaz de estrujarte de un abrazo. En "En busca del fuego" se procuró que los personajes se comunicaran y se comportaran como sería de esperar desde el punto de vista antropológico más ortodoxo y científico: ni un gruñido de más (Ron Perlman, por cierto, debutaba ante las cámaras como un neanderthal sin exceso de maquillaje). Habrá que volver a verla para comprobar si el celuloide prehistórico resiste la prueba del carbono 14. En su día me gustó mucho.

"Los Croods" también escenifica el choque cultural neanderthal versus sapiens, como si fuera un remake de la de Annaud, pero pulverizando cualquier intento de emular una portada de la revista Science. De hecho las características de la familia Crood, de la fauna que los rodea o de los paisajes por los que vagan, hace pensar que la acción haya sido transportada a otro planeta, más allá de la mítica Pangea. No importa lo más mínimo: no será paleontología lo que aporte la cinta, sino una acción trepidante, muy entretenida y divertida, y repleta de escenarios magníficos (aquellos que, sin embargo, fueron tan denostados de "El árbol de la vida" de Terrence Malick, porque parecían no venir a cuento). Y en el trasfondo, Prometeo y Platón: el fuego y la cueva, resonando con fuerza en un mundo animado (¡y tanto!), penetrando casi sin quererlo en el subconsciente de pequeños espectadores dispuestos a pasar un buen rato frente a la pantalla del cine, no más. Pero ahí queda el poso: la moraleja de confiar en el poder de la razón y vivir sin miedo, mirando hacia el mañana. No es mal consejo el de los Croods.


martes, marzo 19, 2013

"No. Yo soy tu padre"

Darth Vader: "Obi-Wan never told you what happened to your father."
Luke Skywalker: "He told me enough! He told me you killed him!"
Darth Vader: "No. I am your father"
Luke Skywalker: "No! It's not true! That's Impossible!!"
Darth Vader: "Search on your feelings, you know that is true"
Luke Skywalker: "Noooooooo!!...

Relación paterno-filial complicada, la de estos dos personajes, una de las más famosas de la historia del cine. El hijo debe matar al padre, dicen los psicoanalistas: simbólicamente, claro. Demoler la jerarquía, igualar la figura paterna y, si es posible, dejarla atrás. El tiempo suele transportar la aceptación: ponerse en el lugar del otro. El hijo será padre algún día.

Los Skywalker se reconcilian, ya en el lecho de muerte, pero más vale tarde que arrastrar la pena de una ocasión perdida, sin solución ni enmienda. A mí, que debo andar cerca de la edad de Darth Vader en sus últimos días, me regalan hoy, ellos, una figura de Luke Skywalker. La miraré y me acordaré de ellos siempre, y espero saber siempre, también, sin ninguna duda, que ellos son lo primero.

En cuanto a la devoción al Emperador..., bueno, en realidad todo ese rollo del lado oscuro y tal, pues tampoco es para tanto, la verdad. Para fardar, si acaso: los canallas ligan más, como todo el mundo sabe.

lunes, marzo 11, 2013

"Kadosh", de Amos Gitai

La semana pasada estuve leyendo el cómic "Crónicas de Jerusalén" del dibujante canadiense Guy Delisle. De este autor ya había leído otras obras como "Pyongyang" o "Crónicas birmanas". La mujer de Delisle trabaja para Médicos Sin Fronteras y tiene que pasar largas temporadas en algunas de las zonas en las que esta ONG presta servicio: toda la familia de excursión. Ya que estamos aquí, voy a hacer un tebeo, que no se me da nada mal, se dice el artista. El reportaje en viñetas tiene buenos ejemplos, aparte de Tintín. Como "El fotógrafo", las experiencias de Didier Lefèvre en misión fotográfica, también con MSF, en Afganistán, con dibujos de Emmanuel Guibert. O, por supuesto, los trabajos de Joe Sacco, imprescindibles: "Palestina", "Gorazde", "El mediador": hazañas casi bélicas con estilo underground. Los de Guy Delisle se quedan más en una guía para padres en zonas de conflicto cercano: el alquiler, los colegios, los controles de aduanas, los atascos y, por supuesto, los oriundos y su día a día: un diario donde se bosqueja lo extraño cotidiano, un retrato del otro, del que se va a visitar, pergeñado con bastante perspicacia, poco contacto íntimo y exceso de tiempo libre.

En "Crónicas de Jerusalén" se habla de un curioso barrio jerosolimitano, habitado por judíos ultra-ortodoxos, de nombre Mea Shearim: carteles en las calles rechazando a visitantes, turistas y curiosos: sociedad hermética y paranoica, pintoresca y anclada en ritos ancestrales, un grupo humano que hace parecer a los amish de "Unico testigo" de Peter Weir tan amigables como una peña rociera. Merecerá la pena profundizar los rasgos que Delisle ha esbozado superficialmente. Resulta que tengo un pack de películas en DVD del director israelí Amos Gitai que aún no había abierto.

"Kadosh" sorprende desde el inicio. Meïr (Yoram Hattab) se despierta por la mañana y antes de terminar de vestirse ya ha concretado un ingente rosario de rezos y de gestos religiosos: Gracias, Señor, por no haberme creado mujer, murmura calladamente. No le falta razón. Las tres religiones monoteístas que cruzan sus historias en Jerusalén, se distinguen por tratar a la mujer como un personaje de segunda clase, impuro y peligroso para el espíritu del justo. En Mea Shearim, un barrio pobre, son ellas las encargadas de sostener el hogar con su trabajo y de criar a la nutrida descendencia que Dios tenga a bien concederle, mientras que los maridos dedican la jornada al estudio de la Torah, texto bíblico (el Pentateuco cristiano, esencialmente) que debe ser aprendido y después recitado con unas claves precisas de entonación: la palabra, el nombre verdadero de Yahveh ("Pi", de Darren Aronofsky: el que se acerca demasiado al conocimiento divino se pierde irremediablemente). El Talmud, leyes de tradición oral que se extraen de la Torah, conforma un catálogo inmenso de reglas y de normas que rigen y controlan cada aspecto de la vida, hasta el menor detalle. Amplio e implacable. ¿Por qué los preceptos legislativos de un pueblo de pastores de hace tres milenios, códigos descabellados a ojos modernos, dominan una sociedad avanzada? Eso sí que es un misterio religioso digno de estudio.
Las hermanas Rivka (Yaël Abecassis) y Malka (Meital Barda) afrontan su destino: el repudio por esterilidad, el matrimonio por imposición. Un destino triste e inevitable. O no.
Hay otros mundos.


sábado, marzo 09, 2013

"Restless", de Gus Van Sant

Después de dirigir en el año 2000 "Descubriendo a Forrester" (una película de temática parecida a "El indomable Will Hunting": talentos ocultos), la trayectoria de Gus Van Sant se ha instalado en la muerte: en la muerte y la juventud, realmente. "Gerry", "Elephant", "Last Days", "Paranoid Park", "Mi nombre es Harvey Milk" (Milk no era tan joven cuando lo asesinaron, pero no por eso voy a quitar la película de la lista: la quitaría porque no llega a la altura de las otras del listado) y, por último, "Restless" (último que yo haya visto: hay otra película posterior pendiente de estreno en España, "Promised land": no sé si en esa muere gente). La parca se pasea, implacable, por los fotogramas de este director y, de paso, arroja en el camino los despojos de alguna que otra película formidable: la tetralogía magistral, arriesgada y sorprendente que forman "Gerry", "Elephant", "Last Days" y "Paranoid Park".

"Restless" se queda (quizá anunciando un cambio de ciclo) a medio camino entre las dos facetas que la carrera de Gus Van Sant aparentemente ha mostrado: una con la que parece querer alcanzar a un público más amplio ("El indomable Will Hunting" sería el ejemplo más claro) y otra más preocupada por mostrar su visión cinematográfica más personal (y aquí habría que mencionar "Elephant", esa merecida Palma de Oro de Cannes). En cualquier caso un cineasta coherente que se aleja lo necesario de una línea artística fundamental, de un imaginario propio, recordando a otros autores que lo lograron en el pasado como Luis Buñuel.

La pareja de jóvenes enamorados de "Restless" en vez de carabina llevan rondando cerca a un encapuchado con una guadaña: un trauma infantil y un futuro corto. Una historia de amor con fecha de caducidad, un imposible que palidece ante la construcción del romance juvenil (como la de la reciente "Amor bajo el espino blanco" de Zhang Yimou) más puro y desafectado. Dos adolescentes fuera de juego (ser raro para no ser mediocre) y una tragedia tranquila, para desapacibles tardes hogareñas de invierno, que no invita a la lágrima fácil, no, si no a la aceptación y al carpe diem.

martes, marzo 05, 2013

"Habemus Papam", de Nanni Moretti

Cuando se estrenó esta película, hace un par de años, supongo que nadie podía ni siquiera sospechar la situación histórica que se está resolviendo en la actualidad. Es común costumbre que los papas no dimiten: mueren, después se escoge a otro y ya está (la espicha el rey, la espicha el papa y de espicharla nadie escapa, asegura la sabiduría popular). Morettí, tan listo, quizás algo se olía. Las dudas que a cualquiera le pueden asaltar al verse encumbrado a símbolo de poder absolutista: omnímodo e infalible: un semidiós terrenal. Encima el reto papal se produce al final de la vida, un cargo a repartir entre candidatos ancianos en su mayoría, más deseosos de reposo que de enredos: el joven ambicioso quedó atrás hace muchos años: los altos cargos en fecha jubilar están por la contemplación, que no la acción y la toma de decisiones: ay, los huesos. La fe y la obediencia obligan al cardenal que se va a vestir de blanco inmaculado, aunque en el fondo no se tenga ni la menor gana.

Benedicto XVI se retira a un monasterio y el cardenal Melville (Michel Piccoli: le recuerdo bien en "Belle de Jour" de Luis Buñuel o en la magnífica "La bella mentirosa" de Jacques Rivette, pero posee una lista interminable de referencias con los mejores directores: de Godard a Hitchcock, de Malle a Berlanga) hace mutis por el foro... romano. No, ser papa no debe estar muy bien pagado.

Nanni Moretti construye de nuevo una trama vitalista, de personajes que siguen adelante partiendo de una situación de angustia o de desesperación. Sin embargo esta vez el guión se apunta algo deslavazado, frágil, hilos argumentales perdidos, casi tanto como el papa electo. Aún así, se asiste a la proyección de la película sin un ápice de desgana ya que la deconstrucción de los muros del Vaticano, esa estructura cerrada y férrea que durante siglos ha sido baluarte de misterios y conspiraciones, que contempla el espectador como un ejercicio subversivo y desmitificador, producen una trama entretenida de risa amable, lejos, eso sí, de aquellas comedias demoledoras y desgarradoras (Moretti te destrozaba mientras sonreías), brillantes e imperecederas, que eran "Caro diario" o "La habitación del hijo".

Cardenales ingenuos, juguetones, con sus pequeños caprichos infantiles, que habitan durante el cónclave en la Casa de Santa Marta y que pasan allí esos días como si aquello fuera un retiro tranquilo, propone Moretti, alejando la más leve sombra conspiratoria: las puñaladas traperas no caben en esta cinta y la gravedad electoral se deja para la sala bajo los frescos más famosos de la historia del arte, los de la Capilla Sixtina.
Habemus Papam. Pues no, aún no.

Hagan sus apuestas (extraído de www.republica.com).