lunes, agosto 31, 2009

"Enemigos públicos", de Michael Mann

En Estados Unidos hay una mítica especial alrededor de los bandidos que han saqueado a sus habitantes durante los pasados doscientos años. John Dillinger es otra de las figuras emblemáticas de esa apasionante parcela de la historia: apasionante y cinematográfica como ninguna otra. El enemigo público número uno, el forajido que se convierte en héroe popular, un contrasentido tan viejo como el mundo que surge para equilibrar la balanza cuando esta está demasiado inclinada en el reparto de riqueza, cuando las diferencias entre ricos y pobres son abismos desde los que sólo se contempla el lado en el que reposan tus pies: para pasar al otro lado el camino más fácil es no seguir ninguno: sendas de libertad absoluta. La época de la Gran Depresión (muy literaria también; me viene a la mente la novela "La parcela de Dios" de Erskine Caldwell" y su patético relato de la familia Walden) propicia la aparición de bandidos desbocados como Dillinger, como el sanguinario Babe Face Nelson o, los más famosos de todos, la pareja lanzada hacia la muerte formada por Bonnie Parker y Clide Barrow (el comienzo de la última gran década dorada del cine norteamericano esta marcado por el conocido relato cinematográfico de sus andanzas que llevó a la pantalla el director Arthur Penn: obra maestra). Armados de metralletas Thompson infundían el terror en los bancos que tenían la desgracia de caer en su punto de mira. Ensaladas de balas para la hora del almuerzo. Para atraparlos la policía también tendrá que ser capaz de crear caminos nuevos, oscuros y poco transitados: a traición o con un tiro por la espalda, como le sucedió a Jesse James, que el sueldo de pasma no es tan alto como para justificar una bala perdida en medio del pecho. Se creará el FBI (en la película aparece J. Edgar Hoover, rasputin de 50 años de vida política estadounidense con una leyenda negra a la altura de la de Felipe II) para combatir el crimen con poderes y métodos superiores a los tradicionales. Pero con Dillinger no habrá quien pueda y logrará escapar de cualquier emboscada. ¡Ay!, pobre bandido cinéfilo.
Michael Mann ha dirigido algunas de las mejores películas modernas de policías y ladrones como "Heat", "Corrupción en Miami" o "Collateral". Consigue un grado máximo de intensidad en las cuidadas escenas de acción que realiza (con "Heat" salí en su día del cine completamente maravillado y extenuado: me alcanzaron un par de disparos en la escena de la salida del banco), la ambientación y la puesta en escena es impecable, y construye personajes protagonistas profundos, de hondo carácter. Johnny Depp está en la cima, uno de los mejores actores de la actualidad, un talento camaleónico que devora algunos planos de la película como si fuera el mejor Marlon Brando. Christian Bale le persigue para atraparlo y Marion Cotillard también pero con otras intenciones: el reparto es excelente.
Enemigos públicos contra justicieros implacables. Ganas de volver a verla.

jueves, agosto 27, 2009

"Masacre", de Elem Klimov

"628 aldeas bielorrusas fueron quemadas junto con todos sus habitantes", denuncia la pantalla al final de la cinta. Las tropas alemanas, durante la Segunda Guerra Mundial, fueron especialmente brutales en su frente oriental. Judíos o comunistas solo eran razas inferiores con las que había que mostrar la misma misericordia que se tendría con un piojo. La guerra como encarnación del mal absoluto: los grabados de Los desastres de la guerra de Goya condensados en dos horas de acción cinematográfica durante las que se pondrán a prueba las emociones del espectador más recio, arrastrado por unas interpretaciones increíbles, llevadas al límite, como en el caso de la del joven protagonista, Aleksei Kravchenko: escalofriante. La masacre que anuncia el título (el original es "Idi i smotri", ven y mira: la distribuidora española parece que buscó un título más comercial para el año 1985, el año de "Rambo": al grano y que el que compre una entrada sepa a lo que entra) será una de las escenas más terribles de la historia del cine bélico.
La película intenta indagar en los orígenes de tanta vileza, las motivaciones que pueden llevar a un grupo de soldados, que en la vida civil realizarían oficios corrientes, tareas constructoras y vivirían asumiendo entornos sociales pacíficos y de rígido orden moral cristiano, a comportarse como un enloquecido grupo de bestias sanguinarias. Adolf Hitler, es el señalado como culpable y es ajusticiado en efigie, disparando sobre un retrato del dictador. Pero a la vez que salen las balas del fusil, una secuencia de imágenes históricas del personaje se proyectan en reverse, hacia el pasado, en busca del nacimiento del icono más sanguinario del siglo XX, hasta alcanzar, poco a poco, un retrato de su niñez: un pequeño sujetado por su madre, rollizo y de mirada despierta: un ser humano. La maldad de los egos desproporcionados es una semilla que puede germinar en el tipo más corriente.
Al DVD le acompañan NO-DOs de la época con imágenes reales de atrocidades contra la población civil, contra los soldados heridos, contra los niños huérfanos: inflamar el odio de los partisanos, de la resistencia (hace poco vi una película moderna titulada así, "Resistencia" de Edward Zick, protagonizada por Daniel Craig y que también trata de la guerra en Bielorrusia y la lucha de los guerrilleros: comparada con esta de hoy, aquella es "Bambi"): el cine como propaganda bélica. "Masacre" también ejerce esa labor propagandística, en plena guerra fría, mostrando a los héroes del pueblo ruso cazando soldados alemanes como a lobos del monte. Fue tanto la barbarie del ejercito alemán en suelo soviético que, cuando las tornas cambiaron y el Ejercito Rojo comenzó su avance implacable sobre Berlín, los alemanes corrían a rendirse a los americanos, temerosos de la venganza bolchevique. La Unión Soviética fue el país que más víctimas tuvo durante la Segunda Guerra Mundial: más de veinte millones de muertos.

martes, agosto 25, 2009

"Repulsión", de Roman Polanski

Polanski y el ardor. El viaje a la locura de Carole una joven chica interpretada por una esplendida Catherine Deneuve. Tímida, bella, sensual. Trabaja como manicura en una peluquería londinense y vive con su hermana mayor en un apartamento alquilado. Perseguida, admirada, deseada: todos los hombres giran la cabeza a su paso. Sin embargo ella sólo siente repulsión: no soporta el contacto de unos dedos, el roce de unos labios, el aroma crudo de la piel fatigada. Violada cada noche por sus pesadillas, íncubos violentos que la desnudan con lascivia y la sodomizan sin piedad. La alucinación deviene en locura y la locura en asesinato: una navaja barbera, útil masculino por excelencia, será herramienta fatal. Buñuel, Hitchcock: surrealismo, suspense: hombros de gigantes.
Dice el director francés (de nacimiento y nacionalidad actual, aunque se formó en Polonia: emigración, guetos judíos, nazis, telón de acero, asesinatos satánicos, pederastia, gloria cinematográfica: las circunstancias de la biografía de Roman Polanski son cualquier cosa salvo corrientes) que "Por encima de todo, el cine es ambiente". El apartamento de Carole se arruina a la par que su lucidez se destruye: como el cuerpo de un conejo desollado que se pudre en una fuente abandonada en el salón. Los pasillos cobran vida, llenos de manos que intentan sobar sus encantos, atenazando su cuerpo con desesperación: el apartamento se vuelve repulsivo (más fácil conseguir eso que lograr ese efecto sobre la divina Catherine) y trasmite eficazmente ese sentimiento al voyeur ocasional sentado frente a la pantalla: el espectador se adentra en el ambiente anunciado.
La película empieza y termina con un primer plano del ojo derecho de Carole, ojo inquieto y angustiado, que se anticipaba en el ojo inerte y ausente de una foto de la niñez de la protagonista: la locura fruto de un trauma infantil o la semilla del mal que siempre permaneció latente. Lo mejor de todo es dejar siempre que el espectador saque sus propias conclusiones.

jueves, agosto 20, 2009

"Il divo", de Paolo Sorrentino

Los últimos días en el poder de Giulio Andreotti. Protagonista principal del escenario teatral de la política italiana durante la segunda mitad del siglo XX, su carrera esta ligada al partido Democracia Cristiana. Tres veces Primer Ministro, siete veces Presidente del Consejo, ocho veces Ministro de Defensa, cinco veces Ministro de Exteriores, etc, etc. La poltrona infinitamente aferrada. Y muchos cadáveres en el jardín. El más doloroso, el de Aldo Moro (el secuestro de Moro es escenificado en una magnífica película del año 2003: "Buenos días, noche" de Marco Bellocchio: el principio del fin de las Brigadas Rojas, que con el secuestro y asesinato del dirigente de Democracia Cristiana dieron nacimiento a un mártir político que concedía al estado la posibilidad de aplicarse con mayor dureza en la lucha contra el grupo terrorista), su máximo rival dentro del partido, cuya muerte llena de remordimiento a Andreotti, convencido de que no hizo todo lo que estaba en su mano para negociar con los terroristas, para detener la ejecución del secuestrado. Esa ejecución tan conveniente.
El 15 de Enero de 1993 es detenido Totó Riina, jefe supremo de la Mafia. El nombre de Giulio Andreotti aparece en el proceso. ¿Pactó Il Divo (o sea, el divino) con Il Capo dei Capi para lograr el apoyo electoral del sur de Italia a cambio de tratos de favor en los procesos contra la Mafia iniciados por el juez Giovanni Falcone (otro mártir: su vehículo voló por los aires impulsado por una tonelada de explosivos enterrados debajo de la carretera; Falcone, Moro, Andreotti o Bettino Craxi, el líder socialista que murió exiliado en Túnez después de ser acusado de corrupción en la famosa operación Manos Limpias, todos ellos protagonistas de los telediarios de hace años)? Andreotti, sustantivo maquiavélico, es absuelto y todavía anda dando vueltas por el escenario político internacional, convertido en senador vitalicio. De la poltrona caerá al ataúd.
"Il divo" tiene tono de ópera buffa. Es una excelente película repleta de ironía, llena de ritmo a pesar de que se estén presentando a unos personajillos tan sombríos, tan tétricos, tan terribles, llenos de contradicciones y de ansias de poder. Corruptos y miserables. Se suceden los asesinatos brutales, los atentados, los suicidios, alrededor del caricaturizado protagonista soberbiamente interpretado por Toni Servillo: una representación a la altura del Hitler de Bruno Ganz. Sin embargo, si no se ha nacido en Italia o eres menor de cuarenta años o simplemente no se tiene alguna referencia de la época aludida, puede ser fácil perderse entre esa caterva de payasos. De payasos tristes, por supuesto.
El cineasta italiano que se decida a abordar los asuntos de la Cosa Nostra (como "Gomorra" de Matteo Garrone, otro gran éxito), algo nada fácil ya que te puedes despertar junto a la cabeza sangrante de un caballo, hallará un filón. Que se lo digan a Coppola.

viernes, agosto 07, 2009

"Maradona", de Emir Kusturica

Un dios. O dos dioses.
Kusturica realiza este documental, acumulando encuentros que mantiene con Maradona a lo largo de dos años: el Pelusa se hincha y se deshincha a lo largo de ese tiempo, con una transformación nunca vista en el cine desde aquella de Robert de Niro, cuando encarnó a un Jake la Motta retirado. Kusturica chupa mucha cámara (si Oliver Stone se arrimó a Fidel Castro para rodar "Comandante" por qué motivo no lo iba a hacer él en la misión de retratar a la reencarnación balompédica del Ché Guevara). "Diego Armando Maradona from the world of the cinema", presentan al de Sarajevo cuando se pone a tocar la guitarra durante un concierto de rock en Buenos Aires. Y no tiene pudor en incluir esa escena al principio de la cinta. Y ya puestos, ¿por qué no de utilizar escenas de sus (magníficas) películas a la hora de contextualizar diversos momentos de la vida de Maradona? ¿No hará falta un dios para rodar la vida de otro? Pues hala, haz otra toma de mi persona que el Diego ya sale mucho.
El documental se alimenta casi en su mayoría de imágenes que han rodado otros, mil veces vistas. Los golazos, por supuesto: lo único que importa, en realidad. Y las detenciones, las celebraciones, los baños de masas. Los ingresos hospitalarios. Y en la última etapa de su vida, ese carácter contestatario e izquierdista que nadie sospechaba que tuviera: Maradona con Fidel Castro, Maradona con Evo Morales, Maradona con Hugo Chavez. Maradona con Kusturica.
Maradona fue tan grande dentro de un estadio, consiguió reunir tanto fervor popular (el héroe de un país que fue vencido en el campo de batalla y que arrancó la venganza sobre un césped: no sé si mucha gente recordará la guerra de las Malvinas, pero seguro que mucha, mucha más recuerda o ha visto alguna vez los dos goles a Inglaterra en el mundial de México: el primero, la mano de dios; el segundo, el gol del siglo) que la admiración dio paso al fanatismo. Y tantas veces le dijeron que era un dios, que se lo terminó creyendo. Como pruebas están los milagros: ganar la liga con el Nápoles. Y por partida doble. No es poca cosa.
Reafirmando la divinidad del personaje, Kusturica le da (demasiada) cancha (dígase arrastrando suavemente la che) a los colgados de la iglesia maradoniana, una peña gamberra que parece poseída por los antiguos vicios de su deidad (misas en discotecas de streptease: la comunión con farlopa, fijo). Y las pequeñas entrevistas entre actor y director que van apareciendo, esos momentos de sinceridad sublime que hubieran sido el punto álgido de esta película, no llegan a producirse: la altivez (qué contrasentido) del personaje y la vanidad de sus frases, además de estar perpetuamente acompañado de un ingente séquito familiar (al Diego hay que atarle en corto y no perderle mucho de vista, por si acaso) lo hacen imposible.
Maradona, el mejor futbolista de todos los tiempos. Para mi, sin duda.
Definición de este deportista: nada mejor que la frase que pronunció aquél locutor en pleno éxtasis futbolístico: ¡Barrilete cósmico! ¿De qué planeta viniste?

miércoles, agosto 05, 2009

"Desgracia", de Steve Jacobs

La aproximación a la célebre novela de J.M. Coetzee (a ver qué es J.M.: John Maxwell; bueno, no está tan mal, creí que ocultaba alguna combinación nominal patética) resulta eficaz y correcta. La elección de los actores protagonistas John Malkovich y Jessica Haines, para interpretar a David y Lucy, padre e hija de este drama, es perfecta. De hecho todo lo que se recrea en la cinta resulta adecuado al espíritu del libro: la amante estudiante, la universidad, Petrus, la granja de Lucy, la clínica. En fin, si alguien se quiere ahorrar la lectura del libro se perderá la maestría de la obra del Nobel sudafricano pero no perderá ni un ápice de la trama que en él se desarrolla.
"Desgracia" trata de relaciones de poder. La posición de poder que aprovecha un profesor de literatura para seducir a una joven estudiante, en la primera parte, da un giro total cuando es este profesor el que, después de ser obligado a presentar su dimisión por el escándalo producido, se ve en situación de indefensión frente a los personajes que va a encontrar en su camino. El novio de la chica, el granjero Petrus y su familia, su propia hija Lucy. Le tocará doblegarse frente a la voluntad de todos ellos. El todopoderoso hombre blanco, el amo del apartheid, deberá humillarse si quiere seguir viviendo en un mundo que ya no le pertenece, un territorio duro donde rigen leyes tribales, ancestrales. "Están bien", le dice Petrus, porque para el hombre africano estar bien es estar vivo, haber sobrevivido a un día más de penalidades (lo contaba Ryszard Kapuscinski en "Ebano": la tragedia diaria del estómago vacío). Estáis bien aunque os hayan golpeado, violado y humillado, simplemente porque seguís respirando: los perros callejeros esperan la inyección del domingo en su corredor de la muerte particular.
El casi debutante director Steve Jacobs consigue clavar el pulso narrativo y la historia fluye con el ritmo acertado. Muy buena película. En cuanto a Malkovich... Ya está. Con decir su nombre es suficiente.

domingo, agosto 02, 2009

"Up", de Pete Docter y Bob Peterson

La arruga es poderosa. En "Gran Torino" Clint Eastwood contemplaba, sentado en el porche de su casa, el desplome de su pasado. El sueño americano de picnic familiar, casitas con verja de madera y un brand new car en el garaje lleno de herramientas (se conoce el motor del coche, hasta el último detalle, mejor que a los propios hijos: un reflejo del desarrollo industrial, orgullo americano) se va al traste, desplazado por el caos moderno. El viejo vaquero quiere restituir el orden (como Daniel Auteuil en "MR73" de Olivier Marchal, un reciente peliculón que se va a quedar sin entrada en el blog, sorry), la última cabalgada del héroe antes de desaparecer. Hay que dejarlo todo atado y bien atado, como dijo el dictador.
El señor Fredricksen de "Up" comparte mucho con el viejo Clint. Para él la despedida de este mundo no podrá realizarse sin cumplir una promesa de infancia, niñez de aventuras del NODO y fantasía desbordante, viajando a lomos de un atlas y creando mundos salvajes con la ayuda de una caja de lápices de colores. Tebeos de Tintín y películas de Tarzán: un mundo perdido. Así, el héroe de "Up", con su aire Spencer Tracy (su relación con el pequeño Russell recuerda aquella de "Capitanes intrépidos" de Victor Fleming: el rudo marinero Manuel y el joven naufrago Harvey: obra maestra) rememora a aventureros de celuloide antiguo, románticos y desinteresados. Los protagonistas de "Up" y "Gran Torino" representan valores que parece ser que sólo se pueden conceder a los que han vivido ciertas épocas de la historia, de modo que se les da la oportunidad postrera de demostrarlos y legarlos a los que vienen detrás (qué lejos queda esta tercera edad de la que muestra Paco Roca en el multipremiado cómic "Arrugas", que acabo de leer hoy mismo: género de terror: decrepitud y olvido). La modernidad sólo se entiende desde el egoísmo y el tiempo perdido, la destrucción de las relaciones personales y la ausencia de metas morales. La casa voladora, la persecución de un objetivo vacuo, al final será un lastre molesto, la piedra de Sísifo o el cadáver de Melquiades Estrada, una carga que se arrastra como el recuerdo inútil de un pasado irrepetible: la única enseñanza moral posible: son cuatro días.
En cuanto al 3D, la sala no tenía esa virtud, qué se le va a hacer. Igualmente Alicia se aferró a mi brazo cuando la jauría de perros perseguía al señor Fredricksen. Esa función de la imaginación aún la mantenemos intacta. Y las cajas de lápices siempre a mano.