sábado, noviembre 25, 2006

"Fahrenheit 451", de François Truffaut

Hombres libro. En tiempos pretéritos a la invención de la escritura (y sobre todo a la de la imprenta: las tablillas de escritura cuneiforme eran de lectura farragosa), la única vía posible de transmisión del conocimiento era sentarse a escuchar atentamente las palabras de los mayores. Sus historias, sus experiencias y, a su vez, las que sus padres les habían contado a ellos. En la tercera parte de "Mad Max", los niños perdidos aprendían el cuento de sus orígenes, su génesis particular, y estaban obligados a memorizarlo y enseñarselo a su descendencia. Una generación que no aprende y que no enseña, es una generación perdida, una catástrofe. Una generación sin memoria, esta condenada a repetir los errores de la generación anterior. A veces la cadena se rompe para siempre: libros perdidos que se vuelven legendarios, que quizás no existieron nunca, libros destruidos, quemados (sí, como en "El nombre de la Rosa": el venerable Jorge de Burgos, alter ego de Borges, envenenando libros que hacían reír).
"Fahrenheit 451" esta basada en la celebérrima novela de Ray Bradbury, claro. La película ya tiene cuarenta años y, excepto por unos efectos especiales bastante ingenuos, no ha perdido ni un ápice de interés: es un tema actual, la mediatización del individuo sometido a un incesante chaparrón de imágenes, de mensajes fútiles destinados a aletargar sus sentidos o, todo lo contrario, inducirle a actuar compulsivamente, sin pensarlo demasiado. Pan y toros.
La búsqueda pura y simple del conocimiento esta minusvalorada si no hay un beneficio económico de por medio. Hasta la universidad, último bastión de la sabiduría perezosa, se transforma en una factoría de trabajadores hipercualificados. El obrero del siglo XXI sabrá hablar varios idiomas, pero no conocerá de dónde proceden, qué pueblos los inventaron, qué grandes escritores los utilizaron. ¿Para qué perder el tiempo?
Miro a mi alrededor y veo estanterías llenas de libros, muchos los he leído. Otros muchos, seguramente, jamás los leeré, pero cuando pase la vista por sus lomos me seguirán provocando con el enigma de su contenido.
Puede que esta noche los bomberos pirómanos vengan a visitarme. Por pedante y por listillo.

domingo, noviembre 19, 2006

"Infiltrados", de Martin Scorsese

Este director, normalmente, consigue buenas películas cuando el tema se aleja del mundo del lumpen. "La edad de la inocencia", "La última tentación de Cristo", "New York, New York", el documental del blues, supongo que el de Dylan, que aún no he visto. Pero cuando todo gira alrededor del mundo del crimen y los bajos fondos, nunca falla. Es una mirada especial, única.
Y en esta había que solventar grandes dificultades: convertir a los eternos adolescentes Di Caprio y Damon en personajes convincentes, sobre todo al primero, metido en la piel de un matón asesino. No del todo, pero se solventa bastante bien. Falla sobre todo en las escenas que comparte con Jack Nicholson, donde se le ve bastante despistado a la hora de seguir los aspavientos improvisados del gran Jack, sin duda el mejor de la película, a ratos transfigurado en el mismísimo demonio. La sensación que queda siempre es la de que los actores se entregan al máximo cuando trabajan con este director: la mejor Sharon Stone, el mejor Joe Pesci, el mejor Ray Liotta. De Niro, claro.
Con Di Caprio lleva tres películas seguidas otorgándole el papel protagonista, así que algo tendrá. No creo que sea mal actor, pero su físico le perjudica. Ni parecía Howard Hughes en "El aviador", ni daría el pego en el bar de topless Bada-Bing que sale en los Soprano. ¡Que intentase sacarle la pasta a Christopher Moltisanti!.
La historia que se cuenta es una intriga policial. Matt Damon es un infiltrado de una organización mafiosa en la policía y Leonardo Di Caprio es... viceversa. Buen punto de partida que bien aprovechado produce una buena película policíaca (de hecho ha producido dos, ya que "Infiltrados" es un remake de una película hongkonesa llamada "Infernal affairs", que recomiendan mucho en Internet). La tensión se mantiene durante toda la cinta, hasta el final, que es de los que te dejan boquiabierto.

domingo, noviembre 12, 2006

"Lone Star", de John Sayles

Al estado norteamericano de Texas se le denomina el estado de la estrella solitaria porque en su bandera luce una: es como una minibandera de Estados Unidos. Allí es donde transcurre la acción, en una tierra fronteriza entre dos mundos, en un cruce de caminos donde convergen personas de distintas razas, de distintas procedencias, produciendo un mestizaje enriquecedor en una tierra yerma. El río señala la línea de puntos por la que las naciones siempre quieren cortar los mapas (los ríos, trastorno bipolar, siempre han sido también un aglutinante, zonas de asentamiento, cuna de civilizaciones: el Eufrates, el Nilo, el Tiber). Aquí también se cruzan historias, como en "Crash" o en "Gran cañón". La trama central la ocupa un sheriff (también es una estrella de cinco puntas la que llevan en el pecho los agentes de la ley) que investiga un asesinato ocurrido hace largos años y que creé que cometió su padre. Por un ramal se bifurca el reencuentro con el amor de juventud, tantos años después, y que desembocará en el inesperado final de la película. Y, en un afluente extraño, la reconciliación de un coronel del ejercito con sus raíces, pero también con sus hojas: trata a tus hijos como te gustaría que te hubiera tratado tu padre.
Todas ellas tienen en común la búsqueda del pasado, terminar los caminos que quedaron a medio recorrer, recuperar las ocasiones perdidas que han marcado sus existencias: las segundas oportunidades. Se desenvuelven en un ambiente de western tranquilo, crepuscular (el salvaje oeste a las puertas del nuevo milenio), donde incluso los fantasmas del pasado se aparecen en un plano secuencia que da continuidad a la escena, certeza de que siguen presentes, que no descansan.
Este género de vidas cruzadas suele producir películas muy interesantes, como esta misma.

sábado, noviembre 04, 2006

"El mensajero del miedo (the manchurian candidate)", de Jonathan Demme

Una multinacional llamada Manchurian Globe (el accionista mayoritario debe ser chino) ejerce técnicas de control mental sobre un congresista americano susceptible de ser candidato a ocupar el despacho oval de la Casa Blanca. De este modo, conseguirán que el presidente de Estados Unidos sea un pelele a su servicio, prestando obediencia ciega a sus ordenes, comportándose como un fiel esclavo de sus intereses: demasiado jaleo para un objetivo que han conseguido hace ya muchos años y sin usar tecnología punta, implantes de chips en el cerebro, hipnosis u otras zarandajas. El gran titiritero que mueve los hilos.
La película resulta ser un remake de "The Manchurian Candidate", dirigida en 1962 por John Frankenheimer. Esa no la he visto pero figura en "1001 películas que hay que ver antes de morir" con una crítica muy favorable. Me la apunto e incluyo aquí una imagen que he encontrado y que me parece impresionante.
La que he visto esta noche me recuerda a otras películas de conspiraciones como "Enemigo público" de Tony Scott, "Pánico nuclear" de Phil Alden Robinson o la misma "Poder absoluto" de Clint Eastwood (las cloacas del poder están colmadas de cadáveres y hieden a corrupción: al menos dan de comer a muchos guionistas). Sobresalientes las actuaciones de Denzel Washington y Meryl Streep, claro. Pero la película no me ha gustado. Me parece una trama excesivamente fantástica que en algunos puntos se desploma por si sola (cuando Denzel Washington le muerde a Liev Schreiber, por ejemplo, o la cajera de supermercado reconvertida a agente del FBI, ufff!!) y que no logra mantener la tensión, algo que no se esperaba del director de "El silencio de los corderos". Sucede en las escenas cumbre del film, posiblemente por ser poco creíbles. Este candidato manchurio ni vence ni convence. Habrá que echarle un vistazo a su antepasado en blanco y negro.