jueves, agosto 29, 2013

La Luna de Méliès

Es noticia cinéfila que se está celebrando en Madrid una estupenda exposición alrededor de la figura del genial director francés de cine Georges Méliès. Lo de estupenda lo supongo, ya que no la he visto y no sé si tendré ocasión de verla, aunque de aquí a diciembre (la muestra está abierta del 26 de julio al 8 de diciembre) quizá nos podamos escapar a dar una vuelta por el foro. La figura de Georges Méliès merece estar de actualidad, merece ser siempre reconocida y que los nuevos espectadores se sigan maravillando ante la prodigiosa "Viaje a la Luna", que desde que se rodó en 1902 se convirtió en una película eterna, en símbolo certero de la magia del cine. Martín Scorsese ya le dedicó recientemente a Méliès un gran homenaje en "La invención de Hugo", cinta basada a su vez en el libro "La invención de Hugo Cabret" de Brian Selznick, y que apuntaba al público infantil para terminar deleitando a ojos de cualquier edad.

Hace ya un tiempo, después de ver "La invención de Hugo" rodeado de pequeños extasiados, decidí construir mi propia Luna de Méliès, la pieza de la imagen que encabeza esta entrada, para colgarla en la pared de la habitación de futuros cinéfilos: ojalá lo sean, así lo espero. Bueno, maneras apuntan. Y por indirectas no va a ser...

Ya está, ya me transformé otra vez.
En cuanto me pongo cerca, chico.

viernes, agosto 23, 2013

"Tú y yo", de Bernardo Bertolucci


¿Qué fue primero, la música o la tristeza? 
La gente se preocupa porque los niños jueguen con armas, o vean vídeos violentos, pensando que ese tipo de cultura de la violencia les afectará demasiado. Pero nadie se preocupa por niños que escuchan miles, literalmente miles de canciones sobre corazones rotos, rechazo, dolor, tristeza y pérdida. 
¿Escuchaba yo música pop porque estaba triste? 
¿O estaba triste porque escuchaba música pop?

Rob Gordon, "Alta fidelidad"

Aquel monólogo que pronunciaba John Cusack en la película de Stephen Frears, aquella cuestión existencial que se planteaba al espectador, que seguro que había consumido también mucha música pop, era realmente inquietante. ¿Hubiera sido, entonces, un mozalbete feliz en vez de un chaval introvertido y airado si hubiera sintonizado más AM y menos FM? ¿Habría habitado una sonrisa permanente en mi cara si no hubiera escuchado constantemente las canciones, títulos a rotulador en las cintas TDK, de una interminable lista de grupos que ni siquiera voy a intentar enumerar? ¿Por qué aquella melancolía? ¿Y por qué la del joven Lorenzo (Jacopo Olmo Antinori), un niño bien amado por sus padres pero al que le resulta complicado conectar con algo que no sea su portátil y su mp3? La música, fijo: Rob tenía toda la razón. "Boys don't cry" de The Cure, la canción que Lorenzo enchufa en sus auriculares al comienzo de la película, seguro que tiene gran parte de culpa: las míticas melodías del grupo de Robert Smith sumergían en aguas cenagosas, ofreciendo a cambio, contradicción irresoluble, la redención del espíritu.

Pero los motivos de la tristeza de Lorenzo, de su deseo de aislamiento (son los auriculares tapones, que no altavoces), que le llevan a realizar su plan de esconderse en el sótano familiar, intrépido anacoreta adolescente (los ojos de Lorenzo son fieros, voraces), no son importantes para la historia de "Tú y yo", traducción educada para el "Io e te" del título original: mantener el orden italiano de los pronombres hubiera dado lugar a un cartel más impactante ("Tú y yo" además ya estaba cogido: el romántico encuentro en el Empire State entre Cary Grant y Deborah Kerr, dirigido por Leo McCarey, y que inspiraría, décadas después, el de Tom Hanks y Meg Ryan en "Algo para recordar" de Nora Ephron). A Lorenzo, ese aprendiz de Scrooge, misántropo y asqueado, prematuramente de vuelta de todo, le va a visitar una noche el fantasma de las navidades futuras, su hermanastra Olivia (Tea Falco). Olivia es un cruce de caminos perdido en medio de ninguna parte, entre las drogas y el arte, agotada por la notable aspiración de apurar todos los placeres que ofrece la vida. Olivia es la advertencia (despierta, Ebenezer) y también el amor prohibido: el sexo está en la mente freudiana del espectador, no en el celuloide. ¿Qué se llevaría un chico de 14 años a una isla desierta? A Olivia, naturalmente, lo único que no tiene, lo que en verdad necesita. Y, cerca del final, un lento mecido por la versión italianizada de los acordes del "Space Oddity" de David Bowie (titulada "Ragazzo solo, ragazza sola", soledades interferidas, una letra distinta pero cantada por el propio Bowie en 1969), más que suficiente para que los condenados del dilema de Rob Gordon salgamos de la sala silbando sonrientes, redimidos de nuevo por la música y, por supuesto, por los magistrales fotogramas de Bertolucci.

domingo, agosto 18, 2013

"Guerra Mundial Z", de Marc Forster

La película resulta ser una pálida (o lívida, o tenue, o escuálida: adaptación por el título) aproximación a la novela de Max Brooks. El libro es un compendio de entrevistas a diversos supervivientes del conflicto, protagonistas a la fuerza, realizadas un tiempo después de que la Guerra Zombi haya concluido. Los testimonios son recogidos en distintos puntos del planeta, con lo que la impresión de problema global, de guerra realmente "mundial", es estremecedora (disfruté mucho con la lectura de "Guerra Mundial Z", hace ya unos años, y no tengo reparos en recomendarlo: no escribe nada mal el hijo de Mel Brooks y Anne Bancroft). El entrevistador compone un informe donde se exponen múltiples facetas de los años que estuvieron a punto de provocar la extinción de la raza humana, de modo que con un nivel de detalle bien afinado se tratan aspectos sociales, políticos, económicos y, por supuesto, bélicos: la batalla de Yonkers, un momento inolvidable para cualquier lector de la novela y que es excluido en la cinta. Hollywood es remiso a mostrar derrotas del ejército americano, mientras que Brooks pone en el alambre el sobreentendido liderazgo de Estados Unidos: pocos meses antes de la publicación del libro la capacidad de reacción de USA había quedado retratada cuando al gobierno le tocó afrontar la devastación causada por el huracán Katrina: los diques de Nueva Orleans llevaban tiempo avisando: Bush de vacaciones en su rancho: médicos cubanos en Luisiana.

Los zombis están de moda, quién puede negarlo, tanto en la pantalla grande como en la pequeña, fácilmente comprobable tras el gran éxito de "The walking dead", la serie firmada por Frank Darabont y basada en los cómics de Robert Kirkman y Tony Moore: las desdichadas aventuras de Rick Grimes y familia (hay otra pequeña joya televisiva del mundo Z, la británica "In the flesh", que en apenas tres capítulos se asoma al qué pasaría si los no-muertos volvieran a la vida cotidiana, como si todo aquello hubiera sido una gripe bizarra, un maloliente paseo por el lado salvaje: putrefacto vuelve a casa).

La sesión de cine que proporciona "Guerra Mundial Z" es entretenida, sin duda. La película tiene dos partes: la eclosión del problema primero, la búsqueda de la solución después. La primera parte respeta algo más a su padre de papel, si bien el foco de la plaga se traslada de China a Corea, no sea que la siguiente potencia hegemónica mundial se moleste. Se suceden secuencias espectaculares de la marabunta zombi extendiéndose como un tsunami por las capitales de todo el mundo, un torrente incontenible de dentaduras con patas (como esas que venden en las tiendas de objetos de broma y que hay que darles cuerda), pirañas humanoides de mordedura letal: al que le toque se la queda, cuenta hasta diez y el resto a correr para que no les pillen. El celuloide destila adrenalina en esa alocada carrera (los zombis demuestran unas capacidades atléticas a la altura de las de Usain Bolt, otra traición al libro), angustiosa lucha por la vida, arrastrando al espectador: las ferias emocionales son el motivo real de ver estas películas, para qué nos vamos a engañar.

La segunda parte es la de la idea feliz, la de la solución milagrosa, la de encumbrar a Brad Pitt como al gran héroe americano que salva a la humanidad con su intelecto superior, su inusitada capacidad de sacrificio y, por supuesto, su indiscutible belleza: toda esa parte en el texto (creo recordar), ni por asomo: hay que simplificar tanto rollo, que Max Brooks parece Anthony Beevor metido a historiador de distopías gore, y nunca perder de vista la loable meta de maximizar beneficios en taquilla. La moraleja del final debe ser a lo "Independence Day" de Roland Emmerich (¿o era en "Armageddon" de Michael Bay? Bueno, supongo que en las dos): un encadenado rápido de medio mundo dando botes agradecidos de alegría y Dios bendiga América. Aunque quizá no ha sido el final: puerta abierta a una continuación, que estas pelis son una mina de oro. Maximizar beneficios, como ya te decía.


lunes, agosto 12, 2013

Cómic. "Paseo Astral", de Max

El 6 de Agosto pasado, en A Coruña, acudimos (no es plural mayestático: viajamos en cuarteto) al pabellón del PALEXCO para contemplar la exposición dedicada a trabajos originales de los dibujantes Francesc Capdevila "Max" y David Aja, exposición que forma parte de las diversas muestras que se organizan dentro del festival de cómic "Viñetas desde o Atlántico", inexcusable cita estival (en nuestro caso, cada dos años solemos caer por allí) para los amantes de la banda deseñada, precioso nombre gallego para el noveno arte. Max expone, además de originales de su estupendo anterior trabajo, "Vapor", las planchas que han dado lugar a "Paseo Astral", 46 cuadros, retablo de nuevo milenio, que el artista creó a raíz de la propuesta del periódico "El País" de preparar una obra para ser llevada a ARCO, la feria de arte contemporáneo que se realiza cada año en Madrid (comenta Max que ya era hora de que se acordaran del cómic en esa feria de arte: hasta los grafiteros -ver el documental "Exit through the gift shop", de Banksy, Picasso oculto del grafiti, para entender el auge comercial del arte callejero- tienen mejor consideración artística que los dibujantes de cómic). La ocasión de ver aquella tarde la exposición del PALEXCO será única, ya que poco después, en el Kiosko Alfonso de los jardines de Méndez Núñez, sede del festival, se celebrará una charla con la presencia de Max comentando su trabajo: una tarde irrepetible.

"Paseo Astral" es un relato onírico, fantástico, acerca de un autor de cómic que no encuentra inspiración para su tarea y que se queda dormido leyendo el periódico. En vez de caer por el hueco de un árbol, se adentrará en el diario que estaba ojeando. En busca de la musa indispensable vivirá una pequeña odisea surrealista, con vistazos a Pinocho de Carlo Collodi o a Alicia de Lewis Carroll (la inspiración se asienta en el bagaje del camino recorrido, en las obras de otros que han formado un sustrato cultural del que surge la invención propia) y, por supuesto, un pacto con el diablo, la forma más socorrida y natural de alcanzar el éxito. (¿Cuántos cadáveres -metafóricos- arroja al arcén la consecución de la gloria? ¿Cuántas amistades perdidas, cuántas puñaladas traperas? Pactar con el diablo puede ser tan simple como apartar la mirada de la conciencia y romper con nuestros principios. Bueno, si no les gustan tengo otros...). La dinámica nítida de los dibujos de Max realza la expresividad de los personajes utilizando lo mínimo para hacer brotar las emociones. En el caso de "Paseo Astral" se realiza un collage con el material cotidiano de las páginas del periódico, logrando un efecto formidable: papel de periódico, tinta china e imaginación, poco más hace falta cuando esos ingredientes se ponen en manos talentosas.

Sostiene Max que tras "Vapor" y "Paseo Astral" siente ánimos de realizar más cómics personales y apartarse un tanto de su también exitosa carrera de ilustrador ajeno. Nos parece estupendo. A los cuatro.

Dibujo del protagonista de "Paseo Astral" y firma del autor dedicándole el álbum a Francisco: un fan sincero: le encantó la exposición, aguantó la charla desde su curiosa infancia y me pidió el libro cuando visitamos el stand de los amigos de la librería Komic de Santiago de Compostela. A ellos les tengo que agradecer que me avisaran de que Max iba a firmar "Paseo Astral" en su puesto de la feria del libro. Gracias.


Un encuentro
"¿Tú eres Licantropunk?", me pregunta Max: quedo convertido en estatua de sal. Me lo pregunta porque le he pedido que dedique el dibujo que amablemente me está pintando, un Peter Pank para la contraportada del volumen integral de las aventuras del mítico punki, al blog Licantropunk, y en el pasado hemos intercambiado algunas líneas en su indispensable blog "El hombre duerme, el fantasma no": nos conocemos de habernos comentado pero no en persona. Así pues, que sea el mismísimo Max el que me pregunte si yo soy Licantropunk logra que la cuestión adquiera proporciones metafísicas. Balbuceo una respuesta que no sé desde qué rincón de mi subconsciente hace aparición: "Bueno..., en realidad Licantropunk es un personaje que aparece en el álbum que está usted firmando (Peter Pank transformado en hombre lobo en aquel fantástico tebeo ochentero para acabar, años después, transformándome a mí) y es el título que elegí para mi blog". "¿Pero tú eres el que me escribió el otro día?". "Sí, entonces sí".

Licantropunk. El día que inicié el blog (13 de abril de 2005: ya llovió, sí, pero del blog lo que han llovido han sido muchas alegrías, muchos buenos momentos como el que hoy estoy comentando), el sistema (ese "Vapor" de Max que asimila anacoretas contemporáneos: el bloguero en su habitación) me pidió un título. Vaya. No lo tenía pensado. Me puse a meditar la cuestión, que parecía trascendental, claro. Levanté la vista, y allí, en un anaquel de la estantería, entre muchos otros lomos de cartón, aparecía uno que ponía:"8, TODO MAX, PETER PANK EL LICANTROPUNK". Ese sustantivo irreal surgido de la fértil imaginación de Max era el título perfecto. Por un lado el licántropo, ser legendario que me había atraído siempre: el hombre lobo, el lado oculto, el otro, el doppelgänger, Mr. Hide, yo convertido en un cinéfilo anónimo, en alguien que poco tiene que ver con la realidad cotidiana, con mi profesión verdadera. Y por otro el punk, un sufijo idóneo para el nombre: el inconformismo, la contracultura, la evasión de la mediocridad, el espíritu de búsqueda constante. Sin embargo, ay, siempre he tenido cierto pesar por no haber tenido imaginación suficiente en aquel momento para crear yo mismo un nombre y, por el contrario, tomar la opción de aprovechar la idea ajena. Pero era tan buena... Espero que Max me perdone. Bah, debí pensar entonces, qué tendrá que ver Licantropunk con el cine y qué más dará el nombre si seguro que el rollo éste del blog no me dura más de dos semanas...
Ocho años van. Hay nombres que traen suerte. Gracias Max.