sábado, marzo 29, 2008

"El orfanato", de Juan Antonio Bayona

"El orfanato" es un título que ya avanza de qué va la cosa. La palabra orfanato sabe a drama familiar, a soledad y a dolor, utilizándose ese término en desuso (ahora se utilizan otros más políticamente correctos como hogar cuna) para enfatizar ese algo arcaico y decrépito, memorias en sepia de cuidadores sádicos y de niños Oliver Twist, de miseria y de posguerra (precisamente una de las épocas favoritas de Guillermo del Toro, productor de la película, a la hora de ambientar sus películas: "El espinazo del diablo", "El laberinto del fauno") si bien no se ha hecho nada mejor, para mostrar fielmente la situación de los hospicios españoles de hace 60 años, que el cómic "Paracuellos" de Carlos Giménez recientemente reeditado: una obra maestra de la viñeta.
De un tiempo a esta parte el cine español, el de mayor recaudación y promoción y más conocido, se ha poblado de tramas que tienden hacia el genero fantástico y de terror. No sé si la tendencia se inició con el taquillazo de "Los otros" de Alejandro Amenábar o algo más atrás con cintas como "Los sin nombre" de Jaume Balagueró, o incluso con productos foráneos como "El sexto sentido" de M. Night Shyamalan, auténtico blockbuster del género. En general son producciones donde no se abusa del grito histérico, el asesino brutal o la sangre a borbotones, recursos habituales del cine de terror adolescente estadounidense, donde el paradigma de referencia sería la filmografía del director Wes Craven ("Scream", "Pesadilla en Elm Street": Freddy Krueger fue el monstruo cinematográfico más popular de los 80). El estilo de este cine fantástico español se centra más en los espíritus de los difuntos (mi fantasma favorito del cine español es el Fiz de Cotovelo interpretado por Miguel Rellán en "El bosque animado" de José Luis Cuerda. Sus charlas con el bandido Fendetestas, encarnado por Alfredo Landa, llevan el sello inconfundible del gran Rafael Azcona: otro irrepetible) y, entre estos inquietantes duendes, preferencia clara por los fantasmas de niños. Un caserón antiguo y un grupo de fantasmillas que hayan padecido muerte violenta antes de tener edad para sacarse el graduado escolar, establecen los ejes argumentales de la mayoría de los guiones. A ello añádase una mujer de alrededor de cuarenta años, delgada y rubia (Nicole Kidman, Calista Flockhart, Belen Rueda) y dispuesta a meterse en la boca del lobo y ya tenemos a la protagonista. Incluso el secuestro realizado por habitantes de la dimensión desconocida recuerda a la niña atrapada por la televisión en "Poltergeist" de Tobe Hopper. ¿Niños atrapados por la televisión? Ya están aquiiii.
Así pues, la película no aporta nada al género y da cierta pereza: temas demasiado manidos. Es, sin embargo, un producto de impecable factura. El debutante director, Juan Antonio Bayona, aprueba el examen demostrando que dirigir vídeos musicales de Camela o de OBK no supone una merma de profesionalidad, todo lo contrario, más bien afirma que cualquier ocasión es buena para aprender y que lo bien hecho bien parece: no hay trabajo pequeño y hay que estar preparado para cuando te llega la gran ocasión. Por otro lado, Belén Rueda hace un buen papel al que aporta credibilidad en su interpretación (madres trágicas que atraviesan puertas hacia lo desconocido buscando niños perdidos) y demuestra sus condiciones de excelente actriz a pesar de sus escasas apariciones en la pantalla grande. Será que el bar de "Los Serrano" hace buena caja todas las noches y, ya se sabe, la hostelería es muy jodida y no conoce domingos ni días de fiesta.

miércoles, marzo 26, 2008

"Al otro lado", de Fatih Akin

Generosidad sin límites: el jubilado Ali hace una oferta ineludible a la puta Yeter y Lotte acoge en su casa a la desconocida Ayten. Yeter y Ayten, madre e hija separadas porque todo emigrante deja su tierra natal en busca del paraíso guardando la esperanza del reencuentro, si no el viaje sería imposible ante el temor del olvido permanente. Naufragios en las playas del sueño europeo: ataúdes en tránsito remiten a los muertos en tierra ajena, ya sean víctimas de la violencia de género (la terrible bofetada que pone en marcha una espléndida película) en los suburbios obreros de Bremen o de los juegos salvajes de los niños de la calle de Estambul: los huérfanos kurdos sueñan acostados sobre bolsas impregnadas de pegamento.
El director pone en escena a estos personajes que se buscan y no se encuentran, solitarios, desarraigados, desilusionados. Un padre, un hijo. dos madres, cada una con una hija. Seis transeúntes a la deriva entre Alemania y Turquía, con el trasfondo de la hipocresía europea y la ausencia de libertades al otro lado del Bósforo.
Una historia magnífica y una hermosa película.

sábado, marzo 15, 2008

"No es país para viejos", de Ethan Coen y Joel Coen

Bardem, en la película, tiene cara de ajedrecista ruso de los de la época de la guerra fría. Será por el peinado Karpov (enlazo una genialidad: Anatoli Karpov parodiado en "La hora chanante"). O por la frialdad intelectual de sus actos homicidas: las víctimas son meras piezas de un juego en el que siempre gana él. El desprecio absoluto por la vida de sus semejantes se refleja en que una de sus armas favoritas sea una pistola de aire comprimido de las que se usan para sacrificar al ganado: precisa, silenciosa y exenta de cualquier romanticismo. Y ahorra balas: el ser humano, mediocre y molesto, no vale el precio de un proyectil del calibre 9 mm, si se puede evitar el gasto. El psicópata total, un Anibal Lecter con las medidas de un armario ropero (Javier Bardem fue tercera línea de la selección española juvenil de rugby: músculo no le falta pero la capacidad camaleónica de afrontar cualquier papel al que se enfrente por diverso que éste sea, tampoco). La cucaracha que sobrevivirá al holocausto nuclear.
Lo que no entiendo es por qué le han dado el Oscar al mejor actor secundario cuando él es el protagonista indiscutible de la cinta. El cine de los Coen siempre se ha caracterizado por una construcción minuciosa en los detalles y unos personajes llenos de matices, de los que permiten el lucimiento del actor. El mayor ejemplo de ello sería "Fargo", en la que hasta el menor de los papeles interpretados resulta interesante y atractivo (el asesino interpretado por Peter Stormare en "Fargo" siempre me ha recordado a un antiguo jefe: sí, ya sé que es una comparación muy cabrona). Y otros grandes ejemplos de su filmografía como "Muerte entre las flores", "Arizona Baby" o "El gran Lebowski", una comedia realmente magistral.
Así que sin el personaje de Anton Chigurh y la caza del hombre que éste lleva a cabo, la película se queda en una reflexión, lastrada por la pesadez de algunos monólogos que suenan a sermón cuaresmal, acerca del paso del tiempo y la vejez que no comprende los tiempos libertinos y salvajes que le ha tocado vivir. Cualquier tiempo pasado, etc, etc. Sin embargo, esta es la paradoja irresoluble de la sociedad estadounidense: un pueblo que conquistó su territorio bañándolo en sangre y que, herencia maldita, no ha sabido deshacerse de esa carga de violencia que le persigue década a década. No en vano la película comienza con un venado en el punto de mira del rifle, como en "El cazador" de Michael Cimino. Pero De Niro, al final, harto de sangre, no aprieta el gatillo.

sábado, marzo 08, 2008

"Corrupción en Miami", de Michael Mann

Una serie con estilo propio: marcó la moda del verano de 1984, cuando se estrenó en TVE. Americanas arremangadas, camisetas y pantalón de pinzas. Mocasines y gafas de sol de montura negra de plástico. Colonia Vorago y el famoso Ferrari Testarossa. Vivir en un barco compartido con un cocodrilo llamado Elvis. Y sobre todo la infinita tristeza del teniente Castillo interpretado por Edward James Olmos, tristeza que luego heredaría David Caruso en el personaje de Horatio de "CSI Las Vegas". ¿Eres más de Horatio o de Grissom?: pregunta de test para perfiles psicológicos de futuros inspectores de policía. El sol de Miami contrasta con la amargura de sus ángeles guardianes.
Michael Mann creó esta serie de culto y de repente la figura del policía adquirió un glamour inusitado. Estética de videoclip y de modernidad, tan alejada del aspecto que, aquel mismo año, tenían los maderos que aparcaban sus lecheras en las calles aledañas a aquellas por las que discurrían las manifestaciones en contra de la Lode. Maravall, el conejo de la Lode y el cojo manteca. Ya no recuerdo por qué protestábamos pero seguro que había un buen motivo: en materia de educación siempre lo hay.
Así pues, el director resucita su idea 20 años después y le sale una buena película. Su primer acierto es que el homenaje se deja en el título y en el nombre de los personajes, pasando la acción a tiempos contemporáneos y enterrando los ochenta en rincones sensatos. Jamie Foxx se pone en la piel de Ricardo Tubbs con el mismo nivel de frialdad profesional que desplegaba Philip Michael Thomas, y Colin Farrell es un Sonny Crockett más sucio y apasionado que el repeinado Don Johnson (el aspecto del personaje de Farrell me ha hecho pensar en Rodney Falk, el excombatiente del Vietnam que aparece en la novela "La velocidad de la luz" de Javier Cercas).
Siendo una película policíaca o de acción bastante entretenida, sin duda su mayor interés reside en el tratamiento de la imagen que realiza el director. Michael Mann ha firmado tres películas bastante parecidas en su puesta en escena y en su tratamiento de las personalidades íntimas de criminales y agentes de la ley. La primera de ellas, "Heat", es una obra maestra: virtuosismo de las escenas de acción y tensión dramática en cada plano. Sin más (y sin menos). Con "Collateral" fue pionero en realizar una película de gran presupuesto en alta definición, tecnología que ha seguido empleando en "Corrupción en Miami". De este modo ha conseguido que en películas en las que predominan las escenas nocturnas (sobre todo en "Collateral", donde la trama trascurre en una sola noche) los cielos nocturnos se llenen de colorido y las luces de la ciudad sirvan de potente telón de fondo para la acción, dotando a la imagen de una impresionante belleza plástica y de una atmósfera onírica en condiciones extremas de luminosidad. Como leí recientemente, es el fin de la profundidad de campo y la afirmación de la realidad casi documental en el escenario, de modo que el cine explora las fronteras de sus metáforas visuales. Todo sea por la afirmación de la infinita tarea de la búsqueda de la belleza.