domingo, febrero 22, 2009

"The Wrestler", de Darren Aronofsky

No sé si cuando Darren Aronofsky escribía la historia de esta película, tenía otro protagonista en mente que no fuera Mickey Rourke: como anillo al dedo.
En "The Wrestler", un luchador que ha pasado toda su vida haciendo el bestia entre las doce cuerdas de un ring, practicando el tongo pactado y el amaño cotidiano de la lucha libre profesional, empieza a sentir los achaques de la edad. Victorias pactadas en los pabellones deportivos de los pueblos y ciudades de todo el país. El preferido del público, el rubio alto y fuerte (ario de bote: no sólo el pelo, el resto del cuerpo también se ha modelado a base de botes... de pastillas), el coloso norteamericano que le zumba la badana al punky, al moro, al negro: cada contrincante interpreta un rol primario para pulsar las fibras sensibles más básicas de un público sediento de sangre. Y aunque todo sea más falso que un duro de seis pesetas, hay ocasiones en las que los "actores" salen malheridos: no intenten hacer esto en sus casas.
El cuadrilátero como escenario de entremeses de odio y venganza resueltos en quince minutos. Y el "Carnero" siempre es el ganador. Pero el tiempo no perdona y nadie, excepto Brad Pitt, posee el reloj de Benjamin Button: lanzarse contra el suelo desde las cuerdas del ring no es apto para mayores de cincuenta años y The Ram/Rourke pasó esa barrera hace tiempo. La retirada. Las derrotas llegan una tras otras: tener un trabajo, tener una relación sentimental: tener una hija. "The Wrestler" se puede entender como una metáfora del éxito: la gloria de la vida pública esconde el fracaso del hombre corriente.
Mickey Rourke se mantuvo en la cresta de la ola durante los ochenta (un pasaje de la película evoca aquellos años dorados del actor). "Manhattan Sur", "Nueve semanas y media", "La ley de la calle", "El corazón del ángel", "Réquiem por los que van a morir", "Barfly". Éxito en las pantallas, icono sexual: el puto amo. Los años noventa y los infiernos personales del actor, se lo llevaron por delante. Ahora resurge (ya tuvo un buen papel interpretando a Marv en "Sin City", de Robert Rodríguez) interpretando/interpretándose, en la metáfora de su propia existencia.
Mickey Rourke, el último punk.
Y esta noche puede ganar el combate de su vida. ¡Tiembla Brad Pitt!


Para el que no lo haya visto, dejo aquí la versión manchega de "The Wrestler".
Chanante
y caldofrán.





O pinchando aqui

martes, febrero 17, 2009

"Juno", de Jason Reitman


Pero que superguay es eso de quedarse embarazada con dieciséis años ¿no? Dan ganas de probarlo después de ver esta película.
Vale, de acuerdo, seré un cerdo insensible, pero esta historia no tiene emoción, no tiene conflicto: ¡Hostias!, tiene un Oscar al mejor guión original. No tengo ni puta idea, lo reconozco.
Lo mejor de todo, cuando en la banda sonora han aparecido Belle&Sebastian (ese pequeño punto romántico que todos tenemos por ahí). En fin.
A propósito de problemas adolescentes, me viene a la mente una película llamada "Sweet Sixteen", de Ken Loach ...

domingo, febrero 15, 2009

"Camino", de Javier Fesser

Este año, entre los distintos papeles que interpretaban los actores masculinos que optaban a un premio Goya por sus interpretaciones, tres de ellos interpretaban el rol del cura: la sotana y el alzacuellos como vehículos directos a la gloria... cinematográfica. Pero han de ser curas malvados, que ya se sabe que el lucimiento del actor es mayor cuando se interpreta a un malo jugoso antes que a un héroe insípido.
Cine y religión, o mejor, cine español y catolicismo. De un tiempo a esta parte, la Iglesia suele quedar muy mal retratada en el celuloide: se retrata como un sistema jerarquizado opresor, contrario a la libertad individual y al conocimiento científico, dogmático e hipócrita, machista y sectario, retrógrado y manipulador. La cámara se adentra en los aspectos más negros de la institución y raramente se encontrarán ejemplos de sus labores piadosas o humanitarias, que también las hay, por supuesto. Pero pasan desapercibidas: se pasaron tantos años inculcándonos sus bondades, sus inmaculadas vidas, que ahora, en plena era de la información, las faltas que cometen son auténticas bombas mediáticas. Esta semana, sin ir más lejos, la prensa pone en titulares que el fundador de los Legionarios de Cristo, del que ya se sabía que era un cerdo pederasta, además tenía una amante y una hija, o que el propio Papa Ratzinger, que había coqueteado con el nazismo en su juventud, rehabilita a un obispo negacionista. Y esos titulares se acompañan de que la Iglesia ha aumentado en España sus ingresos del IRPF en el último año en casi un 40%: en plena crisis económica mundial y con un socialista en la Moncloa: para que luego digan que los milagros no existen.
"Camino" es una denuncia demoledora de la vida de las familias que pertenecen al Opus Dei. La religión es una enfermedad hereditaria: se transmite/impone de padres a hijos, pero el veneno está en la dosis y la mayoría de los cristianos no va a misa más que cuatro veces en su vida (bautizo, comunión, boda y funeral: además la primera y la última no cuentan porque se va obligado: bueno, a las otras dos puede que tampoco se vaya libremente). Secta es un término peyorativo, pertenecer a una no debe ser nada recomendable pero que le expliquen eso al que ya está dentro. Javier Fesser cuenta el drama de una niña gravemente enferma, asfixiada por una madre beata y meapilas (fantásticas actuaciones, merecidamente premiadas), que utiliza la imaginación y el amor platónico como válvula de escape. La película se fundamenta en el contraste entre las fantasías inocentes de la niña, sus ganas de vivir y de amar, y la sombría realidad que la rodea, mezquina y perversa, dispuesta incluso a la vil manipulación de su agonía a fin de conseguir llevar a la pequeña Camino a los altares. El contraste se exagera tanto que termina adentrándose en la caricatura: pierde la eficacia del ataque velado, de la insinuación sutil.
El ataque furibundo de la Obra, eso no se lo va a quitar nadie.

miércoles, febrero 11, 2009

"Queridísimos verdugos", de Basilio Martín Patino

Más cornadas da el hambre.
Con ese epitafio se podría cerrar la proyección de este fantástico documental y el espectador moderno, escandalizado ante tanta barbarie, debería poner mucho cuidado antes de emitir sentencia.
Tres pobres desgraciados, hartos de hambre y de penalidades, veteranos en guerras civiles y en frentes rusos, en trileros de feria y estraperlistas de necesidad, en chivatazos y cuartelillos, aceptan un empleo siniestro: si no lo haces tu, ya lo hará otro. Administradores de justicia, se autoproclaman, poniendo el cargo junto al nombre en pulcras tarjetas de visita: después del juez, ellos.
El documental los junta en la bodega de un mesón desconchado, trasegando vino para desatar la garganta y que fluya su terrible anecdotario (la celebérrima película de Berlanga le puso el humor negro a la profesión: Martín Patino se lo borra de un plumazo). Jarabo, la envenenadora de Valencia, Monchito, el gitano de Almendralejo, Salvador Puig Antic. Crónica negra del siglo XX español congelada en portadas de "El caso" (resulta difícil pensar que el ya mítico periódico, que ojeábamos furtivamente en la niñez, colgara hoy día de los escaparates de los quioscos: fotos demasiado duras para los tiempos hipócritas del políticamente correcto) y en titulares rotundos que anunciaban Sentencia Cumplida, nombrando al ajusticiado y ocultando la identidad del encargado de girar la manivela del garrote vil: extensión de la mano del caudillo, la mano del dios que quita, del dios que da.
También aparecen las opiniones de los médicos y abogados que se vieron envueltos en el proceso de las ejecuciones. Inmensa diferencia entre las opiniones de estos (y en los entornos de unos y de otros; profesionales de éxito entrevistados en sus lujosos despachos: el contraste es brutal entre clases sociales y se hace patente en la cinta) que guardan recuerdos horribles de los momentos de la ejecución, y el pragmatismo estoico de los verdugos: un ajusticiamiento, bien o mal hecho, vale mil duros, dietas incluidas. La cruda realidad.
El documental supone, desde el presente, un vistazo intenso a la España de 1973, un viaje en el tiempo que, dejando de lado la faceta violenta de la sociedad que se quiere reflejar, se inunda de nostalgia al contemplarlo tantos años después. Mirada de niño que se reencuentra en determinadas imágenes, vetustas, sepias. Las ropas, las palabras, los coches, la gente: una magdalena proustiana tras otra.
Hasta el aire: todo cambió. Y la pena de muerte es un recuerdo lejano.

domingo, febrero 08, 2009

"Redacted", de Brian de Palma

Una noche. Un grupo de soldados estadounidenses destinados en Iraq salen a escondidas de su cuartel y violan y matan a una niña de quince años. Y matan a toda su familia. Y queman sus cadáveres. Y también su casa. Y luego se van a la cama, a descansar, que mañana habrá que madrugar para seguir protegiendo a la población civil y seguir esforzándose, día a día, en reconstruir este país liberado de sus opresores, pueblo aligerado del oprobio, disueltas sus cadenas. Hip, hip... hurra.
El horror de la guerra parece mayor cuando se contempla cómo lo ejercen soldados bien alimentados, bien vestidos, sanos y educados, aquellos de los que se dice que han gozado del bienestar de los países avanzados: no les queda la excusa del hambre y la miseria, de las guerras enquistadas durante décadas que sumen a los pueblos en economías de subsistencia básica: infancias sumidas en la violencia absoluta que generan violencia porque no han conocido otra cosa. ¿El asesino nace? ¿Se hace? El mismo soldado que en la película comete el asesinato de la niña, días antes acribilla a balazos un vehículo que no se ha parado en un punto de control, matando a una mujer embarazada que viajaba en su interior: otro acto criminal, igual de salvaje, pero que se trata de un error militar realizado en el ámbito del cumplimiento del deber. Pues menos mal. Ordenes son ordenes y la esquizofrenia militar permite levantar tenues fronteras entre héroes y villanos. Enseñados a matar, les dan un arma cargada. Y van y matan. Perro come perro.
El argumento es parecido al de otras películas de denuncia de estas malditas guerras del petroleo, como "La batalla de Hadiza", "Jarhead" o la serie "Generation Kill". Brian de Palma, sin embargo, construye su relato generando escenas con los diferentes medios, formatos, aparatos que la tecnología moderna ofrece. Cámaras de vídeo, webcam, cámaras de vigilancia, cámaras de reporteros de guerra. Medios informativos árabes, documentalistas franceses, agencias de noticias europeas. Blogueros y youtuberos. El ser humano moderno es una cámara con patas (¿quién no tiene una cámara de fotos digital o de vídeo o un teléfono móvil con ambas cosas? Baja la mano, mentiroso), un ojo que puede registrar la noticia in situ, sin prohibiciones ni cuestionamientos morales, y que la puede publicar al alcance de cualquier ciudadano del mundo (en realidad en algunas partes esa tarea sigue siendo igual de imposible que si todavía no se hubiera inventado la imprenta). A un click. El debate moderno sobre la independencia de los medios, de la ética periodística y la búsqueda de la verdad, en fin, ha ido de la mano de la oportunidad de que cualquiera pueda ser informador a la vez que testigo. Las noticias sobre la guerra más censurada de la historia se han colado por los senderos de una red sin barreras, universal y libre, enseña el director. A ver cuanto dura.

domingo, febrero 01, 2009

"Los crímenes de Oxford", de Alex de la Iglesia

Esta noche se entregan los Goya. Este tipo de premios, tan publicitados y cacareados durante este fin de semana, concentran la atención de los medios alrededor del cine y esto provoca, directamente, que al pueblo llano nos llegue alguna onda sobre el estado del arte del cine español o alguna chispa de interés por ver las películas que participan en el evento (mañana, en los descansos del café, se hablará del ranking de premios, siempre que la victoria de Rafa Nadal en el Open de Australia deje algún hueco para el tema). Criticar la cutre-gala de turno, esperar el nombre de los ganadores, ver la cara que se le queda a los perdedores: solamente la sorpresa del gol de última hora de "La soledad" de Jaime Rosales del año pasado, justifica el interés para ver varias ediciones. En la categoría de cortometrajes de ficción están nominados dos directores salmantinos, Isabel de Ocampo con "Miente" y Hatem Khraiche Ruíz-Zorrilla con "Machu Picchu" (he escuchado perplejo como algún medio castellano-leones ha ignorado por completo a este último director al listar los nominados locales: supongo que para el informativo regional de RNE, el nombre no es compatible con haber nacido a la orilla del Tormes) así que esperemos que la lotería pasé por aquí esta noche.
"Los crímenes de Oxford" opta a las categorías reinas, junto a "Camino", "Los girasoles ciegos" y "Solo quiero caminar". Mala cosecha, dicen, la de este año, como si se tratará de la añada de un vino: no me parece tan distinta a la del año anterior: quitando "La soledad", que fue la gran sorpresa, "El orfanato", "13 rosas" y "Siete mesas de billar francés" no destacan especialmente. Dos años atrás, "El laberinto del fauno", "Volver" y "Alatriste", sí que conformaron un grupo potente. Habrá que echar una mirada a la categoría de director novel, donde supongo que "El truco del manco" de Santiago A. Zannou (el verdadero truco del manco es estrenarla dos semanas antes de los premios) lleva todas las papeletas para ganar, aunque puede que "Los cronocrímenes" de Nacho Vigalondo (ojalá) dé una pequeña sorpresa.
La película de Alex de la Iglesia está muy bien realizada, pero la trama de los crímenes, tan matemática y tan pitagórica, no acaba de resolverse con claridad. Leí la novela de Guillermo Martínez, en que se basa el guión de la película (otra nominación goyesca) hace un par de años. No es el estilo de novela policíaca que más me guste: las deducciones milagrosas (elementales, querido Watson) son en la mayoría de los casos piezas socorridas para cerrar un puzle imposible: me gustan más aquellas historias en las que a los soplones les parten las piernas y las páginas destilan bourbon antes de encontrar al asesino: el método convencional. Pero lo que importa es el suspense, como diría Hitchcock, y la novela lo sabe mantener bien. Mejor que la película.
El reparto lo componen esa cara de no haber roto un plato en su vida que tiene Elijah Wood, el gentleman perfecto, torvo y enigmático, que interpreta John Hurt y ¿qué hace ahí Leonor Watling? No es lo mejor del director, especialista en héroes anómalos y humor negro ("Acción mutante", "El día de la bestia" y "La comunidad" representan los hitos extraordinarios de su carrera), pero tampoco defrauda (como sí lo hizo "Perdita Durango" u "800 balas": un fan decepcionado no perdona).
Seguramente "Los crimenes de Oxford", la película española más taquillera del 2008, no triunfará hoy. Tampoco le hace falta.