jueves, febrero 28, 2013

"Blue Valentine", de Derek Cianfrance

Escena eliminada del montaje final

Dean (Ryan Gosling) camina despacio, cabizbajo, por la acera de una avenida de un suburbio de Pensilvania. Anochece. Cerca de él, un grupo de niños juega con petardos y bengalas, que estallan a la luz disminuida del crepúsculo: parece un pequeño cuatro de Julio. La cámara acompaña la trayectoria del personaje enfocándole en plano completo desde el lado derecho.

Voz en off del protagonista. Monólogo interior. 

¿Dónde voy? Y qué más da. A ninguna parte. Nowhere, fast. Tiene narices. Cinco años que se quedan en nada. Cinco años, sí, pero, mírate, parece que han pasado veinte. ¡Estás hecho una mierda! Ya no soy ni la sombra del que fui: se agotaron las ilusiones, la alegría, la esperanza: días de vino y rosas en recuerdo convertidos, como decía aquel poema. Qué buenos fueron aquellos tiempos. ¿Dónde habré guardado el ukelele aquel? ¡Bah! Menuda pinta iba a tener ahora con el chisme colgado del hombro.
La llamaré. No sé qué he hecho con el móvil. Se me debió caer cuando le partía la cara al imbécil de su jefe. Ahí sí que la cagué a base de bien. Cómo se me pudo ocurrir sacudirle. Me veo en el trullo: lo que me faltaba.
Tengo que llamarla. A ver si encuentro una cabina y la llamo a casa de su padre. Seguro que está allí. Parece mentira: cuando la conocí ella odiaba a su padre con todas sus ganas y ahora la casa de ese viejo acabado es su refugio. No, si lo que no arregle yo. Pongo a todo el mundo de acuerdo... en mi contra.
Y la niña, qué voy a hacer sin la niña.... Joder, joder, ¡joder! ¡Qué gilipollas he sido!
Bueno, ¡se acabó! ¡Pero hombre! ¡Tanto compadecerse! ¡De ahora en adelante libre como un pájaro! ¿Así que soy un borracho sin ambiciones? Que te den, nena. Tú no me conoces, guapa, no sabes de lo que soy capaz. Regreso a Brooklyn. Hablo con los de las mudanzas y a ver si puedo volver a trabajar allí. Prefiero mil veces tirar de muebles y cargar con cajas que seguir pintando paredes, todo el santo día embadurnado y oliendo a pintura. En las mudanzas al menos veía mundo, ¿o no? ¡Decidido... tengo que llamarla! Igual ya se le ha pasado el mosqueo y podemos hacer las paces. Sí, fijo. En el fondo no puede vivir sin mí. Debe estar ahora mismo esperando que la llame. ¡Con todo lo que sacrifiqué por ella! Ahí hay un bar abierto, debe tener un teléfono que pueda usar.

Dean entra en el bar. Hay tres clientes: una pareja que charla sentada en una mesa y una chica joven, sola, acodada en la barra, cerca de donde se encuentra el camarero. En el jukebox suena la canción "La mataré" de Loquillo y los Trogloditas.
Dean se dirige hacia el teléfono público que se encuentra al fondo del local. Ve a la chica, se detiene y gira hacia la barra. Se sienta en un taburete cerca de ella.

DEAN (al camarero): Hola, ¿qué hay? ¿Me pones una cerveza?
DEAN (a la chica): ¡Vaya! ¿A ti no te pinté yo el balcón el año pasado?

Bueno, ya llamaré más tarde. Si eso.


FIN


domingo, febrero 24, 2013

"Argo", de Ben Affleck

En noviembre de 1979 una turba de manifestantes invade la embajada de Estados Unidos en Teherán. Su protesta, motivada porque el gobierno de Jimmy Carter ha dado asilo al recientemente depuesto sátrapa de Persia, el Sha Reza Palevi, desemboca en la toma de la embajada y el secuestro de los trabajadores norteamericanos de la misma: 444 días retenidos: de Carter a Reagan. Seis de ellos logran escabullirse durante el asalto y terminan refugiándose en la embajada de Canadá, de donde salen semanas más tarde, camuflados con pasaportes canadienses, para tomar un vuelo que los devuelve a Estados Unidos. ¡Gracias, Canadá! La película de Ben Affleck se empeñará en quitarle el mérito a los canadienses, esos paletos que, como mostraba Michael Moore en "Bowling for Columbine", no son unos paranoicos hacia el otro, hacia el extraño, como demuestran sin rubor sus vecinos del sur de la frontera.

La necesidad del héroe absoluto de la sociedad estadounidense: impoluto, sin mácula, dispuesto a cualquier sacrificio. Veo "Argo" un 23-F, otra historia de rehenes, de conflictos ideológicos, de buenos contra malos, y TVE aprovecha la fecha del calendario para estrenar "23-F: La película" de Chema de la Peña, excelente película basada en el no menos excelente libro de Javier Cercas, "Anatomía de un instante" (lectura obligatoria, como la última novela de Cercas, "Las leyes de la frontera", sobre todo para aquellos a los que los términos torete o pico, les traiga a la memoria algo más que tauromaquia y albañilería). Aquella noche tremenda del año 1981 señaló sus héroes: los que no se tiraron al suelo, los que no apagaron la cámara, los que plantaron cara. Y, por supuesto, el rey. Ay, los claroscuros del héroe: Lo siento mucho; me he equivocado y... no volverá a ocurrir. Es complicado mantener la cualidad heroica en la exposición continuada de la vida pública.

"Argo" dramatiza un rescate audaz desde la figura del agente secreto Tony Méndez (Ben Affleck), miembro de la C.I.A., y toca colocarse medallas e infundir espíritu patriotero: somos los buenos, somos los héroes: los héroes de unos siempre son los villanos de otros. Recuerdo "Syriana", de Stephen Galan, protagonizada por George Clooney (uno de los productores de "Argo", por cierto) y me parece una película mucho mejor que "Argo" en lo político, mucho más profunda y reflexiva: "Argo" en algunos pasajes se limita a escenificar imágenes de telediario (como se presume, además, en los créditos) y tópicos de la profesión (por ahí aparece Bryan Cranston, nada menos que Mr. Walter "Heisenberg" White, reclamando un papel como protagonista). Y puestos a mencionar películas de temática parecida a "Argo" y que apuntan a superarla cinematográficamente, se puede nombrar "Carlos" de Olivier Assayas o "Münich" de Steven Spielberg.  Y, claro, la sensación televisiva que ha supuesto la serie "Homeland": ante las tramas que se esconden detrás de todos esos títulos, "Argo" resulta inocentona.

Pero "Argo" brilla en una faceta: "Argo" es una tapadera, una película dentro de otra (como en "Super 8", de J. J. Abrams: cineastas jóvenes volviendo la cabeza hacia sus referencias cinéfilas de infancia y adolescencia), un guiño a la publicidad gubernamental que enmascara cualquier escándalo (la crisis de los rehenes de Irán y la declaración de enemistad eterna hacia el régimen de los ayatolás, desmentida en el turbio asunto del Irán-Contra y la confesión del coronel Oliver North: todo está podrido). Esa parte del guión, conducida por los actores John Goodman y Alan Arkin, es de lo mejor de la cinta. La película tiene también buenos momentos de emoción, de suspense. No llegará a la "Cortina rasgada" de Alfred Hitchcock o "El premio" de Mark Robson (ni tampoco Affleck es Clooney en la mencionada "Syriana", ni mucho menos Paul Newman en las otras dos) pero mantiene la tensión para hacer creíble que la misión de rescate es tan difícil de realizar como, según se cuenta, fue. A mí me parece que exageran un poco. Por el Oscar, más.


domingo, febrero 17, 2013

"Django desencadenado", de Quentin Tarantino

Hace unos meses escribí sobre "El hombre de los puños de hierro", película dirigida por RZA y presentada (marketing, marketing) por Quentin Tarantino. Debió presentarla y salir corriendo: el deseo de ser Tarantino, de crear una película que se le parezca y no lograrlo ni por asomo: el guión, claro, en primer lugar y sobre todo, ese documento que, bien trabajado, detalla todo lo que debe aparecer en el celuloide. Y los guiones de Tarantino son muy buenos en cuanto a que mezclan adecuadamente cine de entretenimiento (casi tres horas de proyección de "Django desencadenado" sin aburrir al personal: no está al alcance de cualquiera) con obras de propósitos más elevados, susceptibles de presentarse en Cannes, por ejemplo, sin el menor rubor.

La historia planteada en "Django desencadenado" es en realidad la misma de "El hombre de los puños de hierro": la venganza, el ajuste de cuentas después de padecer las más salvajes tropelías. Las circunstancias en las que se desarrolló el modelo económico de la esclavitud, la estructura de relaciones laborales más antigua y prolongada que ha experimentado el ser humano, tienen argumentos de sobra (cualquiera que viera en televisión "Raíces" y las penurias de Kunta Kinte -hace demasiadas décadas- tiene una idea certera del asunto) para que el ojo por ojo campe a sus anchas por los fotogramas y, aunque parezca que el viaje de Django, su odisea, tiene como meta recuperar a su amada, será el tinte sangriento el que domine sobre el romántico.

Propone Tarantino que la epopeya de Django (Jamie Foxx) sea alegoría de otra historia trágica, legendaría, el mito germánico de Sigfrido, cazador de dragones, personaje heroico dispuesto a superar pruebas sobrehumanas con tal de conseguir la mano de la valquiria Brunilda. Colocar a Django al nivel de capacidad guerrera de Sigfrido, e incluso superarlo: Django invencible, sin dolorosos talones de Aquiles o molestas hojas de tilo. Resulta que el esclavo liberado pasa del azadón al arma de fuego con una infalible habilidad mortal que no es fruto de ningún adiestramiento, sino que es un valor innato, señalado por los dioses: deus ex machina. Esa falta de argumentación de capacidades es un punto débil: las películas de Tarantino están repletas de asesinos expertos bien justificados: el señor Rubio (Michael Madsen) bailando con su cuchilla de afeitar, Jules (Samuel L. Jackson) recitando pasajes de la Biblia antes de apretar el gatillo, los complicados trámites de separación entre La Novia (Uma Thurman) y Bill (David Carradine), o, mi favorita, la terrorista cinéfila Shosanna Dreyfus (Mélanie Laurent) fulminando al III Reich en un cine de París: celuloide vengador. Con estos antecedentes, el desenlace de las aventuras de Django resulta algo pobre: las fantasmadas son un gran recurso para el cine de acción pero hay que elaborarlas a la perfección, deben resultar creíbles en su inverosimilitud. El final de "Django desencadenado" será lo peor de la cinta: infantil, chabacano, poco trabajado, un final que deja mal sabor de boca.

La película va de más a menos, para qué nos vamos a engañar, y empieza a disminuir cuando desaparece el genial personaje del doctor Schultz interpretado por el excelente actor Christoph Waltz (el coronel Hans Landa de "Malditos bastardos": Quentin Tarantino lo colocó de súbito en la cima). El pigmalión de Django es un carácter deslumbrante, desde que hace su aparición, y los fotogramas que comparte Waltz con Leonardo DiCaprio (Calvin Candie), Don Johnson (Big Daddy) o el casi irreconocible Samuel L. Jackson (Stephen, ese tío Tom en lo más peyorativo del término) son lo mejor de la película.

Cazadores de recompensas elegantes, negreros sádicos hasta la caricatura, luchadores mandingos y espartacos desencadenados, para un western nada crepuscular (¿"Silverado" de Lawrence Kasdan fue la última? Pocas películas "del oeste" modernas, que no sean remakes, huyen de la melancolía como telón de fondo), que se asoma a la estética del spaguetti western (cameo de Franco Nero incluido) y al Peckinpah más salvaje. O quizás a estas alturas Tarantino ya sólo se asoma a sí mismo.

domingo, febrero 10, 2013

"Hitchcock", de Sacha Gervasi

'¿Y si vuelve a ocurrir lo de "Vértigo"?', le pregunta Alfred (Anthony Hopkins) a Alma (Helen Mirren), en medio de la noche, cada cual acostado en su camita. Hitchcock se lo pregunta a su mujer, preocupado e insomne por la suerte que tendrá la película que está rodando, "Psicósis", como si ella, Alma, pudiera responder esa incógnita que no se desvelará hasta que la producción haya terminado y la cinta pase el trance del estreno en salas. Éxito o fracaso: cualquier director de cine habrá padecido esa inquietud. ¿Qué será, será?

"Vértigo" fue una de las películas menos rentables de las dirigidas por el inglés. El público no acudió en masa a contemplar ese genial relato necrófilo lleno de dobles sentidos y de una profundidad psicológica enorme: ahora aparece la primera en muchas de esas estúpidas listas que intentan catalogar el talento por estadísticas o por modas, lo cual no quiere decir que no merezca tanto honor. Así pues, el director de cine más famoso de su tiempo (sus apariciones televisivas en "Alfred Hitchcock presents", tuvieron sin duda mucho que ver en ello) y quizá de todos los tiempos, también tenía miedo de la respuesta del público. Y la principal causa de ese miedo era que, rebasada la frontera de los 60 en años cumplidos y en películas dirigidas, era aún capaz de asumir riesgos, de romper moldes, de ver a través del ojo de la cámara con puntos de vista alternativos y originales: de no ir a lo seguro. "Psicósis" era un material peligroso, demasiado violenta y sensual para los preceptos cinematográficos de la época: Hitchcock se vio obligado a producirla él mismo, jugándose los cuartos (los que tenía en el banco y los de la casa donde vivía, que tuvo que hipotecar) y el prestigio: el miedo al fracaso no es sólo económico: orgullo de artista: ser pretencioso también puede ser un rasgo de genialidad. Al final, "Psicósis" fue su mayor éxito comercial y le convirtió en un tipo muy, muy rico.

No quería ver "Hitchcock" en una sala de cine, intuyendo que escuchar las interpretaciones (que seguro que iban a ser geniales y así han sido) de Anthony Hopkins y Helen Mirren sometidas a la castración del doblaje, era perderse una parte sustancial del espectáculo. Prefería esperar al DVD o a una improbable sesión en V.O. en Salamanca. Pero un domingo gélido de febrero empuja a acudir al cine, y el apellido y la silueta abultada de un cineasta para la eternidad compran la entrada. Ninguna decepción. Las circunstancias cinéfilas del rodaje de "Psicósis" (Scarlett Johansson como Janet Leigh, James D'Arcy como Anthony Perkins -clavado- o Jessica Biel como Vera Miles, están francamente bien en sus respectivos papeles: buena película de actores) y la recreación de la relación de pareja entre Alfred Hitchcock y Helen Mirren y de las obsesiones (las rubias, los asesinos: no mezclar sin la supervisión del acomodador) personales del autor, construyen esta excelente historia, muy entretenida: tan entretenida como una de Hitchcock.

El maestro dirige, implacable, una orquesta aterrada de espectadores, un concierto de sobresaltos y gritos, una masa de ojos incapacitados para el parpadeo: "Psicósis". Y mi compañera de platea no la había visto. ¿Cómo será ver "Psicósis" por primera vez?




domingo, febrero 03, 2013

"Los productores", de Mel Brooks

La ópera prima de Mel Brooks, la primera de una exitosa carrera dedicada a escribir y dirigir parodias, películas cómicas con sello de autor, una tras otra, en las que se caricaturizaban diversos géneros cinematográficos de estética inconfundible: el western, el de terror, el cine mudo, el de suspense, el histórico, la ciencia ficción. Los gags más ocurrentes (no siempre), los actores más alocados (casi siempre), hasta lograr algunas de las escenas más recordadas y divertidas de la comedia en el séptimo arte.

"Los productores" es una peculiar sátira del montaje de espectáculos para Broadway, el famoso circuito teatral de Nueva York, con el que Mel Brooks tuvo mucha relación, y por supuesto es una película que también tiene sus momentos divertidos, aunque su característica más llamativa sea el alto nivel de riesgo y transgresión ("Sillas de montar calientes" será otra de las destacadas en ese aspecto: se aborda el tema del racismo sin miramientos ni concesiones a lo políticamente correcto) que la historia planteada pone en pantalla: montar un musical de bajo coste alrededor de la figura de Adolf Hitler, llamado "Primavera para Hitler", con el timador fin de que sea un fracaso absoluto y no haya que devolver ni un dolar a los inversores, una colección de ancianas millonarias que firman suculentos cheques a favor de un gigoló imposible, el productor sanguijuela Max Bialystock (interpretado por el actor Zero Mostel: excesivo y extenuante, pero le da el carácter necesario a la cinta). Bialystock y su histérico socio Leo Bloom (Gene Wilder en años de plenitud: "Bonnie & Clyde" de Arthur Penn, "Willy Wonka y la fábrica de Chocolate" de Mel Stuart y con Mel Brooks "Los productores", "Sillas de montar calientes" y, por supuesto, "El jovencito Frankenstein", una obra cumbre en su carrera) realizan sus planes y llevan a escena una obra protagonizada por un Hitler gay y hippy (Dick Shawn, que en la película hace del actor Lorenzo St. DuBois: L.S.D. para los amigos), con números musicales en los que se canta al paso de la oca y las bailarinas forman esbeltas cruces gamadas. Un éxito.
¿Qué le gusta al público?