jueves, diciembre 30, 2010

"Los viajes de Gulliver", de Rob Letterman

Los viajes de Jack Black. Este cómico estadounidense ha creado un estereotipo de él mismo, una especie de treintañero adolescente, cándido y fantasioso, bailongo y optimista que, contra todo pronóstico, acaba consiguiendo a la chica: relaciones pueriles y tontunas, aburridas y faltas del menor indicio pasional. Tanto es así, tan al servicio está el guión del protagonista, que termina infantilizando y aculturizando (el rey cambia su uniforme por un chándal y los palacios dieciochescos se llenan de carteles publicitarios: signos de la grandeza de la civilización usamericana colonizando/destrozando cualquier lugar del mundo al que llegue) a todo el reino de Lilliput. Cuando Hollywood agarra un clásico lo destroza sin compasión y ahora le toca el turno a la conocida obra de Jonathan Swift, generando un tostón lamentable.
En cuanto al 3D, sigo sin verle la gracia: objetos planos dispuestos en hileras, como recortables en un teatro de papel; fondos demasiado desenfocados para la era digital; imagen más oscura a cuenta de tener que ponerse las gafitas; y para colmo dos euros más la entrada (valga esa contribución desinteresada como salvavidas del negocio cinematográfico: mi granito de arena para que las salas de cine sigan programando cine-basura en su mayoría y le sigan echando la culpa al pirateo vía Internet de que el público no acuda en masa a comprar sus palomitas). Quitando algunas escenas especialmente realizadas para invadir la platea (pájaros volando, balas de cañón, vuelos entre montañas, personajes en caída libre: los puntales estéticos de los grandes argumentos de la historia del cine), el resto no se justifica en absoluto. Si la película es plana no hay tridimensional que la salve.
Ahí un síntoma que no falla: la mayor parte del público son niños, lo que echan es una comedia y no se oyen risas... rollo al canto.

martes, diciembre 28, 2010

"Shoah", de Claude Lanzmann

¿Se puede escribir poesía después de Auschwitz?, se preguntaba el filósofo alemán Theodor Adorno.
Campo de exterminio de Treblinka, con una productividad diaria que alcanzaba 15000 unidades. Un tren llegaba al apeadero de la entrada del campo y en tres horas (¡en tres horas!) su cargamento quedaba transformado en cenizas, en humo que salía por las chimeneas, en partículas que cubrían el cielo de toda Europa, en polvo que quizá aún sigamos respirando. Empujadores, peluqueros, limpiadores, jaladores, horneros, excavadores: grupos de judíos que colaboraban a golpe de látigo y de hambre y que necesitaban el exterminio para asegurar su propia supervivencia, paradoja terrible con la que es imposible convivir. Serán muchos de los que salgan vivos de los campos cuando se liberen y serán también los testimonios más demoledores, los que conmuevan al espectador hasta el tuétano.
Trenes de la muerte atraviesan el continente, cruzando pueblos donde los lugareños se pasan el pulgar por el gaznate, símbolo certero de un odio secular. La compañía de ferrocarriles alemana cobraba al estado (en realidad se pagaba con lo requisado: el judío pagaba su muerte de principio a fin) por cada viajero, si bien ofrecía tarifas para grupos y los menores de cuatro años viajaban gratis: el holocausto a precios de excursión a la playa. Criterios económicos, evaluación de costes, como los que estremecían al leerlos en la magnífica novela "Las benévolas" de Jonathan Littell. "Shoah" es el momento de mirar y de oír, durante casi diez horas de filmación: nadie debería ver esta película, todo el mundo tiene que conocerla. Rodada entre finales de los setenta y principios de los ochenta, todas las imágenes son contemporáneas, ninguna es histórica: raíles que atraviesan bosques desiertos, campos de cultivo, y que van a parar a descampados en ruinas donde asoma alguna chimenea o llegan hasta campos de concentración en los que se han preservado las instalaciones para preservar la memoria: turismo de masacre. Y mientras tanto hablan víctimas y verdugos creando un documento imperecedero y que seguirá siendo doloroso dentro de siglos. Hablan hasta romperse y arrastran consigo al observador del otro lado de la pantalla. En Israel, en Estados Unidos, en Polonia, en Alemania, en Corfú. Nazis que ahora sirven jarras de cerveza en Frankfurt o escriben guías de viaje de los Alpes, polacos que viven en las casas que antes ocupaban los ricos del pueblo o que recuerdan con pavor la vida del ghetto de Varsovia y judíos, por supuesto, eterna diáspora. Uno de ellos cuenta como, rodeado de cadáveres por todas partes, pensó que era el último judío. Casi lo consiguen.
El director interroga a los testigos sin piedad, consciente de que el celuloide generado será inigualable por ningún papel mecanografiado, por ningún artefacto arqueológico: en primera persona: yo estaba allí, yo lo vi, yo sobreviví.
Esta película duele.

sábado, diciembre 25, 2010

"Thought of You", de Ryan Woodward


Thought of You from Ryan J Woodward on Vimeo.

Lo tomo prestado de "La casa del tiosain": siempre merece la pena darse una vuelta por allí.
Esta pequeña animación (y la canción que la acompaña) puede inspirar buen ánimo, que a fin de cuentas es el mayor anhelo que se puede tener en estos días. Eso tan fugaz llamado felicidad. Esos instantes.

Woke up and wished that I was dead
With an aching in my head
I lay motionless in bed
I thought of you and where you'd gone
and let the world spin madly on

Everything that I said I'd do
Like make the world brand new
And take the time for you
I just got lost and slept right through the dawn
And the world spins madly on

I let the day go by
I always say goodbye
I watch the stars from my window sill
The whole world is moving and I'm standing still

Woke up and wished that I was dead
With an aching in my head
I lay motionless in bed
The night is here and the day is gone
And the world spins madly on

I thought of you and where you'd gone
And the world spins madly on. 

"World Spins Madly On" - The Weepies

lunes, diciembre 20, 2010

"Leonera", de Pablo Trapero

Una chica, acusada de cometer un turbio crimen pasional, va a la cárcel. No va sola: rápidamente los fotogramas desvelan que está esperando un hijo. La actriz protagonista, Martina Gusmán, excelente actriz y esposa del director, Pablo Trapero, aporta a su actuación un plus de verismo: su propio embarazo. No sé en que orden sucedió (¿fue primero la película o el huevo?) pero desde luego la situación fue oportuna: así es más fácil meterse en el papel.
Maternidad y presidio, dos factores que deben conducir al producto de un buen guión, más aún si, como es el caso, no se ahorra en sutilezas. Pero la cinta expone lo necesario, sin caer en excesos (la otra película que he visto de este director, "Carancho", estaba demasiado ida de vueltas; al cine de realismo social hay que cogerle el punto y tener cuidado con no pasarse en el efecto; "Biutiful" de Alejandro González Iñárritu es otro ejemplo de arroz pasado), algo muy complicado en una situación que es excesiva por sí misma. En Argentina una madre puede tener al niño viviendo con ella en la cárcel hasta que este cumple cuatro años. Ese lazo es un salvavidas afectivo para la reclusa pero se plantea la cuestión de si ese lugar es indicado para criar un hijo: el patio de la cárcel convertido en patio de guardería: el guardia hace la ronda por encima del muro alambrado, con el dedo en el gatillo del rifle (un punto fuerte de este director es el realismo en la puesta en escena: ambientes y escenarios convincentes sin lugar a dudas). ¿Qué será más traumático, la separación o la posible conversión del niño en un Kaspar Hauser asocial? Decide la madre, que precisamente por eso sólo hay una. Y a una madre decidida, no hay quien la pare.
"Carancho" me decepcionó pero con "Leonera" hemos hecho las paces. Y no me importa que "Leonera" sea anterior a "Carancho" porque yo las he visto en este orden. O sea, la última de Pablo Trapero es muy buena. Y punto.

sábado, diciembre 11, 2010

"Lejos de la tierra quemada", de Guillermo Arriaga

A veces el día a día tiene momentos que te arrojan del encefalograma plano cotidiano, sorpresas o casualidades que parecen colocadas a posta en el camino. Hoy fui al quiosco a buscar el diario "Público": me lo guardan todos los viernes desde hace un par de años, ya que ese día el periódico trae una buena película de regalo. Digo bien, regalo: 2 euros es el precio del periódico, película en DVD incluida. Digo bien, buena película: hace nada "Sacrificio" de Andrei Tarkovski o "Fanny y Alexander" de Ingmar Bergman. En fin, basta de publicidad o de consejos subliminales.
Entre los miles de películas que el periódico podía decidir regalar hoy, le ha tocado el turno a la que da título a esta entrada. Esta misma semana dediqué una entrada a "Biutiful" de Alejandro González Iñárritu y mencioné que no había visto la película de su antiguo socio, Guillermo Arriaga: la providencia me la tira encima del mostrador del quiosco de Luis y, por supuesto, he visto la película esta misma noche: a estas señales no se les puede dar la espalda.
Si tuviera que poner en la balanza ambas películas para decidir cuál de las dos es mejor, no necesito ni tan siquiera poner en marcha el DVD, me basta con mirar la carátula: Javier Bardem es un gran tipo, pero aquí dice que las protagonistas son ¡Charlize Teron y Kim Basinger!: 2-0  y el arbitro aún no ha puesto en marcha el crono. Bromas aparte, me ha gustado más la de Guillermo Arriaga: no quiere decir que sea una obra maestra, pero es que "Biutiful" me gustó muy poco.
La cinta se inicia como un puzle de personajes que el espectador deberá colocar en el lugar adecuado. Puede parecer una película de vidas cruzadas como "Babel", la última del tándem Iñarritú/Arriaga, o como "Crash" de Paul Haggis, pero en este caso es una única historia contada en distintos planos temporales: el pasado construye una tragedia que lleva su dolor hacia el presente. Infidelidades y romances de mestizaje fronterizo, aunque el conflicto racial no está presente en la historia, contraponen la tierra quemada de Nuevo México, donde se produce la pasión y el drama, con el frío Portland, remoto lugar de escondite y de olvido. Historia de errores irreparables y de redención salvadora.
Destaca la actuación de Charlize Theron mientras que Kim Basinger parece tan ida como de costumbre. Buen debut en la dirección cinematográfica para Guillermo Arriaga que, eso sí, ha contado con un reparto de lustre hollywoodiense. En cuanto a la estética, me ha recordado a ratos a John Sayles. Al cine de Iñárritu no se le parece absolutamente nada.

miércoles, diciembre 08, 2010

"Biutiful", de Alejandro González Iñárritu

Cuando salí del cine pensé que era la primera decepción gorda cinematográfica del año pero es que ya no me acordaba de "Alicia en el País de las Maravillas" de Tim Burton: el subconsciente que trata de eliminar los malos recuerdos. Voy a poner algo de "Biutiful" antes de que se me borre del hipocampo.
La obra que he visto anteriormente de este director me ha gustado mucho: "Amores perros", "21 gramos" y "Babel". Después de esta última tuvo un divorcio sonado con el guionista Guillermo Arriaga que no estaba de acuerdo con la política que sigue este blog (es una forma de decirlo) de adjudicar en los títulos de la entrada el nombre del director como autor de la película. ¿De quién es la película?, ¿del director o del guionista? Arriaga se sentía eclipsado y pensaba que merecía más reconocimiento en el éxito mundial de "Babel". Pues hala, cada uno por su lado. No he visto la película que ha dirigido desde entonces Guillermo Arriaga, "Lejos de la tierra quemada", pero he tenido la mala suerte de ver la de Alejandro González Iñárritu. Ay.
Porque el guión es lo que falla. No falla Javier Bardem, que se esfuerza al máximo (aparece también Eduard Fernández y me acuerdo de una película en la que compartió protagonismo con Bardem, "Los lobos de Washington" de Mariano Barroso, muy buena: aquello sí que era verismo), como de costumbre (pasaba algo parecido en "No es país para viejos" de los hermanos Coen: en gran medida la película era él) y recibió nada menos que el premio al mejor actor en el último festival de Cannes por este trabajo (el único motivo que se me ocurre para recomendar esta cinta). Falla una historia que mezcla lumpen, agonía vital, inmigración ilegal y realismo mágico pero todo liado de la forma más efectista posible: secuencia con un golpe de efecto, secuencia de Barcelona de noche pretendidamente lírica; secuencia con otro golpe de efecto bochornoso, secuencia de Barcelona bajo la lluvia pretendidamente lírica; secuencia con golpe de efecto especialmente zafio, secuencia de unas hormigas en un cristal húmedo que de lírica no tiene nada... y así dos horas, erre que erre. El cineasta repite la estética de "Babel" pero se excede (se regodea) en sus primeros planos, carentes de emoción, sentimiento que se busca de la forma más fácil y peor construida. Sensiblería en vez de sensibilidad. Y mucha grandilocuencia, que a saber qué quiere decir la palabra grandilocuencia. Y a mirar la hora en la penumbra de la sala, que se hace tarde y esto no se acaba nunca.
Dicen que The Glimmer Twins no son nada sin Keith Richards.
Igual es verdad.

domingo, diciembre 05, 2010

"Gru, mi villano favorito", de Pierre Coffin y Chris Renaud

El malo de la película, pero el malo muy malo, el supervillano que trama maldades a escala planetaria, el que sale en las películas de James Bond: esos calvos maléficos como Blofeld, jefe de SPECTRA, papel inolvidable de Donald Pleasence, o el Doctor Maligno, su alter ego cachondo que se enfrenta a Austin Powers, alter ego cachondo a su vez del 007 al servicio de Her Majesty.
Edipos mal curados que quieren dominar el mundo. Se mezcla con "Tres solteros y un biberón" de Coline Serreau (en realidad tres biberones y un solterón) y "Annie" de John Huston y se obtiene una película muy entretenida: la ocurrencia de las pirámides del inicio es fantástica y el ritmo de la cinta no decae. Animación bien realizada, se ve que Universal Pictures también quiere meter la cabeza en el negocio del blockbuster de dibujos animados que atrae a la taquilla a públicos de todas las edades y no repara en gastos. Salen unos personajillos muy divertidos llamados Minions que hacen recordar a los Oompa Loompa, los ayudantes de Willy Wonka, aunque no se les parecen en nada: las cápsulas de plástico amarillo que hay dentro de los huevos Kinder, con ojos (uno o dos), patitas y monos azules de trabajo, y muchas ganas de fiesta.Un nombre llama la atención en los créditos: Sergio Pablos, creador de la historia: parece que también hay españoles metiendo la cabeza en esto y rápidamente se piensa en "Planet 51" de Jorge Blanco. Que siga.
Lluviosa y fría tarde de domingo, ¿dónde van a estar mejor los niños (y los mayores) que dentro de un cine, seco y calentito? Y si encima la película está bien, en ningún sitio.

miércoles, diciembre 01, 2010

"Copia certificada", de Abbas Kiarostami


¿En qué se diferencia una copia perfecta del "David" de Miguel Angel de su original? El espectador que pasee por la Plaza de la Señoría de Florencia no tiene porqué saber que la verdadera está en la Galería de la Academia: su mirada la hace auténtica y el placer estético es el correcto. El valor intangible de la originalidad se encuentra en el concepto. La paradoja es que la copia crea originales, una constante en el arte: realizando un retrato del rostro de La Gioconda, Leonardo Da Vinci crea la obra más famosa de la historia y la representación tiene mayor importancia que aquel al que representa: la imagen pasa a la posteridad mientras que la vida de La Monna Lisa es una incognita intemporal (¿Leonardo travestido?). La naturaleza es la única creadora de originales, aunque se trate de un cuñado tartamudo, y la labor del genio queda reducida a un momento de iluminación revelada o de habilidad innata, prohibida al resto de los mortales.
La ilusión cinematográfica como paradigma de la copia, representación del mundo: ilusión de realidad. A los replicantes de "Blade Runner" de Ridley Scott, se les implantaban recuerdos (recuerdos de otros: de la sobrina de Tyrell, por ejemplo) para hacerles creer que habían tenido una infancia, un pasado, una serie de vivencias que construyen una personalidad ad hoc. Y en "Recuerda" de Alfred Hitchcock, un amnésico Gregory Peck se apropia de la identidad del Dr. Edwards, construyendo un nuevo presente y enamorando a Ingrid Bergman: locura y amor ciego íntimamente relacionados: el estado de enamoramiento es una anomalía que merma la percepción y hunde el nivel intelectual del enfermo.
Suplantación. Una camarera (igual que el espectador de la estatua de "David") cree que una pareja sentada en la mesa de su restaurante son en realidad matrimonio y a partir de ese momento se obra el prodigio. El giro argumental propicia que el culto escritor, independiente y seductor, ocupe el lugar del marido ausente, y la asunción de ese cambio, la conciencia de la transformación, acarrea una serie de problemas. Conyugales, por supuesto. Personas enamoradas de cuando estaban enamoradas se anclan al pasado, contemplado con nostalgia, sin ser capaces de adaptarse al paso del tiempo, sin reconocer que aquellos días ya no volverán aunque se retorne a aquella pintoresca pensión de la luna de miel (la trama transcurre colocando en el trasfondo una boda en la Toscana italiana, qué romántico, qué idílico, un rito ancestral de matrimonio acorde a los cánones católicos que, forzosamente, debe convertirse en un día de felicidad aunque el celuloide destile escepticismo). El director instala a sus actores frente al espejo, y hace que se interroguen sobre la imagen devuelta, como si ellos también miraran una estatua, un reflejo que han de interpretar. Averiguar las respuestas a las mismas preguntas que se hacían los filósofos antiguos, los replicantes y Siniestro Total, pero desde la cotidianidad y la mediocre vida común: el yo desnudo y la verdad cruel.
Mirando la pantalla nos vemos a nosotros mismos.


jueves, noviembre 25, 2010

"El eclipse", de Michelangelo Antonioni

La ruptura.
Silencios, miradas huidizas, emociones contenidas, frases breves de esperanza y de rechazo: una noche en vela por la muerte del amor. Se escenifica el fin de la relación de una pareja formada por Riccardo (Paco Rabal) y Vittoria (Monica Vitti) y para ello se realizan todos los planos, todos los ángulos de cámara, produciendo un catálogo cinematográfico de múltiples posibilidades de filmar en el interior de una habitación. La visión del director se manifiesta geométrica y predispuesta a capturar la arquitectura (interior y exterior) del espacio de rodaje.

La Bolsa.
El mundo moderno crea sistemas incomprensibles de generación de beneficios (el capitalismo ficción de Vicente Verdú en versión Sixties), ocultando a su vez el destino de todo el dinero que se pierde: juego de tahúres dedicados a desplumar incautos. La Bolsa de Roma ocupaba en los años de la película el edificio del antiguo Templo de Adriano: augures que realizaban predicciones basadas en el vuelo de los pájaros se reencarnan en corredores de bolsa con el mismo poder de adivinación y las mismas opciones de acierto y de error: dos milenios de historia y no se ha aprendido nada. Los broker en acción desarrollan una coreografía poderosa de gestos y gruñidos, el ring del parquet lleno de apuestas y de tongos, pelea de gallos, que no escapa al ojo certero del director.

La pasión.
Vittoria, belleza sensual de rubia latina se encuentra con Piero (Alain Delon), lobo de las cotizaciones con piel de cordero. Flirteo lleno de sobreentendidos, pura química actoral que aparece cuando al celuloide se le otorgan el máximo de matices. Carga erótica arrebatadora en escotes fugaces y en tirantes rotos, en dos que se buscan y se estrellan, pero el uno contra el otro.

El eclipse.
Epílogo donde desaparecen los protagonistas. Vuelve la experimentación cinematográfica del comienzo y ahora la clave está en el montaje. Las calles desiertas anuncian la llegada de la noche, o de un apocalipsis nuclear o de un eclipse. De un final, sin duda. A mi me pareció un final magistral.

lunes, noviembre 22, 2010

"El buscavidas", de Robert Rossen

Si yo fuera Eddie Felson.


Si yo fuera Eddie Felson habría atravesado un día las puertas de una sala de billar neoyorquina llamada "Ames" llevando bajo el brazo la caja de mi taco como si se tratara de la trompeta de Chet Baker. Habría desafiado al Gordo de Minnesota y habría jugado con él al billar americano durante 25 horas seguidas. Durante aquella noche habría llegado a ganarle 18.000 dolares para volver a perderlos porque una vez que se alcanza la cumbre solo queda descender. Me habría bebido un par de botellas de whisky "J.T.S. Brown" junto a un cartel que dice "No Masse Shots Allowed", habría hecho moverse de su silla al ganster más hijo de puta del garito y me habría partido de risa diciéndole al Gordo lo guapísimo que seguía después de tantas horas de partida. Habría mandado a la mierda a mi socio por no entender que el dinero no cuenta cuando te vas a comer al pez más gordo y me habría desplomado borracho y agotado junto a la mesa de billar, en un suelo mugriento de ceniza y alcohol, por no haberle hecho caso.


Si yo fuera Eddie Felson me habría despertado al día siguiente en un camastro decorado a punta de navaja de un hotel barato, masticando mi resaca y mi derrota, loco por volver a acariciar la gloria y por volver a perderla.
Si yo fuera Eddie Relámpago Felson, todo lo demás qué importa.

lunes, noviembre 15, 2010

"La playa de los galgos", de Mario Camus

El 29 de enero de 1981, la banda terrorista ETA secuestra a José María Ryan, ingeniero jefe de la central nuclear de Lemóniz. O en una semana se demolía el edificio de la central, que estaba en construcción, o el rehén moría. A pesar de manifestaciones, huelgas y protestas, no se ablandaron los chantajistas: el cadáver, atado y amordazado, aparece en medio del monte con un tiro en la nuca: un asesinato cruel y cobarde que puso de manifiesto la absoluta falta de piedad de los terroristas. Si al apuntarse al carro de la protesta anti-nuclear pretendían sumar apoyos populares, el secuestro y posterior ejecución de Ryan provocó un efecto totalmente contrario (de hecho lo que sí lograron fue detener la construcción de la central, con éste y otros asesinatos y actos de sabotaje; la central nunca llegaría a ponerse en marcha y con ella otros cuatro proyectos: la moratoria nuclear, que aún pagamos en cada recibo de la luz).
¿Quién puede dormir por las noches después de haber cometido un acto tan salvaje?
Dos temas de actualidad: ETA, que tristemente sigue ocupando titulares de periódicos si bien se ve luz al final del túnel de tantos años de violencia, y Mario Camus. El director de cine santanderino (cuenta en su trayectoria con películas como "Los pájaros de Báden-Báden", "La colmena", "Los santos inocentes", "Adosados" o series de televisión como "Los camioneros" o "Fortuna y Jacinta") tendrá un muy merecido Goya de Honor en la siguiente gala de los premios del cine español. El tema de ETA ya era telón de fondo en otra película suya, "Sombras en una batalla". En "La playa de los galgos", a partir de un suceso ficticio pero con referencias claras al descrito al principio de la entrada, Mario Camus crea una historia de víctimas: el asesino (Gustavo Salmerón) convertido en una bestia acosada, un paranoico que vive escondido en el extranjero atemorizado por recibir la misma bala que él disparo a otros; su hermano (Carmelo Gómez), un panadero sin ideales, tímido y solitario, que soporta la carga de tener semejante familiar y que a la vez se preocupa por su destino: 'al fin y al cabo es mi hermano', dice; una bella desconocida (Claudia Gerini): el espectador adivina pronto sus posibles intenciones pero tardará en descubrir sus motivos, uno de los puntales del guión de esta película; y por último una niña paralizada de miedo, la hija de un psiquiatra argentino (Miguel Angel Solá), cuya nacionalidad parece un tópico pero que sirve para enlazar con otro terrorismo, el terrorismo de estado: los vuelos de la muerte (al menos la transición argentina a la democracia ha permitido, años después y tras ignorar los indultos y las vergonzosas leyes de Punto Final del gobierno de Carlos Menem, poner en el banquillo a los responsables de aquellas barbaridades): una película sobre el tema, "Garage Olimpo", de Marco Bechis.
Un asesinato produce una onda expansiva de dolor que alcanza a todos los que se encuentran cerca, propone el director, que prepara en esta historia un fuerte cóctel de crímenes y sentimientos, con personajes densos encarnados en excelentes actores, y dedica una película a un tema que no tiene mucha presencia en nuestro cine y que cuando alguien se decide a llevarlo a fotogramas, suele levantar más ampollas que pasiones.

jueves, noviembre 11, 2010

Faemino y Cansado

Un viejo anhelo se ha cumplido: ver actuar en vivo a la pareja de cómicos que más me han hecho reír sentado delante de una televisión. Ahora también son la pareja de cómicos que más me han hecho reír sentado en un teatro e intuyo que alcanzarían ese logro independientemente de donde me encuentre yo sentado. O de pié.
Pareja dispar, como es común en el negocio de la carcajada: caracteres opuestos que se complementan a la perfección: el derroche gestual de Faemino y la verborrea incansable (precisamente) de Cansado. La estructura del espectáculo es parecida a la del ya mítico "Orgullo del tercer mundo" que hacían para la segunda cadena de Televisión Española en el año 1994: media hora de reír hasta llorar que esta noche se ha convertido en hora y media. Y casi me echo a llorar, pero más de nostalgia que de risa, cuando han aparecido en el escenario personajes como el Gran Mimón o Arroyito y Pozuelón (estos últimos sin cigarro en la mano y sin coñac en la copa -corrección: espectadores pegados al escenario acreditan que sí había coñac: se olía- y tampoco ha sonado en su entrada el "Dame veneno" de Los Chunguitos, pero no importa en absoluto). El absurdo mezclado con lo cotidiano como fuente inagotable de humor (fuente de la que han bebido otros como los chicos de "La hora Chanante"), estilo que crea legiones de seguidores fanáticos: humor arriesgado que al principio sorprende, extraña, ante el que no se sabe muy bien como reaccionar, pero una vez que le coges el punto no tienes escapatoria posible: partirse la caja, morir de risa.
-Acompáñeme al calabozo del teatro. -Qué va, qué va, qué va,... ¡yo leo a Kierkegaard!

lunes, noviembre 08, 2010

"La ola", de Dennis Gansel

 El aula convertida en metáfora del mundo, microcosmos social, como en la magnífica "La clase" de Laurent Cantet. "La clase" recorría un año escolar alcanzando un grado de verismo extraordinario: el día a día también puede producir fotogramas asombrosos (y me viene a la memoria otra obra maestra con trasfondo de colegio: "Hoy empieza todo" de Bertrand Tavernier). "La ola", por otro lado, abarca una semana, el tiempo que dedica un grupo de alumnos a estudiar un tema muy concreto, la autocracia: con clases prácticas los conceptos siempre se fijan mejor en el intelecto. La acción trascurre en Alemania (la trama está basada en un experimento que se realizó en un instituto californiano en los años sesenta y que se denominó la tercera ola, y que siguió una trayectoria muy parecida a la que se refleja en la película de Dennis Gansel), de modo que cualquier referencia a dictaduras o totalitarismos es intrínsecamente problemática. 'Ahora es imposible que suceda algo como aquello', dice un alumno al recordar la época del nazismo: el profesor recoge la frase como si le hubieran arrojado un guante.
Un líder carismático que imponga orden y un uniforme que iguale a ejemplares humanos diversos, reducción a la media, y que asiente la idea de pertenencia a un grupo. Disciplina, iconografía, saludos, ideología y, por supuesto, un conjunto de desencantados, de inseguros, de náufragos: una panda de adolescentes buscando su lugar en el mundo. Las tribus urbanas de los ochenta no eran solo la identificación en símbolos, vestimentas y gustos musicales, también eran el desprecio al ajeno, al otro: el que no está conmigo, está contra mi: heavis, punkis, rockers y pijos: todos a la greña. El grupo se protege como una manada, el débil se hace fuerte y aparece la violencia, inevitable, cualidad que echa por tierra cualquier buena intención. Sin embargo la película no presenta a grupos de jóvenes especialmente conflictivos o rebeldes, no se trata de aulas incendiarias como las de "Rebelión en las aulas" de James Clavell, "El sustituto" de Robert Mandel o "Mentes peligrosas" de John N. Smith.  El experimento de "La ola" triunfa con chavales típicos de clase media: los fascismos triunfaron siempre con masas de gente corriente.
'Todos los lunes te tomas una pastilla para poder acudir al aula', le dice el profesor Rainer Wenger a su mujer, profesora también. El maestro que consigue, al fin, la atención de los alumnos, su motivación y su seguimiento incondicional: un sueño. Al final, una pesadilla. Cuidado con abrir la caja de los truenos. Volverán banderas...
Una película muy interesante.

miércoles, noviembre 03, 2010

"Himalaya", de Eric Valli

Película que tiene el honor de ser la primera película nepalí nominada al Oscar a la mejor película extranjera. Pero como exponente de lo que debe ser la cinematografía del Nepal, no creo que sea un buen ejemplo: la coproducción francesa (que debe ser casi total: la película tiene pinta de haber costado sus buenos francos) invade los créditos: director, productores, guionistas, todos los técnicos, la banda sonora. Todo francés menos los actores, claro. Desde el comienzo tiene pinta de documental de National Geographic, no en vano su director ha trabajado (me cuenta la wikipedia) como fotógrafo para la famosa Society durante la mayor parte de su carrera. Pinta de documental y más tarde de cuento infantil, de tradición oral embellecida por siglos de contarla: la acción puede transcurrir en época actual o ser del siglo III a.C.: no hay ningún signo de modernidad en las imágenes.
La historia se inicia con una caravana (mucho pelo de yak en los fotogramas) que regresa a un pueblo aislado del Himalaya. Retorna con el cadáver del jefe del poblado que ha muerto durante el viaje: angostos desfiladeros que atraviesan la tierra yerma y desierta del techo del mundo. Al parecer el cargo de jefatura debe ser hereditario, de modo que el padre del jefe muerto (antiguo jefe a su vez, llamado Tinle) quiere que sea su nieto Passang el ocupante del trono, frente a otro pretendiente local, Karma, que parece más dotado para guiar caravanas por las montañas y ser el reyezuelo de esta pobre gente: a falta de democracia, la ley del más fuerte. Al difunto, de momento, entierro ritual: despedazar el cadáver y que se lo coman los buitres: eso sí que es un funeral ecológico.
A los cinco minutos de empezar estoy tentando de dejar que el DVD pase a mejor vida: el doblaje al castellano resulta pueril, diálogos new age, no te crees que la gente común hable de esa forma. Pero ya que este título lo mencionó un amigo del que fiarse, le daremos una oportunidad: cambiar a versión original subtitulada resulta ser un acierto, como la mayoría de las veces: parece mentira lo bonito que es el nepalí bien entonado, fíjate tú.
Asistiremos a una incruenta guerra carlista entre Tinle y Karma. El primero representa la tradición y la superstición y quiere mantener sus privilegios a toda costa (viejo mezquino) y el segundo da muestras de iniciativa y pragmatismo aunque tampoco parezca, precisamente, un revolucionario del Mayo francés. De todos modos este último será el que se lleve mis simpatías. La cinta se ve como una película de aventuras (de esas para ver "en familia": ay, que calificativo más cruel) entretenida y bonita. La vida del ser humano que pasa penalidades sin cuento para sobrevivir en los medios más inhóspitos recibe en esta ocasión un punto de vista idealizado y amable: catarsis final y son los dioses los que vencen, lamentablemente. Sociedades ancladas en religiones ancestrales y en ritos ininteligibles de adivinación y culto a las fuerzas de la naturaleza.
Recomendación por recomendación: "A time for drunken horses" de Bahman Ghobadi (sí, el director de "Las tortugas también vuelan"). En esa salen caravanas que atraviesan montañas, como en "Himalaya", pero son caravaneros más acordes a la realidad. Lamentablemente, también.

domingo, octubre 31, 2010

"Pa negre", de Agustí Villaronga

Se puede decir que el cine español en torno a la Guerra Civil conforma un género propio. Si a ese género le añadimos el con niño, aparece un subgénero con bastantes componentes. A vuela pluma me salen: "El año de las luces" de Fernando Trueba, "El espinazo del diablo" y "El laberinto del fauno" de Guillermo del Toro, "La lengua de las mariposas" de José Luis cuerda, "Las bicicletas son para el verano" de Jaime Chávarri, "El viaje de Carol" de Imanol Uribe", etc. La guerra siempre en el fuera de campo, siempre en el pasado o en el presente, siempre leitmotiv poderoso: las películas de la guerra civil española se caracterizan por ser un género que, aunque trata de una guerra, esa guerra, el conflicto bélico como tal, nunca aparece: las víctimas cinematográficas casi siempre pertenecen a la población civil, a los vencidos, a los represaliados sin piedad: no hay campos de batalla, no hay llanuras bélicas y sí algún páramo de asceta.
Niños que se acercan a la edad adulta y, por tanto, se obtienen películas de iniciación: el despertar sexual de muchachos que miran embobados a sus primas o a sus compañeras de pupitre, al que se le suma el despertar de la conciencia en respuesta al ejemplo de algún cercano idealista. Si bien la primera fase de la niñez es impermeable a todo lo que le pasa a los mayores, llegada cierta edad uno se empieza a dar cuenta de todo y la guerra (o la posguerra implacable: infinita sed de sangre) genera suficientes dramas familiares como para que un niño se vea afectado psicológicamente por ellos. La ignorancia y el desentendimiento infantil ceden paso a las ganas de saber y de comprender. En "Pa negre" Andreu, el joven protagonista, acabará sabiendo demasiado y el mundo de su infancia se desmoronará irremediablemente: "Pa negre" es la película de ese terrible descubrimiento.
El comienzo de la cinta presenta un violento asesinato y poco después un carromato despeñándose, arrastrando en su caída al caballo que tira de él y a un inesperado pasajero: la crudeza, el fotograma sucio, la bajeza moral que se hará presente durante toda la proyección (el pan negro es el destino de los condenados, de los derrotados) frente a algún vano intento de reflejar la vida amable, bucólica y tranquila de los payeses de una masía catalana: lo que es y lo que pudo haber sido. Ese asesinato y desvelar a quién se esconde detrás de su posible ejecutor (Pitorliua, nombre de fantasma o de bandido, de protagonista de cuento al amor de la lumbre), conducirán esta alegoría cinematográfica del vencido que, como de costumbre, mostrará las vilezas del vencedor. Los curas, los fascistas, los ricos: ninguno era bueno. Pero en esta ocasión se abandona cualquier animo maniqueo para mostrar que ni siquiera los buenos lo eran tanto, aunque esa deconstrucción de los personajes acabará pareciendo forzada, poco creíble: no es fácil convertir a seres sensibles en cabrones despiadados, sobre todo si durante toda la película se ha insistido vehementemente en su bondad.
Al final, ni siquiera el pobre Andreu era bueno.

miércoles, octubre 27, 2010

"Vampyr", de Carl Theodor Dreyer

Una vampiro, en esta ocasión, como la que aparece en el fantástico dibujo de Tomas Serrano: los finos dientes de la Carmilla de Sheridan Le Fanu y la oscuridad que vela los contornos de las formas en los fotogramas de Dreyer: el color gris se derrama en el celuloide hasta ocultar casi por completo la imagen reflejada.
Un joven explorador de lo siniestro, Allan Grey, llega a un pueblo atenazado por la sed de una anciana nosferatu. Una posada inquietante, una casona siniestra, un molino ejecutor y, cómo no, un castillo. Jardines y bosques donde apenas se insinúan las figuras de los personajes: iluminación insuficiente en los exteriores, potenciando la textura neblinosa. Los interiores no, esa parte del rodaje permite disfrutar de decorados cuidados al detalle (al parecer los ayudantes de Dreyer se dedicaron a cazar arañas para lograr telarañas auténticas en las paredes): calaveras y diablillos.
Un doctor y un soldado con una pata de palo, siervos inmisericordes: no hay vampiro sin un Renfield cerca: ¿dónde está mi sangre?, pregunta el incauto Allan. El señor del castillo es abatido a tiros y sus hijas, Léone y Giséle, serán presas fáciles. Léone agoniza en su cama, desangrada en vida: el rostro se trasfigura hasta mostrar la corrupción del alma que aparecerá cuando se cobre la herencia del vampiro, una de las imágenes más extraordinarias e impresionantes de la cinta. El rapto de Giséle propicia el viaje astral de Allan en el que asiste a su propio enterramiento (entre "Buried" de Rodrigo Cortés, "La obsesión" de Roger Corman y ésta, este mes tengo sobredosis de ataúdes llenos de vivos, que no de muertos): la trama de esta película no ofrece senderos fáciles de seguir para el espectador, no se busca continuidad entre escenas, reforzando su carácter onírico, irreal. Efectos de sombras fantasmagóricas, movimientos de cámara en secuencias largas, hipnóticas: lenguajes cinematográficos en eclosión. Entre dos mundos, el mudo y el sonoro, después del rodaje se incluyeron en doblaje algunas frases, muy pocas, que conforman un escaso conjunto de diálogos surrealistas.
Un antiguo libro cuenta la historia de Marguerite Chopin, la peor de las plagas. Esas páginas serán la receta implacable para atajar la epidemia.
Al principio de la película aparece un campesino portando una guadaña: la muerte que pone fin a todo.
O no.

lunes, octubre 18, 2010

"Prospero's Books", de Peter Greenaway

"La tempestad" de William Shakespeare vista por el ojo barroco de Greenaway.
'...sabiendo cuánto amaba yo mis libros, me surtió
de volúmenes de mi propia biblioteca
que yo estimaba en más que mi ducado.'
¿Cuáles serían esos libros tan preciados? Próspero, el caído Duque de Milán, el alquimista, el sabio, personaje de una época en que magia y ciencia se mezclan y son un camino recto hacia el cadalso: al final arrojará sus libros al mar, triste final para las maravillas desplegadas en el celuloide, pero probable coartada del dramaturgo inglés para evitarse problemas inquisitoriales.
'Pero aquí abjuro de mi áspera magia 
y cuando haya, como ahora, invocado 
una música divina que, cumpliendo mi 
deseo, como un aire hechice sus sentidos, 
romperé mi vara, la hundiré a muchos pies 
bajo la tierra y allí donde jamás bajó la sonda 
yo ahogaré mi libro.'
Peter Greenaway pincela la escena hasta el último detalle, poblando vastas estancias palaciegas de ninfas y elfos desnudos, de bandejas llenas de manjares, de fuentes y columnas, de sombras profundas y de luces de colores intensos. Y lo llena el doble: la película será pionera en manipular digitalmente la imagen superponiendo planos de animaciones de los libros de Próspero: fotogramas saturados donde ya no cabe ni un alfiler.
John Gielgud es Próspero, protagonista y narrador, voz única ideal shakesperiana para todos los personajes, una declamación que por sí misma vale el precio de la entrada. Michael Nyman, en su última colaboración con el director galés, aporta la que probablemente sea su mejor banda sonora. La danza hipnótica de Calibán, las piruetas de los tres Ariel, los cantos operísticos de las diosas y un travelín eterno que acompaña el desfile incesante de duendes y de hombres. El cine de Greenaway es excesivo y genial.

miércoles, octubre 13, 2010

"Carancho", de Pablo Trapero

El animal que más quiero es el buitre carroñero, rimaba fácil Robe Iniesta: el fraude es el único modo cabal de ganarse la vida en un sistema económico podrido hasta el tuétano: los despojos del pelotazo. Supervivientes en una jungla de hormigón y cristal, infelices vocacionales ahogándose en una noche infinita de desesperación insomne. Paisaje urbano nocturno, desnaturalizado, sin posibilidad de escape: la ciudad moderna es cárcel también. Sanidad de arrabal, hospitales de combate, de azulejos mugrientos y flourescentes temblorosos: la otra cara del sanatorio pijo del "Dr. House". Poca luz y mucho primer plano para que resalten las ojeras, las cicatrices: las llagas y el dolor: estética rotunda.
Ambulancias de emergencias lanzadas por avenidas en las que las farolas marcan los bordes del circuito, como en "Al límite" de Martin Scorsese. Animales noctámbulos que se cruzan: una médica novata abriéndose camino a base de dedicar más horas al trabajo que a la vida y un abogado de seguros al que se le han cerrado ya la mayoría de las puertas. Personajes bipolares: doctora con hábitos "inyectables" y jurista miserable y canalla pero con buen fondo.
El romance está servido (aunque poco elaborado, la verdad: un tanto facilón) y los ingredientes parecen ser de los que dan para una buena película (¿mencioné la estética?). El problema es que no se trata de una película: son dos (¿mencioné bipolar?) y la segunda es bastante mala. Tras un suceso dramático, mediada la proyección, la trama deja de avanzar a diálogos para empezar a avanzar a hostias. Al director se le va la mano y llega un punto en que, con tanta sangre y tanto coche, no se sabe si se han equivocado al empalmar los rollos en la cabina de proyección y se está viendo "Crash" de David Cronenberg. Cheee, te pasaste con el ketchup. Un camino salvaje que nos permite ver a un oficinista casposo transformado en el yellow bastard de Sin City, a un doctor en leyes manejando archivadores con la soltura de un picapedrero y a una pareja lanzada a la perdición emulando "Bonnie and Clyde" de Arthur Penn. Tantos años estudiando medicina, tanto leer legajos de derecho, para terminar así. No hay nada peor en el cine que que no te creas una película, comenta mi compañera de butaca. El espectador se desconecta, el interés se diluye: así es.
A Pablo Trapero, del que he leído críticas muy buenas, le buscaré en otras. Esta no llegó.

lunes, octubre 11, 2010

"Buried", de Rodrigo Cortés

Un hombre enterrado vivo: una historia rodada por completo en el interior de un ataúd. La sinopsis conocida antes de ver esta película hace que la primera pregunta en aparecer sea si la película logrará mantenerse a flote durante la hora y media de duración anunciada. Mantener la cámara en un espacio tan reducido, rodando el previsible sufrimiento de la víctima, su angustia y su desesperación, se antoja un intervalo de posibilidades dramáticas tan estrecho como la caja en la que está confinado el protagonista. Por suerte hace un par de décadas que se inventaron los teléfonos móviles: canal de comunicación inmediata con el fuera de campo, con el resto de nombres de los créditos: el actor Ryan Reynolds (una actuación meritoria más allá del esfuerzo físico que debe haber realizado al pasar tantas horas encajonado: el chico debe estar el forma: al menos marcaba musculito en la otra película en la que recuerdo haber visto esa cara, "Blade: Trinity" de David S. Goyer) acompañado de una docena de voces, además de la breve aparición de una chica en un vídeo recibido en un móvil. Cobertura, batería, llamadas perdidas, número oculto: vocabulario tecnológico de principio de milenio que, bien administrado, puede ser ingrediente de primer orden para el mejor suspense cinematográfico: la trama apura hasta la hez los recursos disponibles para arrastrar al espectador en un ritmo vertiginoso. Claustrofóbicos abstenerse: es imposible no ponerse en la piel del personaje en ciertos momentos de la cinta: hiperventilación y palpitaciones.
Voces al otro lado de la línea, soledad a este lado. Solo, el hombre solo, metáfora del hombre en crisis abandonado a su suerte por gobiernos y empresas. Hombres solos que devoran a otros hombres solos mientras los líderes evalúan los costes y minimizan las perdidas. El director Rodrigo Cortés (al parecer es gallego de nacimiento, aunque yo le conozco como paisano salmantino: actuaba en un trío humorístico, absurdo e irreverente, llamado "Las tres gracias" que hacían sus apariciones en el mítico "Café teatro de la Vega": noches de reír hasta llorar en un teatro de variedades cabaretero y genial) y el guionista Chris Sparling aprovechan la ocasión para mandar mensajes nada subliminales a un mundo convulsionado a escala global. La película es compleja a nivel técnico, complicada de rodar, pero eso no ha sido excusa para descuidar la historia, todo lo contrario, una trama impecable. Merecerá la pena verla en versión original aunque el doblaje realizado es muy bueno. Y del final mejor no avanzar nada: suenan aplausos al final de la proyección: será que el director juega en casa. Será que es una buena película.
El miedo a ser enterrado vivo, un terror muy común en siglos pasados en los que para la medicina era complicado determinar, en algunos casos, la muerte cierta del finado. Por si acaso incluyan en sus últimas voluntades llevar el teléfono móvil (total, ya no lo sacamos del bolsillo nunca: lo más probable es que en la funeraria se olviden de sacarlo) en el postrer viaje en vez de las monedas para pagar al barquero. Y que la batería esté bien cargada, claro.

lunes, octubre 04, 2010

Libro. "The Stanley Kubrick Archives", de Alison Castle (Ed.)

Delicatessen de papel: la delicia de cualquier admirador (yo mismo) de la obra cinematográfica de uno de los más grandes.
Tanto criticar la Iglesia católica, la religión... Resulta que también tienen sus cosas buenas, por supuesto. Por ejemplo, el día del santo de uno (siempre que te regalen algo, claro).
Gracias familia, y alegraos de que me diera por el cine. Si me hubiera dado por el thrash metal o por la escultura megalítica, sería mucho peor.
Por cierto, dónde pongo ahora este pedazo de libro: de pie parece el monolito de 2001.

domingo, octubre 03, 2010

"Intervista", de Federico Fellini

Un equipo de una televisión japonesa se desplaza a Italia para realizar un reportaje, una entrevista: Fellini, el gran cineasta.
El director sale a escena y con él se lleva a toda su troupe, el gran circo del cine, convirtiendo su penúltima película en un nítido homenaje a medio siglo de carrera y a todos los que le han acompañado y, al fin y al cabo, le han convertido en un mito cinematográfico, en un autor eterno. Pero entre los nombres de los créditos de sus películas hay uno que destaca siempre: Cinecittá. Así, la meca del cine italiano es otro más de los protagonistas de esta historia: los estudios son un mundo alternativo, otra dimensión de la existencia en la que todo puede suceder y cualquier fantasía se puede realizar: fábricas de sueños.
Uno de los puntales de la obra de Fellini ha sido la memoria, los recuerdos, rememorados de una forma a la vez personal y universal: cualquier espectador contemplará alguno ante el que esbozar una sonrisa: identificación con el pasado de otros. Durante la cinta se desgranan unos cuantos, entre la realidad y la ficción, pues muchas veces recuerdos ajenos se toman como propios o la mente tiende a idealizar de forma exponencial al tiempo transcurrido: el primer viaje en tranvía a Cinecittá, el primer encuentro con una diva, su primera entrada a un set de rodaje. El cine muestra sus trucos, sus ilusiones: la mirada deslumbrada. Y ya que los trucos son asuntos de magos, de repente aparece Marcello Mastroianni ataviado de Mandrake. El actor había entrado una vez, de forma magistral, en la piel del director italiano en "8½", película en la que el personaje aparecía deprimido y asustado: realizar una película puede ser una tarea titánica, un enigma para el que es muy complicado encontrar una solución perfecta: el artista sufre. Ahora no. Ahora toca mirar al cine con la alegría de vivir con la que el cineasta ha llenado su filmografía y para ello nada mejor que redescubrir a Anita Ekberg, tantos años después, y dejar que la música de Nino Rota nos devuelva a los años de "La Dolce Vita". Todos son más viejos, la carne perdió su esplendor, pero la imagen del celuloide es intemporal.
Casi al final, los cineastas son asaltados por una tribu de indios armados con antenas de televisión, metáfora de los peligros que amenazan al cine. El paciente, aunque grave, de momento aguanta, dottore.

domingo, septiembre 26, 2010

"Fast Food Nation", de Richard Linklater

'There is shit in the meat!', es la rima apocalíptica que pronuncia el jefazo de una cadena de ¿restaurantes? Demasiada E. coli en el cuarto de libra con queso: si la gente se muere después de comerse una hamburguesa, la cifra de ventas puede descender de modo alarmante. Cuando metes prisa en las cadenas de despiece, hay ocasiones (a diario) en las que al destripar una ternera se cometen errores y se mezclan la carne y la... mierda. No vas a parar por esas menudencias, so pusilánime. Acelerar la producción implica relajar las normas. Qué más da si tienen mierda si luego la parrilla va a matar todas las bacterias, sugiere Bruce Willis en uno de los cameos más sorprendentes de la cinta. El ejecutivo que vende veneno se enfrenta a grandes dilemas morales pero no hay nada mejor para acallar la conciencia que pasar una Visa Platino por las ranuras del alma.
Hace unos años leí el libro "Fast Food", de Eric Schlosser, un estudio alimenticio esclarecedor y terrorífico que servía para dar una cruenta respuesta a la famosa pregunta ¿sabemos lo que comemos? Me fue muy útil para amargarles la sobremesa a las amistades, contándoles algunas de las cosas que aparecían en el tocho. Pero además el libro tenía la virtud de que iba más allá del simple anecdotario sensacionalista hasta conseguir profundizar en los orígenes de un sistema de consumo y de vida que trasciende a todos los ordenes de la economía y del que las hamburguesas y los macdonalds no son más que una de las caras más visibles y por tanto más atacadas. El sistema fast food es, simplemente, cuántos centavos por kilo ganamos: el beneficio es lo que manda y todo lo demás es secundario: las leyes sólo sirven para proteger a las corporaciones y exponer a los ciudadanos
"Fast Food Nation" es la película que surge del libro, una dramatización en la que aparecen algunos de los temas que expone el ensayo (muy recomendable, lectura reveladora) en el papel. Un directivo (Greg Kinnear) de la empresa Mickey's (la comida rápida y los personajes de los dibujos animados: marketing despiadado) viaja a una inmensa factoría cárnica de Colorado a descubrir de dónde procede tanta mierda. En la cinta se introduce el tema de los espaldas mojadas, mano de obra de bajo coste y escasamente formada, que son los que apuntalan en esencia el falso bienestar del capitalismo: más por menos: chicanos pobres para engrasar la máquina, mercancía humana de usar y tirar. Inmensos corrales donde se hacinan miles de cabezas de ganado engordadas con piensos transgénicos que esperan su turno para el matadero: las escenas más sangrientas de la película, por supuesto, por eso se llama matadero (para hacerse una idea se puede echar un vistazo, no apto para estómagos sensibles, a este documental del año 1949, "Le sang des betes", de Georges Franju: la verdad detrás del entrecot). También tienen su lugar en la historia un grupo de estudiantes concienciados, ecologistas cándidos, que quieren liberar a las pobres vacas de su cruel destino (entre esos muchachos aparece la cantante Avril Lavigne, icono de la juventud que quiere ser rebelde a través del consumo, el desaliño de marca y la MTV: el mundo está lleno de mensajes confusos) y, cómo no, los jóvenes trabajadores del fast food de la esquina, esos chavales vestidos de amarillo y negro y con gorra visera uniformadora, a los que no conviene hacer enfadar si no se quiere un regalo personal (Paul Dano en una de las escena más perturbadoras del film) acompañando a los pepinillos.
Círculos rojizos de carne plastificada se deslizan por una cinta transportadora infinita. Unas gotas de aroma de carne recién hecha que engañen al cerebro y ¡a comer! Buen provecho.

sábado, septiembre 18, 2010

"La cuarta fase", de Olatunde Osunsanmi

Mi amigo Antonio Vallano, extraordinario ojo fotográfico pegado al cuerpo de un incansable trotamundos, me mencionó este título hace unas semanas. Más bien me lo lanzó, como una provocación cinematográfica. Peor aún, como una advertencia: a él mismo se le notaba el escepticismo (mezclado con sorpresa) a la legua. Pues hala, que no se diga.
Encuentros en la cuarta fase, que al parecer son los chungos. Steven Spielberg dejó claro que la tercera fase era una catarsis interestelar, un encuentro entre civilizaciones lleno de esperanza (más adelante nos haría desear encontrarnos con un marciano rechoncho y cabezón al abrir el armario de la habitación: ese E.T. adorable) y de buenas intenciones. Y para ello nada mejor que elegir a François Truffaut como el director de "orquesta" que lanzará al espacio cinco notas musicales inolvidables. Ese lenguaje, el musical, era una elección más que acertada de idioma universal. El director de "La cuarta fase", Olatunde Osunsanmi, decide (toma ya) que los extraterrestres hablan sumerio. Mal empezamos. Los amantes del género UFO han buscado durante décadas pruebas de la existencia de sus amigos verdes en la arqueología, miles de pruebas agarradas por los pelos: como las teleplastias (un saludo a ese gran teleplasta, Iker Jiménez) de Belmez o las nubes del cielo: cada cual ve lo que quiere ver. El tal Osunsanmi parece tan convencido de lo que muestra en pantalla, que en el arranque de la película Milla Jovovich aparece en plan Hitchcock advirtiendo al espectador de la tremenda realidad que va a presenciar (cardiópatas abstenerse) y que la ficción estará aderezada con trozos de filmación verdadera de las tristes aventuras de la Dra. Abbey Tyler, psicóloga abducida y enloquecida. Y ahí está lo peor de la cinta, esas pretendidas grabaciones reales de cámara de vídeo que lo único que hacen es alentar el tufillo fake de la historia. Incluso el director de la película aparece entrevistando, a lo Michael Moore, a la desgraciada doctora, jugándose y perdiendo por completo su ¿credibilidad? cinematográfica: si intentas convencer al espectador con tanto ahínco, asegúrate de que en Imdb no va a aparecer el nombre de la actriz que interpreta a la "verdadera" Tyler. Para falsos documentales ya tenemos el de la caída de Joaquin Phoenix en las drogas y el rap, película que aún no se ha estrenado ("I'm still here" de Casey Affleck, estupendo actor que por lo oído no se le debe dar nada mal la dirección) pero que seguro que está muy bien.
En fin, que la cosa se queda en un par de sustos de sacarte el corazón del pecho en una película más de conspiración gubernamental sobre asuntos OVNI, terror de visitantes de dormitorio (esta noche toca arroparse hasta la cabeza), con una pareja protagonista totalmente desaprovechada (la mencionada Milla Jovovich y Elias Koteas) y un recuerdo de nostalgia por mi parte al añorado Mulder. La verdad sigue estando ahí fuera. A ver si la encuentra alguien.

jueves, septiembre 09, 2010

"El silencio de Lorna", de Jean-Pierre y Luc Dardenne

Un drama anónimo, de actualidad, de esos que aparecen en la prensa de tanto en tanto. Un titular que nos llama la atención pero del que nos cuesta imaginar las circunstancias, la situación vital de sus protagonistas. Ponerse en el lugar del otro es una tarea ardua para esta masa social-adormecida, indolente y cruel, que juzga desde su sofá sin haber visto más que una noticia de treinta segundos en el telediario nocturno: parte de una historia. Parte mínima.
Los hermanos Dardenne, estos belgas acaparadores de premios, vuelven a sorprender contando lo cotidiano, lo que le sucede a ese vecino del que ni siquiera sabemos el nombre y que miramos con desconfianza: el infierno es el otro. Cuando hicieron "Rosetta" (extraordinaria y desgarradora película de una chica que lucha con todas sus fuerzas por salir del mundo marginal que la tiene atrapada sin remedio, una cinta llena de frescura y de ritmo) en el año 1999, premiada con la Palma de Oro de Cannes, lograron que el gobierno belga descubriera que algunos de sus habitantes tenían un serio problema: en el año 2000 se aprueba la Ley Rosetta que protege el salario de los jóvenes. Cine conmovedor, social, esclarecedor. Abre los ojos.
"El silencio de Lorna" tiene un guión excelente, lleno de barrancos y de atajos que lanzan al espectador a puntos de la trama donde debe volver a encontrarse, descubrir dónde se halla, situar la brújula encima del celuloide y, atento a cualquier pista, reconducir la historia. Giros bruscos, pequeños saltos en el tiempo, que demuestran que la continuidad en un metraje se puede alcanzar llenando el cubo de basura de fotogramas innecesarios. Fantástica película.
Leo lo escrito y me doy cuenta de que no he desvelado nada de lo que sucede en la pantalla. He dudado si contarlo todo, como un prisionero atiborrado de suero de la verdad, pero es que a mi no me gusta que me cuenten estas películas. Sí, cuanto menos se sepa, mejor.

sábado, septiembre 04, 2010

"Lope", de Andrucha Waddington

 Escritores soldado: la pluma y la espada. El ejemplo más conocido es el de Miguel de Cervantes: el manco de Lepanto, el cautivo en Argel. La biografía de Lope de Vega también da, de sobra, para un relato apasionante: el signo de los tiempos: el imperio sin noche atrae de modo inevitable a legiones de hijos de algo en busca de fortuna, o así lo destaca el lado más llamativo de la Historia, cuando realmente este país no era más que un erial lleno de campesinos harapientos y lo siguió siendo durante siglos. La película arranca con imágenes de campos agostados entre caminos polvorientos iluminados por un sol inclemente. Tropas andrajosas retornan de su última batalla con los bolsillos tan vacíos, o casi, como cuando partieron. Fotogramas arrasados en sepia, cenicientos, recorren calles pedregosas y muestran muros desvencijados de un Madrid imposible de encontrar a no ser en unos espléndidos decorados (los exteriores fueron rodados en Marruecos). La ambientación escapa de dar la imagen pulcra de, por ejemplo, la serie de televisión "Los Tudor": si en "El perfume" de Patrick Süskind se intuye que un viajero en el tiempo que aterrice en una metrópoli de siglos pasados se asfixiaría con el hedor de las calles, en "Lope" no se duda a la hora de enseñar roña y herrumbre: cuadros de Murillo transportados al celuloide como receta segura de fidelidad y verismo.
Elena Osorio, Isabel Urbino. Los nombres de los amores de Lope de Vega resuenan en recónditos rincones de la memoria de la escuela. Cada poeta necesita sus musas y se componen parejas eternas, como Zenobia Cambrubí y Juan Ramón Jiménez, Leonor y Machado o Beatriz y Dante. Así que con detalles de la vida del fénix de los ingenios se puede lograr una buena película, por supuesto, potenciando el lado aventurero frente al intelectual y, finalmente, dejar que el romanticismo domine la escena. Pilar López de Ayala y Leonor Watling, excelentes ambas, actrices consolidadas, encandilarán a Alberto Ammann hacia la pasión arrebatada llena de versos, una elección de protagonista que eleva el grado indómito y seductor del personaje retratado y que apuntala al funcionario secuestrado de "Celda 211" de Daniel Monzón (también aparece Luis Tosar en "Lope" aunque en un papel discreto: no todos los días son fiesta) en una carrera más que prometedora. Y a Andrucha Waddington, este director brasileño que tan bien ha recreado el mundo del teatro en el Siglo de Oro, le seguiremos la pista.

jueves, septiembre 02, 2010

"Conocerás al hombre de tus sueños", de Woody Allen

Una comedía de Woody Allen: un género cinematográfico propio. Una lista que se incrementa anualmente con una cadencia que parece infinita, al menos hasta que la barrera de la edad (o de la muerte que tarde mucho en llegar) se imponga. La lección anual de cine por parte del genial guionista y director.
Comedias de la alta sociedad (de nuevo Londres en vez de Nueva York pero es lo mismo) que por repetidas terminan siendo comedias costumbristas y, como de costumbre, llenas de tics reconocibles. Matrimonios pijos de ínfulas bohemias que asisten desolados al final del amor: el desencanto de la realidad se baja del escenario, emerge del cuadro o escapa del texto: de joven prometedor se pasa a ser una promesa falsa de 38 años. En lugar de psiquiatras, esta vez tenemos astrólogos, médiums, adivinadores, pero las mismas dudas existenciales que provocan el consabido humor de diván marca de la casa, aunque hoy los chistes no sean tan buenos como en otras ocasiones. Será que es una comedia de Woody Allen en la que no aparece Woody Allen: se echa de menos al comediante genuino. Y eso que se nota que el reparto que toque siempre intenta dar lo mejor de sí mismo cuando trabaja con el neoyorquino, pero el resultado es dispar: Josh Broslin no da el tipo ni siquiera cuando enseña la (gran) barriga que ha incorporado al papel: innecesaria transformación denironiana; Anthony Hopkins unicamente deja una buen fotograma cuando se pone amenazante (Clarisssss...) pero la función ya está terminando; Antonio Banderas sigue sin sacudirse del todo su anclada imagen de latin lover y Naomi Watts hace de Naomi Watts (creo que la única vez que la he visto acercarse a un rol cómico fue en "King Kong" de Peter Jackson: lo demás tiende a ser de carácter atormentado). La que está magistral es Gemma Jones en su papel de madre/esposa desnortada: el espíritu del autor se encarna en una divorciada sesentona adicta al esoterismo. Y al whisky, claro.
Destellos. Demasiadas veces escrita la palabra costumbre: se apaga la sorpresa, se mitiga el interés: se obtiene lo que se espera. Queda la sensación del agradable reencuentro con el cine del fiel clarinetista, que no es una sensación menor, pero si alguien ve por primera vez una película de Woody Allen y es esta, por favor, que corra al videoclub y coja, por ejemplo... un montón de ellas.

domingo, agosto 29, 2010

"Los mercenarios", de Sylvester Stallone

"Son los rambos que todos los niños quieren ser cuando sean mayores", decía la canción "Haz turismo" de los Celtas Cortos. Haz turismo invadiendo un país, claro, una opción vacacional que ha vuelto a las pantallas muchos años después: la testosterona rebosa de los fotogramas mientras las escabechinas se suceden en un imposible recuento de víctimas. Born to kill.
Rambo, el estereotipo de héroe bélico de los ochenta, un nombre propio (curiosamente inspirado en el del poeta Rimbaud) convertido en adjetivo reconocible para calificar a cualquier asesino en serie amparado por una bandera y un uniforme. El personaje nace en la novela "Primera sangre" de David Morrell, en el año 1972: la derrota de Vietnam y los soldados que al regresar a casa son vistos como perdedores y asesinos sangrientos. En la película "Acorralado" de Ted Kotcheff, basada en la novela, el enemigo de John Rambo es su propio pueblo, sus compatriotas, el sheriff que lo trata como un apestado. Pero Ronald Reagan debuta en la Casa Blanca y se terminan los complejos de culpa: "Rambo" de George P. Cosmatos, se estrena en 1985 y regresa a Vietnam a ajustar cuentas. "Tras ver Rambo anoche, ya sé lo que haré la próxima vez" dijo Reagan después de ver la película: un guerrero auténtico cumple su misión sin importarle las consecuencias y no obedece ordenes de burócratas endebles que son los que realmente pierden las guerras. "Government is the problem", dijo el ínclito actor-presidente en su toma de posesión. La guerra fría se calienta a toda pastilla y el cine se llena de combatientes solitarios armados con un M-16: Arnold Schwarzenegger, Michael Dudikoff, Chuck Norris (al parecer Chuck Norris también iba a aparecer en "Los mercenarios" pero durante el casting realizó una patada voladora que descabezó a la mitad del equipo de rodaje: Don't fuck with Chuck): más brutos que un arado de vertedera.
"Los mercenarios" será un homenaje y una parodia, pues no se lleva a engaño en cuanto a sus intenciones y expectativas (será la sabiduría de la edad y Stallone que sigue sacando réditos a pasados esplendores sin pretender deslumbrar con la profundidad psicológica de sus personajes: gracias), de aquel cine lleno de músculos, balas y sangre. Acción hiperviolenta condensada en 90 minutos, actores que están cerca o ya han sobrepasado la barrera de los 60 años de edad (Stallone y Schwarzenegger ya la han pasado, y Bruce Willis, Mickey Rourke o Dolph Lundgren no andan ya muy lejos de calcular los años de cotización para jubilarse; Dolph Lundgren, por cierto, está muy bien en su papel de soldado pasado de vueltas: cuidado con pensar que es el típico gigantón estúpido, ya que al parecer tiene un coeficiente intelectual de 160 y estudió en el MIT antes de dedicarse a la actuación) y una forma de hacer cine que ha pasado a la historia: ahora el héroe es tipo Matt Damon (o Jet Li o Jason Statham que también aparecen en "Los mercenarios" como ejemplos de cambio generacional), una máquina de matar con pinta de estudiante de intercambio: el amasijo gigantesco de carne, moldeado a base de pesas y anabolizantes, ya no está de moda, al menos en el celuloide.
Eso sí, la platea cuajada de chavalada sigue rugiendo más fuerte cuanto mayor es la salvajada o la fantasmada. Hay cosas que no cambian nunca. ¡Es la hora de las tortas!

domingo, agosto 22, 2010

"Las vidas posibles de Mr. Nobody", de Jaco Van Dormael

Si existen películas río, esta sería una película marisma: cauces de trama que se entrelazan, se conectan, se bifurcan y vuelven a separarse en dos, tres, cuatro corrientes distintas que en algún punto volverán a unirse. O no. Porque el director de esta cinta no permitirá que el espectador se deje llevar por un camino determinado, que crea que es el más cierto, el más seguro, el más bello o el más horrendo, sino que llegado el caso hará aparecer un precipicio o un callejón sin salida, devolverá al jugador a la primera casilla o invertirá el sentido de la marcha. Película laberinto y Nemo Nobody navegando por ella.
Encrucijadas vitales. ¿Qué hubiera sucedido si aquel día hubiera pronunciado palabras distintas, más oportunas, aquellas que puse en mi mente (iluminación tardía) cuando regresaba cabizbajo hacia casa, cuando la cosa ya no tenía remedio? Trenes que pasan una vez y que aún hacen sonar su silbato, nostalgia irreconciliable, desde alguna estación del pasado. Las oportunidades perdidas. Las vidas posibles que nunca se realizarán porque el tiempo sólo avanza en una dirección. O no. Película con momentos de divulgación científica y Jared Leto haciendo de Carl Sagan en "Cosmos". Big Bang, Big Crunch. El tiempo es lo que hace que las cosas sucedan una detrás de otra.
La cinta tiene una factura impecable (muy cara, al parecer; la factura, digo), llena de lenguaje cinematográfico. Fantasía visual de tono sci-fi que se combina con dramas cotidianos pero dotada de amable sentido del humor. La caracterización de Jared Leto como su álter ego anciano, último mortal disponible, es sencillamente formidable: un maquillaje sensacional acompañado de una gran actuación. Sarah Polley y Diane Kruger están excelentes en sus roles de novia loca una y perfecta media naranja la otra. Por poner algún pero hay pasajes donde el ritmo decae y otros en los que salta la alarma de haber alcanzado el máximo de la escala de ida de pinza: la película dura demasiado y quizás debería haberse metido un poco la tijera en la sala de montaje. También está algo rayado el disco de la canción "Mr. Sandman" a la hora de evocar la infancia del protagonista, más si se tiene en cuenta que esa parte de la acción transcurre en Europa a mediados de los años 70 y no en Chicago en 1957, por poner un ejemplo usamericano cualquiera.
Una agradable sorpresa: revisar la cartelera, mueca de fastidio al ver los estrenos del 20 de Agosto y una oportunidad a un título que lleva un tiempo en cartel y del que se han escrito opiniones opuestas. El azar, que es de lo que trata la historia. Bonita película.

martes, agosto 17, 2010

"Nosferatu, vampiro de la noche", de Werner Herzog

La película comienza con imágenes de antiguas momias mexicanas, desfile de muertos, intercalando el aleteo, a cámara lenta, de un poderoso murciélago: cuerpos desecados a los que se le ha extraído hasta la última gota de espíritu. Resta una envoltura miserable, evocación remota del ser humano.
Esta cinta es un homenaje directo del "Nosferatu" de F.W.Murnau, joya señera del cine mudo y del expresionismo alemán de los años 20: remake no sólo debido a la caracterización gemela del protagonista, sino también porque la narración en imágenes de Herzog fluye sin apenas necesidad de diálogos: la emoción es nítida en los rotundos gestos de los actores.
Klaus Kinski encarna a un vampiro melancólico, huidizo, rata calva cérea y sombría pero implacable en su ansia sangrienta; Bruno Ganz es el incauto Johathan Harker, conducido a la locura del transito al no-muerto, heredero involuntario de una tradición milenaria; Isabelle Adjani es la mejor Lucy Harker posible, un fotograma transportado desde el blanco y negro de la génesis del cinematógrafo hacia una doncella lánguida, belleza tísica, dispuesta a satisfacer el hambre vampírica hasta que aparezca la aurora. Impresionante plantel de actores que se redondea con la inquietante aparición de Roland Topor, el escritor de "El quimérico inquilino", en el papel de Renfield.
El piloto de un barco fantasma yace muerto amarrado al timón, transportando en las bodegas de su nave la pesadilla que se cierne sobre la ciudad de Wismar. Por la plaza mayor desfilan féretros blancos a hombros de caballeros decimonónicos vestidos de chistera y levita. El carnaval que precede la llegada de la muerte (apurar hasta la hez los últimos momentos de vida) baila entre un tropel de ratas (el director tuvo muchos problemas para que le permitieran rodar con tanto roedor suelto por las calles) que extiende la peste mortífera de su rey. El rey Drácula.
Obra maestra.

viernes, agosto 13, 2010

"Origen", de Christopher Nolan

Este director (y guionista: cine de autor para reventar taquillas) seguro que era de los que se hacían el cubo de Rubik con los ojos cerrados: le van los puzles. Puzles mentales y juegos de cámara. En su primer largometraje, la magnífica "Memento", dio rienda suelta a un genial montaje rewind que desvelaba el suspense adentrándose en el pasado del desmemoriado protagonista. El espectador tenía que descubrir las reglas del juego para acertar a comprender el sistema narrativo que se ponía ante sus ojos. Para "Origen" el folleto que acompaña el rompecabezas es necesariamente denso, de lectura farragosa, dado que el juego se desarrolla a muchos niveles y son varios los jugadores, piezas a su vez de un onírico tablero. Así, la primera parte de la película será un manual de usuario, el universo explicado por su creador omnipotente (no sé si el film está basado en alguna novela o relato de otro escritor, lo he buscado pero no lo he encontrado; si alguien sabe ese dato, que me llame). Instrucciones de uso.
Adentrarse en la mente de otro mientras duerme para arrebatarle secretos recónditos, confesiones que resisten cualquier tortura. O, dándole la vuelta al procedimiento, implantarle una idea en el subconsciente. Técnicas que harían las delicias de John Le Carre y que, ahora, sin espías que surjan del frío, se ponen en manos de las grandes corporaciones, los protagonistas de la auténtica guerra fría que está destruyendo el mundo, provocando guerras y sumiendo naciones en la ruina. Cine de espías, al fin y al cabo: espectacularidad y tensión inducida en las mentes de un grupo de personas que duermen a pierna suelta en la misma habitación: el espectador de la platea es el segundo nivel de la fábrica de sueños: alegoría cinéfila.
Sin embargo el mundo de los sueños en esta película resulta estar sometido a leyes físicas muy newtonianas. No sé que pensaría Freud de esto, pero resulta que si vuelas en sueños no se debe a un deseo sexual no recompensado, sino que está provocado porque duermes en el interior de una furgoneta que se cae de un puente. No importa. La película tendrá su parte de misterios de la mente, un capítulo cualquiera del programa "Redes" de Eduard Punset, que generará legiones de seguidores deslumbrados por la filosofía la vida es sueño que emana de la cinta (esos fenómenos paracinematográficos ya se daban con "Matrix" de Larry y Andy Wachowski y su la vida es realidad virtual o, también y mucho antes, con la fuerza de los caballeros Jedi, que incluso tienen secta religiosa propia: hace poco he visto "Los hombres que miraban fijamente a las cabras" de Grant Heslov, que es algo mala pero que lo mismo le hago una entrada por ser tan "yedi" y haberme hecho reír) pero donde realmente la cinta arrasa es en el apartado visual, por supuesto. Alucinante. Bueno, realmente lo alucinante es que la película esté colocada en el número 3 del ranking de IMDB. La película está bien pero no me parece para tanto: fotogramas subliminales que lanzan al público a votar una vez finalizados los créditos, fijo.
"Non, je ne regrette rien", suena de fondo mientras el surrealismo digital se desmorona en pantalla y la mirada de Marion Cotillard, Édith Piaf de celuloide, devora la cámara de un modo más efectivo que cualquier efecto especial. Leonardo DiCaprio vuelve a ser un personaje atormentado por tragedias familiares, como su Teddy Daniels en "Shutter Island" de Martin Scorsese: si unimos estos dos a su interpretación del pirado Howard Hughes de "El aviador", va en camino de convertirse en actor especializado en esquizofrenia: piloto avezado de mentes enfermas. Ken Watanabe mejor en otras películas, Michael Caine de cameo y, ¡anda!, ¡la chica de "Juno" esperando a dar el estirón! El reparto no está nada mal y la película se resuelve con soltura aunque en algún momento amenaza con perderse, sí, en el limbo. Pero Christopher Nolan es un gran director, no cabe duda. Buen final: todos mirando a la peonza a ver si se para o no se para.
¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

lunes, agosto 02, 2010

"Toy Story 3", de Lee Unkrich


Anoche pasé frío y me desenamoré un poco.
Anoche pasé frío y fui poeta.
Anoche, mientras mi carne se helaba
y mi alma en mi cuerpo se escondía,
vi como mi amor para ti
era un juguete pasado ya de moda que ya nada valía.
Cualquier amanecer echarán
al viejo juguete de mi amor a un carro de basura,
y alejándose en la amarga soledad
oirá al carretero dar palos a su mula
que todo se lo da por un poco de paja
y, a veces, pochas uvas.
Y estaré allí donde ya nada vale nada
hasta que algún día una dulce gitanilla,
con mocos y pecas en la cara,
limpie con su manga grasienta
la suciedad que la sociedad pegó a mi alma;
y volveré a ser un juguete reluciente de amor y de alegría.

"Juguete de amor", Manolo Chinato

En los últimos años no hay verano en el que Pixar no dé una alegría cinematográfica: hace tres "Ratatouille", hace dos "Wall-E", el año pasado "Up" y ahora de nuevo una sonora campanada. La compañía del flexo saltarín se inició en la animación informatizada hace ya quince años con el primer "Toy Story", las aventuras de Woody y Buzz Lightyear que ahora ven estrenada la tercera parte de una saga que ha mantenido una frescura envidiable y nada fácil de lograr: que se lo pregunten al pobre "Shrek", buque insignia de la otra gran compañía competidora en esto de los dibujos animados blockbuster, Dreamworks: el ogro verde es sacado de nuevo de la ciénaga y arrastrado a una cuarta parte (se anuncia la quinta) que no he visto pero lo que he leído en la crítica no son ciertamente elogios. A Pixar, por lo visto en los últimos años, no le ha pasado factura su compra por Disney en el año 2006, ni mucho menos: parece que se mantiene el alto nivel de creación (si funciona no lo toques, no lo vayas a romper) y a cambio el ratón Mickey renueva su colosal zoológico de criaturas, ya un tanto acartonado, con el catálogo Pixar, mucho más cool, y amplía su merchandising con las enormes posibilidades que ofrece una película basada, precisamente, en juguetes.
¿Quién no ha hablado con un juguete cuando era un niño? ¿Quién no le ha puesto nombre a un muñeco y ha apoyado su imaginación en ese objeto para formar una historia, una aventura? "Toy Story 3", al igual que sus antecesoras, lleva a la pantalla los cuentos que cualquiera ha podido pergeñar en su infancia, rodeado de un montón (tambores redondos de detergente Colón llenos de cacharros) de muñequitos o piezas de construcción, en una tarde anodina tirado en el suelo de la habitación, en el balcón de casa, en la arena del parque: la ilimitada producción de fantasía que desechamos inconscientemente al cumplir años y que nunca volveremos a poseer. Juguetes rotos que nunca se tiraban porque un camión sin ruedas puede ser un barco o un geyperman cojo puede ir volando a todas partes. Cualquiera que haya jugado alguna vez, podrá identificarse afectivamente con el trasfondo sentimental de "Toy Story": juguetes abandonados en esta ocasión: los guardas, los regalas o los tiras, que ya eres mayor para estas cosas.
Pero la clave del éxito de la saga reside en hacer que las aventuras de este heterogéneo grupo de cachivaches sean tan emocionantes y espectaculares como si estuviéramos viendo al mismísimo Indiana Jones en vez de a Woody el sheriff de trapo: situaciones límite, de escapatoria imposible, de las que la panda de juguetes logra salir a base de amistad, sacrificio y, por supuesto, trabajo en equipo combinando las habilidades intrínsecas de cada cual: de perros muelle a señores Patata desmontables. En "Toy Story 3" una guardería de niños se convierte en la más atroz prisión de Alcatraz y un vertedero de basuras puede producir un clímax dramático tan intenso como el de Terminator a punto de caer en la fundición (esa escena donde los martillos golpean el yunque de la banda sonora mientras la cinta transportadora se dirige sin piedad hacia el incinerador... fantástica). Entre otros nuevos personajes tenemos a Ken, el amigo de Barbie, carne de psicoanalista. También aparece un oso amoroso que puede ser tan implacable como Don Vito Corleone o un Nenuco desechado haciendo del matón más fiero. Vaya, tiene buena pinta.
Y encima en el cine en verano está uno tan fresco.

domingo, agosto 01, 2010

Memorias. "París no se acaba nunca", de Enrique Vila-Matas

En nuestro caso París se acabó el viernes: Disneylandia se acabó unos días antes (Disneylandia no existe ya para ti, susurraban "Los burros" de Manolo García y Quimi Portet) aunque de primeras parecía que no se iba a acabar nunca: carrusel girando hasta el infinito... y más allá. Pero París no se acaba nunca, Vila-Matas tiene razón. De hecho aún no he terminado el libro así que la genial ironía que lo llena me acompañará durante un breve tiempo, prolongando la sensación de seguir caminando a orillas del Sena.
Enrique Vila-Matas habla de los dos años de su juventud (pobre e infeliz) que vivió en una buhardilla que le tenia alquilada Marguerite Duras: si de entrada esa es la casera, no sorprenderá que el anecdotario autobiográfico que ofrece el escritor esté repleto de nombres increíbles. Época de iniciación como escritor, llegó a París en 1974 buscando a Hemingway: el deseo de ser Hemingway, como un tópico de bohemia e inspiración literaria: el extranjero que conquista París. Pero la fiesta no era como la contaba el Nobel estadounidense: viajar aspirando los recuerdos de otros siempre produce una insatisfacción ineludible. Recuerdos que además siempre son falsos (léase el capítulo 71, cuando Enrique Vila-Matas asiste a una conferencia secreta de Jorge Luis Borges -nada menos- explicando la falsedad del pasado y la inexistencia del futuro) pero que en cualquier caso será mejor que lo que nosotros podamos encontrar en el camino: la literatura siempre es mejor que la realidad (bueno, hay escritores que logran empobrecer la realidad, que ya es complicado, pero este no es el caso). Eso sí, a nosotros, viajeros anónimos, nos queda la fortuna de poder encontrar cosas que conocíamos por una foto o por un escrito y que ahora vemos de verdad, haciéndonos contener el aliento, deteniendo el tiempo por un instante: la Torre Eiffel, un cuadro de Chagall, la maleta de Duchamp. Para qué contar si hay tanto que ver. Comprar el relato "Cat in the rain" de Hemingway en "Shakespeare & Co" porque Vila-Matas habla de él en el libro. Pasear llenando la retina: París te acompañará toda la vida.
Siempre que viajo (poco) procuro llevarme un libro que trascurra en el sitio al que voy. La primera vez que fui a París me acompañé de una biografía de Man Ray: Montparnasse, dadaísmo y surrealismo. Ahora, esta "conferencia" de Vila-Matas: mucha literatura y mucho cine (aquella fiesta en la que esperó que Isabelle Adjani -nada menos, también- se enamorara de él). Ya veremos a quién me llevo en la siguiente ocasión. Ojalá.