sábado, junio 30, 2012

"After life", de Hirokazu Koreeda

Almas en transito. No hay balanza, no hay cielo ni infierno. Sólo hay que tomar una decisión (la duda: Bergman lo mostró como nadie en "El Séptimo Sello"), que será un ticket para la eternidad. ¿Cuál es el mejor recuerdo de tu vida? Un instante recobrado del cedazo del tiempo, un momento de felicidad, aquel detalle que hizo que valiera la pena. Pero un dilema trascendental, porque eso será lo único que te lleves al otro barrio: la gloria de la contemplación divina se limitará al ámbito de lo ya experimentado en vida: no se hallará mayor premio que el que se encontró un día cualquiera. La tragedia será encontrar a un difunto que desea olvidarlo todo, que no quiere acordarse de nada. Muertos en vida.

Fallecidos convocados a un plató cinematográfico para recrear un trozo de pasado que, probablemente, sea falso: nada es como lo recordamos: el recuerdo toma el lugar del hecho y la segunda vez que nos acordamos de aquello en realidad rememoramos un recuerdo: el pasado es el poso que queda cuando el olvido ha hecho su trabajo. El cine fabricará la impronta: el cielo es un equipo de rodaje: mensaje nítido, guiño cinéfilo.

Hirokazu Koreeda escenifica el trance con ternura y costumbrismo berlanguiano, con tono cómico y optimista (aunque la burocracia latente amenaza con hacer aparecer "El proceso" de Kafka en versión de Orson Welles), sello para otras obras futuras del director como "Still walking" o "Air doll". Los problemas existenciales del ser humano se prolongan aunque te vistan con el pijama de madera, nos dice: lo de descansar en paz es más un deseo que una constatación. Vaya eligiendo. O proponiendo.

lunes, junio 25, 2012

Cortometraje. "Doll Face", de Andy Huang

Me lo enseñó esta mañana Belknap y me ha gustado mucho. A compartir.
Pinocho, Frankenstein, Roy Batty (nota: hoy se celebra el 30 aniversario del estreno de "Blade Runner": una efeméride a marcar en rojo: mejor en azul neón), Eduardo Manostijeras, el David de Spielberg en "I.A.". Todos viajando por el valle inquietante, preguntando a sus creadores por los incomprensibles defectos de su construcción. Todos ellos buscando la humanidad, un estereotipo que ni los propios seres humanos recuerdan: ¿cómo quieres que te explique lo que soy, lo que eres?
Este cortometraje resume esa trampa existencial, un dilema clásico de la ciencia ficción, y lo hace con maestría.

domingo, junio 17, 2012

"Un dios salvaje", de Roman Polanski

Roman Polanski se ha caracterizado, durante toda su carrera, por arrancarle la máscara a los caracteres que aparecen en sus películas: la afable comunidad de vecinos en "El quimérico inquilino" o "La semilla del diablo"; una seductora belleza rubia en "Repulsión"; el líder político en "El escritor"; un amable doctor en "La muerte y la doncella". Parece ser que a Polanski le interesan las historias intensas en las que se desnuda la esencia de seres humanos de alma turbia.

Padres que visitan a otros padres (Kate Winslet y Christoph Waltz en un rincón, Jodie Foster y John C. Reilly en el otro: película de actores) para tratar conflictos de los hijos: un chaval le ha roto un diente a otro en un parque. Parejas civilizadas de civilizados occidentales que saben aparentar, sin el menor problema, lo civilizados que son: deudas de sangre que se pagan con perdón en vez de con venganza: no habrá diente por diente. Pero la llamada de la sangre, más aún si es sangre de tu sangre, es un alarido poderoso: un runrún insistente que se instala en el estómago y que no va a permitir que una fachada políticamente correcta ahogue el ansia de equilibrar la penosa situación: 'Soy un hijo de puta con muy mala leche', se sincera Mr. Longstreet.

"Un dios salvaje" está basada en una obra de teatro de Yasmina Reza, no sé si se parecerá mucho o poco al original. La película me recordó mucho a una novela que he leído recientemente, "La cena", de Herman Koch, cambiando el apartamento de Brooklyn (la cinta se rodó en París: Polanski no suele viajar a Estados Unidos, como todo el mundo sabe)  por un caro restaurante holandés y a los dos matrimonios neoyorquinos por homólogos del otro lado del océano. En el libro de Koch el asunto a tratar era mucho más grave, un asesinato, y requería soluciones más contundentes: la caída del antifaz será necesariamente más traumática: a Polanski (a cualquier cineasta, en realidad) también le hubiera caído mejor una trama así: conflictos rotundos que superan la banalidad del abuso del teléfono móvil o la asfixia de la mediocridad: la infantilización del hombre moderno acomodado, del urbanita incapacitado para retornar al conocimiento puro de la caverna y encadenado sin remedio a la angustia del progreso (ver la entrada reciente de "Detour" de Edgar G. Ulmer). Pero el instinto sigue dentro, ese mencionado runrún que hay que dominar.

Si en "Un método peligroso" de David Cronenberg costaba un poco reconocer las señas de identidad del director canadiense, otro tanto parece suceder con "Un dios salvaje" y Roman Polanski. Precisamente cuando "Un dios salvaje" empieza a recordar al cine del polaco, cuando se ha logrado un ambiente en la película que parece capaz de devorar a sus personajes, en ese momento se acaba: apenas 80 minutos de verborrea incansable en la que la transición de la educación a la sinceridad sucede demasiado deprisa: décadas llevo con ganas de poner a alguno a caldo y aún no he alcanzado ese punto, mientras que a los Longstreet y a los Cowan, que se acaban de conocer, para pasar a la acción les ha bastado con un poco de café, algo de tarta, unos chupitos de whisky... y una buena vomitona.

Roman Polanski (o Yasmina Reza) y Herman Koch terminan diciendo lo mismo: el dios salvaje moderno son los hijos: no hay culto más exigente que ese.

jueves, junio 14, 2012

Cortometrajes. "5º Festival de cine corto de Salamanca"

Un bar lleno de gente, todos mirando atentamente una pantalla durante un par de horas. Y lo que se proyecta en ella no es un partido de fútbol, no, ni cualquier otro evento deportivo de masas, sino media docena de cortometrajes. Que algo así suceda en estos tiempos de invasión audiovisual absoluta (la competición deportiva como exaltación patriótica del más absurdo "nosotros contra ellos": esfuerzos y decepciones estériles), con las puertas de los bares empapeladas de banderas españolas y de los anuncios de los horarios de los encuentros (cantos de sirena para cuadrar la caja en tiempos de crisis), que un festival de cortos se realice en un bar, digo, seguro que es una buena noticia. Por suerte el festival (de momento) no ha coincidido con la Eurocopa.

La productora CORTOSdeMENTES y el bar Granero de Salamanca (C/ Granero, junto a la Plaza del Oeste) organizan este festival que ya alcanza su quinta edición: convocatoria madura. Sobre más de 200 cortometrajes recibidos a concurso, se seleccionaron 30 que han sido proyectados, 6 cada día, todos los jueves del mes de Mayo a partir de las 22:00. Entre rondas y rondas de cervezas (no ha de ser mal negocio esto de proyectar cine en un bar), un público respetuoso disfruta del espectáculo con interés y atención y al final vota su preferido: de tres amigos que estábamos juntos, cada uno votó por un cortometraje distinto: otra gran noticia: calidad en lo visto.

Este próximo viernes día 15 a las 22:00 se realizará la proyección de los cortos finalistas en la Casa de las Conchas (dentro de la programación del Festival Internacional de las Artes de Castilla y León, FACYL) y a continuación la entrega de premios a los ganadores. Puede que a esa hora merezca la pena apagar el fútbol un rato.


domingo, junio 10, 2012

"Un método peligroso", de David Cronenberg

Pocos directores se han adentrado tanto en la psique humana como David Cronenberg: siempre, eso sí, extrayendo al tema los tintes psicosangrientos que han dominado su carrera. Carne (Long live the new flesh!) y mente como una combinación eficaz para lograr algunas de las mejores producciones del cine fantástico de los años 80 y 90, como "Videodrome", "La mosca", "Inseparables", "El almuerzo desnudo", "Crash". En el siglo XXI parece que sus tramas dieron cierto giro hacía el género negro pero sin perder un ápice de brillantez y provocación: éxitos recientes como "Una historia de violencia" o "Promesas del Este", cintas donde el genial actor que es Viggo Mortensen se convierte en la cara reconocible, en el actor franquicia para el director canadiense.

Con esa filmografía, tan inclinada a comerse el tarro en busca de las fuentes de la locura y el homicidio, no es de extrañar que la primera incursión (creo) de David Cronenberg en cine histórico, en biografías de personajes conocidos (películas de esas que justo antes de poner el the end aparece un breve texto sobre fondo negro que te cuenta qué fue de ellos más adelante para ahorrarse así un montón de metraje más o menos necesario), se dedique a figuras fundamentales en el nacimiento y desarrollo del psicoanálisis, Sigmund Freud, Carl Jung y Sabina Spielrein: un austriaco, un suizo y una rusa: Europa a principios del siglo XX propiciaba el encuentro fértil de nacionalidades diversas para conseguir avances inéditos en el arte y en la ciencia: tras la Segunda Guerra Mundial todo eso quedaría extinguido sin remedio: Estados Unidos se quedaría con todo. El mencionado Mortensen hace de Freud y da lo mejor, como de costumbre. Para encarnar a la pareja turbia formada por el doctor Jung y su paciente/amante/colega Sabina Spielrein, los escogidos serán Michael Fassbender y Keira Knightley. La histeria desbocada y sobreactuada de ella contrastarán demasiado con la falta de apasionamiento y exceso de profesionalidad de él como para obtener una apariencia de enamoramiento que resulte convincente para el público: no hay química por ninguna parte. ¿Y la sangre? Apenas un corte en una mejilla.

Síndromes, complejos, pulsiones. Terapia e interpretación. Deseo y represión, necesidad y conducta. La película permite asomarse brevemente a la construcción de tesis novedosas que rompen con el dogma establecido y habilitan la posibilidad de situarse en un punto de vista alternativo y enriquecedor. Pioneros abriendo nuevos caminos y exponiéndose a su vez a los peligros de un terreno desconocido. Quizá sea el mayor valor de "Un método peligroso", mostrar cómo el gigante intelectual se arriesga a identificarse con el objeto de su estudio.

Fíjate que ha hecho películas raras. Pues ésta puede ser la más rara de Cronenberg. Tanto, que no parece una película de Cronenberg.