domingo, julio 27, 2008

"Déjà vu", de Tony Scott

Un terrorista de ultraderecha coloca un todoterreno cargado de explosivos en un ferry de Nueva Orleans: cientos de muertos. Para investigar el atentado y encontrar al culpable, se ponen todos los medios al alcance de la ley, entre ellos una tecnología increible, totalmente, que permite visualizar el pasado (hace poco leía -suplemento Babelia- acerca de la decadencia del género de ciencia ficción, que ve como se van rebasando las fronteras que establecieron las obras de Clarke, Ballard, Bradbury: nos hemos adentrado en el futuro casí sin darnos cuenta. Los viajes en el tiempo, aunque irrealizables aún, me parecen un deus ex machina demasiado manido). Así pués la película avanza entre la intriga y la ciencia ficción, un poco como sucedía en "Minority Report" de Steven Spielberg, aunque en esta última era el futuro crimen lo que se prevenía: la comparación con "Minority Report" resulta odiosa porque la imaginación de la historia de esta última está a años luz de "Déjà vu": Philip K. Dick, detrás.
El director, el hermano pequeño del enorme Ridley, logra una película elegante, correcta, entrenida: eficacia sería el término. Sin duda ayuda tener a Denzel Washington como protagonista, que ya convirtió, en agudo duelo interpretativo con Gene Hackman, a "Marea roja" en probablemente la mejor película del irregular director (me quedo con alguna más como "El último boy scout" o "Amor quemarropa": esta última entra en mi mítica particular: Christopher Walken a punto de matar a Dennis Hopper mientras de fondo suena el archiconocido pasaje de la opera "Lakmé" de Léo Delibes: intensidad emocional en recuerdos de celuloide). Por cierto, en la película aparece Val Kilmer o su otro yo, algo viejuno, que ha viajado diez años hacia el futuro. Los años que no perdonan. Ni los kilos.
El déjà vu es la sensación que deja el argumento de la propia película en el espectador que ya viajó en un DeLorian hace más de 20 años. De nuevo héroes del tiempo, como se titulaba la película de Terry Gilliam. Kyle Reese viajó entre épocas para salvar a Sarah Connor ("ven conmigo si quieres vivir") del ataque del homicida Terminator y, ya de paso, engendrar a John Connor, redentor de la humanidad sometida a la dictadura de las máquinas (tal como hoy), que pasado el tiempo y sabiéndose la historia de carrerilla tendría que ingeniárselas para conocer a su padre, de hecho un hombre más joven que él, y mandarle de vuelta al pasado para que salvara a su madre y, ya de paso, etc. El eterno retorno. ¡Cuanta relatividad especial y general nos ha enseñado el cine! ¡Cuantas paradojas einsteinianas que han contribuido a que los guionistas de sci-fi se ganen el pan!. Si algún día viajamos al pasado sabemos que no debemos tocar nada o nuestra cara se puede borrar de las fotos, como le pasaba a Marty McFly. El truco está en que el pasado debe permanecerer inalterable, por mucho enredo que se monte. Denzel Washington debió perderse la trilogía de Robert Zemeckis al completo.

jueves, julio 17, 2008

"Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal", de Steven Spielberg

"Este Indiana es un pedo cebollero". La frase no es mía, pero me ha venido a la cabeza cuando me estaba revolviendo en mi butaca. La frase cerraba una crítica que realizó Ivá (hace muchos, muchos años) de la película "Indiana Jones y la última cruzada", publicada en "El Jueves" (creo que era Ivá pero ahora estoy dudando si era Oscar el dibujante: tanto da: dos genios. Igual la busco entre las docenas de números de la revista que guardo en una caja. Luego Ivá se mató en un accidente de tráfico y la revista perdió mucho. Pero esa es otra historia). Era una crítica muy divertida pero en aquel entonces me pareció dura: se quejaba de tres o cuatro cosas que pasaban en la película y que ensombrecían una saga fantástica. Palabras proféticas.
La película no arranca mal. Cae el sombrero de un maletero, vemos una sombra y escuchamos unas pocas notas que forman una melodía inconfundible: escalofrío en la espalda. Salvo por la irrupción del personaje del joven motero (si Marlon Brando volviera de la tumba y viera a ese tirillas disfrazado de "El salvaje" se moría otra vez ... pero de risa) la trama discurre dignamente, con múltiples guiños a los episodios anteriores (ese arca en una caja rota) y Harrison Ford haciendo de Indiana: tampoco se esperaba más: ni menos. Pero a partir de la escena en que salen de la tumba de Orellana y aparecen en la jungla... En ese momento es cuando debe empezar la parte del guión que ha escrito George Lucas, ese infame sacamantecas infantiloide que casi nos mata del disgusto con "La amenaza fantasma" (y siguientes episodios) y que en vez de resucitar a Indy parece que haya intentado matarlo definitivamente (a Spielberg le concedo el beneficio de la duda porque últimamente ha dirigido buenas películas como "La guerra de los mundos" o "Munich"). Coincide además lo peor de la película con la perdida de protagonismo de Indy, que se ve súbitamente rodeado por un grupo de compañeros de aventuras dignos de aparecer en la siguiente parte de la "Escopeta nacional" que tuviera a bien dirigir Berlanga (a qué mente perversa se le ha ocurrido mostrarnos a Marion, de lo mejor de "En busca del arca perdida", después de tantos años: aquella pelea en el bar del Nepal: igual empiezo a llorar de nostalgia).
La persecución de la jungla habría que eliminarla directamente del metraje y quemar todas las copias para que las generaciones venideras nunca padecieran tamaño despropósito cuando quisieran repasar las películas de Indiana Jones y vieran al plácido doctor en arqueología, al auténtico, repartiendo estopa con su media sonrisa canalla (grande). Se abusa de las imágenes digitales en busca de una verosimilitud impensable (como le pasó a John McClane en "La jungla 4.0": ya nadie cree en los héroes de acción). Un monigote animado haciendo el Tarzán con las lianas binarias, una marabunta inaudita (herencia de objetos: multitudes digitales) que se come a otro, unos monos photoshop que le pegan una paliza a un tercero: todo generado por ordenador: para deleite de menores acompañados.
En la primera de la saga, Indiana se caía en una tumba egipcia llena de serpientes: veíamos el cristal que separaba al héroe del ataque de una cobra, pero igualmente pegábamos un salto en el asiento. O la piedra gigante del principio que casi le aplasta y que seguro que era de cartón piedra: tonto el último. O en la de "El templo maldito", que veíamos caer maniquíes del puente del desfiladero y estábamos con la boca abierta mientras Indy le pegaba machetazos a las cuerdas: se veía la trampa, sí, pero el puente era frágil y de madera. Pura aventura.
Un escalofrio al principio y otro al final, cuando en la boda "Cocoon" el chaval coge el sombrero, amenazando con ser el continuador de la serie. No, por favor.
Casí estoy pensando en contar la trama con pelos y señales para que el incauto que lea estas líneas y esté pensando en pagar el precio de la entrada, se ahorre las pelas. ¡Bah! No me iba a creer.

domingo, julio 13, 2008

"Funny games", de Michael Haneke

La primera, la de 1997. Recientemente se ha estrenado una nueva versión realizada también por el mismo director. He leído que hay muy pocos cambios respecto a la original: el reparto y el idioma del rodaje: se ha americanizado. Supongo que la pretensión es la de estrenarla en Estados Unidos sin que tenga que pasar por el submundo de los subtítulos, o sea, comercializarla para el gran público y cuadrar la recaudación en taquilla, si bien el impacto de esta película en el mundo del cine debe ser forzosamente distinto al que tuvo hace 10 años. Los psicopatas asesinos llevan ya varios años jugando con sus victimas antes de picarles el billete, como sucede en "Saw" de James Wan o en la reciente "No es país para viejos" de los Coen ('Call it, friendo', pide Bardem antes de lanzar una moneda al aire). El homicidio carece de culpabilidad: es el azar el que mata.
"Funny games" cuenta un capítulo digno de la "Huella del crimen", una de esas historias que aparecen de vez en cuando en las páginas de sucesos, relatando el secuestro de una familia rica atrapada en su chalet. Lujosos, aislados, indefensos. Por lo general el móvil del delito es puramente económico y el susto se pasa cuando el delincuente cobra pero, ¿y si no buscan dinero? ¿y si sólo quieren jugar? El juego cruento y despiadado de dos jóvenes bien educados: la tragedia que surge del tedio: seguir matando cuando se acaban las pilas de la videoconsola. Y el miedo sordo del hombre moderno, incapaz de saber el porqué de tanta injusticia.